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Laudato si’: Una encíclica estremecedora

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ENTREVISTA EN PEREGRINOS:

http://peregrinos-robertoyruth.blogspot.com/2015/06/conversando-con-jorge-costadoat-sj.html

 

Al papa “franciscano” le faltaba una encíclica sobre la creación. Hasta ahora para todos ha sido patente su “opción por los pobres”. El “pobre de Asís” estará feliz con que el papa Francisco no solo se haga cargo del tema ecológico, sino que, además, lo vincule con el de la pobreza. Laudato si’ es una encíclica impresionante. Se ocupa del medioambiente con una mirada integral, vinculando estrechamente lo ecológico y lo social, con el objeto de estremecer las conciencias de una humanidad que se salvará junta o junta acabará en un tarro basurero. El Papa hace un llamado a volver a amar nuestra Tierra, pues su estado es dramático. Lo hace con un lenguaje sencillo, suave en general, pero a veces duro y directo.

La encíclica abunda en describir los males que aquejan a la naturaleza y a las personas en ella. Estos son innumerables: deterioro del aire y de las aguas, deforestaciones, basura y contaminación en los mares, suciedad, aniquilación de especies vegetales y animales, y miseria humana por doquier. Al mismo tiempo, se evoca en la encíclica la belleza del mundo que hemos heredado y que hemos dejar en herencia a las futuras generaciones.

El Papa no ahorra palabras para denunciar a los culpables. En términos generales nuestra cultura consumista hace que prácticamente todos usemos y tiremos las sobras sin la más mínima responsabilidad con la naturaleza o el prójimo actual o futuro. Pero Francisco dirige los cañones contra los grandes poderes económicos y políticos, y la tecnocracia de que se sirven, para obtener las máximas ganancias con los menores costos posibles. Estos mismos poderes, sean corporaciones o países, son quienes le bajan el perfil al peligro del caos ecológico o esperan que algún día la ciencia y la economía encuentren la solución que siempre dicen se ha encontrado para que el progreso continúe. Es una misma la lógica explotadora que ha generado el daño ecológico y la pobreza. El Papa cuestiona radicalmente la idea predominante de progreso. Interroga a fondo la cultura moderna que ha despejado la cancha para intervenir la creación sin escrúpulos y la cultura posmoderna individualista y egoísta.

La encíclica ofrece una visión teológica del mundo. Dios creador hace de principio de unidad y de solidaridad de toda la realidad, del tiempo y del espacio, de lo grande y de lo pequeño, de los ricos y los pobres. Llama la atención como en ninguna otra encíclica papal anterior una visión amplia, integradora y profundamente histórica de la realidad, pero en clave apocalíptica. El futuro no está cerrado. La apocalíptica cristiana se nutre de la “buena noticia” de la resurrección de Cristo, pero incoa la posibilidad del desastre de la creación y, por lo mismo, urge proféticamente decisiones en el presente.

¿Qué hacer? La pendiente al desastre requiere de una reacción enérgica. Francisco habla de la necesidad de una “revolución cultural”. No tenemos actualmente la cultura suficiente para revertir la situación. Es preciso generarla. El Papa apela a cambiar la mirada, a desarrollar una espiritualidad sensible a la belleza y empática con cada uno de los seres, a cultivar estilos de vida cuidadosos de la naturaleza y del medio ambiente.

Se requiere, por otra parte, impactar en las prácticas actuales de consumo y enderezar la economía a otro tipo de crecimiento. Una mayor conciencia, reflejada en pequeños cambios de vida, en la medida que va cuajando en una educación de mayor responsabilidad con todo lo existente, puede incidir reorientando la economía en otra dirección. La política, sobre todo si es posible fortalecer alguna forma de gobierno internacional que pueda imperar soluciones globales, tendría que domeñar la libre acción del dinero.

La encíclica no ha gustado a todos. Algunos querrán que se la olvide pronto.

Laudato si’ es un llamado a una fraternidad cósmica. Proclama que todos los seres de la creación tenemos por vocación ser hermanos, considerarse parte, pertenecer y, en el caso de la humanidad, hacerse responsables unos de otros, de los ecosistemas y del planeta. El Papa recuerda que el principio clave de la enseñanza social de la Iglesia es el “destino común de todos los bienes”. La propiedad privada es, a este efecto, un medio. En esta perspectiva ecológica, la propiedad privada ha de ser relativizada. La Tierra nos pertenece a todos.

