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Encuentro con Cristo II (Aparecida)

EL “ENCUENTRO CON CRISTO”. LA CLAVE CRISTOLÓGICA DE APARECIDA

1.- Contexto de elaboración del documento

– Debilitamiento del catolicismo latinoamericano

– Los diagnósticos coinciden: el catolicismo se debilita. Lo detectaba el Documento de Participación preparatorio de la Conferencia y documentos regionales que reaccionaron a este. Lo subraya con fuerza la Síntesis que reúne el parecer de todas las iglesias.

– En el presente concreto de América Latina, el mandato de Aparecida a misionar dice relación con una percepción de desgaste del catolicismo latinoamericano.
o La fe cristiana ha penetrado la cultura del continente.
o El cristianismo ofrece una religiosidad que alimenta la vida de nuestros pueblos.
o Los católicos siguen siendo una inmensa mayoría.
– Pero algo está cambiando. El Papa Benedicto dijo al inicio de la Conferencia: Se percibe (…) un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudoreligiosas (nº 2).

– La constatación de esta especie de fatiga, en principio amenazante para la cultura del continente y el futuro de la Iglesia Católica en el mundo, merece ser discernida. Si efectivamente Dios actúa en la historia, y Dios es trascendente al catolicismo, los cambios pueden abrir nuevas posibilidades.

– Globalización

– Este fenómeno se inscribe en uno mayor, el de la globalización, y se debe a él en buena medida.
– La interacción recíproca entre los más diversos modos de ser hombre, a una velocidad impresionante y a través de medios nunca imaginados sorprende, espanta y remueve los cimientos de la identidad colectiva y personal hasta lo más profundo.
– La pobreza y la injusticia endémicas de América Latina son barajadas en nuevos registros.
– La religiosidad experimenta mutaciones importantes.
– La Iglesia Católica evangeliza en un proceso de acelerada desevangelización: desinterés por los sacramentos (caen el bautismo y el matrimonio; la reconciliación tiende a desaparecer; no hay sacerdotes suficientes para celebrar la eucaristía; el orden sacerdotal se mira con sospecha); secularismo, hedonismo, indiferentismo, proselitismo, de los que habla el Papa, socavan el sustrato católico de la cultura; pérdida de autoridad de los pastores a causa de un clericalismo que no se soporta o de enseñanzas que son percibidas como irracionales; éxodo de fieles a iglesias pentecostales, absorción de nuevas ideas religiosas y ambiente de “cisma emocional”.

– El Documento de Aparecida, a propósito del desgate del catolicismo, sostiene que, en la sociedad del conocimiento, en tiempos de globalización, las personas necesitan mucho más información para funcionar, pero a la vez sufren la fragmentación de la información política, económica, científica, etc., resultándoles muy difícil unir tanta información y no frustrarse.
o El discernimiento de este “signo de los tiempos” se apoya firme en las ciencias sociales, pero no se reduce a ellas.
o El texto recuerda que Dios debe seguir constituyendo el fundamento de la unidad de la vida humana.
o Pero el problema es hoy aún mayor.
– En la medida que la transmisión de la fe de una generación a otra es alterada por estos fenómenos, el catolicismo latinoamericano tradicional ha comenzado a diluirse.
– Y, aunque el Documento no lo diga, las autoridades de la Iglesia en una sociedad pluralista y democrática no logran representar la unidad que, en nombre de Dios, están llamadas a fomentar.
o La misma institución eclesial tiende a ser desplazada de la arena pública.
o Sus noticias no son noticia.
o Una sociedad que funciona en otros registros parece no necesitar de una autoridad superior que la unifique.

2.- Propuesta de un “encuentro con Cristo”

– Aparecida nos manda a misionar.
o Debemos plantearnos seriamente cómo nos convertiremos en misioneros.
o Si Dios ha hablado, la Iglesia latinoamericana entera tendrá que renunciar a su complacencia, revisar las modalidades pastorales que impiden la acogida del Evangelio y crear otras nuevas que lo hagan posible.

