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Amoris laetitia: Giro eclesiástico hacia la realidad

SONY DSCLa exhortación apostólica Amoris laetitia recientemente publicada por el Papa Francisco representa un giro –insinuado en algunos asuntos, y efectivo en otros- en el acento en la enseñanza de la Iglesia. Cambió el viento. Hasta ahora el énfasis de la jerarquía eclesiástica en el planteamiento de la moral sexual y familiar había sido puesto en el “ideal”. Desde ahora habrá que concentrarse en la “realidad” de los católicos, en sus esfuerzos por ser responsables en este plano de la vida y en la necesidad de volver a pararse cuando han experimentado fracasos o cometidos errores.

Debe notarse que el giro no es del Papa. Él ha sido intérprete de dos sínodos (2014 y 2015) que reunieron obispos de regiones culturalmente muy diversas del mundo, los que aprobaron por más de 2/3 los textos finales. Ha sido la institución eclesiástica la que ha sido tocada por la realidad de un Pueblo de Dios alejado de sus autoridades. ¿Podría hablarse de una “conversión” eclesiástica? En cierto sentido, sí. Si en todos los planos de la vida cristiana la distancia entre la jerarquía y los fieles es hoy muy grande, en el campo de la enseñanza sexual, matrimonial y familiar se ha declarado un abismo, un auténtico cisma (Cardenal Kasper). Cisma blanco, en los casos de católicos que no reniegan de su pertenencia eclesial, pero no se rigen por el Magisterio; cisma rojo, las veces que los católicos renunciaron a la Iglesia por habérseles vuelto inhabitable. El giro constituye nada menos que la apertura a una reconciliación de la Iglesia con sus propias autoridades.

Desde un punto de vista teórico ha comenzado a hacer crisis un modo abstracto de ver la moral sexual católica, modo que en su peor versión no reconoce que es posible aprender algo nuevo de la experiencia y de la historia, y que tampoco las culturas tienen nada aportar; y que, peor aún, esta visión moral abstracta resta valor a conciencia de las personas al momento de discernir sus decisiones éticas.

El nuevo modo de plantearse la moral sexual católica de la exhortación papal –modo que prevalece en la moral social desde hace ya muchas décadas- exige concentrar la atención en la realidad de las personas. En esta óptica, lo primero son fines trascendentes que guían efectivamente las decisiones de la gente en las circunstancias concretas e irrepetibles de sus vidas. La moral no puede consistir meramente en saber lo que está prohibido y lo que está permitido. No es cosa de blanco y negro. Curiosamente, Amoris laetitia es una vuelta al pasado, al modo de exigir respuestas éticas del mismo Jesús hace dos mil años, quien, sin desconocer el valor de la Ley, se concentró en la gente, en sus fallos, fracasos, marginaciones, sufrimientos, pecados, para alentarlas a que se pusieran de pie y con salieran adelante por sí mismas.

Dice Francisco: “Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas. Tenemos dificultad para presentar al matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como un peso a soportar toda la vida. También nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (AL 27).

Una lectura atenta de Amoris laetitia y de los documentos de los sínodos que la precedieron, permite hallar nuevas ideas y un nuevo horizonte de comprensión para las convivencias, las relaciones pre-matrimoniales, la homosexualidad, la contracepción, las segundas familias y la participación de los cristianos divorciados y vueltos a casar en la eucaristía. La eventual readmisión de estos a la comunión –acompañada por una comunidad eclesial que se hace responsable de ellos- representa muy bien los cambios que podrían darse también en los otros asuntos.

Concepto teológico de la homosexualidad

bandera papaEl tema de la homosexualidad en América Latina es nuevo. Tiene una década, a lo más dos. Pero la realidad es antigua, tal vez tanto, tal vez no, como su censura. La censura religiosa ha sido cruel a su propósito. Por esto la mera frase del Papa Francisco “quién soy yo para juzgar a los gay” ha sido liberadora.

Por cierto, el levantamiento del tema en algunos países ha sido incómodo para las generaciones mayores. También en otras partes del mundo hay inquietud. En algunas iglesias protestantes se ha aceptado que ministros del culto tengan una pareja homosexual. Pero en otras ha habido reacciones furiosas al respecto, y en contra de la posibilidad de legalización de uniones y matrimonios homosexuales. En el campo católico se experimentan las mismas tensiones. Las iglesias de los países desarrollados esperaban que en el Sínodo sobre la Familia se diera algún tipo de reconocimiento a las parejas homosexuales. Pero las iglesias de África, según se dice, no quisieron oír hablar del tema. El texto final parece recoger esta posición. El Catecismo de la Iglesia Católica, por su parte, frena en seco esta posibilidad. No considera que la homosexualidad sea una perversión, pero la trata como una inclinación “objetivamente desordenada” (Catecismo, 2357). Las personas homosexuales deben vivir su condición con resignación religiosa.

Con todo, los católicos aperturistas creen ver en el documento del Sínodo algo como una fisura en el muro. El Sínodo pide respeto por la dignidad de las personas homosexuales. Pero, además, demanda “una atención específica al acompañamiento de las familias en las que viven personas con tendencia homosexual” (76). ¿Quiénes? ¿Hijos e hijas homosexuales? Pensamos que sí, obvio. No es obvio, en cambio, pero tampoco el texto lo excluye, que la indicación se aplique a posibles padres homosexuales. ¿Ha sido esta una redacción descuidada o deliberadamente ambigua? Los moralistas de avanzada, además, hacen notar que el Sínodo no ha hecho una condena explícita de los “actos homosexuales”, como lo hace enérgicamente el Catecismo. En fin, el Papa tendrá que decir una palabra sobre este tema, el más importante para la Iglesia de EE.UU. y para muchos europeos. En el curso de 2016 debiera salir a la luz una exhortación apostólica con la cual Francisco dará una palabra orientadora final sobre estas materias de moral familiar, matrimonial y sexual.

Tenemos ante los ojos una situación poco frecuente. He aquí una cuestión que estaba cerrada a la discusión, que luego el Papa la ha abierto, pero que el mismo Francisco tendrá que cerrar dentro de poco. La Iglesia tiene por delante la obligación de pensar, iluminada por su fe, una realidad humana que, habiendo sido cruelmente soterrada por generaciones, ha emergido en nuestra época con una lucha por abrirse un espacio al interior de una cultura que le ha sido contraria; como un reclamo de amor y de justicia que merece ser conocido a fondo, y permitírsele abrirnos el corazón, modificar nuestras actitudes y perfeccionar los criterios para hacer de este reclamo un reclamo propio.

Me permito aquí una reflexión teológica, pues hemos de desmontar un maltrato antiguo e injusto que tiene un aspecto religioso. La teología, a propósito del tema de la homosexualidad, tiene que ofrecer argumentaciones que actualicen del modo más humanizador posible la revelación de Dios ocurrida en Cristo, el paradigma de humanidad de los cristianos (Gaudium et spes 22). ¿Qué dice la teología de las personas homosexuales mismas, independientemente de sus actos? ¿Qué son? ¿Las pensó Dios así?

Se hace necesario, pues, relacionar las argumentaciones magisteriales sobre la revelación, que se han desarrollado durante dos mil años, con las argumentaciones científicas contemporáneas, pues en los dos tipos de argumentación hay razones y hay convicciones que, en tanto correctas, la Iglesia debe considerar que vienen de Dios mismo. La Iglesia, por creer en el Creador de la humanidad, está obligada a hacer suyas la ciencia y las convicciones éticas de la cultura en la que ella cumple su misión, cuando se puede comprobar que estos logros hacen más feliz la vida humana. Si Dios no quiere otra cosa que el triunfo de la humanidad sobre sí misma, sería absurdo que la Iglesia se opusiera a su voluntad.

