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Debate epistolar Hernán Corral – Jorge Costadoat

Amoris laetitia6 de mayo de 2016

Sr. Director

Hernán Corral en su columna “Amoris laetitia y divorciados en nueva unión”, recoge de un modo benigno la disposición de este documento del Papa Francisco hacia los divorciados vueltos a casar, pero en su argumentación termina por negar que se ha abierto la posibilidad de que estos puedan comulgar en la Eucaristía. Me extraña esta interpretación de la Exhortación apostólica.

La clave de lectura de Amoris laetitia es la misericordia con que Jesús acogió a todos, pobres y pecadores. El mismo Jesús, repite el Papa insistentemente, se enfrentó con quienes restringían el acceso al amor de Dios con innumerables prescripciones legales.

¿Podrán los divorciados vueltos a casar recibir la comunión? Hoy algunos comulgan considerando tal vez que la enseñanza oficial es incompatible con el Evangelio y a la moción interior del Espíritu Santo. Esto es delicado. La institución eclesiástica no puede desentenderse si existe una norma y los fieles no la cumplen. Amoris laetitia es un gran documento precisamente porque ha procurado resolver esta incomprensión enorme entre muchos católicos y sus autoridades.

Los grandes criterios para que los divorciados puedan comulgar son tres (AL 291-312). Las autoridades eclesiásticas deben procurar “integrar” a la comunidad eclesial a todos sin exclusión. Segundo, esta integración ha de evaluarse caso a caso mediante un “acompañamiento” con un sacerdote. Tercero, este acompañamiento debiera ayudar a los fieles a tomar una decisión discernida en “conciencia”. Estos criterios suponen un principio básico que está muy bien fundamentado por el Papa: la norma general permanece, pero ella no puede tener en cuenta todos los casos particulares y por tanto tales casos deben ser seriamente discernidos.

El prudente discernimiento permite determinar cuándo puede recibirse la comunión en los casos de los que sin culpa fracasaron en su primer matrimonio y han logrado levantar una nueva familia que merece ser protegida y alentada, pero también puede valer para los que con culpa lo hicieron fracasar. En ambos casos la institución eclesiástica podrá ayudar a las personas a hacer un proceso de sanación, de arrepentimiento, de reconciliación y de aprendizaje.
Jorge Costadoat S.J.
7 de mayo de 2016

Señor Director:

Agradezco el comentario de Jorge Costadoat, S.J., a mi columna sobre la exhortación apostólica Amoris laetitia, en la que el Papa Francisco llama a promover una mayor acogida en la Iglesia a los bautizados que han sufrido una ruptura matrimonial, se han divorciado y entrado en una nueva unión conforme a la ley civil. Me parece que estamos de acuerdo en que el documento pone el acento en la misericordia y en la necesidad de ayudar a estas personas mediante un acompañamiento espiritual que les permita discernir cómo participar en la vida de la Iglesia.

La discrepancia es que según el padre Costadoat ese itinerario tiene como objetivo permitir a dichas personas acceder a la comunión sin mayores exigencias, mientras que por mi parte sostengo que la admisión a dicho sacramento solo será lícita en los casos señalados por el magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI, fundamentalmente cuando los miembros de la nueva unión se comprometen a guardar continencia sexual.

Nada en el texto de la Amoris laetitia da pie para pensar que el Santo Padre haya querido revocar esa norma. En este sentido, es iluminador lo declarado hace unos pocos días en Madrid por el cardenal Gerhard Müller, Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en el sentido de que si bien el Papa ha querido una mayor integración de los divorciados vueltos a casar, la eucaristía solo se les puede dispensar en los casos señalados por la Familiaris consortio de Juan Pablo II. Esto no hacer perder sentido al llamado del Papa, «ya que hay otras formas -teológicamente válidas y legítimas- de participar en la vida de la Iglesia» y «la comunión con Dios y la Iglesia no solo está constituida por la recepción oral de la Eucaristía».

Hernán Corral
8 de mayo de 2016

Sr. Director,

Con Hernán Corral tenemos interpretaciones divergentes de Amoris laetitia. A propósito de la posibilidad de que los católicos divorciados vueltos a casar comulguen en misa, mi opinión es que el documento señala que la institución eclesiástica debe procurar “integrar” a todos a la comunidad eclesial. El documento afirma que estas personas –aunque se encuentren en una situación anómala desde un punto de vista objetivo- pueden encontrarse en gracia, y los sacerdotes que han de tratar con ellas, en vez hacerles sentir culpables, podrían ayudarles con los sacramentos (AL, nota 351). De regreso de Lesbos se preguntó a Francisco por esta posibilidad. Su respuesta fue: “podría decir sí, y punto”. Y remitió a la explicación mayor dada por el Cardenal Schönborn.

¿Qué debiera hacer un sacerdote al que se le acerca una persona pidiéndole participar plenamente en la Eucaristía? Por de pronto acogerla como si no dependiera de él darle permiso para comulgar. Esta decisión, en última instancia, debiera tomarla ella en conciencia. El sacerdote, por su parte, debiera acompañarla y cooperar a que asuma esta decisión tras un proceso de crecimiento humano y espiritual. Será muy importante ayudar a la persona a que tome conciencia de los errores que ha podido cometer en su primer matrimonio; a evaluar si puede recuperar aun su compromiso matrimonial anterior o si el nuevo compromiso es irreversible porque, por ejemplo, sería irresponsable volver atrás habiendo nuevos hijos que educar; a examinar si realmente quiere crecer en su pertenencia eclesial o simplemente desea recuperar un derecho perdido. Dependiendo el caso, el sacerdote pudiera también recomendarle que recurra a un psicólogo que le ayude a sanar las heridas de la destrucción de su primer matrimonio y a aprender de su experiencia para que su segunda familia sea más feliz que la anterior. Una vez que la persona haya podido atar los cabos que habían quedado sueltos de su ruptura y tenga un deseo suficientemente serio de vivir su nueva relación con fidelidad y de por vida, podrá pedir al sacerdote el sacramento de la reconciliación y, este, sin hacer de juez, tendrá que dárselo y de todo corazón.

Mientras la Conferencia Episcopal de Chile no nos dé a los sacerdotes orientaciones más precisas, esto es lo que pienso hacer yo. Me alegraría que otros sacerdotes hagan algo parecido.

Jorge Costadoat S.J.
9 de mayo de 2016
Señor Director:

Una precisión y una sugerencia agregaría para terminar mi participación en el diálogo con Jorge Costadoat, S.J., sobre si el documento del Papa Francisco autoriza a los sacerdotes a juzgar por sí mismos, y con prescindencia de los criterios afirmados claramente por el magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI, la admisión a la comunión de los divorciados en nueva unión.

La precisión se refiere a la respuesta del Papa a una pregunta periodística que Costadoat agrega a la nota 351 como apoyo a su interpretación. Efectivamente, el Papa respondió como él señala: “Podría decir que sí, y punto”; pero omite decir que la pregunta que mereció esa respuesta no fue si la Amoris laetitia permite a los divorciados acceder a la eucaristía, sino si el documento abre o no nuevas posibilidades concretas de integración de dichas personas en la vida de la Iglesia. Además, el Papa agregó inmediatamente: “Pero sería una respuesta muy simplificada”, y remitió a la presentación hecha por el cardenal Schönborn sobre el documento. En esta no hay ningún elemento que pueda servir para deducir que, dentro de esas nuevas posibilidades de integración, esté la recepción de la comunión fuera de los casos contemplados por el magisterio eclesiástico.

La sugerencia que me permito hacer fraternalmente al padre Costadoat es que, antes de proceder a aplicar su personal interpretación de la Amoris laetitia , y sin perjuicio de las directrices que pueda dar la Conferencia Episcopal, consulte el parecer de sus superiores y del obispo diocesano que corresponda.

Hernán Corral

 

10 de mayo

Sr. Director,

Como Hernán Corral yo desearía también con estas líneas terminar el debate haciendo dos precisiones.

La clave de interpretación de Amoris laetitia del Papa Francisco es la misericordia. A propósito de la posibilidad de comunión eucarística delos divorciados vueltos a casar, no se ha querido dar otra regla general porque las situaciones concretas pueden ser “innumerables” (AL 300). La Exhortación apostólica recomienda que los sacerdotes consideren que estas personas, aun cuando desde un punto de vista objetivo se encuentran en una situación sacramental anómala, subjetivamente pueden estar en gracia de Dios. Por otra parte, en cuanto a estos corresponde, no debieran acercarse a comulgar sin antes discernir en conciencia y dejarse acompañar por algún sacerdote. Lo que he querido ofrecer en mi carta anterior, son unos criterios y un itinerario que ayuden a que este proceso sea lo más serio posible. Algo parecido han sugerido los obispos alemanes.

Si alguien ha pensado que he criticado a nuestra conferencia chilena, puede ser que me haya expresado mal. He querido todo lo contrario. Laicos y sacerdotes tenemos que hacer confianza en nuestras autoridades eclesiásticas y esperar de ellas las orientaciones que nos faltan. Los sacerdotes, hasta ahora, hemos sufrido mucho negándole la absolución sacramental y la comunión a la gente que más ha necesitado comprensión, perdón y orientación para seguir creciendo humana y espiritualmente.

Jorge Costadoat S.J.

Amoris laetitia: Giro eclesiástico hacia la realidad

SONY DSCLa exhortación apostólica Amoris laetitia recientemente publicada por el Papa Francisco representa un giro –insinuado en algunos asuntos, y efectivo en otros- en el acento en la enseñanza de la Iglesia. Cambió el viento. Hasta ahora el énfasis de la jerarquía eclesiástica en el planteamiento de la moral sexual y familiar había sido puesto en el “ideal”. Desde ahora habrá que concentrarse en la “realidad” de los católicos, en sus esfuerzos por ser responsables en este plano de la vida y en la necesidad de volver a pararse cuando han experimentado fracasos o cometidos errores.

Debe notarse que el giro no es del Papa. Él ha sido intérprete de dos sínodos (2014 y 2015) que reunieron obispos de regiones culturalmente muy diversas del mundo, los que aprobaron por más de 2/3 los textos finales. Ha sido la institución eclesiástica la que ha sido tocada por la realidad de un Pueblo de Dios alejado de sus autoridades. ¿Podría hablarse de una “conversión” eclesiástica? En cierto sentido, sí. Si en todos los planos de la vida cristiana la distancia entre la jerarquía y los fieles es hoy muy grande, en el campo de la enseñanza sexual, matrimonial y familiar se ha declarado un abismo, un auténtico cisma (Cardenal Kasper). Cisma blanco, en los casos de católicos que no reniegan de su pertenencia eclesial, pero no se rigen por el Magisterio; cisma rojo, las veces que los católicos renunciaron a la Iglesia por habérseles vuelto inhabitable. El giro constituye nada menos que la apertura a una reconciliación de la Iglesia con sus propias autoridades.