– La convicción básica de la Conferencia es que no se puede ser misionero si no se es discípulo y, por otra parte, que ningún discípulo puede eximirse de la misión, porque el mandato de anunciar a Jesucristo a todas las naciones está inscrito en su bautismo (Mt 28, 19).

– La novedad de este planteamiento estriba en que, en las actuales circunstancias, el discípulo-misionero o el misionero-discípulo, no podrá ser tal si no tiene un encuentro personal y comunitario con Jesucristo (11).
o Ya lo decía documento Síntesis: “La alternativa crucial es ésta: o nuestra tradición católica y nuestras opciones personales por el Señor arraigan más profundamente en el corazón de las personas y de los pueblos latinoamericanos como acontecimiento fundante, como encuentro vivificante y transformador con Cristo, y se manifiesta como novedad de vida en todas las dimensiones de la existencia personal y la convivencia social, o corre el riesgo de seguir dilapidándose, empobreciéndose y diluyéndose en vastos sectores de la población, lo que sería una pérdida dramática para el bien de nuestros pueblos y para toda la catolicidad” (DS nº 15).
o Sin un encuentro vivificante con Cristo, la fe cristiana corre el riesgo de seguir erosionándose y diluyéndose de manera creciente en diversos sectores de la población (DC 13).

– Años atrás Karl Rahner, teólogo importante del Concilio Vaticano II, había afirmado: “el cristiano del siglo XXI será místico o no será cristiano”.
o Lo que ha valido para el catolicismo ilustrado occidental, vale también para nuestro continente.
§ La tradición cultural cristiana que ha marcado a fuego nuestra identidad, no basta a sujetos que creen poder elegirlo todo.
§ Si estos no eligen a Jesús como el único Señor al que vale la pena consagrarle la vida, difícilmente aceptarán que la Iglesia los elija a ellos como discípulos de Cristo y encauce sus vidas para lograrlo.

– La expresión “encuentro” para referirse a la experiencia espiritual es especialmente rica.
o El encuentro con Dios en uno como nosotros, el hombre Jesús y nuestro hermano, en quien se generan relaciones comunitarias simétricas y fraternas, constituye un modo muy feliz de hablar de la experiencia cristiana de Dios.
§ La experiencia de Dios como “encuentro” con Cristo tiene un anclaje antropológico que orienta aún mejor lo que Aparecida nos pide.
§ Podemos decir que “encuentro” alude a lo que puede ocurrir entre dos personas.
• Así de simple y hermoso.
• Así de complejo y peligroso.
§ Cuando el encuentro es tal que ambas personas se constituyen una a partir de la otra, se abre naturalmente a la amistad de terceras personas, constituye una comunidad y permite reconocer la comunidad que, tal vez imperceptiblemente, sostenía y posibilitaba estas relaciones.

– Para Aparecida, el “encuentro con Cristo” recuerda el llamado y la elección que hizo Jesús de sus primeros discípulos:
o Llamado a vincularse estrechamente con él, para que conocieran el misterio del reino y para que compartieran su misión de anunciar su advenimiento.
o El impacto que produjo Jesús en sus discípulos produjo en ellos una respuesta libre. El amor de Jesús por ellos los convirtió en amigos y hermanos suyos, y los impulsó a misionar.

– Esta primera experiencia de Cristo, después de la resurrección de Jesús ha abierto un acceso trinitario a Dios.
o En la experiencia cristiana de Dios el Padre tiene la iniciativa: El sale a nuestro encuentro en su Hijo y por el Espíritu.
o Cristo es el “camino, la verdad y la vida”. Jesucristo, su reino y su muerte en cruz, constituye el modelo de la vida cristiana.
o El Espíritu, por su parte, hizo que Jesús se relacionara con el Padre en la oración y el discernimiento de su voluntad.
o El Espíritu nos ha revelado que Jesús es el Hijo y que Dios es el Padre de Jesús y nuestro Padre.
o El Espíritu guía a los cristianos como “maestro interior”.