El caso es que las ciencias arrojan resultados importantes. Hoy se nos dice que la homosexualidad no es una perversión. Nadie elije ser homosexual. Se llega a serlo por razones biológicas (carga genética) y/o por razones biográficas (la historia personal). La homosexualidad es una realidad pre-moral. Se es libre en cuanto al modo de vivir la homosexualidad, pero no en cuanto a serlo o no. Otro resultado científico importante es que, según lo sostiene la Organización Mundial de la Salud (1990), no se trataría tampoco de una patología, sino de una variante de la sexualidad humana. Por de pronto, los esfuerzos médicos por sanarla han sido funestos.

Dicho en términos duros: si los homosexuales son inocentes de su condición, esta es un “pecado” de Dios. Dicho en términos blandos: Dios es el responsable de la sexualidad humana en todas sus versiones y, si nos cuesta entender cómo, debemos esforzarnos otra vez por entrar en el misterio del amor de Dios. La homosexualidad es obra de Dios. No es creación humana. Las personas homosexuales son criaturas de Dios, de su amor y, por tanto, lo único que pudiera frustrar su existencia es que no amen a su prójimo como Dios las ama a ellas. La persona homosexual es un “don” de Dios para ella misma, pero también un “don” para los demás, ya que es inherente al don donarse y no restarse egoístamente a los otros.

Desembocamos así en dos preguntas: ¿qué debe hacer una persona homosexual para amarse a sí misma como Dios la ama? Este es todo un programa de vida. Lo es también, y con igual importancia, para las personas heterosexuales. Segunda pregunta: ¿cómo una persona homosexual puede ser un don para los demás? Este es el punto teológicamente más difícil. Un amigo homosexual me dice: “¿Cómo Dios ha podido darle a las personas homosexuales la condición, pero negarles su ejercicio?”. La pregunta es difícil porque la misma Iglesia sabe y enseña que lo único que realmente arruina a las personas es el egoísmo y la indiferencia ante el sufrimiento del prójimo.

La Iglesia en 2015

La paternidad responsable y Humanae vitae: la novedad del Sínodo

63. Según el orden de la creación, el amor conyugal entre un hombre y una mujer y la transmisión de la vida, se ordenan uno al otro (Cf. Gen 1, 27-28). De este modo, el Creador ha hecho partícipes al hombre y a la mujer en la obra de su creación y contemporáneamente los ha hecho instrumentos de su amor, confiando a su responsabilidad el futuro de la humanidad a través de la transmisión de la vida humana. Los cónyuges se abrirán a la vida formándose “un recto juicio: teniendo cuenta sea el propio bien personal como el de los hijos, tanto de aquellos nacidos como de aquellos que se prevé que nacerán; valorando las condiciones, sea materiales como espirituales de su época y de su estado de vida; y, en fin, teniendo cuenta del bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la iglesia misma” (GS, 50; cf. VS 54-66). Conforme al carácter personal y humanamente completo del amor conyugal, el justo camino para la planificación familiar es aquel de un dialogo consensuado entre los esposos, del respeto de los tiempos y de la consideración de la dignidad del partner. En este sentido, la encíclica Humanae Vitae (cf. 10-14) y la exhortación apostólica Familiaris Consortio (cf. 14; 28-35) deben ser redescubiertas con el fin de reavivar la disponibilidad a procrear en contraste con una mentalidad frecuentemente hostil a la vida. Es conveniente exhortar repetidamente a las jóvenes parejas a dar la vida. De este modo, puede crecer la apertura a la vida en la familia, en la iglesia y en la sociedad. A través de sus numerosas instituciones para niños, la Iglesia puede contribuir a crear una sociedad, pero también una comunidad de fe, que estén más a la medida del niño. El coraje de transmitir la vida se refuerza notablemente allí donde se crea una atmosfera adaptada a los pequeños, en la cual se ofrece ayuda y acompañamiento en la obra de educación de la prole (cooperación entre parroquias, padres y familias).

La elección responsable de la paternidad presupone la formación de la conciencia, que es “el núcleo más secreto y sagrario del hombre, donde él está solo con Dios, cuya voz resuena en la intimidad” (GS, 16). Cuanto más los esposos buscan escuchar en su conciencia a Dios y sus mandamientos (cf. Rm 2, 15), y se dejan acompañar espiritualmente, tanto más su decisión será íntimamente libre de un arbitrio subjetivo y del acomodamiento a los modos de comportarse en su ambiente. Por amor de esta dignidad de la conciencia, la Iglesia rechaza con todas sus fuerzas las intervenciones coercitivas del Estado a favor de la contracepción, la esterilización o aún más, el aborto. El recurso a los métodos fundados en “ritmos naturales de fecundidad” (HV, 11) tendrá que ser promovido. Se ha de hacer ver que “estos métodos respetan el cuerpo de los esposos, animan la ternura entre ellos y favorecen la educación de una autentica libertad” (CCC, 2370). Ha de tenerse siempre a la vista que los hijos son un maravilloso don de Dios, una gloria para los padres y para la iglesia. A través de ellos, el Señor renueva el mundo.

Habrá comunión para los divorciados vueltos a casar

Familia popularTerminó el Sínodo de los obispos sobre la familia. Tal vez desde el Concilio Vaticano II, hace cincuenta años, una reunión episcopal a nivel mundial no captaba tanto el interés y agitaba tanto las aguas. El acontecimiento ha constituido un verdadero turning point. Es temprano aun para sacar muchas conclusiones. Pero si este Sínodo no representa un paso adelante, lo será hacia atrás, justo cuando más la Iglesia necesita avanzar. Como digo, no podemos aun ofrecer una opinión acabada, pues recién disponemos del texto final en italiano. Sí tenemos en castellano el discurso final del Papa, en el cual Francisco felicita a los congregados por haber atinado con su misión pastoral, consistente en pensar en las personas antes que en la doctrina; en interpretar la doctrina en función de personas que necesitan que se les anuncie un evangelio de vida, en vez de agobiárselas con mandamientos y prohibiciones inhumanas.

Muchos han sido los temas, pero uno ellos ha captado el interés principal. ¿Podrán los divorciados vueltos a casar comulgar en la misa? El Sínodo no excluye la posibilidad, es decir, sí, podrán hacerlo. Cualquier lector atento concluirá que la posibilidad existe, si las cosas se hacen seriamente. El documento final abre las puertas a que los católicos que fracasaron en su matrimonio puedan acercarse a comulgar. Debe decírselo con todas sus letras: sí, los divorciados vueltos a casar que hasta ahora han sido excluidos por la institución eclesiástica y malmirados por los católicos hipócritas, deben alegrarse porque no se puede decir que todos ellos sean adúlteros. Los números del documento correspondientes a esta materia (84-86), impulsan un cambio pastoral responsable. En ellos tres son los criterios que, combinados, hacen posible un gran paso adelante: integración, discernimiento y acompañamiento.

El Sínodo, en esta materia, ha querido integrar a estas personas en vez de excluirlas. Se nos dice: “la lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral, no solo para que sepan que pertenecen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino tengan de ello una experiencia gozosa y fecunda”. El criterio proviene del Instrumentum laboris que recogía el parecer de las iglesias de distintas partes del mundo y que insistentemente no quería exclusiones, sino inclusión e integración. Estas personas han de ser acogidas con especial cariño y han de poder participar lo más posible en la misa.

