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Futuro de la Teología de la liberación

La Teología de la liberación ha sido más que una teología, ciertamente. ¿Qué teología tiene mártires?

La Teología de la liberación ha sido la expresión más genuina de la recepción del Vaticano II en América Latina. El Concilio en el continente dio lugar a una Iglesia nueva, una iglesia ungida por el Espíritu, capaz de celebrar y de pensar como solo pueden hacerlo comunidades libres y adultas.

Esto, creo yo, es lo que reconoce el Papa con decir: “La teología de la liberación fue una cosa positiva en América Latina”. ¿Lo sigue siendo? ¿O simplemente se agotó?

No tengo dudas de que, desde un punto de vista metodológico, la Teología de la liberación está vigente. Habría que sospechar, en cambio, de teologías no liberadoras. Si no liberan, ¿en qué están? Pero no puede negarse que la Teología de la liberación, en cuanto movimiento, en cuanto un modo de ser iglesia, está en crisis.

Observo el tema desde una esquina del continente: Chile. Mi visión es parcial. ¿Qué veo? Un nuevo clero combatió la eclesiología del Pueblo de Dios. Llegó el obispo y dijo: “es mejor un mal cura que una buena monja”. Sacó a la monja y el cura acabó con la participación comunitaria. La religiosa voló. Nunca más se supo de ella. Comunidades llenas de vida, gentes que aprendieron a leer con la Biblia en las manos, catequesis familiares, cocinas, platos, recolección de fondos, refugio contra la dictadura, amparo a las víctimas de las violaciones a los derechos humanos, canastas de solidaridad, teatro, visitas a los enfermos, responsos a los difuntos realizados por los mismos laicos, iniciativas con discapacitados, liturgias guiadas por mujeres, drogadictos, ancianos, personas enfermas alcohólicas, esto y mucho más fue ignorado, considerado talvez profano, eliminado o dejado simplemente caer.

Debe reconocerse, sí, que las crisis de las comunidades -y de una teología que si no arraiga en ellas no tiene razón de ser-, no ha dependido solo de sacerdotes y obispos del postconcilio revisionista. El cambio cultural en curso es impresionante. El mercado convierte las personas en individuos solitarios, inermes; arma y desarma redes precarias de clientes. Todas las formas de asociatividad experimentan mutaciones radicales. Surgen nuevas. Las antiguas mueren, languidecen y, en algunos casos, logran transformaciones positivas. La religiosidad se encuentra a la mano en un gran mercado, en el que incluso el cristianismo se ofrece en productos y a precios con los que el mismo catolicismo no puede competir.

La situación es tan grave que, no por un asunto de mejor o peor teología, el futuro de la Iglesia en América Latina está comprometido. Se dirá que aún la religiosidad popular es vigorosa. Cierto, pero en la perspectiva del Evangelio, esta es más cristiana mientras más fraternal y solidaria. Y es esto exactamente lo que está fracasando. ¿Habrá a futuro comunidades cristianas que celebren su fe y compartan el pan con los necesitados? ¿Quién correrá riesgos por amor al próximo? ¿Los devotos de las pulseras milagrosas? A mi juicio las comunidades son esenciales. Si faltan, el resto importa menos, poco o nada.

Con todo, aun en el caso que solo queden cristianos solitarios, sin comunidades, creyentes zombies, utópicos del reino de los cielos, ellos pueden librar una batalla en esta guerra, aunque sea como francotiradores; que también Jesús, al final, siguió solo. Lo abandonó la comunidad. Podrán solo resistir, porque las razones para vencer, en esta tierra, son casi nulas. Todavía podrán identificarse con la Teología de la liberación quienes militen contra el atropello de la dignidad humana. El capital se concentra a un grado espeluznante, la necesidad de tener un trabajo compromete más que nunca el honor de las personas, el planeta se incendia y puede fracasar por la razón menos pensada. Quienes todavía crean que el cristianismo es un motivo de esperanza, encontrarán en la Teología de la liberación vínculos solidarios con todos los credos, filosofías, modos de humanidad y agrupaciones sensibles a la suerte de los descartados. Nuevas alianzas aún son posibles. Lo fueron en el pasado. Serán indispensables a futuro.

Tal vez la Teología de la liberación todavía radica en la Iglesia. Si no, esperamos que así sea.

Vigencia de la teología de la liberación

“La teología de la liberación fue una cosa positiva en América Latina”, afirma el Papa. Responde así a la pregunta del periodista de El País dada en una larga entrevista recién este domingo. La frase ha debido estremecer a los sectores católicos conservadores iberoamericanos. Dirán que esta es la prueba que faltaba para confirmar que Francisco es comunista. Pero el mismo Papa aclara que la que fue condenada fue la versión de la teología de la liberación que utilizó el marxismo como método de análisis de la realidad. En otras palabras, que no toda la teología de la liberación ha sido marxista. Pero, ¿cuál no lo ha sido?

Si hubo una teología de la liberación marxista, terminado el marxismo, ha perdido toda relevancia. Si hubo una teología de la liberación que no fue marxista, ¿qué queda de ella? El periodista y Francisco dan por acabas ambas. “Fue cosa positiva”, afirma el Papa.