– El Documento de Aparecida indica dónde podremos encontrar a Cristo.
o En la escucha de la Palabra, en la participación en la Eucaristía, en la oración, en María, en los santos, en la religiosidad popular…
o Todo queda supeditado, sin embargo, a un encuentro que, para ser cristiano, debe ser insustituiblemente personal.
§ Puede faltar quien anuncie la Palabra, puede faltar quien celebre la Eucaristía, pero no puede faltar el encuentro con el prójimo.
§ La Palabra y la Eucaristía apuntan a un encuentro de los hombres en Cristo.
• La lectura de la Palabra tiene fuerza misionera extraordinaria.
• En torno a ella se han creado comunidades cristianas de todo tipo, en diversos sectores sociales, cuyo centro lo constituye el compartir las personas su vida.
• También la Eucaristía tiene una razón de ser misionera.
• En ella se da por excelencia la vida compartida entre hermanos en Cristo y con Cristo, que los reúne en un mismo Padre en virtud del Espíritu de amor y de comunión universal.
o Pero nada puede reemplazar el encuentro con Cristo en el prójimo, particularmente en el pobre.

– El encuentro con Cristo en el prójimo recuerda la índole eclesial de una experiencia cristiana auténtica.
o Este es precisamente el desafío ulterior.
§ No basta decir que la evangelización depende exclusivamente del “encuentro” con Cristo.
§ Es posible que a futuro se pierda la posibilidad de una experiencia de Dios en Cristo si no se realizan ajustes eclesiales mayores.
o Dicho de otra forma, sin cambios la transmisión de la fe a la siguiente generación y la proclamación misionera de Jesucristo a los que nunca han creído en él, es impensable.

– Por tanto, la atención a los “signos de los tiempos” en la que se haya la Iglesia en Aparecida, constituye una oportunidad muy favorable para preguntarle al Señor qué Iglesia facilitará, encausará y custodiará mejor aquel “encuentro” con Cristo del que depende el futuro cristiano de América Latina.

3.- El Cristo de Aparecida

El Cristo de la vida

– El Cristo que sale a nuestro encuentro y que los cristianos debe salir a buscar es, según Aparecida, el Cristo de la vida y del reino.

– El título de la V Conferencia tiene por título: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos tengan en Él vida”.
o Cuando se solicitó a Benedicto XVI la celebración de esta conferencia el mismo Papa añadió el “en Él”.
o Con este añadido entendemos que no se trata de la vida sin más, sino de la vida que es Cristo y que Cristo comunica a sus discípulos.

– Es así que la vida de Cristo que Aparecida resalta es sobre todo la vida eterna.
o Jesús es la puerta de la vida.
o Jesús comparte con nosotros la vida que él comparte con su Padre en el Espíritu, consistente en el amor.
o Así Jesús, el primer evangelizador, constituye él mismo el Evangelio de la vida divina que el Padre quiere comunicarnos.
o Los cristianos acceden a esta vida eterna por medio de la eucaristía.
– Esta vida eterna que Jesús mismo es, prospera en el mundo como salvación de situaciones inhumanas de vida, en contra del pecado y de la muerte.
o “Jesús es respuesta de vida ante el sinsentido, el subjetivismo hedonista, la despersonalización, la exclusión, las estructuras de muerte y la naturaleza amenazada” ( 124-128).
o Cristo en cuanto vida eterna no constituye ninguna evasión de este mundo.
§ Para Aparecida el reino de vida exige servir a los pobres y desarrollar estructuras sociales más justas.

– Cristo, en este sentido, es vida integral.
o El quiere nuestra felicidad.
o La vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla en plenitud la existencia human, la de todos los hombres y en todos sus aspectos.
o De aquí que sea necesaria la comunión fraterna y justa, la transformación de las relaciones sociales, para que esta vida alcance efectivamente la plenitud de Cristo

El Cristo del reino para los pobres y para todos

– El reino se hace presente en Jesús: en su persona Dios hace hijos a todas sus criaturas.
– El reino de Dios es un reino de vida que ha de anunciarse a todas las naciones.

