Alberto Hurtado hoy

Cuarenta y cinco años de su muerte. Sus contemporáneos poco lo escucharon. Hablaba claro, a veces golpeado. El Padre Hurtado nos diría hoy: “No tengo nada que decirles. Pregúntele a Cristo. O mejor, pregúntese cada uno qué haría Cristo en su lugar”. Nos diría: “Cada época tiene sus hombres, sus glorias y sus fallos; este tiempo les pertenece a Uds., no a mí”.

 Desde entonces nos han pasado tantas cosas. Si Chile hubiese sido un país justo no habría sobrevenido el desastre del marxismo y la crisis más honda de la nacionalidad: el quiebre de la hermandad y el despojo de todo honor. Alberto Hurtado lo previó, ¡gritó para que no sucediera! Nos hemos recuperado a tientas, por las buenas y las malas. ¿Aprendimos la lección?

 Hoy nos alegramos de tanto crecimiento, orden, disminución de la cesantía y de la pobreza. De la recuperación de la democracia. Pero la mala distribución de la riqueza, la desigualdad en las oportunidades, la injusticia y la explotación lisa y llana persisten. Si afinamos la mirada advertimos que se nos viene encima un mundo cada vez más complejo. Lo enfrentaremos dando puñetes a diestra y siniestra? ¿Haremos una pelea limpia o recurriremos a golpes bajos? ¿Nos aprovecharemos también nosotros de otros más débiles tal como nos trata el Amigo del Norte? Con Cristo podríamos preguntarnos qué queremos, adónde vamos, quiénes somos. Preocupa notar que la identidad se juega en el Mercado: nos identificamos unos a otros “comprando”. Curioso: mientras más luchamos por la comodidad la vida se nos hace más infeliz. ¿Pero no quiere Dios que seamos felices? ¿Qué pasa?

 Hay que volver a la inspiración cristiana original: si la pobreza impuesta por egoísmo es una maldición, la pobreza elegida por amor es una bendición. ¡Bienaventurados los pobres de espíritu como Jesús que escogieron ser pobres y compartir su destino! Nunca fue más feliz el Padre Hurtado que cuando trabajó de incógnito en una salitrera, a pleno sol, blandiendo un combo de 15 kilos hasta poner en peligro su vida. Tenía  ya más de 50 años. Pero hoy, ¿quién quiere ser pobre? En cambio, los padres corrompen a sus hijos complaciéndoles todos sus caprichos; la delincuencia aumenta estimulada por las expectativas de consumo que la publicidad aventa sin tregua;  los empresarios y el Estado se hacen favores clandestinos. ¿Y los curas obreros qué se hicieron? ¡Nos faltan más que nunca!

 Nadie se ofenda. Sólo quiero avivar la memoria de uno de los “padres de la patria” porque en el ambiente hay una sensación de orfandad atroz. De orfandad combinada con la sospecha del peor oportunismo: nunca antes hemos estado más cerca de superar la miseria, pero como pocas veces nos ronda la tentación de hacer un “pacto con el diablo”. ¿Qué impresión se habrá llevado el Premio Nóbel de la Paz, insigne defensor de la independencia de Timor, al no ser recibido por autoridades que prefieren proteger los intereses comerciales con Indonesia? Si ofendo al Gobierno lo hago para que no claudique de su inspiración ética.

 Que el Padre Hurtado nos recuerde las advertencias de Jesús: “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará a otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero”. Palabras fundamentales que por cierto requieren una interpretación, pero jamás una negociación. Que el “patroncito” nos fustigue a querer e imaginar un país mejor compartido. Que nos ayude siquiera a hacernos las preguntas difíciles que una época superficial como ésta elude por principio.

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