Pero la posibilidad en cuestión –siempre tácita en el documento- no debiera ejecutarse indiscriminadamente. Se exige un discernimiento. A propósito de las diferentes maneras de participación es necesario “discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional puedan ser superadas”. Las situaciones, sabemos, pueden ser muy distintas. El documento cita a Juan Pablo II para recordar que, por ejemplo, que no son lo mismo las personas que se esforzaron por salvar su primer matrimonio y luego fueron abandonadas injustamente, que aquellos que con grave culpa de su parte lo destruyeron. Cada caso merece un estudio particular.

Por último, el Sínodo pide que este discernimiento sea acompañado por un sacerdote. ¿Para qué, se dirá? ¿Para cerrar de nuevo la puerta? Pues bien, siempre podrá darse el caso de un cura que en vez de acompañar quiera dirigirles la vida a los demás y que ahora piense que podrá autorizar a unos a comulgar y a otros no. Esta no es la idea. La decisión final queda entregada a un examen de conciencia y a una decisión que, pensamos, solo puede pertenecer a las personas afectadas. A nuestro parecer, el sacerdote que ayude a las personas a formarse un juicio sobre lo que corresponda, ha de representar a una Iglesia que toma en serio su vida, que quiere ayudarle a procesar su fracaso, a sanar sus heridas y a crecer otra vez en su cristianismo. El mismo habrá de cumplir esta función de un modo regulado por una autoridad que será más competente cuanto más misericordiosa.

Así católicos que han sobrevivido por años en el más triste abandono, recibirán el trato que siempre debió ser prioritario. Nadie más que ellos debieron ser acogidos, cuidados y orientados. Sus familias, empero, fueron consideradas de segunda. Termina un escándalo. La opción de Jesús por los estigmatizados nuevamente le quita el cetro al fariseísmo.

El documento del Sínodo es todavía una penúltima palabra. Los católicos esperan que el Papa aún publique un documento que dé orientaciones sobre esta y las muchas otras materias tratadas. Por de pronto, han podido quedar pendientes las estipulaciones de los términos de aquel acompañamiento.

Lo que también debe ser subrayado, y que a la larga será decisivo para el futuro de la Iglesia, es que el Papa ha decidido gobernar de un modo sinodal, es decir, caminando con todos, haciendo discernimiento colectivo de los principales asuntos, volviendo sobre los pasos democráticos del Vaticano II.

CISMA BLANCO, CISMA ROJO

Sínodo 3Años atrás Juan Bautista Libanio, célebre teólogo brasileño, ya muerto, diagnosticó un cisma blanco en la Iglesia. Dentro de muy poco también puede hacer un cisma rojo.

Libanio tuvo razón: el distanciamiento entre los católicos y la institución eclesiástica es enorme y creciente. ¿Quién tiene la culpa del foso que se ha creado? Es difícil atribuir responsabilidades. La cultura ha cambiado una enormidad. En quinientos años ha dejado de ser teocéntrica para convertirse en antropocéntrica. A la gente de nuestra época le interesa más esta vida que la eterna. Con este divorcio entre la fe y la cultura se ha desplomado también la cristiandad: se acabó la alianza entre el poder político y el poder eclesiástico. El poder eclesiástico ha perdido la posibilidad que le facilitaba el poder político de reunir a sus fieles bajo un mismo ordenamiento civil y moral. Todo lo cual ha desembocado en una significativa liberación de los fieles respecto de la enseñanza oficial. Hoy, de hecho, las mayorías católicas no se sienten interpretadas por la jerarquía eclesiástica, al menos en las regiones tradicionalmente cristianas. Muchos se van. Otros se quedan pero emocionalmente descolgados. Hay cisma blanco: los que se quedan prescinden de la institucionalidad eclesial, salvo cuando les conviene.

Ahora último la discordia ha eclosionado en el ámbito más sensible. El Sínodo sobre la familia a realizarse entre el 4 y 25 de octubre, comienza a agitar las aguas. En ningún terreno la distancia entre la enseñanza del Magisterio y la opinión de los católicos es mayor que en el de la moral sexual y familiar. Desde el Sínodo celebrado en 2014 hasta ahora, se ha levantado una discusión eclesial de extraordinaria importancia. No es fácil para una institución de dos mil años avanzar unida manteniendo una doctrina común para culturas de cinco continentes, y que por otra parte deje conformes a conservadores y progresistas. El Papa Francisco con un arrojo impresionante lanzó a los católicos treinta y ocho preguntas sobre todos los asuntos atingentes, incluidos los “intocables”. Entre las respuestas, la principal de todas confirma que la distancia señalada es real. El Cardenal Kasper, mano derecha del Papa en esta materia, ha hablado recientemente de “cisma práctico”.

Los temas en los que la disparidad entre la doctrina y el parecer mayoritario de los católicos son: la enseñanza de la encíclica Humanae Vitae (1968) contraria a los métodos artificiales de control de natalidad; las relaciones sexuales fuera del matrimonio; la homosexualidad; y dar o no dar la comunión en misa a los divorciados vueltos a casar. Este último asunto concentra la discordia porque compromete la doctrina. Unos dicen que esta no puede cambiar porque el mandato de la indisolubilidad del matrimonio remonta a Jesús mismo. Como ha indicado el cardenal Medina, las personas que conviven en un segundo matrimonio lo hacen en adulterio y, en consecuencia, no pueden comulgar. Otros piensan que esta exclusión es despiadada. Creen, en cambio, que la tradición de la Iglesia debiera admitir innovaciones doctrinales. El Evangelio sería el fin, las formulaciones doctrinales meros medios. Si la Iglesia ha innovado en su enseñanza muchas veces en su historia, no se ve por qué no pueda hacerlo en este campo.

La batalla se libra al más alto nivel. Se sabe que el Papa Francisco quiere un cambio. Pero el cardenal Müller, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, está decididamente en contra. ¿Podría un ministro de educación, por ejemplo, diferir en un asunto fundamental con el presidente de la república? Se sabe además que la Conferencia episcopal alemana ha dado sólidos argumentos teológicos para hacer un cambio. Pero también que la Conferencia episcopal polaca se ha declarado muy contraria a cualquier modificación. Del resto de los episcopados no se tiene noticia. Ha llamado la atención, sí, que la Conferencia episcopal argentina no envió su respuesta al último de los cuestionarios enviados por el Vaticano. ¿Temor a una división o imposibilidad de ponerse de acuerdo?

Una vez que el próximo Sínodo entregue sus conclusiones, el Papa Francisco tendrá que resolver. Probablemente promulgue luego un documento en el cual tome una decisión sobre estos asuntos. La decisión será soberana suya. ¿Representará esta la sabiduría creyente del Pueblo de Dios, el llamado sensus fidelium?

En la Iglesia en todas las materias se trata de discernir la voluntad de Dios. Esta puede no coincidir con la opinión de las mayorías. Pero no por esto se puede desestimar la experiencia de vida de la mayor parte de los cristianos. Cabe recordar que Pablo VI en Humanae Vitae no hizo caso a la opinión mayoritaria de la comisión que él constituyó, opinión partidaria de entregar a los esposos de la decisión sobre qué métodos usar para ejercer la paternidad responsable. La encíclica, empero, no ha sido recibida por los católicos. Ha sido rechazada casi por completo.