– Aparecida recuerda que, al encarnarse, el Hijo de Dios nace en un pesebre, asumiendo una condición humilde y pobre.
o Desde entonces Jesús es “pobre como ellos y excluido entre ellos”.

– La V Conferencia confirma la índole cristológica de la opción por los pobres.
o En tres oportunidades el Documento detalla in extenso cuáles son hoy los rostros latinoamericanos que merecen una atención especial (65, 402, 407-430).
§ Estos son los rostros de Cristo.
§ Un cristiano no puede eludirlos.
o Afirma el texto: El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo. De la contemplación de su rostro sufriente en ellos y del encuentro con Él en los afligidos y marginados, cuya inmensa dignidad Él mismo nos revela, surge nuestra opción por ellos (257).
o Los pobres remiten a Cristo, porque es Cristo que se identifica con ellos: todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo (393).

– Según Aparecida hay muchas maneras de ser pobre en América Latina.
o La importancia dada a los innumerables rostros de pobres corre en paralelo a la convicción de Aparecida –presente de punta a cabo en el Documento- acerca del carácter “no-optable” de la “opción”.
o No hay cristianismo que pueda esquivar la mirada del Cristo pobre porque es precisamente esta la primera mirada que debiera captar nuestra atención.

– El sello misionero último del encuentro con Cristo lo pone el encuentro con el hombre despojado y abandonado en el camino.
o Pues ocurre que, de hecho, la escucha de la Palabra y con mayor razón la participación en la Eucaristía no están a la mano de tantos bautizados latinoamericanos.
§ La Iglesia no tiene capacidad pastoral para atender tantas necesidades.
o Y, por otra parte, ella queda atrapada en las decisiones que ha tomado para custodiar ese encuentro con Cristo.
§ La misa incluye y excluye.
o La indicación de Aparecida de encontrar el rostro de Cristo en el rostro del pobre, libera a la Eucaristía de convertirse en una reunión de privilegiados.
– El amor a los pobres salva a la Iglesia de sus propios límites y la encamina a su misión universal.

Misión y discipulado (Aparecida)

Santuario, 1 de septiembre de 2007

1.- Aparecida
– Las otras conferencias: Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992)
– Importancia para la Iglesia latinoamericana: atención a los signos de los tiempos
– Aparecida: respuesta misionera a una situación de erosión del catolicismo tradicional. Es necesario que los católicos tengan una experiencia personal de Jesucristo y que lo anuncien (evangelización).
2.- Misión y discipulado
– El cristianismo consiste en una experiencia trinitaria de Dios: Conocemos a Dios a través de Cristo y gracias al Espíritu Santo
o En concreto lo conocemos amando a los demás como hijos de Dios que son y amándolos como Cristo los ha amado (hasta el extremo de la cruz)
o Así mismo damos testimonio que Dios es amor, pues el amor es lo más grande.
– Esto lo hemos sabido por Jesús:
o Jesús llamó discípulos para que compartieran con él y para que compartieran su misión
 Dios se nos da de un modo “personal” (en una persona humana…)
 Dios se nos da como un acontecimiento de salvación integral: como reino de Dios
o Jesús estableció con sus discípulos un vinculo de amistad y de hermandad
 El no se pone por encima de los discípulos, porque él mismo es discípulo del Padre.
 El es el maestro, pero que enseña de lo que ha aprendido y continúa aprendiendo
o Los discípulos experimentan el amor de Jesús y son enviados por Jesús a comunicar a otros esta misma experiencia, especialmente a los pobres y desamparados.