¿“Fue”? ¿Es? ¿Ha quedado algo de ella?

Si la teología de la liberación terminó, felices estarán los sectores católicos responsables en gran medida de la miseria latinoamericana de los años sesenta y de la irreductible desigualdad del tercer milenio. El fracaso de esta teología ha podido satisfacer, además, a obispos como López-Trujillo, Medina y Sodano, entre otros, sus enemigos jurados. Pero la “Iglesia de los pobres” de América Latina habrá perdido su lanza intelectual. Quedará en pie, eso sí, la versión eclesiástica de la Iglesia, la versión que no calienta a nadie.

Sostengo, por mi parte, que la teología de la liberación no ha muerto y, por ende, la Iglesia latinoamericana sí tiene futuro.

Distingo dos aspectos metodológicos de esta teología que difícilmente pueden ser cuestionados. Esta teología postula que el “lugar hermenéutico” para reflexionar sobre la fe en Jesucristo incide decisivamente en la manera de comprenderla y de vivirla. No es lo mismo el “dónde”. No puede ser igual la teología de los africanos, de los asiáticos, de los brasileros o de los centroamericanos. Las iglesias se localizan en la historia y culturas determinadas. Ninguna, ni siquiera la iglesia de Roma, tampoco el Papa, puede decir, bajo todos los respectos y en todas las situaciones, “tengo la única interpretación” del Evangelio. Pero hay otro asunto metodológico –discutido entre los autores- mucho más relevante. Este consiste en postular que aquel “lugar hermenéutico” puede ser también un “lugar teológico”. A saber, que Dios puede “hablar” en los acontecimientos históricos que atañen a una iglesia en particular. No es lo mismo que la revelación contenida en las Escrituras ilumine la realidad actual de una iglesia determinada a que Dios “diga” algo a ella en el presente. La teología de la liberación sostiene que Dios hoy repudia la violencia de las maras y el femicidio, dos signos de los tiempos tremendos del continente. En Chile podría decir “acojan a los inmigrantes”.

Pues, además del método –que siempre debe ser revisado-, mientras haya esclavitudes y dependencias de unos seres humanos por otros o de sistemas impersonales de opresión, como el neoliberismo y la robotización que está acelerando la exclusión de las personas, la teología de la liberación será indispensable. Esta teología acude a socorrer a las víctimas de un “pecado social”. Mientras este siga destruyendo al ser humano, los teólogos de la liberación tendrán trabajo.

El cristianismo en América Latina está en juego. El catolicismo, en particular, hace agua. En Chile los católicos disminuyen un punto porcentual cada año. ¿Podría la teología de la liberación frenar estas tendencias? Este no es el asunto. Lo único central es el Evangelio. Esta es la apuesta de la única teología auténticamente latinoamericana.

Es más, si lo propio de los adultos es pensar con autonomía, una Iglesia latinoamericana dependiente intelectualmente de Roma es una iglesia infantil. Si sigue operando con teología europea, no tiene futuro. La falta de reflexión sobre la experiencia situada personal y colectivamente de Dios no debe considerarse una posibilidad. Es una condición sin la cual se atenta contra el credo de la misma Iglesia, el cual exige articular fe y razón.

¿Cómo se ve el futuro? Sin teología de la liberación, muy oscuro. Si esta no es enseñada en las facultades y los seminarios latinoamericanos, si en estos no hay autonomía y libertad para pensar, si los seminaristas continúan siendo formados para servir las necesidades misioneras de la Iglesia europea, ¿qué se puede esperar?

Celebro la postura de Francisco. Ojalá no me equivoque con mi propia opinión.

La teología «en veremos»

aaa-guayaLa teología tiene una tarea pendiente. Una tarea, por cierto, enorme. Tal vez desde los inicios del cristianismo la Iglesia no experimentaba una necesidad tan grande de pensarse teológicamente en su mundo respectivo.

¿Le está ayudando la teología a la Iglesia en esta nueva época? Independientemente de los sectores eclesiásticos que ven en cualquier intento por “dar razón” del cristianismo una amenaza casi personal, creo que la teología mejor es muchas veces la peor. Me explico: mucha teología solo incrementa los anaqueles de las bibliotecas. Es teología de teología, es teología sobre la teología que un tal hizo sobre otro que alguna vez dijo esto o aquello; pero, de tanto irse por el “lomo del queso”, nunca es teología de la realidad. Y es esta, estoy convencido, la teología que la Iglesia necesita antes que de la otra (que también necesita, por cierto).

El caso es que la distancia de la Iglesia con la cultura –la cultura predominante y las diversas culturas-, es creciente. La actual configuración histórica y cultural de la Iglesia no soporta tantos y tan acelerados cambios. Este fue ya el diagnóstico del Vaticano II hace 50 años. Hoy la tensión es mucho mayor. La Iglesia cruje, la relación entre la institución eclesiástica y el Pueblo de Dios en general chirría. El foso entre “lo oficial” y el común de los bautizados (incluidos sacerdotes y obispos) es tan grande que no se sabe exactamente quién tiene real autoridad para orientar a los demás. La investidura, es clara quien la tiene. La autoridad, para nada.