Desde un punto de vista teórico ha comenzado a hacer crisis un modo abstracto de ver la moral sexual católica, modo que en su peor versión no reconoce que es posible aprender algo nuevo de la experiencia y de la historia, y que tampoco las culturas tienen nada aportar; y que, peor aún, esta visión moral abstracta resta valor a conciencia de las personas al momento de discernir sus decisiones éticas.

El nuevo modo de plantearse la moral sexual católica de la exhortación papal –modo que prevalece en la moral social desde hace ya muchas décadas- exige concentrar la atención en la realidad de las personas. En esta óptica, lo primero son fines trascendentes que guían efectivamente las decisiones de la gente en las circunstancias concretas e irrepetibles de sus vidas. La moral no puede consistir meramente en saber lo que está prohibido y lo que está permitido. No es cosa de blanco y negro. Curiosamente, Amoris laetitia es una vuelta al pasado, al modo de exigir respuestas éticas del mismo Jesús hace dos mil años, quien, sin desconocer el valor de la Ley, se concentró en la gente, en sus fallos, fracasos, marginaciones, sufrimientos, pecados, para alentarlas a que se pusieran de pie y con salieran adelante por sí mismas.

Dice Francisco: “Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas. Tenemos dificultad para presentar al matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como un peso a soportar toda la vida. También nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (AL 27).

Una lectura atenta de Amoris laetitia y de los documentos de los sínodos que la precedieron, permite hallar nuevas ideas y un nuevo horizonte de comprensión para las convivencias, las relaciones pre-matrimoniales, la homosexualidad, la contracepción, las segundas familias y la participación de los cristianos divorciados y vueltos a casar en la eucaristía. La eventual readmisión de estos a la comunión –acompañada por una comunidad eclesial que se hace responsable de ellos- representa muy bien los cambios que podrían darse también en los otros asuntos.

Amoris laetitia: giro en la enseñanza de la Iglesia

11 11 111Con Amoris laetitia el Papa Francisco cierra un ciclo de discernimiento sobre la familia que ha supuesto la realización de dos sínodos (2014 y 2015), para actualizar la enseñanza de la Iglesia sobre el tema.

¿En qué consiste su novedad? Amoris laetitia es rica en la descripción de situaciones, ofrece palabras nuevas a las más diversas personas, recoge la experiencia pastoral de las últimas décadas y abunda en consejos de gran sabiduría.

¿Cuál es la novedad de las novedades? La exhortación constituye un perfeccionamiento doctrinal y pastoral, pero también un giro en el modo de plantear la moral sexual y familiar católica.
Si hasta ahora la jerarquía eclesiástica había puesto el acento en la doctrina, desde ahora habrá de tener más en cuenta la realidad de las personas y de las familias. Especialmente los innumerables casos de sufrimiento y de fracasos, merecen una palabra evangélica de acogida, de aliento y de orientación. En las últimas décadas muchos han podido pensar que el Evangelio y la doctrina son lo mismo. No lo son. En la Iglesia la doctrina constituye un modo de traducir el Evangelio en enseñanzas concretas. El Papa Francisco quiere sobre todo anunciar el Evangelio a las personas, a los matrimonios y a las familias “reales”, y no tanto a las “ideales”.

El tono y el contenido de Amoris laetitia recuerda el anuncio que Jesús hizo a todos del reino de Dios, especialmente a los pobres y los marginados por no poder cumplir con los preceptos de la Ley. En la actualidad estos son los niños abandonados, los ancianos sin hogar, las mujeres víctimas de la violencia, los esposos traicionados, las personas que han fracasado en su matrimonio, las segundas familias, los convivientes y tantos otros. Francisco ha querido decirles que Dios los ama, que se amen, que sean responsables en sus relaciones afectivas, que se arrepientan del daño que han podido causar a otros, que crezcan como personas, y que cuenten siempre con la compañía de los ministros de la Iglesia. El Papa no equipara las uniones del mismo sexo a los matrimonios sacramentales, pero exige respeto y acogida a las personas homosexuales.

La exhortación también es evangélica porque, como Jesús, propone altos ideales y apela a la conciencia de las personas en la aplicación a casos particulares complejos. Procura formar estas conciencias, pero jamás suprimir la libertad con que los padres y los matrimonios deben discernir lo que en cada circunstancia de la vida Dios pide para sacar adelante sus familias.

Esto es claro en temas como el control de natalidad y la comunión de los divorciados vueltos a casar. En ambos casos Amoris laetitia mantiene la enseñanza tradicional. Y en ambos la novedad consiste en subrayar la responsabilidad de las parejas. ¿Cómo ejercer la paternidad responsable? Vean los mismos matrimonios que métodos usar. ¿Podrán comulgar en misa los divorciados vueltos a casar? Los episcopados tendrán que ver manera de integrarlos lo más posible a la comunidad eclesial, acompañarlos en el discernimiento de su situación y respetar sus decisiones. La propuesta es válida para todos, pues la misericordia de la Iglesia no debiera excluir a nadie.

Los textos clave del Sínodo sobre los divorciados vueltos a casar (traducción del original italiano)

Familia foto84.- Los bautizados que se han divorciado y vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad en los diversos modos posibles, evitando en cada ocasión el escándalo. La lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral, para que no solo sepan que pertenecen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino que puedan tener de ello una gozosa y fecunda experiencia. Son bautizados, son hermanos y hermanas, el Espíritu Santo esparce en ellos dones y carismas para el bien de todos. Su participación puede expresarse en diversos servicios eclesiales: es necesario por esto discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional puede ser superadas. Ellos no solo no deben sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que los acoge siempre, cuando los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio. Esta integración es necesaria también para el cuidado y la educación cristiana de sus hijos, los que deben ser considerados los más importantes. Para la comunidad cristiana, cuidar a estas personas no debe considerarse un debilitamiento de su fe y del testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial: por el contrario, la Iglesia expresa su caridad precisamente mediante este cuidado.
85.- San Juan Pablo II ha ofrecido un criterio complexivo, que debe considerarse la base para una valoración de estas situaciones: “Sepan los pastores que, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones. Hay ciertamente un diferencia entre quienes sinceramente se esforzaron por salvar su primer matrimonio y han sido abandonados de un modo completamente injusto, y aquellos que con grave culpa han destruido un matrimonio canónicamente válido. Existen, en fin, aquellos que han contraído una segunda unión en vista de la educación de los hijos, y que a veces son subjetivamente ciertos en conciencia que el matrimonio precedente, irreparablemente destruido, no había sido jamás válido” (FC, 84). Es por tanto tarea de los sacerdotes acompañar a las personas que quieren realizar un discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del obispo. En este proceso será útil hacer un examen de conciencia, mediante momentos de reflexión y de arrepentimiento. Los divorciados vueltos a casar debieran preguntarse cómo se han comportado ante sus hijos cuando la unión conyugal entró en crisis; si hubo tentativas de reconciliación; cómo la situación del compañero/a abandonado; qué consecuencias tiene la nueva relación sobre el resto de la familia y la comunidad de los fieles; qué ejemplo ofrece esa (relación) a los jóvenes que se deben prepararse al matrimonio. Una sincera reflexión puede reforzar la confianza en la misericordia de Dios que no ha de ser negada a nadie.
Además, no se puede negar que en algunas circunstancias “la imputabilidad e la responsabilidad de una acción puedan ser disminuidas o anuladas” (CCC, 1735) a causa de diversos condicionamientos. En consecuencia, el juicio sobre una situación objetiva no debe conducir a un juicio sobre la “imputabilidad subjetiva” (Pontificio Consejo para los textos legislativos, Declaración del 24 de junio de 2000, 2ª). En determinadas circunstancias las personas encuentran grandes dificultades para obrar en modo diverso. Por esto, aun sosteniéndose una norma general, es necesario reconocer que la responsabilidad respecto a determinadas acciones o decisiones no es la misma en todos los casos. El discernimiento pastoral, aun teniendo cuenta de la conciencia rectamente formada de las personas, debe hacerse cargo de estas situaciones. También las consecuencias de los actos ejecutados no son necesariamente las mismas en todos los casos.
86.- El proceso de acompañamiento y de discernimiento orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios. La conversación con el sacerdote, en el fuero interno, concurre a la formación de un juicio correcto sobre aquello que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena en la vida de la Iglesia y sobre pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer. Dado que en la misma ley no hay gradualidad (cf. FC, 34), este discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia. Para que esto ocurra, han de garantizarse las condiciones necesarias de humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios y en el deseo de alcanzar una respuesta a ella más perfecta.

Habrá comunión para los divorciados vueltos a casar

Familia popularTerminó el Sínodo de los obispos sobre la familia. Tal vez desde el Concilio Vaticano II, hace cincuenta años, una reunión episcopal a nivel mundial no captaba tanto el interés y agitaba tanto las aguas. El acontecimiento ha constituido un verdadero turning point. Es temprano aun para sacar muchas conclusiones. Pero si este Sínodo no representa un paso adelante, lo será hacia atrás, justo cuando más la Iglesia necesita avanzar. Como digo, no podemos aun ofrecer una opinión acabada, pues recién disponemos del texto final en italiano. Sí tenemos en castellano el discurso final del Papa, en el cual Francisco felicita a los congregados por haber atinado con su misión pastoral, consistente en pensar en las personas antes que en la doctrina; en interpretar la doctrina en función de personas que necesitan que se les anuncie un evangelio de vida, en vez de agobiárselas con mandamientos y prohibiciones inhumanas.

Muchos han sido los temas, pero uno ellos ha captado el interés principal. ¿Podrán los divorciados vueltos a casar comulgar en la misa? El Sínodo no excluye la posibilidad, es decir, sí, podrán hacerlo. Cualquier lector atento concluirá que la posibilidad existe, si las cosas se hacen seriamente. El documento final abre las puertas a que los católicos que fracasaron en su matrimonio puedan acercarse a comulgar. Debe decírselo con todas sus letras: sí, los divorciados vueltos a casar que hasta ahora han sido excluidos por la institución eclesiástica y malmirados por los católicos hipócritas, deben alegrarse porque no se puede decir que todos ellos sean adúlteros. Los números del documento correspondientes a esta materia (84-86), impulsan un cambio pastoral responsable. En ellos tres son los criterios que, combinados, hacen posible un gran paso adelante: integración, discernimiento y acompañamiento.