– Hoy es muy importante que nuestra respuesta a la llamada de Jesús a ser misioneros libre y consciente
o Por lo cual se requiere cultivar una amistad personal con él.
o Y compartir su destino.
 El cristianismo se juega en la calle: allí donde nos toca amar a cualquiera.
 Los sacramentos son una enorme ayuda, pues a Cristo lo encontramos en el prójimo (el pobre), pero también en la Palabra y en la Eucaristía.
– ¿A qué somos enviados?
o A lo mismo que fue enviado Jesús: a anunciar el Reino de Dios.
o Un reino de vida para todos (universalidad) y que tiene que ver con todos los aspectos de nuestra vida (integridad).
 Por esto la “misión” no consiste en “hablar” de Jesucristo o de la Iglesia, guiarse por una estrategia pastoral… etc. Todo esto es necesario pero no lo principal.
 La misión consiste en trasmitir a los demás la experiencia de Cristo, en contagiarles a Cristo, en dar testimonio que Cristo nos ha cambiado la vida y en hacerlo persona a persona.
o Discipulado y misión son dos caras de una misma moneda (Benedicto).
– No se puede misionar, porque no se puede ser discípulo, sin la animación del Espíritu Santo:
o Jesús tuvo que discernir el cumplimiento de su misión: oyendo la voz del Espíritu, tratando de obedecer así la voluntad de su Padre
o También nosotros debemos hacer lo mismo.

Encuentro con Cristo I (Aparecida)

EL “ENCUENTRO CON CRISTO”: CLAVE DE LA FORMACIÓN DEL DISCIPULO Y MISIONERO SEGÚN APARECIDA

Punta de Tralca, 26 diciembre de 2007´
Religiosas del Sagrado Corazón

a) Aparecida tendrá que ser reconocida como la conferencia de la “espiritualidad”. Más precisamente, la conferencia que promueve un “encuentro con Cristo”, es decir, una espiritualidad cristocéntrica.
b) Las orientaciones que la conferencia da para la “formación” de los discípulos y misioneros, se orientan a provocar o facilitar la experiencia de un “encuentro con Cristo”, a madurar en esta experiencia y a compartirla con los demás.

A. El “encuentro con Cristo”

1.- Contexto de Aparecida

– Debilitamiento del catolicismo latinoamericano

– Los diagnósticos coinciden: el catolicismo se debilita. Lo detectaba el Documento de Participación preparatorio de la Conferencia y documentos regionales que reaccionaron a este. Lo subraya con fuerza la Síntesis que reúne el parecer de todas las iglesias.

– En el presente concreto de América Latina, el mandato de Aparecida a misionar dice relación con una percepción de desgaste del catolicismo latinoamericano.
o La fe cristiana ha penetrado la cultura del continente.
o El cristianismo ofrece una religiosidad que alimenta la vida de nuestros pueblos.
o Los católicos siguen siendo una inmensa mayoría.
– Pero algo está cambiando. El Papa Benedicto dijo al inicio de la Conferencia: Se percibe (…) un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudoreligiosas (nº 2).

– La constatación de esta especie de fatiga, en principio amenazante para la cultura del continente y el futuro de la Iglesia Católica en el mundo, merece ser discernida. Si efectivamente Dios actúa en la historia, y Dios es trascendente al catolicismo, los cambios pueden abrir nuevas posibilidades.

– Globalización
– Este fenómeno se inscribe en uno mayor, el de la globalización, y se debe a él en buena medida.
– La interacción recíproca entre los más diversos modos de ser hombre, a una velocidad impresionante y a través de medios nunca imaginados sorprende, espanta y remueve los cimientos de la identidad colectiva y personal hasta lo más profundo.
– La pobreza y la injusticia endémicas de América Latina son barajadas en nuevos registros.
– La religiosidad experimenta mutaciones importantes.
– La Iglesia Católica evangeliza en un proceso de acelerada desevangelización: desinterés por los sacramentos (caen el bautismo y el matrimonio; la reconciliación tiende a desaparecer; no hay sacerdotes suficientes para celebrar la eucaristía; el orden sacerdotal se mira con sospecha); secularismo, hedonismo, indiferentismo, proselitismo, de los que habla el Papa, socavan el sustrato católico de la cultura; pérdida de autoridad de los pastores a causa de un clericalismo que no se soporta o de enseñanzas que son percibidas como irracionales; éxodo de fieles a iglesias pentecostales, absorción de nuevas ideas religiosas y ambiente de “cisma emocional”.

