Pilar solidario de carne y hueso

Escribo acerca de otro pilar solidario. No hablo de las pensiones. Hablo de personas. Tengo en mente gente que está en una edad en que toca hacerse cargo de los de arriba, de los de abajo, además de los que nos asaltan por los cuatro costados.

Pensemos en los padres y madres entre los cuarenta y los sesenta. En estos tiempos tremendos, ellos tienen que trabajar, cuidar la pega e ir tras los bonos. Deben, también, convencer a los niños que no pueden salir a la calle y, como si fuera poco, ayudarles a hacer las tareas en plataformas que no conocen. Es la mamá llenando el permiso de la Comisaría virtual porque tiene que llevar a un niño al hospital. El papá, preocupado de su madre encerrada en el hogar de ancianos. Hablo de quienes cargan con los enfermos del covid, cuando también ellos pueden contagiarse.

De ellos dependen otros, pero están muy cansados. El peso es excesivo y, para remate, han de lidiar con ellos mismos, con su propio carácter. Están cabreados. ¿Qué pueden hacer? Soñar con que vienen tiempos mejores. Sí, pero esto no basta.

En estos momentos al pilar solidario, a este de carne y hueso, no le queda más que aguantar. Es la hora del sacrificio máximo. Por lo mismo, esta gente no puede pasársela refunfuñando, echándole la culpa al gobierno, al clima o a cualquiera. Darían un mal ejemplo a sus críos. Al contrario, han de extraer del alma las gotas de alegría que les puedan quedar. Los hijos e hijas están al aguaite.

¿De dónde sacar fuerzas? Del instinto, obvio. Somos animales. El instinto de vida es poderoso, sirve invocarlo. El newen, la fuerza de que fuimos dotados por la naturaleza nos empodera y puede cosas increíbles.

Los otros también son una fuerza fundamental. Es difícil imaginar que podremos salir adelante solos. Necesitamos a los compadres, a las vecinas, a la comunidad parroquial, a los amigos de la barra brava, mientras más brava mejor.

Por último, la mayor de las fuerzas podremos sacarla del día de nuestro funeral. Desde la eternidad podremos contemplar cómo los demás hablan bien de nosotros, lo cual nos importará un rábano. Pues ese día recordaremos que nada fue más importante que el amor callado con que cumplimos con nuestro deber. Nadie hablará mal de nosotros, esto es seguro. Se dirá que nos gustaban las guatitas a la jardinera, que nunca hablamos mal de nadie, que nos enfurecía que nos sacaran los choros del canasto. Ojalá se nos recuerde con amor y humor. Sonreiremos.

Pero la verdadera alegría, esa que ese día nos hará reírnos de los llorones y lloronas que nos mirarán en el ataúd, consistirá en observar que ninguno de nuestros familiares y amigos sabrá nunca que, cuando parecíamos un pilar de cemento, éramos en realidad una caña hueca siempre a punto de quebrase. Desde este lado de la historia pareceremos muertos. Desde el otro, seguiremos insuflando esperanza a los que no dan más.

No sé si me explico. Hay sacrificios en silencio que hoy pueden tener una fuerza ilimitada, trascendente. ¿Me explico?

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