Una cosa sabemos: mientras la caridad sea lo primero, siempre navegaremos en la dirección correcta. El Papa Francisco ha enderezado el timón y la nave recupera el rumbo. Pero la caridad cristiana acierta verdaderamente cuando exige y depende de una articulación de la fe y la razón. Una caridad pueril y piadosa nunca debe ser despreciada, pero tampoco mistificada. La caridad que hoy necesitamos requiere ser excogitada en todos los planos de la vida humana, y a nivel político y planetario, para lo cual se necesita una teología que salga del despacho universitario, que se libere de los estándares de rendimientos científicos, una que tenga el coraje que tiene el mismo Papa para ensayar y equivocarse. Porque esta teología, la que está pendiente, tiene que ser teología que se confronte con hipótesis e interpretaciones de una realidad cada vez más difícil de comprender; que se sitúe históricamente y piense su quehacer en una cultura en transformación variopinta, disparatada muchas veces, e incesante. Lo que se requiere es una conversión teológica en 180 grados. La teología se ha ocupado de la revelación de Dios en el pasado; la que se necesita ahora debiera concentrarse en el habla de Cristo en el presente. Sin una teología de este tipo, la propuesta evangelizadora está naufragando.

Tomemos dos ejemplos actuales y felices. En estos casos ha habido un trabajo teológico serio por hacerse cargo de los desafíos culturales actuales. He aquí un Papa que, gracias a una teología que ha procurado responder a la época, escruta los acontecimientos y descubre en ellos algo que no está en las Escrituras aunque sin estas no tendría como descubrir. Francisco Papa ha querido hacerse cargo de la posibilidad de que Dios enseñe algo nuevo en las transformaciones culturales de la sexualidad y en la reacción mundial ante la crisis socio-ambiental que tiene a la Tierra al borde del abismo. Con Laudato si’ la Iglesia responde con el Evangelio al desafío número uno del género humano: una humanidad liberada de su pertenencia al cosmos, no haya su razón trascendente de ser y acabará ella, y el resto de los vivientes, en el mejor de los casos, en un gran basurero. Con Amoris laetitia, en cambio, tenemos la respuesta que la Iglesia da a su propio fracaso en la evangelización de la sexualidad, del matrimonio y de la familia. Debe celebrarse el paso adelante, aunque sea insuficiente. La pluralidad cultural a la cual la Iglesia quiere responder con el Evangelio es tan grande, que la enseñanza que puede ayudar en un lugar, puede hacer ruido en otro. Esto, sin considerar la resistencia de algunos pastores desalmados que siempre procuran hacer valer la doctrina a rompe y rasga.

La Iglesia no tiene solución para cada problema humano que se plantee. Las Escrituras y la tradición no pueden seguir siendo interpretadas de un modo fundamentalista. La autoridad teológica reside en esta fuentes, pero, ¿no es necesario reconocer en los acontecimientos históricos un habla de Dios actual que ha de ser oído y obedecido? ¿No tendríamos, por ejemplo, que actualizar los textos litúrgicos con un lenguaje de género que por fin reconozca la dignidad teológica de la mujer? Si la teología hoy no ayuda a la jerarquía eclesiástica a ubicar a la mujer en el lugar evangélico que merece, si no se hace cargo del más importante signo de los tiempos del siglo XX, no es teología. Otra cosa será. Pero no algo inofensivo.

Esta es, en suma, la apuesta de la teología latinoamericana de la liberación, aunque no siempre lo haya expresado con claridad. Lo ha hecho a borbotones y a pesar de varias zancadillas. Estas, sin embargo, indican que su apuesta es la correcta.

¿Qué ocurriría si todos los tratados y manuales de enseñanza de la teología fueran hechos pasar por la criba de la experiencia espiritual de los cristianos y el discernimiento de los signos de los tiempos? ¿Y si también la pasión y la lucha de los pobres fuera considerada…? No me consta que se haya intentado tanto, pero no debiera ser otro el gran programa teológico del futuro. Mientras los agentes pastorales y las autoridades eclesiásticas en particular, continúen siendo formados con una “teología de teología”, es decir, con una que ni siquiera mediatamente se confronta con el hombre y mujer reales, el divorcio de la Iglesia con su época, que se replica dramáticamente dentro de ella misma -entre los clérigos y los laicos, y adentro de cada bautizado-, se acrecentará en vez de estrecharse.

La teología está “en veremos”. La Iglesia también.

La teología universitaria

Coloquio (Rosas Casale Di GirolamoLa cuestión de fondo que enfrenta la teología hoy, y que repercute en las universidades católicas, es un cambio de paradigma de enormes proporciones. La teología, para seguir siendo católica, ha debido transformarse en una reflexión sobre un cristianismo que no cesa de desarrollarse. Pero, se dirá, ¿no ha debido ser siempre así? Sí, pero este es un descubrimiento teórico del siglo XX.

