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Amoris laetitia: Giro eclesiástico hacia la realidad

SONY DSCLa exhortación apostólica Amoris laetitia recientemente publicada por el Papa Francisco representa un giro –insinuado en algunos asuntos, y efectivo en otros- en el acento en la enseñanza de la Iglesia. Cambió el viento. Hasta ahora el énfasis de la jerarquía eclesiástica en el planteamiento de la moral sexual y familiar había sido puesto en el “ideal”. Desde ahora habrá que concentrarse en la “realidad” de los católicos, en sus esfuerzos por ser responsables en este plano de la vida y en la necesidad de volver a pararse cuando han experimentado fracasos o cometidos errores.

Debe notarse que el giro no es del Papa. Él ha sido intérprete de dos sínodos (2014 y 2015) que reunieron obispos de regiones culturalmente muy diversas del mundo, los que aprobaron por más de 2/3 los textos finales. Ha sido la institución eclesiástica la que ha sido tocada por la realidad de un Pueblo de Dios alejado de sus autoridades. ¿Podría hablarse de una “conversión” eclesiástica? En cierto sentido, sí. Si en todos los planos de la vida cristiana la distancia entre la jerarquía y los fieles es hoy muy grande, en el campo de la enseñanza sexual, matrimonial y familiar se ha declarado un abismo, un auténtico cisma (Cardenal Kasper). Cisma blanco, en los casos de católicos que no reniegan de su pertenencia eclesial, pero no se rigen por el Magisterio; cisma rojo, las veces que los católicos renunciaron a la Iglesia por habérseles vuelto inhabitable. El giro constituye nada menos que la apertura a una reconciliación de la Iglesia con sus propias autoridades.

Desde un punto de vista teórico ha comenzado a hacer crisis un modo abstracto de ver la moral sexual católica, modo que en su peor versión no reconoce que es posible aprender algo nuevo de la experiencia y de la historia, y que tampoco las culturas tienen nada aportar; y que, peor aún, esta visión moral abstracta resta valor a conciencia de las personas al momento de discernir sus decisiones éticas.

El nuevo modo de plantearse la moral sexual católica de la exhortación papal –modo que prevalece en la moral social desde hace ya muchas décadas- exige concentrar la atención en la realidad de las personas. En esta óptica, lo primero son fines trascendentes que guían efectivamente las decisiones de la gente en las circunstancias concretas e irrepetibles de sus vidas. La moral no puede consistir meramente en saber lo que está prohibido y lo que está permitido. No es cosa de blanco y negro. Curiosamente, Amoris laetitia es una vuelta al pasado, al modo de exigir respuestas éticas del mismo Jesús hace dos mil años, quien, sin desconocer el valor de la Ley, se concentró en la gente, en sus fallos, fracasos, marginaciones, sufrimientos, pecados, para alentarlas a que se pusieran de pie y con salieran adelante por sí mismas.

Dice Francisco: “Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas. Tenemos dificultad para presentar al matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como un peso a soportar toda la vida. También nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (AL 27).

Una lectura atenta de Amoris laetitia y de los documentos de los sínodos que la precedieron, permite hallar nuevas ideas y un nuevo horizonte de comprensión para las convivencias, las relaciones pre-matrimoniales, la homosexualidad, la contracepción, las segundas familias y la participación de los cristianos divorciados y vueltos a casar en la eucaristía. La eventual readmisión de estos a la comunión –acompañada por una comunidad eclesial que se hace responsable de ellos- representa muy bien los cambios que podrían darse también en los otros asuntos.

Un sínodo único en la historia de la Iglesia

Historia

Los sínodos, como el de la familia que acaba de concluir, tienen por objeto ayudar al Papa en su labor magisterial. Aconsejan al Santo Padre, pero sus conclusiones no obligan a los católicos. La Iglesia, en estos momentos, está a la espera de una Exhortación apostólica que el papa Francisco ha de promulgar en base a los resultados del Sínodo de octubre.