El cisma blanco es una realidad independientemente de la moral sexual y familiar de la Iglesia. Pero si en estas materias no hay progreso, la desidentificación con la institución eclesiástica se agudizará. La Iglesia corre el riesgo de no transmitir el Evangelio a las generaciones jóvenes para las cuales la actual enseñanza es aberrante. Tan grave como lo anterior podrá ser un cisma rojo: que agrupaciones católicas o iglesias particulares rechacen innovaciones doctrinales, se alcen en rebeldía y abandonen la catolicidad.

No se sabe qué ocurrirá. Es doloroso para nosotros los católicos que esté en cuestión la unidad de la Iglesia. La superación de los diferendos y aporías siempre debiera ser posible en una Iglesia que quiere ser “católica” (universal) y no una “secta” (de pocos pero “buenos”). Ideal sería que no hubiera cisma ni blanco ni rojo.

Comunión para los divorciados vueltos a casar (Cartas a El Mercurio)

papa-francisco-divorciados--644x362Día 21 de febrero de 2015

Sr. Director,

Mons. Jorge Medina objeta que, a propósito de la admisión a la comunión de personas divorciadas vueltas a casar, se tome un “criterio pastoralmente muy negativo, además de doctrinalmente inaceptable”. A saber, dar la impresión que es cosa buena o aceptable que comulguen “personas que viven en pecado grave”. También a mí me parece delicado que los católicos estemos discutiendo en público la doctrina de la Iglesia. ¿Cómo puede enseñarse lo que está siendo revisado?

Solo puedo entenderlo cuando, en materia de moral sexual y familiar, se diagnostica un foso entre lo que la Iglesia enseña y lo que la Iglesia practica. Este problema, en estos meses, se aborda en las iglesias locales en vista al Sínodo de octubre próximo. En relación al tema de la comunión, lo que también parece “pastoralmente muy negativo” es que se diga a “todas” las personas divorciadas vueltas a casar que viven “en pecado grave”. Me pongo en su lugar y sufro, me siento humillado. Su situación es objetivamente anómala. Verdad. Pero solo Dios conoce su historia. Y lo más probable es que Dios mismo esté alentando a los que fracasaron (con o sin culpa) a sacar adelante a sus nuevas familias, aprendiendo de los errores y mirando el futuro con alegría.

¿No habría que distinguir casos y casos? ¿No podrían levantarse condiciones serias y razonables? Esta es la propuesta de la Conferencia episcopal alemana (www.sinodofamilia2015.wordpress.com). Me parece que negar la comunión por parejo a los divorciados vueltos a casar constituye una negación de la “verdad” del Evangelio. Esta no se basa en un solo texto de los muchos textos de Jesús. La “verdad” cristiana se constituye a lo largo de una Tradición eclesial que, en dos mil años, abre posibilidades a la creatividad pastoral.

El mismo Papa Francisco ha sugerido una innovación pastoral. En una entrevista dijo:

“Y en el caso de los divorciados y vueltos a casar, nos planteamos: ¿qué hacemos con ellos, qué puerta se les puede abrir? Y fue una inquietud pastoral: ¿entonces le van a dar la comunión? No es una solución si les van a dar la comunión. Eso sólo no es la solución: la solución es la integración. No están excomulgados, es verdad. Pero no pueden ser padrinos de bautismo, no pueden leer la lectura en la misa, no pueden dar la comunión, no pueden enseñar catequesis, no pueden como siete cosas, tengo la lista ahí. ¡Pará! ¡Si yo cuento esto parecerían excomulgados de facto! Entonces, abrir las puertas un poco más. ¿Por qué no pueden ser padrinos? ‘No, fijate, qué testimonio le van a dar al ahijado’. Testimonio de un hombre y una mujer que le digan: ‘Mirá querido, yo me equivoqué, yo patiné en este punto, pero creo que el Señor me quiere, quiero seguir a Dios, el pecado no me venció a mí, sino que yo sigo adelante’” (Entrevista con Elizabeth Piqué, Diario La Nación, 7 diciembre de 2014)

Estas palabras espontáneas del Papa no pueden tener el mismo peso que las del Catecismo. Pero exigen remirar el Catecismo. Estas palabras del Papa pueden incluso estar equivocadas. En este momento lo único obligatorio para el Papa y para todos los católicos es auscultar lo que Dios está pidiendo hacer para integrar a los que Jesús jamás excluiría.

Jorge Costadoat S.J.

 

Día  19 de febrero de 2015

Señor Director:

El día que Jesús instituyó la Eucaristía recibió la comunión un hombre que ya lo había traicionado y otro que después lo negó tres veces y luego llegó a ser Papa. Casi todos los que estaban ahí, y comulgaron, después lo abandonaron cuando iba camino a la cruz. En ningún lugar de ese episodio se habla ni de casados, solteros, separados, convivientes.

¿A quién se acercó Jesús? Justamente a los que en ese tiempo se creía que estaban en pecado grave. Tanto se acercó a ellos que terminaron diciendo que era borracho, amigo de publicanos, de mujeres impuras, de leprosos, de soldados de Roma, de samaritanos, etcétera. Tanto se acercó que terminaron matándolo.

Me parece de una soberbia impresentable que un cardenal haga juicios públicos sobre quienes han fracasado en su matrimonio sacramental y tenido que rehacer sus proyectos familiares. Hacer un juicio denominando pecado grave situaciones tan duras y difíciles sin conocer las causas ni a las personas que han vivido este triste desenlace es excluyente, discriminatorio y abusivo. Hoy muchos de esos hombres y mujeres han conformado nuevas familias llenas de amor, con hijos y con un proyecto de familia y bien común quizás con mayor compromiso que su matrimonio anterior. ¿Puedo llamarlos pecadores públicos? No, en absoluto.

Es triste, doloroso e indignante ver que miembros de la jerarquía de la Iglesia discriminen con tanta liviandad este tipo de situaciones. Más aún, que se nieguen a presentar respuestas creativas y fórmulas inclusivas para la comunión. Si frente al llamado del Papa Francisco vamos a repetir de manera mecánica el Catecismo, nada se podrá avanzar. Si aceptamos el desafío de repensar el Evangelio frente a la realidad de tantas familias de hoy, bienvenido el diálogo y la comunión.

Iván Navarro E.
Teólogo

 

Día 19 de febrero de 2015

Señor Director:

La discusión acerca del acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar es un tema complejo que exige una gran acuciosidad en los argumentos que se den en un sentido o en otro. Por lo mismo, pienso que los puntos que intenté aclarar en mi respuesta al artículo del P. Jorge Costadoat no son «temas menores» que se puedan fácilmente soslayar.

Concuerdo con el P. Costadoat en que dos asuntos fundamentales en el debate son si la Iglesia «puede» cambiar su enseñanza y si «debe» hacerlo. Nuevamente, me parece que se trata de preguntas muy complejas que no admiten una respuesta simple, basada en argumentos afectivos o generalidades. Me limito solo a la primera de estas preguntas: ¿Puede la Iglesia cambiar su enseñanza en el asunto que estamos debatiendo? Responder a esta pregunta supone responder previamente a otras interrogantes: ¿Es vinculante para la Iglesia la palabra explícita de Jesucristo? ¿O el valor de esta palabra puede depender de las circunstancias de los tiempos? ¿Qué valor tienen la tradición y las declaraciones magisteriales del pasado (y de un pasado incluso muy reciente)? Y en el supuesto de que la doctrina se mantiene (en este caso la indisolubilidad del matrimonio), ¿hasta qué punto una práctica pastoral puede separarse de dicha doctrina? No pretendo entrar en un debate acerca de todas estas preguntas; tan solo señalo la complejidad de la problemática que está involucrada.