Hasta el siglo XX la teología procuró ser reflexión de la revelación de Dios ocurrida en Cristo, en Palestina y en el judaísmo que precedió a Jesús, reflexión que prosperó en un mundo cultural más o menos homogéneo, la cuenca del Mediterráneo y los países europeos. Esta teología, que quiso responder a este contexto histórico y cultural, no tuvo cómo ser consciente de sus límites. No era posible concebir una teología verdaderamente distinta de la que en ese entonces se hacía, aun cuando en la tradición eclesial sí tuvo lucidez para no confundir la teología con Dios mismo. El concilio IV de Letrán, por ejemplo, sostiene que “no puede afirmarse tanta semejanza entre el Creador y la criatura, sin que haya que afirmarse mayor desemejanza”. La teología siempre ha tenido conciencia que sus afirmaciones sobre Dios son precarias.

En el siglo XX la teología, a diferencia de épocas anteriores, fue reconociendo la historicidad del ser humano y la necesidad de responder a los desafíos pastorales de contextos culturales plurales. Hoy, cuando la Iglesia prospera con nuevas fuerzas en Asia, África y otros lugares no tradicionales, y decae en Europa y el Primer mundo, ella se ha visto forzada a integrar nuevos temas y a innovar en sus formas de razonar.

La teología ha debido realizar un cambio inmenso porque, además, su reflexión no ha podido centrarse solo en lo revelado en el pasado ni tampoco en contenidos meramente teóricos. Lo decisivo hoy es comprender, a la luz de una tradición milenaria, la vida misma de los contemporáneos. Desde el punto de vista de la vida de las personas, más importante es entender lo que Dios les dice en el presente, en la actualidad, que lo que ha podido decir a otros en el pasado. Esto ha llegado a ser decisivo para la Iglesia. Así lo entienden las teologías más consistentes tanto católicas como protestantes. Por de pronto, si los agentes pastorales (de obispos a catequistas, pasando por los sacerdotes) no tienen en cuenta los esfuerzos de la teología por llegar con el Evangelio a los contemporáneos, seguirán tratando inútilmente de enseñar lo que nadie quiere aprender: formulaciones doctrinales que pudieron servir en otras épocas, pero que en la actualidad, en los nuevos contextos, se han vuelto incomprensibles. Porque una cosa es el contenido de la fe (que no puede cambiar) y otra la forma de comunicarlo (que debe cambiar).

La teología actual ha descubierto que si no considera que Dios actúa y habla en el presente, está condenada al enclaustramiento académico. Al enciclopedismo. A la erudición intrascendente. Esta situación le impedirá el diálogo con las disciplinas científicas sin la cual la teología no puede cumplir su obligación de mediar fe y razón, fe y cultura, fe y justicia.

Este es el desafío y el drama de la teología universitaria. Si ella no se ejerce en un registro radicalmente histórico, si no reconoce que la verdad eterna solo se la alcanza cuando se la busca en la temporalidad y en un diálogo humano que no puede excluir a nadie, no habrá interdisciplinariedad alguna en las universidades católicas. La religiosidad de las personas en estas universidades complementa y puede animar el trabajo científico, pero jamás suplirlo. Cuando la religiosidad de los universitarios constituye el factor determinante de la catolicidad de la universidad, se generan patologías de varios tipos, comenzando por la vigilancia de los académicos.

Es más, la teología del siglo XX, porque tuvo que asumir a fondo la historicidad del ser humano, debió mirarse ella misma desde el futuro y confesar, en consecuencia, su índole provisional. Aquello que ella debe pensar tiene un pasado, un presente y un futuro. Es decir, que la verdad a la que aspira también está aún por realizarse. En consecuencia, la formulación de todas las conclusiones tradicionales han de ser siempre reconsideradas, enriquecidas y renovadas para transmitir el Evangelio del amor –que nunca cambiará- a las futuras generaciones.

La Iglesia necesita una teología universitaria. Pero no cualquiera. Es teología universitaria una que reconoce ante las otras disciplinas la historicidad de la ciencia y la suya propia. Es universitaria, bajo otro respecto, una teología que asume una orientación pastoral: una que tiene en cuenta los esfuerzos, fracasos y perplejidades de personas concretas que crecen y disminuyen, que se recuperan y avanzan hacia el Dios que las atrae por caminos que nadie puede saber por anticipado.

Actualidad y futuro de la Teología de la liberación

¿Fue contrario Jorge Mario Bergoglio años atrás a la Teología de la liberación? Probablemente en más de un punto. ¿Es hoy el Papa Francisco un opositor a esta teología? No da la impresión.

 Consta, sí, que los simpatizantes de la Teología de la liberación están exultantes con él. Es cosa de ver las páginas electrónicas. Los sectores católicos liberacionistas se han identificado rápidamente con el nuevo Papa. El nombre de Francisco, la sencillez, los ataques contra la economía liberal, la ya famosa frase: “cuánto querría una Iglesia pobre y para los pobres…”, han sido señales inequívocas de un giro que el progresismo católico interpreta como un guiño favorable.

