Noé

aaa Noeaaa Noe 2Preciosa película. Teológicamente, impecable

Ha podido ser difícil el cometido. El film cumple con creces la tarea de transmitirnos una de las grandes epopeyas de la humanidad. Lo hace con grandeza.

¿Hubo  diluvio o no? ¿No es este otro invento más de la biblia? Hace poco se nos ha dicho que el relato de Adán y Eva es simplemente un  relato ficticio, un mito, desmentido por los millones de años del ser humano sobre el planeta. ¿Quién habría podido estar allí para contarlo? Ni el relato de la creación ni este del diluvio universal han tenido otro propósito que explicar, simbólicamente, el origen del mal. Este es el asunto con Noé, y los demás asuntos conexos: la bondad de Dios, la paciencia de Dios, las consecuencias del pecado, el amor, la esperanza y la libertad humana.

La película cumple una función ecológica. En el relato originario no la tenía, obvio. La biblia, cuando no se lee en relación a un contexto –en este caso el nuestro: un planeta en peligro-, se vuelve irrelevante. El pecado de la humanidad ha devastado la tierra. Noé entiende que Dios castigará a la humanidad haciéndola desaparecer. El hecho del diluvio confirma lo que ha podido ser solo un delirio del patriarca. Las fuerzas del mal resisten. Las fuerzas del bien cooperan con Noé.  Las fuerzas del mal quieren seguir predominando con violencia. Las fuerzas de bien resisten a la violencia con violencia. El cuadro épico general es apocalíptico. Y cuando todo parece decidirse  mediante el castigo de Dios a la humanidad –la cual ha debido ser destruida y extinguida-, Dios, pero a través del juego de las libertades humanas, apuesta por la vida, por un nuevo comienzo, por la descendencia de Noé.

La vida prevalece. La vida, insinuada de diversas maneras como un brote germinal inmarcesible, termina predominando porque el amor es imbatible; porque el amor de Dios por la humanidad es más fuerte que su ira contra su desobediencia. Dios que puede destruirlo todo, en Noé, “es vencido” por su propio amor a su creación. En Dios la piedad es más grande. Pero todo pasa por Noé. Pues el Dios de la película es mudo. No interfiere. Deja hacer. Late, pero respeta el quehacer histórico  de las personas. Deja que la brutalidad, en su expresión bíblica característica, lleve las cosas al límite: el pecado mata; el desastre y la muerte pueden perfectamente ser interpretados como castigo de un Dios al cual no le da lo mismo el bien o el mal. Pero Dios derrota al heraldo de su venganza. La vida inerme de las mellizas que continuarán la descendencia del patriarca, le estremece.

Noé no puede acabar con ellas. El amor rompe su coraza mental de fanático religioso y le obliga a tomar una decisión. En el momento crucial Dios no se impone. Lo deja todo en manos de quien, en el instante de la prueba, debe discernir y discierne bien, pues entiende que Dios no puede negarse a sí mismo. La violencia y el fracaso de la humanidad jamás tendrán la última palabra. Dios vence con Noè, cuenta con él. Pero Dios vence sobre Noé: en el corazón del patriarca palpita la intención más honda del Creador.

Gran película. Esto sin contar la enorme ternura de varios personajes y otros numerosos logros.

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