Un papa de América Latina

La elección Jorge Mario Bergoglio tiene un altísimo significado simbólico. Es latinoamericano y ha escogido el nombre de Francisco. ¿Hacia dónde llevará a la Iglesia? Puedo equivocarme en el pronóstico. Levanto una hipótesis. El nuevo Papa tal vez no quiera lo que yo quiero; y, si lo quisiera, puede ser que no lo logre. Independiente de esto y aquello, el elegido es representante del Tercer Mundo, si aún podemos hablar en estos términos, y, tendencialmente, de una Iglesia policéntrica.

 Bergoglio ha querido llamarse Francisco. Este nombre retumba en la Iglesia. Se estremece la pompa, el oro y el oropel. ¿Augura una liturgia más cercana y menos cortesana? Francisco de Asís, con su sola pobreza, impactó eficazmente en la Iglesia de su tiempo. Al aparecer al balcón, el nuevo papa hizo gestos nítidos de humildad. Vestidura blanca, petición de bendición a los fieles…

 Por otra parte, Francisco es jesuita. El sabe que San Ignacio quiso parecerse a San Francisco y en cuanto a la pobreza el primer jesuita llegó a ser extremo. Como jesuita del postconcilio, además, ha asimilado la definición de la misión de la Compañía de Jesús en términos de “Servicio de la fe y promoción de la justicia”. El voto de pobreza de los jesuitas, a partir de la Congregación General XXXII (1975), amplió su significado, involucrando a los jesuitas en todas las luchas sociales contemporáneas a favor de los pobres y los movimientos de reconocimiento de los excluidos.

 El nuevo Papa es, en fin, latinoamericano. Un argentino que conoce la miseria de los barrios de  Buenos Aires y del resto del continente. Es un obispo de América Latina que ha participado en la formulación de la “opción preferencial por los pobres”, la convicción mística colectiva y teológica que ha pasado a distinguir nuestro catolicismo. El fue redactor del documento de Aparecida (2007) en el que nuevamente se confirmó esta opción. El sabe, por lo mismo, que Roma alteró el texto final, justamente en los temas sociales. En suma, Francisco es un Papa para el Tercer Mundo. De su elección deben alegrarse no solo los católicos, sino los pobres del mundo entero.

 Además de simbolizar al Tercer Mundo, Francisco representa un giro extraordinario hacia fuera de Europa. Todos los papas han sido europeos u oriundos de la cuenca del Mediterráneo. Occidentales. Bergoglio también es occidental, pero con él se abre la posibilidad de cristianismos africanos, asiáticos, etc. El asunto es que la Iglesia Católica experimenta la tensión mayor de un pluralismo geográfico y cultural. Lo decía Karl Rahner a propósito de los que se dejó ver en el Vaticano II. Por primera vez, sostenía Rahner, la Iglesia se constituyó al más alto nivel y en términos de enseñanza de la fe, con representantes de todos los lugares de la tierra. Lo que está en juego con un Papa de América Latina, además de una retorno a la pobreza evangélica, es la posibilidad del despliegue de una Iglesia policéntrica.

 Esto no es del todo nuevo. En la Antigüedad hubo cinco patriarcados: Roma (Occidente), Constantinopla, Antioquía, Jerusalén y Alejandría (cuyo patriarca también era llamado papa). Entre ellos, el papa de Roma velaba especialmente por la unidad y la comunión entre las iglesias, para lo cual muchas veces tuvo que zanjar cuestiones teológicas. En la actualidad, el pluralismo que se insinúa es mucho mayor. Hace rato que Roma hace enormes esfuerzos por contener a los católicos en la unidad. No ha habido cismas, salvo el de Lefebvre. Insignificante. Pero sí ha habido «cisma blanco»:  el descuelgue masivo de católicos que no comparten ya la cultura en la cual la Iglesia continúa operando, tanto en el plano del mando como de la doctrina; una generación completa de jóvenes perplejos con una enseñanza sexual que no comprenden; y con los abusos sexuales del clero.

 Lo que despunta, y que no sabemos por cuanto más Roma puede impedir, es el surgimiento de un catolicismo de iglesias regionales y locales culturalmente distintas. Por tanto, con propios modos de elegir a sus autoridades y con formulaciones originales de los contenidos de fe del Evangelio. ¿Llevará Francisco la Iglesia a un policentrismo? No lo sabemos, pero lo representa. ¿Volveremos a los antiguos patriarcados o algo equivalente? Es muy probable que si no se avance en esta dirección la Iglesia dejará de ser “católica”, esto es, “universal”, para quedar reducida a un grupo pequeño de fieles refractarios de la cultura moderna e inmunes a inculturaciones plurales del Evangelio.

 Un último asunto –siempre en términos hipotéticos- es qué teología pudiera sostener un despliegue policéntrico de la Iglesia y un compromiso de esta Iglesia con los pueblos víctimas de la globalización del Mercado y de todo tipo de esclavitudes. El Papa Francisco representa una ruptura. Se nos dice que es conservador. Pero ha quedado puesto en un lugar en que no puede serlo. Por una parte necesitará el aporte de las teologías de la liberación y, por otra, de las teologías inculturacionistas y contextuales. Sin estas, difícilmente el nuevo Papa podrá emprender los cambios que él mismo simboliza.

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