 ¿Qué importancia pudiera tener que el Papa llegue a reconocer valor a esta teología? ¿Y a los movimientos, congregaciones religiosas y comunidades de base que se han inspirado en ella, dándole a la vez suelo para su desarrollo?

 Juan Pablo II no la condenó, pero le hizo críticas arteras y mantuvo a raya a sus teólogos. El Cardenal Ratzinger, que ejerció este control desde el cargo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en el documento Instrucción sobre algunos aspectos de la “Teología de la liberación” (1984), desaprobó el uso acrítico de categorías marxistas: no distinguir entre materialismo histórico y materialismo dialéctico, y la lucha entre clases. Pero no puso en duda la opción por los pobres. Es más, en otro documento titulado Instrucción sobre la libertad cristiana y la liberación (1986) subrayó la raigambre bíblica de los planteamientos teológicos liberacionistas. Por cual no debe extrañar demasiado que el año pasado Ratzinger, convertido en Benedicto XVI,  haya nombrado a cargo de aquella Congregación a Gerhard Müller, un obispo alemán que en 2005 había escrito junto a su amigo Gustavo Gutiérrez un libro titulado Del lado de los pobres. Teología de la liberación. El mismo Ratzinger -se sabía- siempre había sentido simpatía por Gutiérrez, llamado el “padre” de esta teología. El nombramiento de Müller ha sido una señal de abuenamiento, por cierto poderosa, de un viraje que puede terminar siendo decisivo.

 No lo será, empero, si los simpatizantes de Gutiérrez, Boff, Segundo, Sobrino, Gebara, Támez, Andrade, Codina, Galilea, Trigo, Muñoz, Ellacuría y los otros muchos teólogos liberacionistas pretenden revitalizar tal cual la teología que motivó el compromiso cristiano de los años sesenta y setenta. Hoy el tema no es la reforma agraria, ni el imperialismo yankee, ni el marxismo, ni la guerrilla del Che o de Camilo Torres, ni los años grises de la dictadura de Pinochet.  Debe recordárselo, porque la tendencia a revivir esos tiempos es una tentación inútil y, para colmo de la torpeza, infiel al método de la misma Teología de la liberación.

 La Teología de la liberación tiene una actualidad extraordinaria. Nunca fue condenada. El mismo Juan Pablo II advirtió que ella, en algunos casos, era incluso “necesaria” (Brasil, 1986). Tampoco habría sido fácil hacerlo, pues fue el mismo Magisterio latinoamericano que formuló la “opción por los pobres”, núcleo de la convicción mística y teológica de esta teología. Su actualidad estriba en esta convicción y en su método. Los obispos del continente se aproximaron a la realidad en la clave del “ver, juzgar y actuar”. Ellos popularizaron este procedimiento metodológico. Ellos impulsaron a la Iglesia a reconocer la acción de Dios en la historia presente y a sumarse a ella.

 Debe reconocerse al Vaticano II la paternidad ulterior de este método. El documento Gaudium et spes quiso comprender los “signos de los tiempos”: “discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales (el Pueblo de Dios) participa juntamente con los contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios” (GS 11). Es decir, que en acontecimientos humanos especialmente significativos es posible reconocer la acción de Dios y reflexionar sobre ella. Esto ha exigido a la Iglesia no querer “enseñar” al mundo qué es lo que Dios quiere, sin “aprender” del mundo qué es lo que Dios quiere.

 En adelante la teología ha podido considerar que el contexto histórico no solo autoriza a interpretar la doctrina tradicional acomodándola, adaptándola, a nuevas circunstancias, sino que el contexto mismo tiene algo que decir sobre Dios y sobre su voluntad.  Dios que se reveló en la historia, en la historia continúa revelándose. La Iglesia no vino al mundo con un canasto de doctrina debajo del brazo. Ella fue amasando durante siglos su doctrina, la cual no ha sido sino interpretación de la Escritura como Palabra de un Dios que continúa hablando en el presente y que, porque seguirá haciéndolo en el futuro, obliga a considerar las formulaciones teológicas como provisorias.

 Así las cosas, la Iglesia hoy debe atender a la historia si quiere ser históricamente relevante. ¿Cómo hacerlo? Ella debe arraigar hondamente en la humanidad sufriente, sufrir con ella, esperar con ella, indagar sus necesidades de liberación y de dignificación. Debe, en suma, sintonizar con el Espíritu de Cristo que clama en los pobres; y por otra parte, debe recurrir al servicio de las ciencias sociales que le permitirán comprender mejor qué está sucediendo con las personas y las sociedades.