El Sínodo, en esta materia, ha querido integrar a estas personas en vez de excluirlas. Se nos dice: “la lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral, no solo para que sepan que pertenecen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino tengan de ello una experiencia gozosa y fecunda”. El criterio proviene del Instrumentum laboris que recogía el parecer de las iglesias de distintas partes del mundo y que insistentemente no quería exclusiones, sino inclusión e integración. Estas personas han de ser acogidas con especial cariño y han de poder participar lo más posible en la misa.

Pero la posibilidad en cuestión –siempre tácita en el documento- no debiera ejecutarse indiscriminadamente. Se exige un discernimiento. A propósito de las diferentes maneras de participación es necesario “discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional puedan ser superadas”. Las situaciones, sabemos, pueden ser muy distintas. El documento cita a Juan Pablo II para recordar que, por ejemplo, que no son lo mismo las personas que se esforzaron por salvar su primer matrimonio y luego fueron abandonadas injustamente, que aquellos que con grave culpa de su parte lo destruyeron. Cada caso merece un estudio particular.

Por último, el Sínodo pide que este discernimiento sea acompañado por un sacerdote. ¿Para qué, se dirá? ¿Para cerrar de nuevo la puerta? Pues bien, siempre podrá darse el caso de un cura que en vez de acompañar quiera dirigirles la vida a los demás y que ahora piense que podrá autorizar a unos a comulgar y a otros no. Esta no es la idea. La decisión final queda entregada a un examen de conciencia y a una decisión que, pensamos, solo puede pertenecer a las personas afectadas. A nuestro parecer, el sacerdote que ayude a las personas a formarse un juicio sobre lo que corresponda, ha de representar a una Iglesia que toma en serio su vida, que quiere ayudarle a procesar su fracaso, a sanar sus heridas y a crecer otra vez en su cristianismo. El mismo habrá de cumplir esta función de un modo regulado por una autoridad que será más competente cuanto más misericordiosa.

Así católicos que han sobrevivido por años en el más triste abandono, recibirán el trato que siempre debió ser prioritario. Nadie más que ellos debieron ser acogidos, cuidados y orientados. Sus familias, empero, fueron consideradas de segunda. Termina un escándalo. La opción de Jesús por los estigmatizados nuevamente le quita el cetro al fariseísmo.

El documento del Sínodo es todavía una penúltima palabra. Los católicos esperan que el Papa aún publique un documento que dé orientaciones sobre esta y las muchas otras materias tratadas. Por de pronto, han podido quedar pendientes las estipulaciones de los términos de aquel acompañamiento.

Lo que también debe ser subrayado, y que a la larga será decisivo para el futuro de la Iglesia, es que el Papa ha decidido gobernar de un modo sinodal, es decir, caminando con todos, haciendo discernimiento colectivo de los principales asuntos, volviendo sobre los pasos democráticos del Vaticano II.

CISMA BLANCO, CISMA ROJO

Sínodo 3Años atrás Juan Bautista Libanio, célebre teólogo brasileño, ya muerto, diagnosticó un cisma blanco en la Iglesia. Dentro de muy poco también puede hacer un cisma rojo.

Libanio tuvo razón: el distanciamiento entre los católicos y la institución eclesiástica es enorme y creciente. ¿Quién tiene la culpa del foso que se ha creado? Es difícil atribuir responsabilidades. La cultura ha cambiado una enormidad. En quinientos años ha dejado de ser teocéntrica para convertirse en antropocéntrica. A la gente de nuestra época le interesa más esta vida que la eterna. Con este divorcio entre la fe y la cultura se ha desplomado también la cristiandad: se acabó la alianza entre el poder político y el poder eclesiástico. El poder eclesiástico ha perdido la posibilidad que le facilitaba el poder político de reunir a sus fieles bajo un mismo ordenamiento civil y moral. Todo lo cual ha desembocado en una significativa liberación de los fieles respecto de la enseñanza oficial. Hoy, de hecho, las mayorías católicas no se sienten interpretadas por la jerarquía eclesiástica, al menos en las regiones tradicionalmente cristianas. Muchos se van. Otros se quedan pero emocionalmente descolgados. Hay cisma blanco: los que se quedan prescinden de la institucionalidad eclesial, salvo cuando les conviene.

Ahora último la discordia ha eclosionado en el ámbito más sensible. El Sínodo sobre la familia a realizarse entre el 4 y 25 de octubre, comienza a agitar las aguas. En ningún terreno la distancia entre la enseñanza del Magisterio y la opinión de los católicos es mayor que en el de la moral sexual y familiar. Desde el Sínodo celebrado en 2014 hasta ahora, se ha levantado una discusión eclesial de extraordinaria importancia. No es fácil para una institución de dos mil años avanzar unida manteniendo una doctrina común para culturas de cinco continentes, y que por otra parte deje conformes a conservadores y progresistas. El Papa Francisco con un arrojo impresionante lanzó a los católicos treinta y ocho preguntas sobre todos los asuntos atingentes, incluidos los “intocables”. Entre las respuestas, la principal de todas confirma que la distancia señalada es real. El Cardenal Kasper, mano derecha del Papa en esta materia, ha hablado recientemente de “cisma práctico”.

Los temas en los que la disparidad entre la doctrina y el parecer mayoritario de los católicos son: la enseñanza de la encíclica Humanae Vitae (1968) contraria a los métodos artificiales de control de natalidad; las relaciones sexuales fuera del matrimonio; la homosexualidad; y dar o no dar la comunión en misa a los divorciados vueltos a casar. Este último asunto concentra la discordia porque compromete la doctrina. Unos dicen que esta no puede cambiar porque el mandato de la indisolubilidad del matrimonio remonta a Jesús mismo. Como ha indicado el cardenal Medina, las personas que conviven en un segundo matrimonio lo hacen en adulterio y, en consecuencia, no pueden comulgar. Otros piensan que esta exclusión es despiadada. Creen, en cambio, que la tradición de la Iglesia debiera admitir innovaciones doctrinales. El Evangelio sería el fin, las formulaciones doctrinales meros medios. Si la Iglesia ha innovado en su enseñanza muchas veces en su historia, no se ve por qué no pueda hacerlo en este campo.

La batalla se libra al más alto nivel. Se sabe que el Papa Francisco quiere un cambio. Pero el cardenal Müller, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, está decididamente en contra. ¿Podría un ministro de educación, por ejemplo, diferir en un asunto fundamental con el presidente de la república? Se sabe además que la Conferencia episcopal alemana ha dado sólidos argumentos teológicos para hacer un cambio. Pero también que la Conferencia episcopal polaca se ha declarado muy contraria a cualquier modificación. Del resto de los episcopados no se tiene noticia. Ha llamado la atención, sí, que la Conferencia episcopal argentina no envió su respuesta al último de los cuestionarios enviados por el Vaticano. ¿Temor a una división o imposibilidad de ponerse de acuerdo?

Una vez que el próximo Sínodo entregue sus conclusiones, el Papa Francisco tendrá que resolver. Probablemente promulgue luego un documento en el cual tome una decisión sobre estos asuntos. La decisión será soberana suya. ¿Representará esta la sabiduría creyente del Pueblo de Dios, el llamado sensus fidelium?

En la Iglesia en todas las materias se trata de discernir la voluntad de Dios. Esta puede no coincidir con la opinión de las mayorías. Pero no por esto se puede desestimar la experiencia de vida de la mayor parte de los cristianos. Cabe recordar que Pablo VI en Humanae Vitae no hizo caso a la opinión mayoritaria de la comisión que él constituyó, opinión partidaria de entregar a los esposos de la decisión sobre qué métodos usar para ejercer la paternidad responsable. La encíclica, empero, no ha sido recibida por los católicos. Ha sido rechazada casi por completo.

El cisma blanco es una realidad independientemente de la moral sexual y familiar de la Iglesia. Pero si en estas materias no hay progreso, la desidentificación con la institución eclesiástica se agudizará. La Iglesia corre el riesgo de no transmitir el Evangelio a las generaciones jóvenes para las cuales la actual enseñanza es aberrante. Tan grave como lo anterior podrá ser un cisma rojo: que agrupaciones católicas o iglesias particulares rechacen innovaciones doctrinales, se alcen en rebeldía y abandonen la catolicidad.

No se sabe qué ocurrirá. Es doloroso para nosotros los católicos que esté en cuestión la unidad de la Iglesia. La superación de los diferendos y aporías siempre debiera ser posible en una Iglesia que quiere ser “católica” (universal) y no una “secta” (de pocos pero “buenos”). Ideal sería que no hubiera cisma ni blanco ni rojo.

Comunión para los divorciados vueltos a casar (Cartas a El Mercurio)

papa-francisco-divorciados--644x362Día 21 de febrero de 2015

Sr. Director,

Mons. Jorge Medina objeta que, a propósito de la admisión a la comunión de personas divorciadas vueltas a casar, se tome un “criterio pastoralmente muy negativo, además de doctrinalmente inaceptable”. A saber, dar la impresión que es cosa buena o aceptable que comulguen “personas que viven en pecado grave”. También a mí me parece delicado que los católicos estemos discutiendo en público la doctrina de la Iglesia. ¿Cómo puede enseñarse lo que está siendo revisado?

Solo puedo entenderlo cuando, en materia de moral sexual y familiar, se diagnostica un foso entre lo que la Iglesia enseña y lo que la Iglesia practica. Este problema, en estos meses, se aborda en las iglesias locales en vista al Sínodo de octubre próximo. En relación al tema de la comunión, lo que también parece “pastoralmente muy negativo” es que se diga a “todas” las personas divorciadas vueltas a casar que viven “en pecado grave”. Me pongo en su lugar y sufro, me siento humillado. Su situación es objetivamente anómala. Verdad. Pero solo Dios conoce su historia. Y lo más probable es que Dios mismo esté alentando a los que fracasaron (con o sin culpa) a sacar adelante a sus nuevas familias, aprendiendo de los errores y mirando el futuro con alegría.

¿No habría que distinguir casos y casos? ¿No podrían levantarse condiciones serias y razonables? Esta es la propuesta de la Conferencia episcopal alemana (www.sinodofamilia2015.wordpress.com). Me parece que negar la comunión por parejo a los divorciados vueltos a casar constituye una negación de la “verdad” del Evangelio. Esta no se basa en un solo texto de los muchos textos de Jesús. La “verdad” cristiana se constituye a lo largo de una Tradición eclesial que, en dos mil años, abre posibilidades a la creatividad pastoral.

