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Ke todo arda

IMG_2529IMG_2528En la muralla del supermercado de la esquina de mi casa que la turba destruyó y saqueó el jueves pasado, encontré un rayado: KE ARDA TODO. Me inquietó. Me dio rabia. ¡Qué culpa tiene el dueño del local! Pero esta frase me recordó también las palabras insolentes de Jesús contra el Templo de Jerusalén: NO QUEDARÁ PIEDRA SOBRE PIEDRA. Ira santa. En otro momento sacaría a latigazos a los mercaderes. El Templo era la gran institución religiosa y económica de entonces.

La rabia es una emoción humana positiva. La rabia es el rudimento de la venganza y de la justicia. Entre aquella y esta, nuestra civilización ha optado por la justicia. Pero esta sin la rabia, sin la indignación contra lo que no puede ser, no tendría de qué alimentarse. La rabia debe considerarse un dispositivo emocional básico que puede fundamentar relaciones personales y sociales sanas, cuando es convertida en energía de reconstrucción y de reconciliación. La rabia reciclada como indignación podemos considerarla una virtud.

Indignación contra una sociedad que lo aplasta, sintió tal vez el muchacho que rayó la muralla y también fue indignación la que sentí yo contra él y contra los demás que casi incendian el edificio que a 50 metros de allí aloja a familias y ancianos, y contra los otros que arrancaron de cuajo los semáforos de Cienfuegos con Alameda. No estoy exagerando. Se estuvo a punto de una tragedia mayor que todos los lamentables hechos de violencia juntos desde que se hizo costumbre aprovechar las movilizaciones estudiantiles para destruir la ciudad.

Este episodio es un botón de muestra de los sentimientos que predominan en Chile hoy. Rabia, molestia, desilusión, ánimo de venganza y ganas de “Ke arda todo”. Los motivos sobran. No hace mucho las farmacias se habían coludido para saquear a los enfermos. Ahora la clase política entera ha sorteado la ley. La clase empresarial se ha arreglado con los políticos y los especuladores financieros, a río revuelvo, continúan extrayendo de la economía el doble de ganancias que la actividad productiva. El neo-liberalismo ha convertido a los ciudadanos en individuos y a estos en consumidores compulsivos y necesariamente frustrados. La clase eclesiástica, en fin, no logra sacar de Osorno a un obispo nombrado por un Papa informado entre gallos y medianoche. La gente está dolida y amargada.

En la misma muralla del supermercado había otro grafiti: “A SAKEAR TODO”. ¿Saqueo por saqueo? No puedo estar de acuerdo. Comprendo que queramos “Ke arda todo”, porque hay razones para enfurecerse contra la sociedad en su conjunto. Pero el saqueo de un supermercado o de la tienda de celulares de Entel, y otras “aprovechadas” del género son deshonestas y deben ser castigadas. Uno es el indignado, otro el pillo. En las actuales circunstancias tendrían que ser reconocidos unos y otros. El lumpen, los nuevos cuescos-cabreras ignaros de los costos sociales de su frivolidad y de su ostentación, el operador, el traficante de favores y el facturador de boletas truchas, no son lo mismo que la ciudadanía cansada de ser burlada y que no sabe a quién creerle. Nadie explica. Se escamotea la verdad. Entre los universitarios hay de todo: movilizaciones y quejas legítimas, protestas contra la violencia banal, pero también falta de lealtad a la palabra del día anterior, infantilismo y paros por si acaso. Pasamos por un momento de gran malestar.

¿Qué quiso decir Jesús con su afrenta al Templo de Jerusalén? Difícil saberlo. Una interpretación que tomara en cuenta la enseñanza de la iglesia primitiva en su conjunto, excluiría la vía del: “A sakearlo todo”. El Templo fue finalmente destruido por los romanos el año ’70. La de Jesús debe entenderse más bien como una advertencia contra el establishment religioso: se convertía el Sanedrín al Dios de la misericordia o el desastre sería inevitable.

¿Qué haremos? Pienso que será muy importante tomar en serio la indignación de la ciudadanía. Esta es fuerza de cambio. Pero las emociones no bastan. “Hay que abrir”, diría un médico. Otra vez necesitamos verdad y justicia. Unos culpables tendrán que convertirse, otros recibir la pena que establece la ley. Con los saqueadores, los incendiarios y violentos habrá que ser inclementes.

Será por otra parte muy importante contar con los que son inocentes y tienen mayor capacidad para ayudar. Las generalizaciones retardan las soluciones. Por cierto, todos “los vivos” generalizan para naturalizar su conducta. Hay gente honesta, independiente y preparada que será clave para organizar la salida. Y lo que siempre ayuda mucho es no impacientarse. No perder de vista el largo plazo, ¡pero apurarse!