 Sabemos que Francisco Papa es un hombre conectado con el sufrimiento del mundo. Bien quiere la liberación de los diversos oprimidos de este mundo. Será muy importante, además, que tome en serio el aporte de las ciencias modernas. Sin estas, el discernimiento de la viabilidad de la liberación es hoy culturalmente imposible. Tomemos, a modo de ejemplo, el caso de la homosexualidad. La doctrina de la Iglesia ha podido variar en la medida que el conocimiento de esta realidad humana ha evolucionado. La psicología moderna en algún momento dejó de considerarla una perversión, pues descubrió que ella era una enfermedad. Sucesivamente dejó de considerarla una enfermedad, para afirmar que es una variante de la sexualidad humana. La Iglesia, en este campo, se está sirviendo de la psicología para mejorar su doctrina. Algo parecido hizo con la comprensión de fenómeno del suicidio.

 Hoy la Iglesia necesita que el Papa Francisco estimule y se sirva de la Teología de la liberación, entendida esta como una apertura reflexiva y crítica al actuar humano contemporáneo, especialmente a aquel de quienes padecen algún tipo de discriminación y exclusión. Si no lo hace, la humanidad continuará llevándole la delantera a la Iglesia en materias en las que la Iglesia ha presumido tener la razón. El mero desarrollo de las ciencias no ha elevado a la humanidad a su cota más alta. A veces la ha hundido en involuciones atroces y aterra pensar en las experimentaciones en curso. Pero la Iglesia solo puede tratar legítimamente de atajar los excesos de la modernidad o encauzarla si reconoce que, para anunciar que Cristo es una Buena Noticia, se hace necesario usar la razón –la ciencia y la técnica- para atinar con una fe en Dios auténticamente humanizadora.

 A la Teología de la liberación hoy, por una cuestión de método, se le abren nuevas posibilidades de interés. Ella, que se ocupa de la liberación, suele también dar suma importancia a la creatividad que amplía los horizontes de la vida. Los seres humanos combaten la opresión, la injusticia, las nuevas y viejas esclavitudes. Pero también crean y recrean mundos insospechados, innovan en la estética y en la moral. En las innumerables experimentaciones de la humanidad, Dios mismo puede estar dándose a reconocer como el Creador. Dios no se cansa ni se repite. La Teología de la liberación desde hace años valora las distintas culturas, e incluso las diferentes religiones, pues cree, por principio, que Dios acontece incesantemente en el mundo. Su aporte más característico en esta apertura suya a todo lo real, ha consistido en valorar la creatividad de los pobres. Para esta teología los pobres no solo han de ser objeto de caridad y de justicia. Ellos deben ser considerados sujetos que inventan un mundo nuevo con escasos materiales pero con la comprensión vital de un Evangelio que ha sido anunciado a ellos antes que a nadie. El aporte mayor de la Teología de la liberación, y de aquí su futuro, estriba en creer en la creatividad de los pobres.

 Esto explica que los simpatizantes de la Teología de la liberación aplaudan al Papa Francisco. Ven en él a alguien que apuesta por los pobres.

Centro Teológico Manuel Larraín

El Centro Teológico Manuel Larraín: http://www.youtube.com/watch?v=2jwG0AJZLCU

Congreso Continental de Teología (2012)

Congreso Continental de Teología (2012): http://www.youtube.com/watch?v=p3i9knGudnM

El dulce regreso de la Teología de la liberación

De la Teología de la liberación se ha dicho que murió; que se la eliminó; que hoy no tiene nada más que ofrecer; que es una herejía que la Iglesia condenó. Se dijo también que algún día regresaría porque su fondo era cristianismo puro

 Lo que nunca nadie imaginó fue que un “teólogo de la liberación” llegara al más alto puesto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la institución que vela por la ortodoxia en la Iglesia Católica. Benedicto XVI ha nombrado en el cargo –silla que él ocupó hasta antes de ser Papa- a Gerhard Ludwig Müller. ¿Cuestión de decadencia en la Iglesia, dirán algunos? ¿El Anti-Cristo…?

 No se puede decir que G. L. Müller sea un “teólogo de la liberación” tal cual los latinoamericanos. El es europeo y sus preocupaciones son también otras. Su experiencia pastoral y teológica en América Latina, sin embargo, le ha hecho amigo de Gustavo Gutiérrez, el “padre de la Teología de la liberación”, con quien es co-autor de la obra Del lado de los pobres. Teología de la liberación (Lima 2005), y de varios otros teólogos de nuestra región.

 Según Mons. Müller la Teología de la liberación es teología católica. Afirma: “En mi opinión, el movimiento eclesial y teológico que bajo el nombre de ‘teología de la liberación’ surgió en Latinoamérica luego del Concilio Vaticano II con repercusión en todo el mundo, debe contarse entre las más importantes corrientes de la teología católica del siglo XX”. Más adelante en el mismo libro: “la teología de la liberación no es una sociología decorada con religiosidad ni un tipo de socioteología. La teología de la liberación es teología en sentido estricto”.

 El nuevo Prefecto de la Congregación para la Fe habla en términos generales, lo cual equivale a decir que es “católico” que una teología intente formular la fe y que, en el intento, unos ensayos resulten mejores que otros. Así se entiende que el Cardenal Ratzinger en 1984 haya publicado un documento muy crítico hacia ella y, dos años después, en 1986, haya publicado otro documento en el que acoge sustancialmente su aporte. Así podría entenderse que después de haberse limitado drásticamente su desarrollo, ahora comience a vérselo con buenos ojos.