¿Cuáles son estos resultados? No se puede pasar por alto la excepcionalidad del método utilizado para recabar la información y la opinión del Pueblo de Dios. El Papa lanzó 38 preguntas a los católicos sobre temas claves de su vida a través de los medios de comunicación. Muchos obispos han podido sentirse descolocados. ¿Cómo empezar en las iglesias locales un proceso de conversación, de discusión y de discernimiento sobre temas delicados, algunos de ellos tradicionalmente intocables? Nada de eso fue fácil. No había experiencia de una consulta de esta naturaleza, aunque desde un punto de vista teológico el método es impecable. Ha sido, en realidad, extraordinario que el Papa haya recurrido al sensus fidelium, a la captación de la acción del Espíritu en todos los bautizados, para hacerse una idea de cómo orientarlos mejor.

La implementación de este método en materia de familia, matrimonio y sexualidad ha tenido una particular importancia. Normalmente la moral sexual católica ha sido formulada por célibes. Francisco ha querido dar la palabra a aquellos que más saben del tema. Si bien en el Sínodo ningún laico participó en las votaciones, los obispos tuvieron que escuchar primero al Pueblo de Dios. En todo caso, ha quedado pendiente que en un próximo Sínodo sobre un tema como éste, e incluso sobre cualquier tema, puedan votar las mujeres.

Los resultados del Sínodo que tienen que ver derechamente con el tema, son los siguientes. En primer lugar, se observa un cierto giro en el enfoque de la moral familiar y sexual católica. Se nota una mayor preocupación por abordar las diversas situaciones en una óptica más pastoral que doctrinal. Por una parte, las conclusiones aprobadas dan razón de una comprensión más histórica de la vida humana. El documento no lo dice así, pero subyace en él la idea de una separabilidad entre Evangelio y doctrina. Sólo el Evangelio puede animar una vida familiar más humana y feliz. El Evangelio es siempre una buena noticia personal, es decir, siempre toca a personas concretas. La doctrina es necesaria, en cambio, a modo de orientación general. Si en los casos concretos no orienta, ha de formularse de otra manera la enseñanza. Lo fundamental es atinar con lo que Dios dice a las personas en las circunstancias irrepetibles de sus vidas.

En segundo lugar, el Sínodo avanzó en la resolución de algunos temas puntuales. El tema más complejo fue el de dar o no la comunión a los divorciados vueltos a casar. El ala conservadora de obispos, minoritaria pero muy influyente, ha sostenido que la Iglesia no puede cambiar la doctrina tradicional, la cual remontaría al mismo Jesús. El ala progresista, en cambio, ha hecho ver el sufrimiento enorme que la exclusión de la comunión significa para muchos católicos. El documento final abre las puertas. Propone como criterio regulador la “lógica de la integración”. No todas las personas que se encuentren en esta situación pueden seguir siendo consideradas adúlteras. El Sínodo plantea distinguir situaciones de modo que se dé mayor inclusión a las personas divorciadas vueltas a casar en la eucaristía, no excluyéndose la posibilidad de que comulguen. Lo fundamental es que ellas tengan una “experiencia gozosa y fecunda” de su participación en la Iglesia. Esta posibilidad que abre el documento no debe ejecutarse indiscriminadamente. El Sínodo recomienda que haya un sacerdote que acompañe a las personas en un proceso de discernimiento. Esperamos que, por esta vía, la gente no solo pueda comulgar, sino que reciba de su Iglesia un trato responsable y cariñoso.

Otro tema concreto que esperaba ser resuelto, era el del tipo de contracepción como medio para ejercer la paternidad responsable. Toda la información recabada en los distintos momentos del proceso sinodal, indicaban que la inmensa mayoría del Pueblo de Dios no practica la doctrina de Humanae vitae. Pero el problema no ha sido que no la conozcan, lo que después de casi medio siglo de su promulgación es posible, sino que a los católicos en casi cincuenta años les ha parecido impracticable. El documento del Sínodo no ha derogado la prohibición de recurrir a medios artificiales de control de natalidad, pero ha abierto ampliamente a las parejas la posibilidad de discernir en conciencia qué es lo que deben hacer.