El problema lo tenemos todos. Todos tendremos que cooperar, cambiar en lo que corresponda y ser indulgentes con los arrepentidos, aunque sin perjuicio de la institucionalidad.

El cañonazo de Felipe Berríos

La entrevista a Felipe Berríos en Rwanda ha producido fuertes reacciones. A muchas personas les ha dado una enorme satisfacción. A otros, en cambio, les ha provocado indignación. También hay que gente que distingue unas afirmaciones de otras; aprueba lo que le parece y rechaza lo que no. Debe reconocerse, por de pronto, que quien ha visto el “Informante” de TVN no ha quedado indiferente. Los temas levantados por “el cura” Berríos son relevantes.

 Lo que más ha impactado ciertamente son sus palabras contra los obispos de la Iglesia Católica. No las repetiré aquí. Estimo que algunas de ellas son injustas. Sin embargo, después de ver tres veces la entrevista, descubro en ella una apelación evangélica muy desde dentro de la Iglesia que merece ser escuchada con una mano en el pecho. Me gustaría que quienes la vieron la vieran de nuevo y los que no, que lo hagan. Que lo hagan sin “mala leche” contra los obispos. Entenderá las palabras de Berríos quien vea en ellas a un católico que pide cambios urgentes a sus pastores. Entenderá, por ejemplo, que son las palabras de un sacerdote a quien la jerarquía eclesiástica -como a otros sacerdotes- le pide acompañar a parejas y matrimonios, con una doctrina que los católicos hoy no logran comprender.

 Agregaría que los obispos también han sido víctimas de una organización eclesiástica que ha comenzado a ser revisada al más alto nivel. La elección del Papa Francisco por una inmensa mayoría de votos, ha tenido por objeto reformar un gobierno de la Iglesia fuertemente centralizado y, para muchos, asfixiante. Que Francisco haya querido llamarse “obispo de Roma” indica que no pretende ser el “gobernante” de todas las iglesias. Sabe que su función es reformar la curia para que esta cumpla el servicio que a él corresponde de unir, y no de uniformar, a la Iglesia. Esperamos con esto que nuestros obispos latinoamericanos y chilenos tengan más libertad de la que se les ha reconocido para cumplir su importante misión.

 El P. Berríos hace una autocrítica “en” la Iglesia pero también “en” la sociedad en que vivimos. Me detengo en otros asuntos contra los cuales disparó un cañonazo. No pueden ser olvidados. Me referiré a los que me parecen más significativos:

 * Hace una crítica contra un catolicismo de clase alta. A Berríos le parece que los colegios católicos seleccionan a sus alumnos de acuerdo al dinero, a su religiosidad, rechazando a veces a “los hijos de papás separados”. Advierte contra la petición de respeto del derecho a la libertad para crear colegios que no va de la mano de la libertad de cualquier persona para acceder a ellos. Hay colegios de Iglesia que, al seleccionar, excluyen. A mí me parece que levantar este tema en el Chile de hoy tiene máxima importancia. Ha llegado el momento de revisar el objetivo central: se educa a las elites o se procura la integración social.  Espero que las congregaciones y movimientos religiosos que tenemos colegios de gente privilegiada lo tomemos en serio. Hay culpa de por medio. Lo que está en juego es terminar con la desigualdad de la sociedad chilena o reproducirla. Las palabras del entrevistado se dirigen en contra del clasismo de una elite chilena “que impone su manera de ser”, y que tiene su fragua en la educación católica.

* Hace una crítica al tipo de sociedad en que vivimos. Lamenta el individualismo y el consumismo. Ambos parecen aliarse para convertir a los ciudadanos en clientes. El Mercado tiende a regir en todos los ámbitos de la vida. Dicho sea en justicia, es la gran crítica de los obispos chilenos en la carta pastoral “Compartir y humanizar con equidad el desarrollo de Chile” (2012). Berríos, en esto, no ha caído en la cuenta de que los obispos se le han adelantado. Lamenta que el Mercado regule la organización de la educación, de la salud y otras áreas de la vida de las personas. Se queja contra la política clientelística ordenada a satisfacer las necesidades de la gente. Política que se aleja de su fin propio: el bien común, el sueño de un país compartido, etc.

* Berríos obliga a levantar la mirada: vienen tiempos de inmigración. ¿Está Chile preparado para recibir alegremente a otras gentes? El país tiene una deuda con Bolivia. Tiene una costa enormemente larga que no comparte. Exige reconocimiento de autonomía para el pueblo mapuche. No explica de qué autonomía está hablando. Tanto de su reclamo a favor de Bolivia como del pueblo mapuche habría que hacerse cargo.

