El auge de Fénix y la caída de Fénix

Cuando Fénix fue llamado al  Ministerio de Educación, el gobierno creyó asegurada su reelección. La oposición, en cambio,  perdió toda ilusión de acceder al poder. Nada más faltaba al “país de las maravillas” un educador genial, un genio conductor del alma nacional.  Todo había sido hecho bien y, sin embargo, la nación carecía de encanto. Para algunos lo que de verdad había ocurrido era un “pacto con lucifer”, el ángel de la luz, de acuerdo al cual las convicciones éticas más fundamentales se transaban en los mismos términos que los zapatos y las lecherías en la bolsa de valores. Opinión esta que hacía aún más propicio el terreno para una gran propuesta educativa. Para moros y cristianos, Fénix era el ministro que extraería del carácter del pueblo la teoría de su propia cultura, los principios pedagógicos del cultivo de la propia identidad. Pero nadie sabía que Fénix era un educador nato, no un teórico.

Vocación y currículum

            Como toda vocación interesante, la de Fénix tuvo un origen triste y feliz a la vez. Su padre fue con él un pésimo preceptor. Su madre empeoró las cosas mimándolo en extremo. Los dos lo quisieron, pero mal. Lo educaron mal: que si no hay educación sin amor, la cosa no es amar sin más, sino amar correctamente.  Fénix se hizo a sí mismo, de la nada, del polvo de sus repetidos fracasos escolares. Porque un niño mal educado va de tumbo en tumbo. Fénix se hizo jugando, como  la cerámica en las manos de un alfarero, como la sociedad humana organizó el sexo y el afecto. Curioso. Hay personas que inventan el mundo, que no replican en sí mismos el orden dado, ni traspasan a la generación sucesiva los errores padecidos. ¡Hijos de su fantasía! Por su imaginación, Fénix fue libre. Con sus juegos liberó a sus propios críos y ahijados del miedo y del tedio. Jugando creó el mundo que desaparecería con él, porque sin él no habría valido la pena envidiar ni mejorar.

            Fénix llegó al cargo precedido por la fama de sus discípulos. Entre otros, destacaron Contre Contreras y Lito Ma Sama.  El obispo Contre Contreras sacó de Fénix  la manía de contradecir las dictaduras y de personificar todas las diferencias.  ¿De dónde, más que del ingenio de su maestro, aprendería Contre a aplaudir los goles del otro equipo y prestar a los niños la mitra y el báculo? El Presidente Lito Ma Sama tomó de él su afán por la reconciliación de las razas,  culturas y clases, además de su final estrambótico. Su ley de Matrimonios Mixtos que premiaba el cruce de chilenos y bolivianos, judíos y árabes, entre otras uniones posibles, y, por otra parte, penalizaba los matrimonios de ricos con ricos, de católicos con católicos, de carabineros con paquitas,  tuvo como antecedente remoto juegos inventados por Fénix  como Corazón de Melón,  la Banda está Borracha, los Sapitos Chicos y Topa,Topa Carnerito.

Principales juegos

            Topa, Topa Carnerito fue de los infinitos juegos del educador el más tierno. Se aplicaba a párvulos de meses que ni hablaban ni se tenían en pie. Consistía simplemente en chocar con la frente la frente del infante una y otra vez, repitiendo la fórmula mágica: topa, topa carnerito. Fénix nunca supo que la santidad, la verdadera santidad, comienza y termina con el uso de los sentidos ni que los grandes místicos, y no sólo los locos, son tocados por Dios. Sin querer gestó en los pequeños la devoción y el coqueteo. Niños de 6 u 8 meses adivinaron por él que hay en la vida choques lúdicos de amor y de risa, y los anticipaban con sus cabecitas muy antes que con palabras.

            Upalalá, El Avión y  Camello Cochino, Camello Flojo reforzaban la confianza básica que todo niño necesita para crecer. Upalalá, decía Fénix, al arrojar al educando al cielo para recogerlo con gozo en los brazos. “¿Más?”, le preguntaba. Si el niño no quería más juego, ofrecía Fénix la posibilidad a sus hermanitos o primos, con la esperanza que el primero se animara de nuevo. También educaba al riesgo El Avión. El profesor tomaba las manos de sus discípulos y los hacía girar en torno suyo, suspendidos en el aire, zumbando, comunicándoles seguridad en esa particular situación de la vida en que no hacemos pie en parte alguna y dependemos de otro en todo. Camello cochino, Camello Flojo era más que subir  Alapa, más que sentarse orgulloso en los hombros del papá. Era andar sobre un camello en pleno desierto menéandose de lado a lado, a punto de caerse hacia atrás, hacia adelante, hacia cualquier lado y por cualquier parte del animal. Ningún niño que pasó por estos ejercicios se chupó el dedo en la escuela y los que entraron en la universidad no tuvieron nunca necesidad de copiar en las pruebas.