Este llamado, en el actual estado de cosas, es subversivo. Así como siempre es posible gozar con poco, la subversión de la cultura consumista y explotadora de la naturaleza y de los pobres, ocurrirá con pequeñas conversiones de corazones. Pero se necesitan muchos nuevos corazones.

Entrevista en PEREGRINOS: http://peregrinos-robertoyruth.blogspot.com/2015/06/conversando-con-jorge-costadoat-sj.html

La caridad de verdad de Benedicto XVI

Benedicto XVI replantea la enseñanza social de la Iglesia en la clave del desarrollo, tal como lo hizo Pablo VI con Populorum Progressio (1967). La perspectiva de la Encíclica es teológica: lo que realmente importa es el desarrollo integral que Dios quiere y que Dios gesta en cada persona y en toda la humanidad. No se trata, por tanto, de cualquier desarrollo. El papa radica el auténtico desarrollo en la caridad y en la verdad.

La expresión “caridad en la verdad” tiene algo de hermética. Se la describe en los primeros números del texto, por cierto densos. En ellos, sin embargo, se encuentra lo fundamental: el auténtico desarrollo depende de una caridad de alcance social y universal, una caridad que opera a través de la justicia y de la búsqueda del bien común, en suma, una caridad de verdad. Pues cabe la posibilidad de dejar entregado el progreso a las fuerzas desatadas de la economía (indiferentes a la ética); y, por otra parte, de practicar una caridad emotiva y de corto alcance (una falsa caridad). El Papa habla fuerte: “sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder, con efectos disgregadores sobre la sociedad, tanto más en una sociedad en vías de globalización, en momentos difíciles como los actuales” (5).

La globalización y la “crisis” caracterizan el contexto en el que se promulga la Encíclica. La “crisis” retardó su publicación. Fue necesario evaluar su profundidad. Es muy probable que la conciencia de la vulnerabilidad del sistema financiero y, a resultas, de la economía internacional, haya incidido en el juicio que se tiene de la globalización. Benedicto XVI ve en ambas una oportunidad, un aprendizaje que realizar. La “crisis” es imputable a sujetos responsables. La globalización, positiva en muchos sentidos, multiplica la injusticia y acarrea miseria y, por otra parte, puede y debe ser gobernada racionalmente.

En esta materia Caritas in veritate comparte la convicción profunda de la Doctrina Social de la Iglesia sobre la posibilidad de la libertad humana de enderezar la historia. Si en el caso de las encíclicas anteriores esta idea fue compartida con los contemporáneos, hoy prima en el ambiente (y también en la sociología) la presunción contraria. Esta es, que son tantos los factores que configuran la realidad, tantos los subsistemas (económicos, políticos, ecológicos, sanitarios, culturales, etc.) los que mueven la historia (casi independientemente de las autoridades centralizadoras) y tan cierta la crisis ecológica mundial, que sería utópico pensar que la comunidad internacional pueda efectivamente encauzar al mundo actual. Benedicto XVI avanza en la dirección contraria. Lo mueve la esperanza de que Dios conduce a la humanidad a un desarrollo que, en última instancia, no podría ser tarea humana si no fuera un don suyo gratuito.

La atención se centra en la economía: “La actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política. Por tanto, se debe tener presente que separar la gestión económica, a la que correspondería únicamente producir riqueza, de la acción política, que tendría el papel de conseguir la justicia mediante la redistribución, es causa de graves desequilibrios (36).

Benedicto XVI engasta la economía en la antropología teológica. El verdadero progreso no se alcanzará sin el mercado (del cual reconoce sus virtudes), pero tampoco si la lógica del intercambio no radica en la lógica del amor gratuito y de la responsabilidad humana social. “El gran desafío que tenemos (…) es mostrar, tanto en el orden de las ideas como de los comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la transparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria” (36).

Benedicto XVI revaloriza la política y al Estado. Urge, sobre todo, cambios políticos a nivel internacional: “Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger (…) y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres”. La exigencia de una caridad auténtica le lleva lejos: “Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial…” (67).

Benedicto XVI tiene en mente la fraternidad humana. En tiempos de globalización esta fraternidad o familia humana requiere una sensibilidad mayor con los pueblos más pobres. Pero, a corto y largo plazo ella constituye, además del fin de la humanidad, la condición exacta de un bien común internacional.