Sin duda, el Papa Francisco ha querido que estos temas se conversen, pero de ahí no se puede deducir sin más, como insinúa el P. Costadoat, una respuesta en un sentido. Una cosa es reflexionar acerca de qué se pueda cambiar, y otra cosa muy distinta es afirmar que se pueda cambiar. Del mismo modo, la preocupación por anunciar la misericordia a todos, en especial a los últimos, enseñada con tanta fuerza por el Papa y sus predecesores, nos debe interpelar a todos los miembros de la Iglesia. Quizás el asunto más importante en esta discusión sea justamente cómo compatibilizar la misericordia con la verdad, ya que pasar por alto uno de estos términos implica necesariamente falsear o negar el otro.

Con estas reflexiones doy por concluido este intercambio, esperando haber contribuido a plantear la complejidad del asunto discutido sobre bases serias.

Pbro. Francisco Walker Vicuña

 

18 de febrero de 2015

Señor Director:

El artículo del R.P. Jorge Costadoat, S.J. («Comunión para divorciados vueltos a casar», viernes 13 de febrero), aborda un tema complejo y doloroso. Nadie ignora los sufrimientos de las personas que están en esa situación ni tampoco los de tantas mujeres abandonadas por sus maridos, así como los de sus hijos.

La Iglesia puede modificar normas disciplinares, pero no tiene autoridad para cambiar lo que el mismo Señor Jesús ha establecido. Es extraño que en el texto del P. Costadoat no aparezca ninguna mención explícita del adulterio, situación claramente descrita por Jesús en Mt 19, 9; Mc 10, 11s; Lc 16, 18, y repetidamente mencionada por San Pablo en los varios catálogos de pecados incompatibles con la condición cristiana señalados en sus cartas.

¿Tiene presente el P. Costadoat la enseñanza del Concilio de Trento que define el arrepentimiento como «dolor del alma y detestación del pecado cometido, unido al propósito de no volver a cometerlo»? ¿Olvida el P. Costadoat la clara enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica en sus nn. 1648 al 1651, aprobado con alto compromiso de su autoridad apostólica, por el Papa San Juan Pablo II?

Es cierto que la mentalidad reinante, en que nada parece ser estable y definitivo, plantea interrogantes acerca de la validez de algunos matrimonios contraídos ante la Iglesia y ese tema debe estudiarse. Pero sería un criterio pastoralmente muy negativo, además de doctrinalmente inaceptable, el de dar a personas que viven en pecado grave la impresión de que su situación es buena, o por lo menos aceptable, y que por lo tanto pueden recibir con tranquilidad de conciencia el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Recibir la Comunión en estado de pecado es un gravísimo pecado de sacrilegio, mencionado ya por San Pablo en 1 Cor 11, 27-29. En momentos de confusión es preciso adherir firmemente a la verdad, aunque ella comporte abrazar la cruz de Cristo. Caridad sí, siempre; pero nunca a expensas de la verdad.

Cardenal Jorge A. Medina Estévez

 

Día 16 de febrero de 2015 

Sr. Director,

El P. Francisco Walker objeta algunos puntos de mi carta sobre la admisión a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Le pido que acepte una respuesta única y global porque, de lo contrario, podemos perdernos en temas menores, olvidando el asunto de fondo que está en juego en el debate del sínodo sobre la familia.

A propósito del tema en cuestión creo que se plantean fundamentalmente dos asuntos conexos: uno es si la Iglesia “puede” hacer innovaciones en su enseñanza; otro, si “debe” hacerlo. En mi carta creo dar suficientes argumentos en favor de lo primero. Bastaría incluso uno: el Papa Francisco considera que el tema se puede tocar. La Conferencia episcopal alemana, por su parte, ha propuesto condiciones bien pensadas y precisas para aceptar que personas divorciadas vueltas a casar lleguen a participar plenamente en la eucaristía.

En mi carta, sin embargo, no di suficientes razones por las cuales la Iglesia “debe” acoger la propuesta de los alemanes o alguna parecida. Lo hago ahora.

A nuestra generación –hablo en el más amplio de los términos- se nos han abierto los ojos y no toleramos más las exclusiones. Este progreso ético en humanidad hunde sus raíces en un cultura que debe muchísimo al Evangelio que Jesús anunció a las víctimas de una religiosidad marginadora. Muchas veces debió enfrentarse a los maestros de la ley para defender a los excluidos. A esta generación también pertenecemos una infinidad de sacerdotes que nos hemos visto puestos al límite de la razonabilidad en el desempeño de nuestro servicio. A muchos de nosotros que hemos abierto el corazón a la realidad de los separados, divorciados y vueltos a casar, su exclusión eucarística, a la luz de la “verdad” del Evangelio, nos resulta despiadada.

En la homilía que el Papa Francisco dirigió recién hace dos días a los nuevos cardenales encontramos fundamentos bíblicos del progreso doctrinal que la Iglesia puede y debe hacer para admitir a la comunión a los divorciados vueltos a casar:

“Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos. Jesús no tiene miedo de este tipo de escándalo. Él no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación, que se escandalizan de cualquier apertura, a cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales, a cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista. Él ha querido integrar a los marginados, salvar a los que están fuera del campamento (cf. Jn 10). Son dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio. Estas dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar”.

La Iglesia tiene la obligación delante de Dios de ofrecer a las personas que han fracasado en su matrimonio y en sus familias, una pertenencia de primera y no de segunda categoría. Mientras esto no ocurra, el cristianismo estará pendiente.

Jorge Costadoat

 

Día 15 de febrero de 2015

Señor Director:

No pretendo abordar todos los aspectos teológicos y pastorales implicados en la discusión acerca del acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Me parece, sí, necesario aclarar algunas de las afirmaciones vertidas por el P. Jorge Costadoat S.J., en vista de la seriedad del debate.

1. El P. Costadoat afirma que el Concilio Vaticano II, en el Decreto «Orientalium Ecclesiarum», reconocería la legitimidad de una interpretación distinta de la de la Iglesia Católica. Esto es totalmente falso. Cuando el decreto conciliar dice confirmar la disciplina sacramental de las iglesias orientales, se refiere, al igual que todo el documento conciliar, a las iglesias orientales católicas, es decir, en plena comunión con el Romano Pontífice. No está aludiendo a la praxis de algunas iglesias ortodoxas.

2. El P. Costadoat insinúa que, tal como Jesús rompió con muchas actitudes que parecían lógicas en la Palestina de la época, su mensaje sobre el perdón y la misericordia debería llevar a una actitud distinta respecto de los divorciados vueltos a casar. Se debe recordar aquí que es justamente la enseñanza de Jesús acerca de la indisolubilidad del matrimonio la que trastoca las ideas y costumbres imperantes en su tiempo. Y, para escándalo de los mismos fariseos, es precisamente p Jesús quien afirma que el que se divorcia y contrae una nueva unión comete adulterio (Mc 10, 1-12).

3. Sin duda que la misión de la Iglesia es la de anunciar la misericordia divina. Pero la misericordia no puede oponerse a la verdad, y la acogida de la misericordia supone siempre el arrepentimiento del corazón. El Magisterio reciente de la Iglesia ha buscado caminos para anunciar la misericordia también a quienes viven en una situación irregular, siempre en el respeto de la verdad (cf. Familiaris Consortio 84 y Sacramentum Caritatis 29). Me da la impresión de que queda mucho por hacer para que estas enseñanzas sean debidamente asimiladas por todas las instancias de la vida de la Iglesia. Lo mismo que el acceso a la justicia de la Iglesia para verificar la eventual nulidad de muchos matrimonios.