El mismo Papa Francisco ha sugerido una innovación pastoral. En una entrevista dijo:

“Y en el caso de los divorciados y vueltos a casar, nos planteamos: ¿qué hacemos con ellos, qué puerta se les puede abrir? Y fue una inquietud pastoral: ¿entonces le van a dar la comunión? No es una solución si les van a dar la comunión. Eso sólo no es la solución: la solución es la integración. No están excomulgados, es verdad. Pero no pueden ser padrinos de bautismo, no pueden leer la lectura en la misa, no pueden dar la comunión, no pueden enseñar catequesis, no pueden como siete cosas, tengo la lista ahí. ¡Pará! ¡Si yo cuento esto parecerían excomulgados de facto! Entonces, abrir las puertas un poco más. ¿Por qué no pueden ser padrinos? ‘No, fijate, qué testimonio le van a dar al ahijado’. Testimonio de un hombre y una mujer que le digan: ‘Mirá querido, yo me equivoqué, yo patiné en este punto, pero creo que el Señor me quiere, quiero seguir a Dios, el pecado no me venció a mí, sino que yo sigo adelante’” (Entrevista con Elizabeth Piqué, Diario La Nación, 7 diciembre de 2014)

Estas palabras espontáneas del Papa no pueden tener el mismo peso que las del Catecismo. Pero exigen remirar el Catecismo. Estas palabras del Papa pueden incluso estar equivocadas. En este momento lo único obligatorio para el Papa y para todos los católicos es auscultar lo que Dios está pidiendo hacer para integrar a los que Jesús jamás excluiría.

Jorge Costadoat S.J.

 

Día  19 de febrero de 2015

Señor Director:

El día que Jesús instituyó la Eucaristía recibió la comunión un hombre que ya lo había traicionado y otro que después lo negó tres veces y luego llegó a ser Papa. Casi todos los que estaban ahí, y comulgaron, después lo abandonaron cuando iba camino a la cruz. En ningún lugar de ese episodio se habla ni de casados, solteros, separados, convivientes.

¿A quién se acercó Jesús? Justamente a los que en ese tiempo se creía que estaban en pecado grave. Tanto se acercó a ellos que terminaron diciendo que era borracho, amigo de publicanos, de mujeres impuras, de leprosos, de soldados de Roma, de samaritanos, etcétera. Tanto se acercó que terminaron matándolo.

Me parece de una soberbia impresentable que un cardenal haga juicios públicos sobre quienes han fracasado en su matrimonio sacramental y tenido que rehacer sus proyectos familiares. Hacer un juicio denominando pecado grave situaciones tan duras y difíciles sin conocer las causas ni a las personas que han vivido este triste desenlace es excluyente, discriminatorio y abusivo. Hoy muchos de esos hombres y mujeres han conformado nuevas familias llenas de amor, con hijos y con un proyecto de familia y bien común quizás con mayor compromiso que su matrimonio anterior. ¿Puedo llamarlos pecadores públicos? No, en absoluto.

Es triste, doloroso e indignante ver que miembros de la jerarquía de la Iglesia discriminen con tanta liviandad este tipo de situaciones. Más aún, que se nieguen a presentar respuestas creativas y fórmulas inclusivas para la comunión. Si frente al llamado del Papa Francisco vamos a repetir de manera mecánica el Catecismo, nada se podrá avanzar. Si aceptamos el desafío de repensar el Evangelio frente a la realidad de tantas familias de hoy, bienvenido el diálogo y la comunión.

Iván Navarro E.
Teólogo

 

Día 19 de febrero de 2015

Señor Director:

La discusión acerca del acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar es un tema complejo que exige una gran acuciosidad en los argumentos que se den en un sentido o en otro. Por lo mismo, pienso que los puntos que intenté aclarar en mi respuesta al artículo del P. Jorge Costadoat no son «temas menores» que se puedan fácilmente soslayar.

Concuerdo con el P. Costadoat en que dos asuntos fundamentales en el debate son si la Iglesia «puede» cambiar su enseñanza y si «debe» hacerlo. Nuevamente, me parece que se trata de preguntas muy complejas que no admiten una respuesta simple, basada en argumentos afectivos o generalidades. Me limito solo a la primera de estas preguntas: ¿Puede la Iglesia cambiar su enseñanza en el asunto que estamos debatiendo? Responder a esta pregunta supone responder previamente a otras interrogantes: ¿Es vinculante para la Iglesia la palabra explícita de Jesucristo? ¿O el valor de esta palabra puede depender de las circunstancias de los tiempos? ¿Qué valor tienen la tradición y las declaraciones magisteriales del pasado (y de un pasado incluso muy reciente)? Y en el supuesto de que la doctrina se mantiene (en este caso la indisolubilidad del matrimonio), ¿hasta qué punto una práctica pastoral puede separarse de dicha doctrina? No pretendo entrar en un debate acerca de todas estas preguntas; tan solo señalo la complejidad de la problemática que está involucrada.

Sin duda, el Papa Francisco ha querido que estos temas se conversen, pero de ahí no se puede deducir sin más, como insinúa el P. Costadoat, una respuesta en un sentido. Una cosa es reflexionar acerca de qué se pueda cambiar, y otra cosa muy distinta es afirmar que se pueda cambiar. Del mismo modo, la preocupación por anunciar la misericordia a todos, en especial a los últimos, enseñada con tanta fuerza por el Papa y sus predecesores, nos debe interpelar a todos los miembros de la Iglesia. Quizás el asunto más importante en esta discusión sea justamente cómo compatibilizar la misericordia con la verdad, ya que pasar por alto uno de estos términos implica necesariamente falsear o negar el otro.

Con estas reflexiones doy por concluido este intercambio, esperando haber contribuido a plantear la complejidad del asunto discutido sobre bases serias.

Pbro. Francisco Walker Vicuña

 

18 de febrero de 2015

Señor Director:

El artículo del R.P. Jorge Costadoat, S.J. («Comunión para divorciados vueltos a casar», viernes 13 de febrero), aborda un tema complejo y doloroso. Nadie ignora los sufrimientos de las personas que están en esa situación ni tampoco los de tantas mujeres abandonadas por sus maridos, así como los de sus hijos.

La Iglesia puede modificar normas disciplinares, pero no tiene autoridad para cambiar lo que el mismo Señor Jesús ha establecido. Es extraño que en el texto del P. Costadoat no aparezca ninguna mención explícita del adulterio, situación claramente descrita por Jesús en Mt 19, 9; Mc 10, 11s; Lc 16, 18, y repetidamente mencionada por San Pablo en los varios catálogos de pecados incompatibles con la condición cristiana señalados en sus cartas.

¿Tiene presente el P. Costadoat la enseñanza del Concilio de Trento que define el arrepentimiento como «dolor del alma y detestación del pecado cometido, unido al propósito de no volver a cometerlo»? ¿Olvida el P. Costadoat la clara enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica en sus nn. 1648 al 1651, aprobado con alto compromiso de su autoridad apostólica, por el Papa San Juan Pablo II?

Es cierto que la mentalidad reinante, en que nada parece ser estable y definitivo, plantea interrogantes acerca de la validez de algunos matrimonios contraídos ante la Iglesia y ese tema debe estudiarse. Pero sería un criterio pastoralmente muy negativo, además de doctrinalmente inaceptable, el de dar a personas que viven en pecado grave la impresión de que su situación es buena, o por lo menos aceptable, y que por lo tanto pueden recibir con tranquilidad de conciencia el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Recibir la Comunión en estado de pecado es un gravísimo pecado de sacrilegio, mencionado ya por San Pablo en 1 Cor 11, 27-29. En momentos de confusión es preciso adherir firmemente a la verdad, aunque ella comporte abrazar la cruz de Cristo. Caridad sí, siempre; pero nunca a expensas de la verdad.

Cardenal Jorge A. Medina Estévez

 

Día 16 de febrero de 2015 

Sr. Director,

El P. Francisco Walker objeta algunos puntos de mi carta sobre la admisión a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Le pido que acepte una respuesta única y global porque, de lo contrario, podemos perdernos en temas menores, olvidando el asunto de fondo que está en juego en el debate del sínodo sobre la familia.

A propósito del tema en cuestión creo que se plantean fundamentalmente dos asuntos conexos: uno es si la Iglesia “puede” hacer innovaciones en su enseñanza; otro, si “debe” hacerlo. En mi carta creo dar suficientes argumentos en favor de lo primero. Bastaría incluso uno: el Papa Francisco considera que el tema se puede tocar. La Conferencia episcopal alemana, por su parte, ha propuesto condiciones bien pensadas y precisas para aceptar que personas divorciadas vueltas a casar lleguen a participar plenamente en la eucaristía.

En mi carta, sin embargo, no di suficientes razones por las cuales la Iglesia “debe” acoger la propuesta de los alemanes o alguna parecida. Lo hago ahora.

A nuestra generación –hablo en el más amplio de los términos- se nos han abierto los ojos y no toleramos más las exclusiones. Este progreso ético en humanidad hunde sus raíces en un cultura que debe muchísimo al Evangelio que Jesús anunció a las víctimas de una religiosidad marginadora. Muchas veces debió enfrentarse a los maestros de la ley para defender a los excluidos. A esta generación también pertenecemos una infinidad de sacerdotes que nos hemos visto puestos al límite de la razonabilidad en el desempeño de nuestro servicio. A muchos de nosotros que hemos abierto el corazón a la realidad de los separados, divorciados y vueltos a casar, su exclusión eucarística, a la luz de la “verdad” del Evangelio, nos resulta despiadada.

En la homilía que el Papa Francisco dirigió recién hace dos días a los nuevos cardenales encontramos fundamentos bíblicos del progreso doctrinal que la Iglesia puede y debe hacer para admitir a la comunión a los divorciados vueltos a casar:

“Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos. Jesús no tiene miedo de este tipo de escándalo. Él no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación, que se escandalizan de cualquier apertura, a cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales, a cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista. Él ha querido integrar a los marginados, salvar a los que están fuera del campamento (cf. Jn 10). Son dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio. Estas dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar”.

La Iglesia tiene la obligación delante de Dios de ofrecer a las personas que han fracasado en su matrimonio y en sus familias, una pertenencia de primera y no de segunda categoría. Mientras esto no ocurra, el cristianismo estará pendiente.

