El Cristo inmigrante

No discuto la obligación del Gobierno de regular la inmigración. Pero no es la protección contra los extranjeros lo que asegura la paz, sino acogerlos y tratarlos con dignidad. Miremos la historia: ¿quién es más chileno que el mestizo, mezcla de nativo e inmigrante a lo largo de sucesivas generaciones?

 Tengo a mano tres casos prometedores. Entre los buses de la Alameda vi a un vendedor ambulante peruano con un gorro que decía «Chile». ¡Qué símbolo! Pero, ¿de qué? ¿Trataba  de ganar la simpatía de sus clientes? ¿Se protegía contra posibles agresiones? Tal vez quería sinceramente ser otro chileno más. ¿Por qué no?

 Un caso mejor es el de tantas nanas que han dejado el Perú para venir a cuidar  niños chilenos. Varios reparos se podría hacer a la calidad moral de estos empleos, pero lo que aquí importa es la convivencia familiar y muchas veces amorosa entre estos niños y sus nanas. ¡Éste sí que es símbolo! Pongamos atención: para salvar a sus hijos de la miseria, una mujer abandona su patria, parte a una tierra desconocida, a veces hostil, a educar niños ajenos. Nuestro ojo superficial nos dirá que una mujer peruana y humilde no podrá enseñar a nuestros hijos más que rarezas. Nuestro ojo profundo, en cambio, verá que nadie podrá educar mejor a estos niños que una nana así, porque no hay aprendizaje más importante que el del amor y mujeres como éstas enseñan a amar con el puro ejemplo de su inmenso sacrificio.

 Para el tercer caso recurro a la ficción: ¿cómo no imaginar el nacimiento de un niño hijo de peruana y chileno, o al revés? No nos extrañe que la soledad, los acosos o el amor verdadero traigan a luz este año, estos días, nuevos mestizos, semejantes a Jesús mitad judío y mitad galileo. Si así sucede, no habrá mejor símbolo de una nacionalidad híbrida como la nuestra que un niño, una niñita chileno-peruana. Ojalá la unión de las razas exprese el amor entre las razas y sea el amor la única fuerza del intercambio cultural entre los dos pueblos.

 Volvamos al caso de Jesús. Téngase en cuenta que poco después de nacido Jesús, él y sus padres fueron refugiados en Egipto. ¿Buscó José trabajo allí subcontratado en la restauración de una pirámide? ¿Estuvo María dispuesta criar a Jesús a ratos, empleada principalmente en alimentar y cambiar guaguas egipcias? No es obligatorio conmoverse con la historia del hijo de un carpintero. Pero no habrá razón para recordarlo, enternecerse, ni menos aún para creer en él, si no es para abrir el corazón al Cristo que estos días es objeto de recelo político, el Cristo que nos sale al paso en un coreano, un ecuatoriano o un peruano.

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