También se infiere del documento una mirada comprensiva hacia las relaciones sexuales prematrimoniales o extramatrimoniales, por cuanto en cualquier situación humana en la que haya un mínimo de seriedad puede crecer un compromiso definitivo con la otra persona. El documento no condena. En cambio, pide una mirada pastoral constructiva al momento de abordar estos temas.

Un tercer gran resultado del Sínodo es la constatación que el mismo Papa hace en la clausura de la diversidad de situaciones en que se encuentra la familia en las distintas partes del mundo. Esta constatación pone un signo de interrogación sobre la posibilidad de una moral familiar y sexual igualmente válida en todo el orbe. No fue posible, por ejemplo, acoger la petición de iglesias progresistas de reconocer validez a las uniones homosexuales. Se sabe que la Iglesia africana era muy contraria.

En suma, el Sínodo ha sido un caso absolutamente único en la historia de la Iglesia. Sin duda será estudiado a futuro, tanto por el modo más democrático de formulación de la enseñanza de la Iglesia como también por aquello que Francisco tome o no de él. Gran consenso ha habido en la Iglesia en que, de los cambios que se hagan, depende en buena medida la difícil transmisión de la fe.

¿Qué está pasando en la Iglesia?

Digámoslo inmediatamente: la Iglesia Católica está en un momento muy importante. La prueba es el Sínodo sobre la familia, el modo como se ha planteado, el interés creciente por sus resultados. No hay que coFamilia 2nfundirse. Lo ocurrido últimamente en la Iglesia chilena, a saber, la serie de declaraciones, desmentidos y descargas de rabia justas o injustas contra los obispos, a propósito de la acusación a la Congregación para la Doctrina de la Fe contra Mariano Puga, José Aldunate y Felipe Berríos, no debieran impedir ver los acontecimientos con gran angular. Es evidente que entre la ebullición en el Sínodo y las dificultades de la Iglesia de Santiago, hay conexiones. No es evidente, sin embargo, que la agitación del catolicismo chileno y mundial sea señal de un tiempo de cambios muy positivos.

Debe reconocerse al Papa Francisco el resurgimiento del interés por la Iglesia. Francisco ha movido las aguas. El nuevo Papa no ha traído respuestas, sino preguntas. Las 39 preguntas sobre temas álgidos de sexualidad y familia, no fueron retóricas. Su predicamento ha sido netamente pastoral. Se resume así: ¿qué está realmente ocurriendo con las familias? Al Papa le interesan las personas, los matrimonios, las distintas modalidades de vivir juntos los seres humanos, en vez de cuadrar las anormalidades con una enseñanza segura. Por el contrario, Francisco habla como si él mismo no lo tuviera todo claro; como si fuera impostergable exponer la doctrina tradicional a la prueba de la realidad. Como si en algún momento se hubiera preguntado: “¿ayudan nuestras enseñanzas, sí o no?”. Este planteamiento a unos genera inseguridad. A otros, en cambio, les da esperanza de un cristianismo menos moralista y más misericordioso.

El Vaticano II continúa

¿Qué está sucediendo en la Iglesia? Mi opinión es que el Concilio Vaticano II no ha terminado. Como esos incendios de bosques que duran años porque continúan en las raíces de los árboles, humeando y rebrotando sin apagarse, el Gran Concilio está en brasas. En 2015 se cumplen cincuenta años de su conclusión. Pienso, en cambio, que no estamos a cincuenta años “del” Concilio, sino que llevamos cincuenta años “de” Concilio. En ese entonces la Iglesia tuvo que desarrollar doctrina nueva para problemas nuevos. No parece haber sido posible en las cuatro sesiones conciliares tenidas entre 1962 y 1965, hacerse cargo del tema de la sexualidad humana. Faltó hacerlo. Los progresos teóricos del Vaticano II fueron extraordinarios. La Iglesia se renovó enormemente. Todavía hay materias en las que el Concilio no ha producido lo que se esperaba de él. También ha habido retrocesos muy lamentables. En las últimas décadas han resurgido intentos de acentuar la distancia entre lo sagrado y lo profano, y entre el clero y los laicos, como si estas separaciones no fueran la causa ulterior del foso entre la moral sexual católica y la práctica de los fieles. Son cincuenta años “de” Concilio. El concilio más importante en la historia de la Iglesia solo ha podido ser llevado a la práctica de a poco, con oscilaciones pendulares de amplio radio.