Jorge Costadoat

 

Día 15 de febrero de 2015

Señor Director:

No pretendo abordar todos los aspectos teológicos y pastorales implicados en la discusión acerca del acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Me parece, sí, necesario aclarar algunas de las afirmaciones vertidas por el P. Jorge Costadoat S.J., en vista de la seriedad del debate.

1. El P. Costadoat afirma que el Concilio Vaticano II, en el Decreto «Orientalium Ecclesiarum», reconocería la legitimidad de una interpretación distinta de la de la Iglesia Católica. Esto es totalmente falso. Cuando el decreto conciliar dice confirmar la disciplina sacramental de las iglesias orientales, se refiere, al igual que todo el documento conciliar, a las iglesias orientales católicas, es decir, en plena comunión con el Romano Pontífice. No está aludiendo a la praxis de algunas iglesias ortodoxas.

2. El P. Costadoat insinúa que, tal como Jesús rompió con muchas actitudes que parecían lógicas en la Palestina de la época, su mensaje sobre el perdón y la misericordia debería llevar a una actitud distinta respecto de los divorciados vueltos a casar. Se debe recordar aquí que es justamente la enseñanza de Jesús acerca de la indisolubilidad del matrimonio la que trastoca las ideas y costumbres imperantes en su tiempo. Y, para escándalo de los mismos fariseos, es precisamente p Jesús quien afirma que el que se divorcia y contrae una nueva unión comete adulterio (Mc 10, 1-12).

3. Sin duda que la misión de la Iglesia es la de anunciar la misericordia divina. Pero la misericordia no puede oponerse a la verdad, y la acogida de la misericordia supone siempre el arrepentimiento del corazón. El Magisterio reciente de la Iglesia ha buscado caminos para anunciar la misericordia también a quienes viven en una situación irregular, siempre en el respeto de la verdad (cf. Familiaris Consortio 84 y Sacramentum Caritatis 29). Me da la impresión de que queda mucho por hacer para que estas enseñanzas sean debidamente asimiladas por todas las instancias de la vida de la Iglesia. Lo mismo que el acceso a la justicia de la Iglesia para verificar la eventual nulidad de muchos matrimonios.

Pbro. Francisco Walker Vicuña
Doctor en Derecho Canónico

 

Día 13 de Febrero de 2015

Sr. Director:

Terminado el Sínodo extraordinario sobre la familia, el Papa Francisco ha convocado a los católicos a continuar reflexionando sobre el tema en vista al Sínodo ordinario de octubre próximo.

Uno de los temas en discusión ha sido la exclusión de la comunión eucarística de los divorciados vueltos a casar. Para unos, la indisolubilidad del matrimonio exigida por Jesús (Mc 10, 9.11-12, Lc 16, 18) y sostenida a lo largo de dos mil años por la Iglesia lo impide. El Papa ha querido que se hable de este y otros temas con libertad y ánimo de escucha. El tema se puede tocar.

En la Iglesia Católica la tradición es muy importante. Esta es un acervo de experiencia espiritual y colectiva de humanidad que permite abrir el futuro sin improvisar, sino buscando responsablemente caminos nuevos más felices de crecimiento y de convivencia. A propósito del tema en cuestión, la tradición occidental (romana) es casi unánime en entender que la indisolubilidad del matrimonio no admite que, tras un fracaso de los esposos, puedan  estos volver a casarse y, en consecuencia, comulgar. Ahora  último, por ejemplo, al Cardenal  Scola le parece una contradicción afirmar la indisolubilidad y, a la vez, aceptar una excepción. ¿Cómo podría educarse a los novios en el valor del matrimonio para toda la vida si, de fracasar, es posible casarse de nuevo?

Sin embargo, la tradición, a este respecto, conoce algunas variantes. Ya en la misma tradición bíblica hay matices en la comprensión de la indisolubilidad (1 Cor 7, 10-15; Mt 5, 32, 19, 9). Estos matices dieron lugar a interpretaciones diversas en la historia de la Iglesia. Orígenes, por ejemplo, aceptó un segundo matrimonio como un mal menor. Recientemente, en 1981, Juan  Pablo II repropuso a los divorciados vueltos a casar la abstinencia sexual como condición para poder comulgar (Familiaris consortio 84, 5). Es muy importante, además, que la Iglesia Católica considere conforme a la fe la práctica de las iglesias orientales que aceptan o toleran una segunda y una tercera unión matrimonial (Concilio Vaticano II,  OE 18, 6). Es decir, ella reconoce la legitimidad de un modo de interpretar las palabras de Jesús distinto del suyo.

La Iglesia Católica puede desarrollar su doctrina. Mi opinión es que ahora nuevamente la Iglesia debiera reinterpretar su propia tradición a la luz de todas las palabras de Jesús, especialmente aquellas referentes al perdón de los pecadores y la misericordia con los que han fracasado. ¿Puede la Iglesia impedirse a sí misma ofrecer la reconciliación con Dios y con los demás? ¿Hay algo más propio de la Iglesia que ser ella misma sacramento de reconciliación?

Esta tradición exige a la Iglesia articular fe y razón (Concilio Vaticano I). Ella debe ofrecer caminos razonables para vivir el Evangelio. Ella debe hoy acoger con amor a los que han fracasado con o sin culpa. La razonabilidad evangélica no consiste solo en adaptarse a la época, sino sobre todo en ir en busca de la oveja perdida. Si en la Palestina de la época parecía lógico que los fariseos comieran entre ellos y despreciaran a los demás, Jesús por el contrario optó por los pobres: compartió la mesa con los pecadores y con los mal mirados. ¿Cómo se aplica la lógica evangélica a los fracasos matrimoniales irreversibles? Ciertamente no será sensato pedir a los divorciados vueltos a casar que retornen a sus primeras parejas y abandonen a las actuales. Esto causará más sufrimientos y tal vez mayores males.

La Conferencia episcopal alemana, después de años de estudio y discusión sobre el tema, ha planteado nuevas condiciones para que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar. Cito las palabras del Cardenal Marx, presidente de  la Conferencia, en el Sínodo pasado: “Cuando un divorciado vuelto a casar se arrepiente de haber fallado en su primer matrimonio; cuando aclaradas las obligaciones del primer matrimonio es definitivamente imposible que regrese a él; cuando no puede abandonar sin mayores perjuicios los compromisos asumidos con el nuevo compromiso civil; cuando se esfuerza para vivir el segundo matrimonio según la fe y educa en ella a sus niños; cuando desea los sacramentos como fuente de vigor en su situación, ¿debemos y podemos negarle, después de un periodo de reorientación, el acceso a los sacramentos de la Penitencia y la Comunión?”.

El Papa tendrá que decidir. Lo hará en base a las  conclusiones del  Sínodo de octubre próximo. Este está  en  preparación hace más de un año. A los obispos corresponde hacer participar a sus fieles en este proceso y auscultar con ellos lo que el Espíritu quiere decir hoy a la Iglesia.

Jorge Costadoat

 

Iglesia chilena en sínodo

ConferenciaLa Conferencia episcopal de Chile invita a todos los católicos a participar en el proceso de preparación del Sínodo de obispos sobre la familia a realizarse en octubre de este año. En octubre de 2014 tuvo lugar en Roma un Sínodo preparatorio dedicado ya a este mismo tema. La Iglesia Católica en todas partes se encuentra en un proceso de discernimiento acerca de variados temas referentes a la familia, la sexualidad y la participación de los católicos en su iglesia.

Lo propio de la Iglesia es el amor. El amor en todos sus aspectos. Puesto que los vínculos amorosos y la vida familiar constituyen el ámbito en el que el amor es lo más real para la vida de la personas, un lenguaje y una enseñanza sobre cómo se ama en estos planos son decisivos. La fe se transmite o no se trasmite cuando los cristianos aman o no aman de acuerdo a las recomendaciones de su Iglesia. El caso es que a lo largo del proceso de recopilación de información, de opinión y de debate en el cual la Iglesia se encuentra, se ha detectado un verdadero foso entre lo que ella enseña y lo que ella practica. No porque lo que los católicos practiquen sea “pecado”, sino porque son tales los cambios culturales que se están experimentando que la enseñanza tradicional necesita ser replanteada en términos que las nuevas generaciones puedan comprenderla. Si la Iglesia en dos mil años no hubiera hecho algo parecido otras veces, habría desaparecido o habría quedado reducida a una o varias sectas incapaces de atinar con la época que le tocó vivir.

Este proceso de auténtico discernimiento espiritual comenzado por el Papa Francisco y continuado por el colegio episcopal ha alcanzado un interés solo comparable al que se dio con ocasión del Concilio Vaticano II. En esa ocasión todo se centró en “poner al día” la forma de comunicar la doctrina (aggiornamento). Muchos piensan que el tema en cuestión fue uno de los que el Concilio dejó pendiente. El Papa, según se ha visto, tiene claro que hay que revisar algunos puntos de la enseñanza o de presentarla, y no teme que se discuta abiertamente. Hace muchos años que no se veía pensar, argumentar y rebatir tan apasionadamente a obispos y cardenales, y todo esto a través de los medios de comunicación. Aun dignatarios que piensan distinto, han apreciado la posibilidad de debatir.

Los obispos chilenos invitan a continuar o incorporarse a esta etapa del Sínodo. Corresponde hacerlo con las mismas actitudes que Francisco pidió en la reunión de octubre pasado: hablar sin miedo, con libertad y con ánimo de verdadera escucha. Los obispos piden participación. Lo que está en juego no es solo lo que importa a este sector del Cono Sur. El resto de la Iglesia necesita saber cómo se vive el Evangelio en esta parte del mundo y cómo se lo aterriza a propósito de la sexualidad y la familia.

Los obispos tienen que enviar un informe. En su momento tendrán que elegir a un representante a la reunión de octubre próximo. Es básico que la iglesia chilena en su conjunto converse, se forme una opinión y se disponga con el mejor espíritu a los cambios que pueden venir. Nadie puede anticipar resultados, pero ningún buen resultado se logrará si no se participa en el proceso de su producción.

En estos momentos la Conferencia hace llegar a las parroquias, congregaciones religiosas , movimientos y otras instituciones católicas conocedoras del tema, los resultados del último Sínodo y un cuestionario de preguntas para trabajarlos. Las contribuciones se esperan hasta el 25 de marzo. La Conferencia debe enviarlos a Roma antes del 15 de abril de 2015. Hay poco tiempo. Pero se ha divido el trabajo. Nada impide que algunas diócesis deseen responder a todas las preguntas. Y nada impide que la iglesia chilena continúe reflexionando acerca del tema el resto del año.