* Felipe Berríos se atreve a hablar de Dios. Esto es lo que a fin de cuentas estremece. Lo hace en términos dialécticos. Por esto no deja indiferentes. Ataca con ferocidad al “dios consumo”. Esta sociedad ha reemplazado a Jesús por el Viejo Pascuero.  No hay espacio en los medios de comunicación para hablar de Jesús, pero sí del ídolo del consumo. Ataca, lo hemos dicho, a un catolicismo que no se deja cuestionar por Dios y se va cumplimientos religiosos interesados parecidos a los que Jesucristo combatió en su época. El “pecado” de Berríos es haber hablado de Dios. Su Dios es el de la parábola del Buen Samaritano. Este fue capaz de acercarse al hombre asaltado, herido y botado en el camino -lo que no hicieron el sacerdote y el levita-, para hacerse cargo de él. El Dios de Jesús exige a los cristianos hacer lo mismo. Este es el Dios que Berríos quiere que los jóvenes conozcan, tan distinto del “dios rasca” que nuestra generación les está transmitiendo. Espera mucho de los jóvenes. Sabe que los hay de calidad también en la elite chilena. Celebra que los líderes del movimiento estudiantil se hagan cargo “políticamente” del país.

¿“Con qué ropa” habla a los chilenos desde África y después de algunos años lejos de Chile? Podría decirse que no tiene autoridad para hacerlo. No predica, empero, desde un país desarrollado y rico. Habla sobre todo con libertad, aunque pueda errar en las expresiones. No tiene miedo. Lo hace desde la miseria misma. Lleva años entre los refugiados. Niños, mujeres, hombres heridos y hambrientos desplazados por las guerras. Ve el Chile que ama con los ojos de los pobres. Entiende que el Evangelio fue escrito para los pobres. Cree que el Hijo de Dios se hizo “pobre”. No le basta creer que se hizo “hombre”. Su autoridad no le viene de nuestro mundo. Le viene del continente de los pobres, aquel lugar del mundo con el que Dios se identifica y por cual opta.

Jóvenes en partidos políticos

Me parece de máxima importancia que los jóvenes estén creando un nuevo partido político. Jackson, Crispi, no sé quién más. «Revolución democrática», creo que se llama. Ojalá muchos otros se inscriban. Camila ya participaba en el Partido Comunista. ¡Gran cosa! A la DC, no hace mucho, entraron varios. ¿Quién más? No sé. Me produce alegría, cualquiera sea el caso.

No hay democracia sin partidos. Los pasos de estos jóvenes a una participación formal en partidos políticos son pasos de una generación magnífica. No digo que la generación que ha gobernado después de la dictadura, que ha hecho próspero a Chile como nunca en su historia, no dé para más. No lo creo. Habría que distinguir. Tampoco hay que descartar que en la derecha haya gente que esté haciendo bien su pega. Estoy seguro que el gobierno está haciendo muchas cosas buenas. Pero el futuro del país estaba gravemente comprometido con  jóvenes que no querían participar en las elecciones. Aun está por verse si lo harán…

Los partidos son clave. La democracia se termina cuando el país le entrega el destino a los caudillos, los iluminados, los matones, los dictadores… Entonces comienza la involución en humanidad que siempre está a la puerta esperándonos con toda suerte de tragedias.

No me inscribiré en ningún partido. Pero si me toca votar, lo haré por uno que tenga hartos jóvenes.

La competencia de los católicos con otras fuerzas morales de la sociedad

Enrique Barros en su texto “Los sentidos del pluralismo y la pretensión de catolicidad. La Iglesia Católica en un Chile pluralista” (www.centromanuellarrain.cl), sostiene que los católicos no “compiten” con otras fuerzas morales de la sociedad. Barros entiende que lo distintivo del espíritu evangélico es una disposición hacia el prójimo y hacia Dios, una apertura al absoluto como diría Rahner. A este planteamiento se le objeta lo siguiente: ¿es esta apertura lo único que debiera distinguir la pretensión ética-política de los cristianos? Si la historia del cristianismo es la de un Dios que no solo se hace hombre, sino que concretamente se hace “pobre”, Jesús de Nazaret, ¿no aporta la fe cristiana contenidos específicos? ¿Acaso los cristianos no luchan por hacer prevalecer estos contenidos?