 ¿Qué está realmente en juego? Puesto que se reconoce a la Teología de la liberación como una teología que aporta a la comprensión cristiana de Dios, la Iglesia ha de sacar las consecuencias de su propia fe en el Dios de los pobres. A saber, teológicamente hablando, que este Dios exige a los cristianos “optar por los pobres”. Recientemente en Aparecida/ Brasil (2007), Benedicto XVI dio un martillazo sobre este mismo clavo. Aseguró que la “opción por los pobres” es inherente a la fe en Cristo. Dicho sub contrario, no se puede ser “cristiano” si no se toma partido por los pobres en contra de la pobreza.

 Además, la Teología de la liberación, como teología católica que es, urge a la Iglesia a convertirse en la “Iglesia de los pobres”. Esto no solo es legítimo afirmarlo. Ya lo decía Hurtado, por lo demás. Igualmente su amigo el obispo de Talca Manuel Larraín. La Teología de la liberación, con pleno derecho, pide a los católicos una conversión a la austeridad en favor de los empobrecidos. Caridad, lucha contra la injusticia, olfato solidario… Y, sobre todo, esta teología demanda a la Iglesia que mire el mundo con los ojos de los pobres, que en ella se considere su modo de sufrir, su capacidad de lucha y de espera. Esta es la Iglesia que brotó en los barrios populares –Esteban Gumucio, Enrique Alvear, Elena Chain y las anónimas monjas de población…-, una Iglesia alegre, libre, participativa, compasiva, con apertura a la totalidad de la vida humana y exigente sociopolíticamente hablando. Cristianos y cristianas con sentido común para interpretar en conciencia las exigencias doctrinales del cristianismo. En suma, comunidades y personas creativas que, en tiempos revueltos, van abriendo a otros caminos de amor y de justicia.

 ¿No consistirá el nombramiento de Mons. Müller en una especie de “vuelta de carnero” del Vaticano para enfrentar el desprestigio que lo agobia? Lo dudo. No veo por qué haya que pensar mal. ¿O fallaron los controles de rigor como ocurrió con el lefebvrista William Richardson, negacionista del Holocausto, a quien por un reconocido error se le levantó la excomunión? No puedo creer que el Papa haya ignorado la enorme simpatía que Müller muestra en sus obras por la Teología de la liberación (cf. Dogmática. Teoría y práctica de la teología, 1998) como para nombrarle en un cargo tan importante.

 No sé bien qué pensar. Talvez haya otros aspectos que desconozco y que, sumando/restando, hacían conveniente esta nominación. El hecho es que en estos momentos la Teología de la liberación navega con viento a favor.

La simpatía del nuevo prefecto por la Teología de América Latina

He revisado la obra más conocida de Gerhard L. Müller, el nuevo Prefecto de la Congregación para la Fe, y nuevamente me sorprende su concepto tan positivo de la Teología de la liberación. Tal vez los teólogos latinoamericanos querrían que se destacaran otros aspectos. Pero sin duda admitirán la descripción que Müller hace de ella y celebrarán la enorme simpatía que le despierta.

Cito a G.L. Müller:

La teología de la liberación latinoamericana ha desarrollado una forma específicamente moderna de la soteriología. Se fundamenta en el hecho de que Dios ha creado a los hombres a su imagen y semejanza y de que su Hijo ha sido entregado a la muerte en favor de los hombres para que se pueda experimentar a Dios como salvación y como vida en todas Las dimensiones de la vida humana. La teo­logía de la liberación critica todos los dualismos y destaca que Dios no espera al hombre más allá del cosmos ni se encuentra con él en una interioridad desliga­da de las realidades exteriores. Es, por el contrario, el Dios que ha creado al mun­do y al hombre en su modo de realización espiritual-material. Se acerca al hom­bre en la unidad de la creación, de la historia y de la consumación esperada. En la soteriología se refleja la participación activa, cambiante y práctica, en las acti­vidades liberadoras globales abiertas por Dios. La soteriología es, pues, también, y a la vez, soteriopraxis. El creyente participa, comprendiendo y actuando, en el proceso de cambio de la historia que Dios ha abierto en la actividad salvífica de Jesús.

 La teología se desarrolla a través de un triple paso metodológico: en primer lugar, en la fe participa activamente el cristiano en la praxis divina de la libera­ción del hombre para salvaguardar su dignidad y su salvación; en el segundo paso, llega, a la luz del evangelio, a una reflexión crítica y racional de la praxis; y, final­mente, en el tercer paso, acomete la modificación críticamente meditada de la rea­lidad empírica. Cambia la realidad experimental para orientarla en dirección a una liberación del hombre que le lleve hasta su propia libertad. Ésta sería, en efecto, la meta del reino de Dios en tierra. De aquí se sigue una opción en favor de Los pobres y de todas aquellas personas a quienes les ha sido arrebatada su dignidad humana. La actividad liberadora de Dios se propone, según esta teología, convertir al hom­bre en sujeto. El hombre no sería mero receptor pasivo de la liberación. Su digni­dad personal consiste en haber sido llamado a colaborar en el proceso divino de la liberación. La Iglesia en su conjunto debe convertirse en portadora, señal e ins­trumento de un proceso universal de liberación que incluye a la humanidad ente­ra. Este proceso tiene en la acción liberadora de Dios en Jesucristo su primer ori­gen y su referencia definitiva.