Las palabras del obispo de Melipilla y secretario general de la CECh, mons. Cristián Contreras Villarroel, alientan a una participación entusiasta y seria. El interés es “poder preparar un documento representativo, que sea fruto de un proceso ampliamente participativo. Los obispos queremos que nuestras comunidades reflexionen y contribuyan al trabajo del Sínodo con sus aportes, para que, tal como ocurrió como el Sínodo extraordinario, podamos ver reflejada nuestra reflexión en el Documento de Trabajo que convoca a la Asamblea Sinodal”.

El Sínodo pide más participación

Dubois-16Debe destacarse como una de las mayores novedades del pontificado de Francisco, la de haber dado participación a los católicos en una decisión crucial de su gobierno de la Iglesia. No se está en vía de sustituir el régimen actual de gobierno por el de una democracia directa. Sería absurdo esperarlo. Sin embargo, el modo como el Papa ha querido abordar el tema del último Sínodo está despertando a unos católicos que languidecían de no ser tomado en cuenta. De no ser considerados, los laicos, y también los sacerdotes e incluso los obispos, son ahora exigidos a pronunciarse sobre materias decisivas para la transmisión de la fe.

Nuevamente el Papa larga a la Iglesia un cuestionario con preguntas (www.sinodofamilia2015.wordpress.com) para trabajar el documento final del Sínodo sobre la familia (Relatio Synodi). De aquí al Sínodo de octubre del año próximo, las conferencias episcopales del mundo tendrán que reflexionar sobre el tema, hacer llegar sus conclusiones a la comisión correspondiente y elegir al obispo que representará a la iglesia local.

¿Qué puede suceder en este tiempo? Dependerá evidentemente de las conferencias y de los obispos de cada diócesis. Sería lamentable que, como ocurrió en muchas partes con ocasión de las preguntas enviadas a fines de 2013, las nuevas preguntas no lleguen a los fieles y no se dé ocasión a conversaciones y debates a fondo. La vez anterior hubo poco tiempo para abrir un proceso tranquilo de escucha y de síntesis. Esta vez sí lo habrá. Y, por lo mismo, es deseable que las conferencias y los obispos colaboren con el Papa y, al igual que él, conduzcan con entereza un proceso de discernimiento en el que debiera importar tantos las voces de cada uno como la conversación por sí misma.

Es muy importante que las autoridades eclesiásticas creen instancias nacionales y diocesanas de diálogo y discusión, y que motiven un debate libre y atento a la opinión de los demás –tal como lo ha querido y realizado el Papa en el Sínodo-. Esto por tres razones: debe salvaguardarse la comunión, la Iglesia necesita que los pastores recuperen autoridad y porque urge un nuevo planteamiento de la moral sexual y familiar.

El Sínodo ha despertado pasiones. Hace mucho, para tantos, no había ocurrido que se viera a cardenales y obispos discutir en público y enérgicamente sobre temas que hasta hace poco se consideraban intocables. En los laicos el interés es creciente. En ellos emergen a la conciencia temas dolorosos, sentimientos de culpa soterrados por años, rabias contra el magisterio o el despotismo clerical. Si realmente se quiere que el Sínodo arroje resultados positivos, es indispensable que el proceso sea conducido con empatía y altura de miras. De los pastores, más que respuestas, se espera que salvaguarden la comunión. Es más, se abre la posibilidad de practicarla.

Segundo, si los prelados cumplen esta misión recuperarán autoridad. En esta materia la distancia diagnosticada entre lo que la jerarquía enseña y lo que los católicos practican, es enorme. El magisterio, en este campo, está descreditado. Los católicos en un alto número no practican la moral sexual católica ni tampoco les parece razonable. Los cambios de mentalidad son profundos, la culturas son muchas, los procesos de construcción de la moralidad no son comparables en unas zonas y otras del mundo. Así las cosas, evidentemente el mensaje de la Iglesia ha podido quedar desfasado y responder a los desafíos actuales. El magisterio recobrará autoridad si revisa la pertinencia de su enseñanza y hace los progresos magisteriales necesarios para incidir realmente en la conciencias.

Por último, al cabo de este proceso de aggiornamento la Iglesia podrá contar con nuevas ideas y nuevas expresiones del Evangelio. De esto se trata: hacer vivo y vivible el Evangelio en este ámbito del amor humano. Si hace vivir, será posible transmitirlo. Entre el primer sínodo y el segundo hay mucho en juego. Si hay participación real, dialogada y conducida, será posible una buena recepción de sus resultados. Si no la hay, pueden suceder varias cosas: una polarización de las posiciones, una celebración de un triunfo sobre los adversarios o desprendimientos definitivos del cuerpo de la Iglesia. La participación, por el contrario, repondrá a los católicos en los rieles que les tiró el Concilio Vaticano II.

Comunión a divorciados vueltos a casar: elementos para un discernimiento

papa-francisco-divorciados--644x362El Papa y los obispos reunidos en Sínodo han convocado a la Iglesia a un discernimiento sobre diversos temas atingentes a la familia. Uno de estos es el de dar o no la comunión a personas divorciadas y vueltas a casar. El texto del Sínodo, en este punto, no fue aprobado por más de los dos tercios de los votos requeridos. El tema, en consecuencia, merece una atención mayor, lo cual hace necesaria una conversación y una reflexión con libertad y con ánimo de escucha del pensamiento de los otros, como pidió el Papa.

A continuación: a) se recuerdan las preguntas del cuestionario del Papa, b) se añaden los números correspondientes de Relatio final del Sínodo, c) los de la primera Relatio (el documento síntesis de la primera semana del Sínodo, d) los del Instrumentum laboris, e)  un extracto de la carta del obispo Bonny (Amberes) y f) las respuestas del Papa Francisco a la periodista E. Piqué (La Nación, 7/12/14).

Con estos materiales se puede realizar una conversación sobre el tema más controvertido del Sínodo.

Preguntas del Papa

a) ¿Qué piden las personas divorciadas y casadas de nuevo a la Iglesia a propósito de los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación? Entre las personas que se encuentran en estas situaciones ¿cuántas piden dichos sacramentos?

b) ¿Existe una pastoral orientada a la atención de estos casos? ¿Cómo se desarrolla esa actividad pastoral? ¿Existen al respecto programas a nivel nacional y diocesano? ¿Cómo es anunciada a los separados y a los divorciados casados de nuevo la misericordia de Dios? ¿Cómo se pone en práctica el apoyo de la Iglesia en el camino de fe de estas personas?

 

Relatio final del Sínodo (18 octubre 2014)

51.- También las situaciones de los divorciados y vueltos a casar requieren un discernimiento atento y un acompañamiento lleno de respeto, evitando cualquier lenguaje o actitud que les haga sentir discriminados. Hacerse cargo de ellos no supone para la comunidad cristiana un debilitamiento de la fe y del testimonio de la indisolubilidad matrimonial, sino que expresa su caridad con este cuidado.

52.- Se ha reflexionado sobre la posibilidad de que los divorciados y vueltos a casar accedan a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía. Diversos padres sinodales han insistido en favor de la actual disciplina, en razón de la relación constitutiva entre la participación en la eucaristía y la comunión cola Iglesia, y su enseñanza sobre el matrimonio indisoluble. Otros se han manifestado en favor de una acogida no generalizada a la mesa eucarística, en algunas situaciones particulares y en condiciones bien precisas, sobre todo cuando se trata de casos irreversibles y ligados a obligaciones morales con los hijos, los cuales pudieran padecer sufrimientos injustos. El eventual acceso a los sacramentos debería ser precedido de un camino penitencial bajo la responsabilidad del obispo diocesano. Este asunto debe aún ser profundizado, teniendo muy presente la distinción entre situación objetiva de pecado y circunstancias atenuantes, dado que “la imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden ser disminuidas y anuladas” por diversos “factores psíquicos o sociales” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1735). 53.- Algunos padres han sostenido que las personas divorciadas y vueltas a casar o convivientes pueden recurrir fructuosamente a la comunión espiritual. Otros padres se han preguntado por qué entonces no pueden acceder a aquella sacramental. Se ha pedido, por tanto, una profundización en la temática en vista de hacer emerger la peculiaridad de las dos formas y su conexión con la teología del matrimonio.

 

Relatio de la primera semana (13 de octubre)

45. Las personas divorciadas pero no vueltas a casar son invitadas a encontrar en la Eucaristía el alimento que los sostenga en su estado. La comunidad local y los pastores deben acompañar a estas personas con preocupación, sobre todo cuando hay hijos o es grave su situación de pobreza.

46. También las situaciones de los divorciados y vueltos a casar requieren un discernimiento atento y un acompañamiento lleno de respeto, evitando cualquier lenguaje o actitud que les haga sentir discriminados. Hacerse cargo de ellos no supone para la comunidad cristiana un debilitamiento de la fe y del testimonio de la indisolubilidad matrimonial, sino que expresa su caridad con este cuidado.

47. Con respecto a la posibilidad de acceder a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucarística, algunos han argumentado a favor de la disciplina actual en virtud de su fundamento teológico, otros se han expresado por una mayor apertura a las condiciones bien precisas cuando se trata de situaciones que no pueden ser disueltas sin determinar nuevas injusticias y sufrimientos. Para algunos, el eventual acceso a los sacramentos debe ir precedido de un camino penitencial –bajo la responsabilidad del obispo diocesano-, y con un compromiso claro a favor de los hijos. Se trataría de una posibilidad no generalizada, fruto de un discernimiento actuado caso por caso, según una ley de la gradualidad, que tenga presente la distinción entre el estado de pecado, estado de gracia y circunstancias atenuantes.

48. Sugerir de limitarse a la sola “comunión espiritual” para no pocos Padres sinodales plantea algunas preguntas: ¿si es posible la comunión espiritual, por qué no es posible acceder a la sacramental? Por eso ha sido solicitada una mayor profundización teológica a partir de los vínculos entre el sacramento del matrimonio y Eucaristía en relación a la Iglesia-sacramento. Del mismo modo, debe ser profundizada la dimensión moral de la problemática, escuchando e iluminando la consciencia de los cónyuges.