– El Documento de Aparecida, a propósito del desgate del catolicismo, sostiene que, en la sociedad del conocimiento, en tiempos de globalización, las personas necesitan mucho más información para funcionar, pero a la vez sufren la fragmentación de la información política, económica, científica, etc., resultándoles muy difícil unir tanta información y no frustrarse.
– Y, aunque el Documento no lo diga, las autoridades de la Iglesia en una sociedad pluralista y democrática no logran representar la unidad que, en nombre de Dios, están llamadas a fomentar.
o La misma institución eclesial tiende a ser desplazada de la arena pública.
o Sus noticias no son noticia.
o Una sociedad que funciona en otros registros parece no necesitar de una autoridad superior que la unifique.
– El problema mayor para la evangelización: en la medida que la transmisión de la fe de una generación a otra es alterada por estos fenómenos, el catolicismo latinoamericano tradicional ha comenzado a diluirse.

2.- Propuesta de un “encuentro con Cristo”

– Aparecida nos manda a misionar.
o Debemos plantearnos seriamente cómo nos convertiremos en misioneros.
o Si Dios ha hablado, la Iglesia latinoamericana entera tendrá que renunciar a su complacencia, revisar las modalidades pastorales que impiden la acogida del Evangelio y crear otras nuevas que lo hagan posible.

– La convicción básica de la Conferencia es que no se puede ser misionero si no se es discípulo y, por otra parte, que ningún discípulo puede eximirse de la misión, porque el mandato de anunciar a Jesucristo a todas las naciones está inscrito en su bautismo (Mt 28, 19).

– La novedad de este planteamiento estriba en que, en las actuales circunstancias, el discípulo-misionero o el misionero-discípulo, no podrá ser tal si no tiene un encuentro personal y comunitario con Jesucristo (11).
o Ya lo decía documento Síntesis: “La alternativa crucial es ésta: o nuestra tradición católica y nuestras opciones personales por el Señor arraigan más profundamente en el corazón de las personas y de los pueblos latinoamericanos como acontecimiento fundante, como encuentro vivificante y transformador con Cristo, y se manifiesta como novedad de vida en todas las dimensiones de la existencia personal y la convivencia social, o corre el riesgo de seguir dilapidándose, empobreciéndose y diluyéndose en vastos sectores de la población, lo que sería una pérdida dramática para el bien de nuestros pueblos y para toda la catolicidad” (DS nº 15).
o Sin un encuentro vivificante con Cristo, la fe cristiana corre el riesgo de seguir erosionándose y diluyéndose de manera creciente en diversos sectores de la población (DC 13).

– Años atrás Karl Rahner, teólogo importante del Concilio Vaticano II, había afirmado: “el cristiano del siglo XXI será místico o no será cristiano”.
o Lo que ha valido para el catolicismo ilustrado occidental, vale también para nuestro continente.
§ La tradición cultural cristiana que ha marcado a fuego nuestra identidad, no basta a sujetos que creen poder elegirlo todo.
§ Si estos no eligen a Jesús como el único Señor al que vale la pena consagrarle la vida, difícilmente aceptarán que la Iglesia los elija a ellos como discípulos de Cristo y encauce sus vidas para lograrlo.

– La expresión “encuentro” para referirse a la experiencia espiritual es especialmente rica.
o El encuentro con Dios en uno como nosotros, el hombre Jesús y nuestro hermano, en quien se generan relaciones comunitarias simétricas y fraternas, constituye un modo muy feliz de hablar de la experiencia cristiana de Dios.
§ La experiencia de Dios como “encuentro” con Cristo tiene un anclaje antropológico que orienta aún mejor lo que Aparecida nos pide.
§ Podemos decir que “encuentro” alude a lo que puede ocurrir entre dos personas.
• Así de simple y hermoso.
• Así de complejo y peligroso.
§ Cuando el encuentro es tal que ambas personas se constituyen una a partir de la otra, se abre naturalmente a la amistad de terceras personas, constituye una comunidad y permite reconocer la comunidad que, tal vez imperceptiblemente, sostenía y posibilitaba estas relaciones.