            La Arañita Dormilona preparaba con sus cosquillas a la vida marital. La  Carrera de Caballos estimulaba la velocidad y los deseos de apostar la vida. El Spit Fire B evocaba el justo título de la guerra aérea contra el nazismo. La Gallina con los Pollos infundía en los pequeños la impresión de protección. La famosa Escondida recibía nuevas reglas y nuevo nombre: Culpa mía no será, porque Fénix hacía suyos los dichos de los niños y les daba legitimidad, aunque no atinaran de lleno con el quid del asunto.

            Fénix inició a sus alumnos en la victoria y el fracaso.  Les hizo probar como nadie el terror y su exorcismo. Les hizo gustar la vida, la libertad, la diversión, precaviéndolos contra el placer sin sacrificio y el triunfalismo. El Lobo Pastor, El Mejor Hombre del Mundo,  La Terrible Osa, La Revolución, El señor Americano, El Perro y el Gigante Fombalt, fueron estímulos precisos del pavor y de la dicha.. El más representativo de estos  juegos fue El Triunfo del Monstruo y la Derrota del Monstruo. En un primer momento predominaba el Monstruo. Los niños arrancaban a perderse. Se subían a los árboles, se metían debajo de las camas, aterrados. Ululando, con los brazos en alto y  paso cansino,  el Monstruo iba lento pero siempre llegaba a estrangular a los pergenios. Por último, las fuerzas del Monstruo decaían. Entonces llegaba la hora de los niños. Se abalanzaban sobre él, lo golpeaban y desquitaban contra él todo el miedo acumulado. Si se trataba  de educar a uno en particular, Fénix se transformaba en Goldfinger, personaje que infundía un pánico agudo, seco,  que hacía orinarse a los hijos de los vecinos ignorantes del terror sacro. Cuando se trataba de un niño que merecía un trato especial,  Fénix le inventaba un pseudónimo y un juego para él solo, como el caso de “Patancito” perseguido por El Pate Palo y el Mauricio. El Pate Palo era el mismo Monstruo, pero cojo. El Mauricio nunca nadie supo quién era, pero su inminente aparición le daba a la historia un toque de misterio escalofriante.

Caída de Fénix

            Los primeros cuatro años de  Fénix como Ministro de Educación fueron estupendos. ¡Cuánto entusiasmo fue capaz de insuflar a una dependencia pública acoquinada por la ingratitud ciudadana! La ficción se apoderó de las aulas, remeció incluso a padres y apoderados. Los niños, por fin, fueron protagonistas de su propia formación, y no más receptáculos de cifras y  reproches.  La nación fue admirada, más que por sus pillerías, por su inventiva, por su estilo gentil, incluso por una renovado estilo en el ámbito diplomático. Además de sus hijos, también otros niños creyeron que Fénix era  El Mejor Hombre del Mundo.

            El quinto año, empero, todo se vino abajo. El país no fue capaz, carecía de mecanismos jurídicos para acoger la creatividad desencadenada por Fénix. La imaginación desenfrenada, las libertades propiciadas, las iniciativas produjeron más problemas que soluciones. Los acontecimientos no se habrían precipitado, sin embargo, si el mismo Fénix no se hubiera extralimitado en sus funciones. En un exceso de celo público, promovió leyes que introducían juegos como La Revolución en los seminarios, y La Gallina con los Pollos en el Ejército. Luego, pero ya con retardo,  procuró atajar el desmadre nuevamente con el único recurso que tenía: el juego. De vuelta de vacaciones,  aplicó en la oficina la estrategia del Triunfo del Monstruo. Se rieron de él, como en otro tiempo los niños que le perdían el respeto. Dando crédito a la gravedad de la emergencia, se presentó al Consejo de Ministros como Goldfinger. Tampoco este impacto de crueldad fría y certera dio su resultado. El desprestigio de Fénix colmó toda tolerancia cuando se supo que la Ministro de Economía jugaba a Topa, Topa Carnerito con el Presidente de la Corte Mayor de Justicia.

            Fénix fue depuesto y denigrado. No fue la piedad, sino la prevención de turbulencias estudiantiles lo que movió a las autoridades a otorgarle una pensión modesta pero digna. El país recuperó la rutina. Los negocios prosperaron a cotas inigualadas. En las iglesias la risa fue perseguida hasta el castigo y al catecismo se agregó un nuevo pecado: las cosquillas. La sequía acabó con los glaciares del entorno. De Fénix no se supo más. Pero su bondad pervive al rescoldo de su leyenda y de tanto en tanto humea nuevas encarnaciones.

Comments are closed.