 

Instrumentum laboris

Separados, divorciados y divorciados vueltos a casar

86. De las respuestas resulta que la realidad de los separados, divorciados y divorciados vueltos a casar es relevante en Europa y en toda América; mucho menos en África y en Asia. Dado el fenómeno en crecimiento de estas situaciones, muchos padres están preocupados por el futuro de sus hijos. Por otra parte, se observa que el número creciente de convivientes hace que el problema de los divorcios sea menos relevante: la gente se divorcia gradualmente menos, porque en realidad suele casarse cada vez menos. En determinados contextos, la situación es distinta: no hay divorcio porque no hay matrimonio civil (en los países árabes y en algunos países de Asia).

Los hijos y quienes se quedan solos

87. Otra cuestión que ha sido considerada es la de los hijos de los padres separados y de los divorciados. En este sentido se señala que de parte de la sociedad falta una atención especial respecto a ellos. Sobre ellos cae el peso de los conflictos matrimoniales que la Iglesia está llamada cuidar pastoralmente. También los padres de los divorciados, que sufren las consecuencias de la ruptura del matrimonio y que con frecuencia deben acudir y ayudar a estos hijos, deben ser sostenidos por la Iglesia. En relación a los divorciados y separados que permanecen fieles al vínculo matrimonial se pide una mayor atención a su situación, que a menudo se vive en soledad y pobreza. En realidad ellos son también los “nuevos pobres”.

Las madres solteras

88. Es necesario prestar especial atención a las madres que no tienen marido y se hacen cargo ellas solas de sus hijos. Su condición a menudo es el resultado de historias de mucho sufrimiento, y no pocas veces de abandono. Ante todo hay que admirar el amor y la valentía con que acogieron la vida concebida en su seno y proveen al crecimiento y la educación de sus hijos. Merecen de parte de la sociedad civil un apoyo especial, que tenga en cuenta los numerosos sacrificios que afrontan. De parte de la comunidad cristiana, además, hay que tener una solicitud que les haga percibir a la Iglesia como una verdadera familia de los hijos de Dios.

Situaciones de irregularidad canónica

89. En líneas generales, en varias áreas geográficas, las respuestas se concentran sobre todo en los divorciados vueltos a casar o, en cualquier caso, que viven una nueva unión. Entre los que viven en situación canónicamente irregular, se observan diferentes actitudes, que van de la falta de conciencia de su situación a la indiferencia, o bien, a un sufrimiento consciente. Las actitudes de los divorciados que viven una nueva unión son por lo general semejantes en los distintos contextos regionales, con especial relieve en Europa y en América, y menor en África. Al respecto, algunas respuestas atribuyen esta situación a la formación carente o a la escasa práctica religiosa. En América del Norte, la gente piensa a menudo que la Iglesia ya no es una referencia moral de confianza, sobre todo para las cuestiones de la familia, considerada como materia privada sobre la que decidir autónomamente.

90. Es más bien consistente el número de quienes consideran con despreocupación su situación irregular. En este caso, no hay ninguna solicitud de admisión a la comunión eucarística, ni de poder celebrar el sacramento de la reconciliación. La conciencia de la situación irregular a menudo se manifiesta cuando interviene el deseo de la iniciación cristiana para los hijos, o si llega la petición de participar en una celebración de Bautismo o Confirmación como padrino o madrina. A veces personas adultas que alcanzan una fe personal y consciente en el camino catequético o casi catecumenal descubren el problema de su irregularidad. Desde el punto de vista pastoral, estas situaciones se consideran una buena oportunidad para comenzar un itinerario de regularización, sobre todo en los casos de las convivencias. Una situación diferente se señala en África, no tanto respecto a los divorciados en nueva unión, sino en relación a la práctica de la poligamia. Hay casos de convertidos en los que es difícil abandonar a la segunda o tercera mujer, con la que ya se han tenido hijos, y que quieren participar en la vida eclesial.

91. Antes de abordar el sufrimiento que conlleva no poder recibir los sacramentos de parte de quienes se encuentran en situación de irregularidad, se señala un sufrimiento más originario, del que la Iglesia se debe hacer cargo: el sufrimiento vinculado al fracaso del matrimonio y a la dificultad de regularizar la situación. Algunos ponen de relieve, en esta crisis, el deseo de dirigirse a la Iglesia para obtener ayuda. El sufrimiento a menudo está relacionado con los diferentes niveles de formación, como señalan diversas Conferencias Episcopales en Europa, África y América. Con frecuencia no se comprende la relación intrínseca entre matrimonio, Eucaristía y penitencia; por tanto, resulta bastante difícil comprender por qué la Iglesia no admite a la comunión a quienes se encuentran en una condición irregular. Los itinerarios catequéticos sobre el matrimonio no explican suficientemente este vínculo. En algunas respuestas (América, Europa del Este, Asia), se pone de relieve que a veces se considera erróneamente que el divorcio como tal, aunque no se viva en una nueva unión, excluye automáticamente el acceso a la comunión. De ese modo estas personas son —sin motivo alguno— privadas de los sacramentos.
92. El sufrimiento que causa no recibir los sacramentos está presente con claridad en los bautizados que son conscientes de su situación. Muchos sienten frustración y se sienten marginados. Algunos se preguntan por qué los otros pecados se perdonan y éste no; o bien por qué los religiosos y sacerdotes que han recibido la dispensa de sus votos y de las obligaciones sacerdotales pueden celebrar el matrimonio y recibir la comunión, mientras que los divorciados vueltos a casar no. Todo esto pone de relieve la necesidad de una oportuna formación e información. En otros casos, no se percibe que la propia situación irregular es el motivo para no poder recibir los sacramentos; más bien, se considera que la culpa es de la Iglesia porque no admite tales circunstancias. En esto, se señala también el riesgo de una mentalidad reivindicativa respecto a los sacramentos. Asimismo, es bastante preocupante la incomprensión de la disciplina de la Iglesia cuando niega el acceso a los sacramentos en estos casos, como si se tratara de un castigo. Un buen número de Conferencias Episcopales sugiere ayudar a las personas en situación canónicamente irregular a no considerarse «separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida» (FC 84). Por otro lado, hay respuestas y observaciones, de parte de algunas conferencias episcopales, que hacen hincapié en la necesidad de que la Iglesia se dote de instrumentos pastorales mediante los cuales se abra la posibilidad de ejercer una misericordia, clemencia e indulgencia más amplias respecto de las nuevas uniones.

Acerca del acceso a los sacramentos

93. Acerca del acceso a los sacramentos, las reacciones de parte de los fieles divorciados vueltos a casar son diferentes. En Europa (aunque también en algunos países de América Latina y Asia), prevalece la tendencia a resolver la cuestión a través de un sacerdote que condescienda a la petición de acceso a los sacramentos. Al respecto, se señala (en particular en Europa y en América Latina) un modo distinto de responder de parte de los pastores. A veces, estos fieles se alejan de la Iglesia o pasan a otras confesiones cristianas. En varios países, no sólo europeos, esta solución individual para muchas personas no es suficiente, ya que aspiran a una readmisión pública en los sacramentos de parte de la Iglesia. El problema no es tanto que no puedan recibir la comunión, sino el hecho que la Iglesia públicamente no les admite al sacramento, de modo que estos fieles simplemente se niegan a ser considerados en situación irregular.

94. En las comunidades eclesiales están presentes personas que, al encontrarse en una situación canónicamente irregular, piden que se les acoja y acompañe en su condición. Esto sucede especialmente cuando se trata de hacer razonable la enseñanza de la Iglesia. En semejantes circunstancias es posible que estos fieles vivan su condición sostenidos por la misericordia de Dios, de la cual la Iglesia es instrumento. Otros, como señalan algunas Conferencias Episcopales del área de la Europa atlántica, aceptan el compromiso de vivir en continencia (cfr. FC 84).

95. Muchas de las respuestas recibidas señalan que en numerosos casos existe una clara petición de poder recibir los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia, especialmente en Europa, en América y en algunos países de África. La petición es más insistente sobre todo con ocasión de la celebración de los sacramentos de parte de los hijos. A veces se desea la admisión a la comunión como para ser “legitimados” por la Iglesia, eliminando el sentido de exclusión o de marginalización. Al respecto, algunos sugieren considerar la praxis de algunas Iglesias ortodoxas, que, a su juicio, abre el camino a un segundo o tercer matrimonio con carácter penitencial; a este propósito, los países de mayoría ortodoxa señalan que la experiencia de estas soluciones no impide el aumento de los divorcios. Otros piden aclarar si la cuestión es de carácter doctrinal o sólo disciplinar.

Carta del obispo Bonny (Amberes). Extracto

Una de las cuestiones surgidas en varios países es el problema de las personas divorciadas que se han vuelto a casar y su exclusión de la comunión Eucarística. El Instrumentum Laboris señala al respecto: “Un buen número de respuestas hablan de los muchos casos, especialmente en Europa, América y en algunos países de África, donde personas claramente piden recibir el sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía. Esto ocurre primariamente cuando sus hijos reciben los sacramentos. A veces, expresan el deseo de recibir la comunión para sentirse “legitimados” por la Iglesia y para eliminar el sentido de exclusión o marginación. A este respecto, algunos recomiendan considerar la práctica de algunas iglesias ortodoxas, las cuales, en su opinión, abren el camino para un segundo o tercer matrimonio de un carácter penitencial […] Otros piden clarificación de si esta solución está basada en la doctrina o es solamente una cuestión de disciplina” . Me gustaría hacer tres observaciones en relación con este tema.

La primera se centra en la estrecha conexión que la doctrina católica actualmente hace entre el sacramento del matrimonio y el sacramento de la Eucaristía. No hay duda que ambos están relacionados. La vida sacramental de la Iglesia es un todo orgánico en el cual un sacramento abre y re-abre el acceso al otro. Es posible preguntarse, no obstante, si acaso la indisolubilidad del matrimonio entre un hombre y una mujer puede ser comparada directamente con la indisolubilidad del vínculo entre Cristo y su Iglesia. Esta “aplicación” a la cual Pablo hace referencia en su carta a los Efesios no es una “identificación” . Ambas indisolubilidades tienen diferentes significados salvíficos. Se relacionan unas con otras como “signo” y lo “significado”. Lo que Cristo es para nosotros y lo que él hizo por nosotros continua trascendiendo toda vida humana y eclesial. Ningún “signo” específico puede adecuadamente representar la “realidad” de este lazo de amor con la humanidad y con la Iglesia. Aún la más bella reflexión del amor de Cristo contiene limitaciones humanas y pecado. La distancia entre “signo” y “significado” es considerable y para nosotros esto es una bendición y una buena suerte. Nuestra debilidad nunca puede deshacer la fidelidad de Jesús por la Iglesia. Desde la indisolubilidad de su sacrificio en la cruz y su amor por la iglesia fluye la misericordia con la cual él nos encuentra una y otra vez, particularmente en la celebración de la Eucaristía.