Pbro. Francisco Walker Vicuña
Doctor en Derecho Canónico

 

Día 13 de Febrero de 2015

Sr. Director:

Terminado el Sínodo extraordinario sobre la familia, el Papa Francisco ha convocado a los católicos a continuar reflexionando sobre el tema en vista al Sínodo ordinario de octubre próximo.

Uno de los temas en discusión ha sido la exclusión de la comunión eucarística de los divorciados vueltos a casar. Para unos, la indisolubilidad del matrimonio exigida por Jesús (Mc 10, 9.11-12, Lc 16, 18) y sostenida a lo largo de dos mil años por la Iglesia lo impide. El Papa ha querido que se hable de este y otros temas con libertad y ánimo de escucha. El tema se puede tocar.

En la Iglesia Católica la tradición es muy importante. Esta es un acervo de experiencia espiritual y colectiva de humanidad que permite abrir el futuro sin improvisar, sino buscando responsablemente caminos nuevos más felices de crecimiento y de convivencia. A propósito del tema en cuestión, la tradición occidental (romana) es casi unánime en entender que la indisolubilidad del matrimonio no admite que, tras un fracaso de los esposos, puedan  estos volver a casarse y, en consecuencia, comulgar. Ahora  último, por ejemplo, al Cardenal  Scola le parece una contradicción afirmar la indisolubilidad y, a la vez, aceptar una excepción. ¿Cómo podría educarse a los novios en el valor del matrimonio para toda la vida si, de fracasar, es posible casarse de nuevo?

Sin embargo, la tradición, a este respecto, conoce algunas variantes. Ya en la misma tradición bíblica hay matices en la comprensión de la indisolubilidad (1 Cor 7, 10-15; Mt 5, 32, 19, 9). Estos matices dieron lugar a interpretaciones diversas en la historia de la Iglesia. Orígenes, por ejemplo, aceptó un segundo matrimonio como un mal menor. Recientemente, en 1981, Juan  Pablo II repropuso a los divorciados vueltos a casar la abstinencia sexual como condición para poder comulgar (Familiaris consortio 84, 5). Es muy importante, además, que la Iglesia Católica considere conforme a la fe la práctica de las iglesias orientales que aceptan o toleran una segunda y una tercera unión matrimonial (Concilio Vaticano II,  OE 18, 6). Es decir, ella reconoce la legitimidad de un modo de interpretar las palabras de Jesús distinto del suyo.

La Iglesia Católica puede desarrollar su doctrina. Mi opinión es que ahora nuevamente la Iglesia debiera reinterpretar su propia tradición a la luz de todas las palabras de Jesús, especialmente aquellas referentes al perdón de los pecadores y la misericordia con los que han fracasado. ¿Puede la Iglesia impedirse a sí misma ofrecer la reconciliación con Dios y con los demás? ¿Hay algo más propio de la Iglesia que ser ella misma sacramento de reconciliación?

Esta tradición exige a la Iglesia articular fe y razón (Concilio Vaticano I). Ella debe ofrecer caminos razonables para vivir el Evangelio. Ella debe hoy acoger con amor a los que han fracasado con o sin culpa. La razonabilidad evangélica no consiste solo en adaptarse a la época, sino sobre todo en ir en busca de la oveja perdida. Si en la Palestina de la época parecía lógico que los fariseos comieran entre ellos y despreciaran a los demás, Jesús por el contrario optó por los pobres: compartió la mesa con los pecadores y con los mal mirados. ¿Cómo se aplica la lógica evangélica a los fracasos matrimoniales irreversibles? Ciertamente no será sensato pedir a los divorciados vueltos a casar que retornen a sus primeras parejas y abandonen a las actuales. Esto causará más sufrimientos y tal vez mayores males.

La Conferencia episcopal alemana, después de años de estudio y discusión sobre el tema, ha planteado nuevas condiciones para que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar. Cito las palabras del Cardenal Marx, presidente de  la Conferencia, en el Sínodo pasado: “Cuando un divorciado vuelto a casar se arrepiente de haber fallado en su primer matrimonio; cuando aclaradas las obligaciones del primer matrimonio es definitivamente imposible que regrese a él; cuando no puede abandonar sin mayores perjuicios los compromisos asumidos con el nuevo compromiso civil; cuando se esfuerza para vivir el segundo matrimonio según la fe y educa en ella a sus niños; cuando desea los sacramentos como fuente de vigor en su situación, ¿debemos y podemos negarle, después de un periodo de reorientación, el acceso a los sacramentos de la Penitencia y la Comunión?”.

El Papa tendrá que decidir. Lo hará en base a las  conclusiones del  Sínodo de octubre próximo. Este está  en  preparación hace más de un año. A los obispos corresponde hacer participar a sus fieles en este proceso y auscultar con ellos lo que el Espíritu quiere decir hoy a la Iglesia.

Jorge Costadoat

 

¿Qué está pasando en la Iglesia?

Digámoslo inmediatamente: la Iglesia Católica está en un momento muy importante. La prueba es el Sínodo sobre la familia, el modo como se ha planteado, el interés creciente por sus resultados. No hay que coFamilia 2nfundirse. Lo ocurrido últimamente en la Iglesia chilena, a saber, la serie de declaraciones, desmentidos y descargas de rabia justas o injustas contra los obispos, a propósito de la acusación a la Congregación para la Doctrina de la Fe contra Mariano Puga, José Aldunate y Felipe Berríos, no debieran impedir ver los acontecimientos con gran angular. Es evidente que entre la ebullición en el Sínodo y las dificultades de la Iglesia de Santiago, hay conexiones. No es evidente, sin embargo, que la agitación del catolicismo chileno y mundial sea señal de un tiempo de cambios muy positivos.

Debe reconocerse al Papa Francisco el resurgimiento del interés por la Iglesia. Francisco ha movido las aguas. El nuevo Papa no ha traído respuestas, sino preguntas. Las 39 preguntas sobre temas álgidos de sexualidad y familia, no fueron retóricas. Su predicamento ha sido netamente pastoral. Se resume así: ¿qué está realmente ocurriendo con las familias? Al Papa le interesan las personas, los matrimonios, las distintas modalidades de vivir juntos los seres humanos, en vez de cuadrar las anormalidades con una enseñanza segura. Por el contrario, Francisco habla como si él mismo no lo tuviera todo claro; como si fuera impostergable exponer la doctrina tradicional a la prueba de la realidad. Como si en algún momento se hubiera preguntado: “¿ayudan nuestras enseñanzas, sí o no?”. Este planteamiento a unos genera inseguridad. A otros, en cambio, les da esperanza de un cristianismo menos moralista y más misericordioso.

El Vaticano II continúa

¿Qué está sucediendo en la Iglesia? Mi opinión es que el Concilio Vaticano II no ha terminado. Como esos incendios de bosques que duran años porque continúan en las raíces de los árboles, humeando y rebrotando sin apagarse, el Gran Concilio está en brasas. En 2015 se cumplen cincuenta años de su conclusión. Pienso, en cambio, que no estamos a cincuenta años “del” Concilio, sino que llevamos cincuenta años “de” Concilio. En ese entonces la Iglesia tuvo que desarrollar doctrina nueva para problemas nuevos. No parece haber sido posible en las cuatro sesiones conciliares tenidas entre 1962 y 1965, hacerse cargo del tema de la sexualidad humana. Faltó hacerlo. Los progresos teóricos del Vaticano II fueron extraordinarios. La Iglesia se renovó enormemente. Todavía hay materias en las que el Concilio no ha producido lo que se esperaba de él. También ha habido retrocesos muy lamentables. En las últimas décadas han resurgido intentos de acentuar la distancia entre lo sagrado y lo profano, y entre el clero y los laicos, como si estas separaciones no fueran la causa ulterior del foso entre la moral sexual católica y la práctica de los fieles. Son cincuenta años “de” Concilio. El concilio más importante en la historia de la Iglesia solo ha podido ser llevado a la práctica de a poco, con oscilaciones pendulares de amplio radio.