 Se interpretan como liberación las acciones salvíficas de Dios, tal como están testificadas, por ejemplo, en la experiencia del éxodo. Estas acciones liberadoras habrían alcanzado su punto culminante en la historia en el acto de la liberación de Cristo. Jesús habría muerto en la cruz para manifestar el amor de Dios libera­dor y transformador del mundo frente a la resistencia de los pecadores. A través de la muerte en cruz de Jesús, Dios ha cualificado al mundo como el campo en el que debe implantarse e imponerse la nueva creación. Por tanto, esta cruz sería la revelación escatológica de la opción de Dios por Los pobres. Dios se compromete­ría en favor de los oprimidos, para llevarlos a la libertad y para permitirles parti­cipar en el proceso de implantación de la salvación prometida a todos los hombres. En la resurrección de Jesús habría demostrado Dios qué es, propiamente hablando, la vida y cómo puede trasladarse la libertad a las situaciones existenciales reales y concretas mediante un poder-estar-ahí por y para los otros. Dios se mostraría así como el Padre de todos los hombres, como su hermano en Cristo y como su amigo en el Espíritu Santo.

 Es perfectamente legítimo entender la teología de la liberación como la trasla­ción, adecuada a una época, de la soteriología al horizonte de la historia de la liber­tad contemporánea. Empalma estrechamente con la nueva definición de la Igle­sia -de base cristológica y soteriológica- como sacramento de la salvación del mundo y como señal e instrumento del reino de Dios, formulada por el concilio Vaticano en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium y en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes (cf. LG 1; GS 1, 10,22 et passim).

 Cita de Gerhard Ludwig Müller, Dogmática. Teoría y práctica de la teología, Herder, Barcelona, 1998, 383-384.

El lento triunfo de la Teología de la liberación

La Teología de la liberación, como asegura G. L. Müller, es teología católica. El nuevo Prefecto de la Congregación para la Fe habla en términos generales, lo cual equivale a decir que es “católico” que una teología intente formular la fe y que, en el intento, unos ensayos resulten mejores que otros. Así se entiende que el Card. Ratzinger en 1984 haya publicado un documento muy crítico hacia ella (al menos a lo que él entendió por ella) y, acto seguido, haya publicado otro documento en el que acoge sustancialmente su aporte (1986). Este ir y venir en el pensamiento de la fe constituye a la teología cristiana en cuanto tal, y no debiera nunca dejar de ser característica suya. Por lo cual no se entiende el maltrato que han recibido los teólogos latinoamericanos del post-concilio. Pero este es ya otro tema.

Por ahora cabe destacar que es teología católica y, en consecuencia, un aporte a la teología de la Iglesia católica:

1)      Debe celebrarse, por tanto, que Dios opta por los pobres, y que esta opción debe traducirse en una opción preferencial de la Iglesia por los pobres. En Aparecida Benedicto XVI aseguró que la opción por los pobres es inherente a la fe en Cristo. En breve, no se puede ser “cristiano” si no se toma partido por los pobres en contra de la injusta pobreza. ¿Están nuestras sociedades dispuestas a renunciar a llamarse “cristianas” ya que su opción real es el consumo, la competencia, la concentración de la riqueza, todo lo cual al menor costo posible: bajos salarios y desocupación?

2)      La Teología de la liberación, en cuanto teología católica, urge a la Iglesia a convertirse en la Iglesia de los pobres. Esto no solo es legítimo afirmarlo. Ha de ser realizado. La Teología de la liberación, con pleno derecho, pide a los católicos no solo una conversión a un estilo austero a favor de los que no tienen. Los católicos deben compartir todo lo necesario para sacar de la miseria a los que viven en ella. ¡Cómo es posible que en Santiago de Chile haya gente que muera de frío en las calles, hoy que los medios sobran para evitarlo! Caridad, lucha contra la injusticia, olfato solidario… Todo esto está faltando. Pero falta lo más importante: una Iglesia que reciba de los pobres su mirada sobre el mundo, su modo de sufrir, su capacidad de lucha y de espera. Estamos, en realidad, a la espera de la Iglesia que la Teología de la liberación ha generado en los barrios populares: una iglesia alegre, participativa, compasiva, con apertura a la totalidad de la vida humana y exigente sociopolíticamente hablando. Una Iglesia con sentido común para interpretar la doctrina de la Iglesia universal y, por esto, una Iglesia que va abriendo un  camino a un catolicismo entumido.

En suma, la revalorización de la Teología de la Liberación representada en la asunción al cargo de Prefecto de la Congregación de la Fe de Müller da fuego y autoridad a la Iglesia cuando esta más lo necesita.