La Iglesia se encuentra hoy entre el Sínodo extraordinario que acaba de terminar y el Sínodo ordinario que tendrá lugar en octubre del 2015. Lo ocurrido hasta ahora es sorprendente. La gran novedad, a mí parecer, es metodológica. El Papa considera que lo primero son las personas. Ellas son fines, las enseñanzas son medios. Puesto que el mundo ha cambiado a grandes trancos, si se ha de ayudar a las personas, han de mejorarse los medios. La experiencia del Papa es la de innumerables sacerdotes que han sufrido ellos mismos con los dolores de la vida sentimental de las personas, los fracasos de los matrimonios, el desplomarse de las familias y el deterioro de los hijos. El Papa ha apostado a la posibilidad de un mejoramiento pastoral; un progreso que no se dará sin aprender de las experiencias de vida afectiva y familiar de los creyentes. Da la impresión que Francisco cree que la Iglesia tiene hoy algo que enseñar porque ella misma debe aprenderlo de una Tradición que solo cumple su función cuando es sometida a la prueba de los tiempos.

¿Qué ocurrirá en el próximo Sínodo? Es difícil saberlo. Es evidente que Francisco quiere cambios y que casi todos los presidentes de las conferencias episcopales también los quieren. Lo más probable es que Francisco termine por ratificar las conclusiones de un Sínodo innovador. La Relatio Synodi aprobada por los congregados con gran beneplácito, indica que la Iglesia, en un ámbito tan importante de la vida humana, continúa la senda conciliar.

Nueva etapa

La Relatio Synodi no es un documento obligante desde un punto de vista magisterial. Es solo un instrumento de trabajo. Su discusión y maduración por las iglesias locales, será sin duda indispensable. Pues, lo que corresponde hacer ahora es que estas iglesias, a nivel de conferencias episcopales y de diócesis particulares, abran una conversación, una escucha, un debate, con el mismo espíritu del Sínodo. Esta vez la palabra debieran tenerla sobre todo los laicos.

En esta nueva etapa los obispos podrán organizar espacios de diálogo en diversos lugares y para personas de distintas edades y condiciones. No se sabe cómo se hará. Los obispos, al igual que el Papa, tendrían que garantizar la posibilidad de hablar con libertad, deberían disipar los miedos, estimular la escucha respetuosa y la apertura a la opinión de los demás. Francisco estuvo presente en el Sínodo de punta a cabo sin abrir nunca la boca. Habló al principio y al final. Jamás durante, ni siquiera en los momentos críticos, que sí los hubo. Escuchó, tomó notas, acompañó, animó a que los congregados dijeran lo que de verdad pensaban. En el año que viene, será especialmente importante que los obispos ayuden a los fieles a asimilar de corazón los resultados que vayan apareciendo en el camino (=synodos), sean cuales sean.

Sería preocupante, por todo lo anterior, que algunas diócesis no ayuden a sus fieles a participar en este discernimiento. Si un obispo, por ejemplo, no implementa actividades en las cuales laicos y sacerdotes debatan sobre la Relatio Synodi, dejará a su gente al desamparo, justo cuando más se necesita acoger su participación. Los católicos necesitarán ser asistidos para hacer propios los resultados de un Sínodo que, mientras no tenga lugar, no se sabrá exactamente cuáles serán. Los pastores han de ser pastores más que nunca.

Pablo VI ayudó a los obispos del Concilio a aprobar los documentos con el mayor consenso posible. Nada estaba hecho. Hubo que avanzar con incertidumbre, con fe. Todo fue haciéndose en un proceso emocional, espiritual y teológicamente intenso.

El Vaticano II continúa. El 2015 la Iglesia celebrará cincuenta años “de” concilio.