La Iglesia se encuentra hoy entre el Sínodo extraordinario que acaba de terminar y el Sínodo ordinario que tendrá lugar en octubre del 2015. Lo ocurrido hasta ahora es sorprendente. La gran novedad, a mí parecer, es metodológica. El Papa considera que lo primero son las personas. Ellas son fines, las enseñanzas son medios. Puesto que el mundo ha cambiado a grandes trancos, si se ha de ayudar a las personas, han de mejorarse los medios. La experiencia del Papa es la de innumerables sacerdotes que han sufrido ellos mismos con los dolores de la vida sentimental de las personas, los fracasos de los matrimonios, el desplomarse de las familias y el deterioro de los hijos. El Papa ha apostado a la posibilidad de un mejoramiento pastoral; un progreso que no se dará sin aprender de las experiencias de vida afectiva y familiar de los creyentes. Da la impresión que Francisco cree que la Iglesia tiene hoy algo que enseñar porque ella misma debe aprenderlo de una Tradición que solo cumple su función cuando es sometida a la prueba de los tiempos.

¿Qué ocurrirá en el próximo Sínodo? Es difícil saberlo. Es evidente que Francisco quiere cambios y que casi todos los presidentes de las conferencias episcopales también los quieren. Lo más probable es que Francisco termine por ratificar las conclusiones de un Sínodo innovador. La Relatio Synodi aprobada por los congregados con gran beneplácito, indica que la Iglesia, en un ámbito tan importante de la vida humana, continúa la senda conciliar.

Nueva etapa

La Relatio Synodi no es un documento obligante desde un punto de vista magisterial. Es solo un instrumento de trabajo. Su discusión y maduración por las iglesias locales, será sin duda indispensable. Pues, lo que corresponde hacer ahora es que estas iglesias, a nivel de conferencias episcopales y de diócesis particulares, abran una conversación, una escucha, un debate, con el mismo espíritu del Sínodo. Esta vez la palabra debieran tenerla sobre todo los laicos.

En esta nueva etapa los obispos podrán organizar espacios de diálogo en diversos lugares y para personas de distintas edades y condiciones. No se sabe cómo se hará. Los obispos, al igual que el Papa, tendrían que garantizar la posibilidad de hablar con libertad, deberían disipar los miedos, estimular la escucha respetuosa y la apertura a la opinión de los demás. Francisco estuvo presente en el Sínodo de punta a cabo sin abrir nunca la boca. Habló al principio y al final. Jamás durante, ni siquiera en los momentos críticos, que sí los hubo. Escuchó, tomó notas, acompañó, animó a que los congregados dijeran lo que de verdad pensaban. En el año que viene, será especialmente importante que los obispos ayuden a los fieles a asimilar de corazón los resultados que vayan apareciendo en el camino (=synodos), sean cuales sean.

Sería preocupante, por todo lo anterior, que algunas diócesis no ayuden a sus fieles a participar en este discernimiento. Si un obispo, por ejemplo, no implementa actividades en las cuales laicos y sacerdotes debatan sobre la Relatio Synodi, dejará a su gente al desamparo, justo cuando más se necesita acoger su participación. Los católicos necesitarán ser asistidos para hacer propios los resultados de un Sínodo que, mientras no tenga lugar, no se sabrá exactamente cuáles serán. Los pastores han de ser pastores más que nunca.

Pablo VI ayudó a los obispos del Concilio a aprobar los documentos con el mayor consenso posible. Nada estaba hecho. Hubo que avanzar con incertidumbre, con fe. Todo fue haciéndose en un proceso emocional, espiritual y teológicamente intenso.

El Vaticano II continúa. El 2015 la Iglesia celebrará cincuenta años “de” concilio.

Terminó el Sínodo, continuará el discernimiento

La Iglesia sinodo 9Católica tiene 2.000 años. Avanza con pasos lentos. El Papa argentino, con una perspicacia pastoral y una energía fuera de lo común, se ha dado cuenta que, si la Iglesia Católica no progresa en varios frentes al mismo tiempo, la evangelización fracasará. Lo que está en crisis a este y al otro lado del Atlántico es la transmisión de la fe. Si se tratara de hacer pasar a la siguiente generación unas tradiciones valiosas por antiguas, daría lo mismo. Lo que a la Iglesia no le puede dar lo mismo, es que el Evangelio, que significa “Buena noticia”, se haya convertido sobre todo para las nuevas generaciones, en el plano de la sexualidad, afectividad y relaciones de por vida, en una “mala noticia”.

Lo que ha estado en juego en el Sínodo sobre la Familia desarrollado en Roma entre el 4 y el 19 de octubre, es nada menos que el futuro de la Iglesia. Pues si lo propio de esta es el amor, y ella debe enseñar a amar como Jesús lo haría, si no lo hace en el plano del amor íntimo y familiar, fallaría en algo fundamental. Es en los vínculos de amor donde se juega la felicidad de la inmensa mayoría de los seres humanos. Y, sabemos, es mucha la gente que ha abandonado la Iglesia porque siente que su doctrina en vez de ayudarle la culpabiliza, o porque se ha sentido discriminada. El Papa está convencido que la enseñanza de Jesús sostenida por la Iglesia por dos milenios, si se actualiza, puede iluminar extraordinariamente a las personas de esta época.

Y bien, ¿hay progresos?

Antes de ir al fondo del asunto, debe decirse que no hay fondo que valga si no se atiende a la forma de conseguirlo. Este Papa que ha puesto a la Iglesia entera en situación de discernimiento. Francisco ha procurado que todos hablen, por todos los medios posibles y con total libertad. ¿Es este un avance? Por supuesto que sí. Si todos pueden hablar, nadie podrá llegar a la verdad sin los demás.

Hay también un progreso en el fondo. La Relatio (documento final) trasunta una comprensión histórica del ser humano. Los obispos del Sínodo hablan de las personas, de las parejas, de los matrimonios como de realidades que se desarrollan en el tiempo, que pueden tener tal o cual cultura, que pueden encontrarse en vías de maduración, de fragilidad o de fracaso. El texto tiene una visión positiva del ser humano, independientemente del lugar o el recorrido que las personas vayan haciendo. El ser humano está en crecimiento, en proceso, puede mejorar, reconstruirse. El hombre, la mujer, la familia toman tiempo. Y lo merecen. Esto exige de los ministros y de las pastorales de la Iglesia una actitud cuidadosa y cercana. La pastoral debiera enseñar, pero sobre todo acompañar. Si las personas crecen, si están en camino, solo se las puede ayudar sin violentarlas, sin imponerles cargas que no pueden soportar. La clave de la pastoral propuesta es esta: “Es necesario acoger a las personas con su existencia concreta, saber apoyar su búsqueda, animarlas en su deseo de Dios y en su voluntad de sentirse plenamente parte de la Iglesia; también a quien ha experimentado el fracaso o se encuentra en las situaciones más desesperadas” (11).