Mi segunda observación tiene que ver con la participación en la Eucaristía. En el decreto sobre el Ecumenismo Unitatis Redintegratio, el Concilio Vaticano Segundo hizo una distinción entre dos principios que se relacionan entre sí dialécticamente: participación en la Eucaristía “como un signo de unidad” y como “medios hacia la gracia” . Ambos principios se co-pertenecen: ellos apuntan uno al otro y se refuerzan una al otro en una tensión creativa. Me inclino a ver esta aproximación a la Eucaristía como significativa aquí. En conformidad a las actuales enseñanzas y disciplina, a las personas que están divorciadas y vueltas a casar no se les permite recibir la comunión porque su nueva relación después de un matrimonio roto no es más un “signo” del lazo indestructible entre Cristo y la Iglesia. Esta línea de argumento claramente tiene importancia. Al mismo tiempo, sin embargo, uno debiera hacer la pregunta si se dice todo lo que debiera ser dicho sobre la vida espiritual del individuo y sobre la Eucaristía. Las personas que están divorciadas y vueltas a casar también necesitan la eucaristía para crecer en unión con Cristo y con la comunidad de la Iglesia y para asumir su responsabilidad como cristianos en su nueva situación. La Iglesia no puede simplemente ignorar sus necesidades espirituales y su deseo de recibir la Eucaristía “como un medio para la gracia”. Debiéramos tener en mente, además, que aquellos que se encuentran a sí mismos en una situación ´regular´ también necesitan la eucaristía “como un medio para la gracia”. No es sin una razón que la oración final común antes de la comunión es: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros” y “Señor, no soy digno que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” .

Mi tercera observación responde la pregunta si la exclusión de las personas que están divorciadas y vueltas a casar de la comunión refleja propiamente la intención de Jesús con respecto a la Eucaristía. Espero evitar respuestas simplistas aquí, pero la pregunta me sigue preocupando. El evangelio contiene tantas palabras y gestos que la Iglesia afirma – desde los tiempos de los padres de la Iglesia- que también tienen significado Eucarístico. Las palabras dichas y los gestos refieren a preparar la mesa común en el reino de Dios. Para comprender la Eucaristía correctamente, tenemos que tener en mente que una gran compañía de publicanos y pecadores estaban en la mesa con Jesús (Lucas 5, 27-30); que Jesús escogió este contexto para decir que él no había venido por los justos sino por los pecadores (Lucas 5, 31-32); que todos los que habían venido de lejos y de cerca a escuchar la palabra de Jesús les fue dado compartir el pan con Jesús y los apóstoles (Lucas 9, 10-17); que cuando tú des un banquete debes invitar especialmente a los pobres, los tullidos, los cojos y los ciegos (Lucas 14, 12-14); que el padre compasivo dio el mejor banquete posible al hijo pródigo, lo que irritó a su hermano mayor (Lucas 15, 11-32); que Jesús le lavó los pies a los discípulos, Pedro y Judas incluido, antes de la última cena, y les encargó seguir el ejemplo siempre que lo recuerden a él (Juan 13, 14-17). No es mi intención usar estas referencias como slogans, pero sigo convencido que no la podemos hacerlas un lado e ignorarlas. Tiene que haber una correlación entre las muchas palabras y gestos de Jesús relacionados con la mesa y su intención con la Eucaristía. Si Jesús mostró tal apertura y compasión acerca de la mesa común en el reino de Dios, entones estoy convencido que la Iglesia tiene un mandato firme de explorar cómo puede dar acceso a la Eucaristía bajo ciertas circunstancias a las personas que están divorciadas y casadas nuevamente.

¿Cómo la Iglesia lidia con situaciones “irregulares” en estas y en situaciones comparables? Una línea cultural parece distinguir al norte y al sur de Europa a este respecto. El sur de Europa tolera mucho más el abismo entre la realidad y la norma que Europa del Norte. La tradición legal romana impulsó en primera instancia a crear buenas leyes, preocupando menos el que fueran aplicables o no. En el sur, más encima, tengo la impresión que lo que se sale del ideal no puede y no necesita ser regulado. Se le da preferencia a encontrar una manera práctica en el nivel local. El norte de Europa tiene dificultades con eso. Incluso cuestiones que son menos positivas y buenas tienen que ser canalizadas a través de conductos legales y por lo tanto ser reguladas. En la manera de cómo comprendemos las cosas en el norte, a nadie ayuda la negación o el tabú. Por el contrario, solo estimula el crecimiento de un “mercado negro”. Además, el norte de Europa tiende a preferir menos leyes pero que de hecho se aplican. Hace más de veinte años, un grupo de obispos diocesanos en Alemania trataron de elaborar un justificado acuerdo teológico y pastoral para dar a los divorciados y casados nuevamente acceso a la comunión . No es mi intención aquí juzgar el valor intrínseco de su propuesta. Lo que me preocupa sin embargo es lo siguiente: cuando a los obispos se les impide dar guía a sus colaboradores sobre cómo lidiar sobre situaciones irregulares, sus colaboradores quedan sin orientación. Los sacerdotes y los agentes pastorales con no poca frecuencia se ven enfrentados con situaciones irregulares que requieren un juicio prudencial. Así, hacen lo correcto al esperar de sus obispos criterios y liderazgo. La ausencia de tal liderazgo puede llevar a mayor confusión y a un mayor descrédito de la autoridad de los obispos como “pastores” del pueblo de Dios confiado a él. Paradójicamente, mejores normas para lidiar con situaciones irregulares puede ser beneficioso para el ejercicio del liderazgo en la Iglesia. La tradición legal de la Iglesia Cristiana oriental con la posibilidad de arreglos excepcionales por razón de “misericordia” o “equidad” (oikonomia; epikeia) podría ofrecer nuevos ímpetus a este respecto . Es por esta razón, también, que estoy esperando el Sínodo con esperanza.

Me gustaría concluir aquí con una palabra desde la perspectiva de los hijos y nietos. Como todo obispo, regularmente visito parroquias para el sacramento de la confirmación. La mayoría de los confirmandos en mi parroquia son niños de 12 años de edad. Muchos son hijos de un segundo matrimonio o de combinaciones familiares nuevas. En cada ocasión me confronto con una gran comunidad de niños, padres, abuelos y otros miembros de la familia. Estoy consciente que la mayoría solo participa rara vez en la Eucaristía, pero también sé que esa celebración es importante para ellos. Los niños que están siendo confirmados reúnen sus familias en una celebración que tiene un profundo significado, entre otras razones, por la conexión religiosa entre las distintas generaciones. Además, tales celebraciones frecuentemente dan una infrecuente “tregua” a algunas familias en la cual las frustraciones mutuas y los conflictos son dejados de lado por un momento. Cuando llega el momento de la comunión, la mayoría de los miembros de las familias espontáneamente se acercan al altar para recibir la comunión. No me puedo imaginar lo que significaría para los niños y para su futuro lazo con la comunidad de la Iglesia si les rehusara la comunión en ese momento a sus padres, abuelos y a otros miembros de la familia que se encuentran en situaciones matrimoniales “irregulares”. Sería fatal para la celebración litúrgica y principalmente para el desarrollo posterior de la fe de los niños involucrados. En tales circunstancias, surgen otras prioridades teológicas y pastorales que van más allá de la pregunta por el matrimonio sacramental. Tales situaciones demandan mayor reflexión sobre las enseñanzas como sobre las prácticas de la Iglesia. El Instrumentum Laboris correctamente alude a este asunto .

 

Entrevista con Elizabeth Piqué (La Nación, 7/12/14)

E. Piqué:  ¿Miedo de qué?

Francesco: Miedo de seguir este camino, que es el camino de la sinodalidad. No tengo miedo porque es el camino que Dios nos pide. Es más: el Papa es garante, está ahí para cuidar eso también. Así que hay que seguir adelante con eso. Una cosa interesante, que dije en el discurso final también, es que no se tocó ningún punto de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio. Y en el caso de los divorciados y vueltos a casar, nos planteamos: ¿qué hacemos con ellos, qué puerta se les puede abrir? Y fue una inquietud pastoral: ¿entonces le van a dar la comunión? No es una solución si les van a dar la comunión. Eso sólo no es la solución: la solución es la integración. No están excomulgados, es verdad. Pero no pueden ser padrinos de bautismo, no pueden leer la lectura en la misa, no pueden dar la comunión, no pueden enseñar catequesis, no pueden como siete cosas, tengo la lista ahí. ¡Pará! ¡Si yo cuento esto parecerían excomulgados de facto! Entonces, abrir las puertas un poco más. ¿Por qué no pueden ser padrinos? «No, fijate, qué testimonio le van a dar al ahijado.» Testimonio de un hombre y una mujer que le digan: «Mirá querido, yo me equivoqué, yo patiné en este punto, pero creo que el Señor me quiere, quiero seguir a Dios, el pecado no me venció a mí, sino que yo sigo adelante». ¿Más testimonio cristiano que ése? O si viene uno de estos estafadores políticos que tenemos, corruptos, a hacer de padrino y está bien casado por la Iglesia, usted lo acepta? ¿Y qué testimonio le va a dar al ahijado? ¿Testimonio de corrupción? O sea que tenemos que volver a cambiar un poco las cosas, en las pautas valorativas.

E. Piqué: ¿Qué opina de la solución planteada por el cardenal [aperturista] alemán Walter Kasper?

Francisco: Kasper en su intervención a los cardenales en febrero pasado ponía cinco capítulos, cuatro que son una joyita de los fines del matrimonio, abiertos, profundos, y el quinto es qué hacemos con este problema de los divorciados vueltos a casar, porque son nuestros fieles. Y él hace hipótesis: él no propone nada propio. ¿Qué sucedió? Algunos teólogos se asustaron frente a esas hipótesis y eso es esconder la cabeza. Kasper lo que hizo fue decir: «Busquemos hipótesis», es decir, él abrió el campo. Y algunos se asustaron y se fueron a ese punto: nunca la comunión. Sí la espiritual. Y decime: ¿No hace falta estar en gracia de Dios para recibir la comunión espiritual? Por eso la comunión espiritual fue la que menos votos tuvo en la relatio synodi, porque no estaban de acuerdo ni unos ni otros. Los que la sostienen, porque era poco, votaron en contra. Y los que no la sostienen y quieren la otra, porque no vale.

Documentos del Sínodo: www.sinodofamilia2015.wordpress.com