La perspectiva ilustrada ayuda a la fe cristiana a sacar partido del valor universal de Cristo, en contra del peligro de absolutizar lo particular de Jesús de Nazaret. Al intentárselo, empero, suele desvalorizarse lo histórico, corporal y concreto de la revelación divina. Así, la apertura radical del hombre al Misterio de Dios en que consistiría lo propio del cristianismo, parece poco para caracterizar su originalidad. En realidad, esta apertura se basa en última instancia en la concepción de Dios como amor (1 Jn 4, 8), un amor incondicional de Dios por el hombre, un amor que, por una parte, obliga a tomar en serio la historia y, por otra, a no quitarle nada a nadie. La fe en el Dios trino es fundamento último de un sano pluralismo, porque hacia dentro Dios es en sí mismo uno y distinto y hacia fuera de sí mismo, en virtud de la encarnación, obliga a ser identificado en todo prójimo, en particular en el pobre, el radicalmente otro (Mt 25, 31ss). Es aquí donde la formalidad y la materialidad de la revelación cristiana se encuentran.

La competencia de los cristianos por una sociedad y un mundo mejor pareciera deber ubicarse en este plano, y no en el de la ética y menos en el de las luchas político-jurídicas. Cuando se identifica la fe cristiana con una causa ética, legal o política determinada, ¿no se abusa de ella? ¿No opera así la ideología? Las reducciones de la fe a discursos jurídicos, estrechos, rígidos, absolutos, inmutables o lejanos a la vida de las personas concretas no solo son percibidos como inútiles, sino también como funcionales a un movimiento o a una institucionalidad que tiende a reproducir incesantemente posiciones de privilegio y de dominio sobre los demás.

Más aún, cuando la Iglesia institucional realiza esta reducción compite y pierde. Pierde contra otros muchas veces, pero sobre pierde la oportunidad de aportar lo más propio suyo. Entonces se hace patente una contradicción muy triste. Desde la orilla contraria se reclama a la Iglesia pluralismo, siendo que su fe es eminentemente pluralista pues, en lo más profundo, proviene de un amor que crea la unidad en la diversidad. ¿No debiera ser todo al revés? Nadie como el cristianismo tiene la cura de la ideología. A saber, que los cristianos puedan tener opiniones diversas sobre su existencia mundana y, en virtud de la misma fe, deban tolerar que otros también las tengan.

Pero el problema es más complejo. Otros no cristianos podrían perfectamente llegar a las mismas conclusiones éticas que los cristianos, aunque con una distinta motivación. En los primeros tiempos del cristianismo los cristianos asumieron las costumbres de la época y las vivieron en su óptica particular. El problema es que la misma fe cristiana mueve a concluir, por ejemplo, no solo que hay una diferencia entre abortar o no abortar, sino que no da lo mismo que otros lo hagan. Y, entonces, ¿cómo lo impide? ¿Cómo la Iglesia convence del valor de la vida de los inocentes y sale al paso de legislaciones abortistas?

De la práctica de Jesús de Nazaret se extrae un principio de respuesta. Jesús responde a situaciones concretas. Lo mueve el amor a las personas que encuentra en el camino. Su discurso es fragmentario. Su proclamación del reino no es un mega-relato. Él revela que el amor de Dios desencadena comportamientos éticos puntuales. De aquí que el cristianismo opere éticamente a través del testimonio que inspira, contagia, arrastra y cambia la sociedad por su influjo interior, por un “más” que gana a los demás con la fuerza de las obras del amor. De este testimonio nos habla el mismo texto de Enrique Barros cuando afirma que los católicos pueden, “sin dejarse dominar en sus convicciones”, “intervenir internamente como agentes de cambio de las costumbres y de los valores, respetando la estructura pluralista de la sociedad”.

Y, sin embargo, todavía queda un asunto pendiente. Si no fuera excusable la intervención directa de la Iglesia institucional en cuestiones políticas, sí sería comprensible. Parece ser inevitable que la institucionalización de la Iglesia acarree un cierre en la universalidad de su enseñanza. Es como si la misma dinámica histórica de una fe encarnatoria, empujara a las instituciones cristianas a especificar oficialmente las modalidades de la vida en sociedad, a competir por ellas en el mismo plano contra otros agentes sociales y a convertir su mensaje en otra cosa. Es así que, el intento de conjugar la infinitud del amor de Dios con la finitud de nuestros modos de encargarnos unos de otros, suele acabar en un empeño por dominar unos a otros. Este límite proviene de la condición histórica y finita de la humanidad. En consecuencia queda replanteada la pregunta: ¿cómo hace la Iglesia institucional para que su testimonio del amor permanezca en el tiempo y no apague la llama de la libertad de los hijos e hijas de Dios?