Esto que ha debido ser siempre el procedimiento pastoral de la Iglesia, parece no habérselo practicado suficientemente. Muchos católicos han lamentado la intromisión o atropellos de sacerdotes en su vida afectiva o familiar con un lenguaje de blanco y negro, de permitido o prohibido, o dando permisos que los infantilizan.

A propósito de los temas más difíciles, lo siguiente. Lo más complicado de todo ha sido ofrecer a los divorciados vueltos a casar la posibilidad de comulgar en la misa. No se llegó a acuerdo. Si bien la mayoría votó a favor del párrafo correspondiente de la Relatio, esta no alcanzó los dos tercios necesarios. Aun así, debe valorarse la numerosa adhesión al texto (votos: 104/74) y, sobre todo, que haya podido argumentarse a favor y en contra de un tema altamente delicado, pues implica una posible innovación en la doctrina.

Acerca de la posibilidad de recurrir al uso de medios artificiales de control de natalidad –la emblemática “píldora anticonceptiva”-, no se la excluyó. Al contrario, se recordó que la misma encíclica Humanae vitae de Pablo VI (1968) “subraya la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la valoración moral de los métodos de regulación de la natalidad” (58). El Sínodo insiste en el valor del uso de los medios naturales y celebra a los que, no obstante las enormes dificultades de la vida actual, los utilizan. Sin embargo, favorece la responsabilidad de los esposos de discernir en libertad de conciencia lo más conveniente para su vida matrimonial y familiar. El texto fue aprobado con enorme mayoría (167/9).

El documento final es seco y frío con el reconocimiento del valor del vínculo entre personas homosexuales. El documento anterior –la Relatio del Cardenal Erdö del día lunes-, había sido benevolente. El párrafo 50 sostenía: “Las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana: ¿estamos en grado de recibir a estas personas, garantizándoles un espacio de fraternidad en nuestras comunidades?”. Fue un texto de discordia. En votación, el actual párrafo 53 no alcanzó los dos tercios (112/64), probablemente con votos de obispos ubicados en posiciones contrarias.

Debe también destacarse el valor que tiene el reconocimiento del matrimonio civil, de las uniones de hecho o de las convivencias en general y en particular de los jóvenes (antes del matrimonio). Lo que predomina en estos casos es la doctrina más tradicional del valor del matrimonio natural y, nuevamente, una consideración histórica del ser humano. En toda relación amorosa puede haber algo que crece, un grado de responsabilidad, que los pastores de la Iglesia deben descubrir y cuidar, nunca sofocar con el ideal de la doctrina.

El Papa quiso que, no obstante no fueran aprobados aquel par de textos clave, el documento fuera hecho público. Francisco ha querido hacer participar a todos los católicos en la discusión del que ha llamado el “Evangelio de la familia”. Esta discusión abierta a los medios de comunicación ha generado problemas. Complicó el trabajo del Sínodo. Pero el Papa, según parece, quiere mejorar su magisterio escuchando a todos los bautizados.

¿Qué viene ahora? De aquí a octubre de 2015 las iglesias locales tendrán que debatir en base a este documento. No es un texto magisterial obligante. Se espera que se lo haga con la misma libertad con que se lo ha sido discutido y votado.

Se insinúa giro en la moral sexual católica

Sinodo 3 Sinodo 2El Informe-resumen de los trabajos del Sínodo de la semana pasada redactado por el comité correspondiente encabezado por el Cardenal Péter Erdö, significará un hito en el camino al Sínodo sobre la familia de 2015. El texto insinúa un giro en la moral sexual católica. Este documento representa una innovación teológica. No tiene la fuerza de un documento magisterial. No lo es. Se trata de un mero instrumento de trabajo. Pero, si el Sínodo progresa con este mismo método teológico la Iglesia terminará cambiando el paradigma de su enseñanza moral en este campo.

Por el momento, debe quedar claro, no ha sido recibido fácilmente por la asamblea. Ha recibido fuertes críticas. Ha sido redactado precisamente para esto. Para ser discutido.

El tono del Informe-resumen es amable. Pero la novedad no está en el tono. El documento constituye un esfuerzo teológico-pastoral poco conocido en el ámbito de la moral sexual católica oficial. Los teólogos se disputarán el título de la teología subyacente a estas nueve páginas: teología de gradualidad, teología de acompañamiento, teología de la germinación. Todo depende del ángulo de la argumentación que se observe. Lo que está a la base de varias posibles denominaciones es el cultivo en el ámbito de la enseñanza sexual, afectivo, matrimonial y familiar de la Iglesia de un método inductivo. Todo comenzó con aquellas 39 preguntas. El Papa no sometió al Pueblo de Dios a un examen escolar. “¿Se saben la doctrina o no?”. El Para preguntó por la realidad. “¿Qué está ocurriendo en este plano de la vida humana? ¿Sirve la doctrina, orienta, ayuda a vivir el Evangelio, sí o no?”. El documento, a diferencia del Intrumentum laboris –bajo este respecto -, aborda con el mejor celo pastoral la realidad humana misma. Y lo hace como sabemos que lo hacen los mejores pastores: con un extraordinario amor por el ser humano concreto. Las personas son fines, las doctrinas son medios. Las doctrinas evolucionan, mejoran, en razón de las personas. El Informe-resumen no renuncia a la doctrina. Pero le hace cumplir una función distinta.

Digo que advierto un cambio de paradigma. Se pasa de un planteamiento deductivo a uno inductivo. Se afirma: “Es necesario aceptar a las personas con su existencia concreta, saber sostener la búsqueda, alentar el deseo de Dios y la voluntad de sentirse plenamente parte de la Iglesia, incluso de quien ha experimentado el fracaso o se encuentra en las situaciones más desesperadas” (11). Ya no se desprenden soluciones de datos teológico- doctrinales. Por el contrario, se aborda la vida real de la gente, de las parejas, de las familias tal cual se da, en su desarrollo, con sus aciertos y fracasos, sus progresos y sus involuciones, y se ofrece a esta vida cauces de mejores desarrollos. El documento celebra todo lo que germina no importa donde se encuentre; no importa que se esté lejos del ideal. El nuevo planteamiento abandona el blanco/negro, permitido/prohibido, y asume en serio la historicidad del ser humano, sus esfuerzos humildes por salir adelante, sus aspiraciones más altas de amor estable.

Esto significa sustancialmente que el Sínodo cree que Dios confía en la libertad y la conciencia de las personas, en la obligación de hacer un camino a la adultez, en el deber de acompañar a los fracasados y los débiles. Las orientaciones que da, las da para que las personas disciernan qué es lo mejor para sus vidas. Incluso a propósito de Humanae Vitae, manteniendo la doctrina, el encuadre que ofrece es muy positivo. La última palabra –como pocas veces se dice- la tienen las personas.

Los temas han quedado abiertos. Así ha debido ser. En uno es especialmente evidente que, no obstante los avances, aún no hay claridad suficiente: la comunión a los divorciados vueltos a casar. El documento recoge respetuosamente posiciones contrarias. Corresponde. Se está en camino.
Lo que resulta muy novedoso es la aceptación positiva de todo lo que puede significar el despliegue de la sexualidad fuera del matrimonio, aun cuando se den situaciones reñidas con el ideal, pues allí se incuba un crecimiento. Todo lo bueno que en tales circunstancias brote, merece el cuidado de la Iglesia. No recuerdo un documento tan cariñoso con las personas homosexuales.

Pero, como señalé más arriba, el texto es solo un instrumento para la discusión. Ha sido seriamente cuestionado por cardenales y obispos importantes. Están en su derecho.