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Felipe Berríos y la crisis en el anuncio del Evangelio

En las agrupaciones humanas los estilos de comunicación pueden ser distintos. En la sala de clases no se debiera usar el lenguaje que sirve en los estadios. Por lo mismo, ¿a quién se le ocurriría objetar las expresiones vulgares del público durante un partido de fútbol? Hay ámbitos y ámbitos. Por esto, no es normal, en el ámbito católico, que un sacerdote critique derechamente y por parejo a los obispos de su Iglesia. 

El padre Felipe Berríos ha lanzado un misil por televisión. La entrevista que le hicieron en Ruanda no ha dejado indiferente a nadie que la vio. Las críticas le han llovido: “habla desde fuera”, “no conoce la realidad”, “es injusto”, “es arrogante”… Aun pudiendo ser válidas algunas de estas criticas, lo sorprendente es el enorme apoyo que han tenido sus palabras. Gente muy diversa, y mucha, está con él.

Me detengo en lo que me parece central: Berríos ha puesto en tela de juicio la comunicación  eclesial del Evangelio. Los obispos, según él, no tienen una Buena Noticia para la gente de hoy. Berríos -entre otras críticas contra la jerarquía, contra la cultura, contra los políticos- ha atacado frontalmente un modo de comunicación de la Iglesia con sus fieles, y de la Iglesia en sociedad.  ¿Qué subyace a este desencuentro?

En los últimos siglos, en especial en las últimas décadas se ha acentuado un cambio cultural enorme. Han cambiado los modos de comunicarnos y el modo de encontrar el sentido de la vida; todos hemos quedado fuera de juego, también la Iglesia y sus pastores.

Llegamos a la verdad de otro modo. Nuestros contemporáneos, nosotros mismos, hallamos la fuente de sentido de nuestra vida en la autenticidad. Cada uno quiere ser fiel a sí mismo. Se sabe entregado a su propia creatividad y exige respeto de su autonomía. Ser auténtico equivale a ser autoridad para sí mismo,  y a rechazar autoridades que pudieran amenazar la propia subjetividad. Este valor puede derivar en el individualismo. Pero la mejor de las autenticidades es esencialmente dialogal, requiere de los demás, pues los otros ofrecen el horizonte de significatividad que impide a las personas extraviarse. En el mundo en que vivimos la verdad, y por ende la autoridad, viene de dentro y del lado. Pero no de arriba. No de los dirigentes, ni tampoco de la metafísica tradicional o del derecho natural. Nuestra cultura es típicamente horizontal.

 Este modo de alcanzar el sentido de la vida ha encontrado en las TICs (tecnologías de la información y de la comunicación) una plataforma de desarrollo impresionante. ¿Quién tiene la verdad en el caos comunicacional de las redes sociales y el mundo virtual? Todos pueden opinar, responder, vitrinear, googlear, presentarse o exhibirse en Facebook, construir círculos de comunicación cerrados, levantar un blog, salir del paso con Wikipedia, adoptar una personalidad furtiva, argumentar o difamar, aprender y enseñar. ¿A quién le cree en esta selva de canales comunicativos?

 En este universo comunicacional ha tenido especial importancia el desarrollo del 2.0. Este instrumento virtual ofrece la posibilidad de interacción entre emisores y receptores de mensajes. Un periódico, por ejemplo, da la posibilidad de sus lectores a que discutan entre sí. Más aun el twitter. En este caso no se necesita de un tercero que ofrezca la posibilidad de interrelacionarse. Los interlocutores pueden establecer directamente un diálogo, criticarse entre sí o declararse la guerra. El 2.0 supera al 1.0. En este registro el receptor no tiene la posibilidad de rebatir al emisor. El 2.0 es horizontal, y por ello desvirtúa los canales tradicionales de comunicación, y bajo cierto respecto, de la elaboración de la verdad. Esta no proviene de autoridades verticales, sino de la argumentación y la discusión.

¿Cuánto hay de 2.0 en nuestra Iglesia? Hemos de reconocer que los católicos –jerarquía y laicos- tenemos graves problemas para comunicarnos a Cristo como una Buena Noticia; y tenemos aún más problemas para anunciarlo a los que no son cristianos. El Pueblo de Dios tiene más necesidad que nunca de un magisterio que lo oriente. Pero la jerarquía, como cualquier ser humano e institución a esta altura de la historia, no logra fácilmente procesar nuevos conocimientos y convertirlos en enseñanza. Ya no sirve invocar una autoridad vertical, una investidura especial, para proponer verdades que no son sometidas a la crítica de la red global. Intentar hacerlo, por el contrario, parece prueba de equivocación.

En este complejo escenario el padre Berríos ha hablado de Dios impactando a mucha gente que ha dicho “en esta Iglesia sí creo”. Incluso los jóvenes se han sentido movilizados a ayudar al prójimo. Hasta ahora para ellos la Iglesia había sido una realidad estática, vinculada a sus antepasados, una institución incapaz de cuestionar a fondo a una sociedad clasista y acostumbrada a la desigualdad. Esto es lo increíble. Berríos golpea con su autenticidad. Por esto se le reconoce autoridad.  Por esto también se le excusa la falta de moderación. Mientras algunos querrían excomulgarlo, y quien sabe si dejarlo en el exilio, otros reconocen en sus palabras la Iglesia en la que creen y que necesitan. No consideran al cura Berríos fuera de la Iglesia, sino que lo ponen en el corazón de la misma. Berríos, en medio de la revolución cultural en la que estamos, interpreta el sentido común y apela con el Evangelio a sectores sociales muy distintos: a ricos y a pobres, a creyentes y agnósticos.

Algo parecido está sucediendo con Francisco Papa. El “obispo de Roma”, como ha querido llamarse, da señales de empatía con el mundo actual. No le tiene miedo. Parece abierto a lo que los demás tengan que decir. Parla a braccio, como dicen los italianos. No pretende tener la última palabra. Enseña, pero como si pudiera hacerlo mejor. Utiliza metáforas, algunas hirientes. Si se le pidieran explicaciones probablemente las daría. Critica con agudeza al capitalismo. Reprende en público a obispos escaladores. Exige a la jerarquía autocrítica ante cámaras y micrófonos. Hay en él una actitud dialogal. Ha bajado del olimpo de las habitaciones vaticanas. Vive en una casa con otras personas. Participa en una conversación al desayuno. Puede preguntar. Recibir opiniones. Habla con los brazos, como dirían los italianos. Sin papeles. Sin tener que invocar la infalibilidad de la Iglesia. En conclusión, un papa “horizontal” prepara a los católicos a hacerse amigos de la época y del modo como la humanidad está conversando consigo misma en busca de la verdad, de la justicia y de la paz. La gran pregunta es si el Papa hará o no entrar al Magisterio y a la organización eclesiástica al registro del 2.0, único en el cual es hoy posible anunciar el Evangelio.