– Para Aparecida, el “encuentro con Cristo” recuerda el llamado y la elección que hizo Jesús de sus primeros discípulos:
o Llamado a vincularse estrechamente con él, para que conocieran el misterio del reino y para que compartieran su misión de anunciar su advenimiento.
o El impacto que produjo Jesús en sus discípulos produjo en ellos una respuesta libre. El amor de Jesús por ellos los convirtió en amigos y hermanos suyos, y los impulsó a misionar.

– Esta primera experiencia de Cristo, después de la resurrección de Jesús ha abierto un acceso trinitario a Dios.
o En la experiencia cristiana de Dios el Padre tiene la iniciativa: El sale a nuestro encuentro en su Hijo y por el Espíritu.
o Cristo es el “camino, la verdad y la vida”. Jesucristo, su reino y su muerte en cruz, constituye el modelo de la vida cristiana.
o El Espíritu, por su parte, hizo que Jesús se relacionara con el Padre en la oración y el discernimiento de su voluntad.
o El Espíritu nos ha revelado que Jesús es el Hijo y que Dios es el Padre de Jesús y nuestro Padre.
o El Espíritu guía a los cristianos como “maestro interior”.

– El Documento de Aparecida indica dónde podremos encontrar a Cristo: en la Palabra, la Eucaristía, en las comunidades, en María, en la religiosidad popular y en el prójimo (pobre).

– El encuentro con Cristo en el prójimo recuerda la índole eclesial de una experiencia cristiana auténtica.
o Este es precisamente el desafío ulterior.
§ No basta decir que la evangelización depende exclusivamente del “encuentro” con Cristo.
§ Es posible que a futuro se pierda la posibilidad de una experiencia de Dios en Cristo si no se realizan ajustes eclesiales mayores.
o Dicho de otra forma, sin cambios la transmisión de la fe a la siguiente generación y la proclamación misionera de Jesucristo a los que nunca han creído en él, es impensable.

– Por tanto, la atención a los “signos de los tiempos” en la que se haya la Iglesia en Aparecida, constituye una oportunidad muy favorable para preguntarle al Señor qué Iglesia facilitará, encausará y custodiará mejor aquel “encuentro” con Cristo del que depende el futuro cristiano de América Latina.

3.- Cristología de Aparecida

Cristo vida plena

– Ya en el título que llevaría la V Conferencia se nos había indicado que el tema de la vida habría de ser clave.

– El foco de todo el documento es el encuentro con “Cristo vivo”.
o Con las palabras del Papa: “Es necesario que los cristianos experimenten que no siguen a un personaje de la historia pasada, sino a Cristo vivo, presente en el hoy y el ahora de sus vidas. Él es el Viviente que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta, entrando en nuestras casas y permaneciendo en ellas, alimentándonos con el Pan que da la vida” .

– En estos términos el Cristo de Aparecida es una “buena noticia”. La persona de Jesucristo en sí misma, su vida divina comunicada humanamente a nosotros, constituye la salvación.

– Se subraya que Jesucristo es la vida eterna: la vida divina que el Hijo quiere compartir con la humanidad de parte de Dios prevalecerá en los que creen en él.

– La vida eterna del Hijo, sin embargo, no se comprende independientemente de la vida que Jesús comunicó a diversa suerte de pobres. La vida eterna se anticipa por la praxis compasiva de Jesús, porque no consiste en otra cosa que en la eternidad del amor.

– Aparecida entiende la salvación como vida que supera las condiciones inhumanas en que viven los más pobres. El amor cristiano, en palabras del Papa “invita a todos a suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el acceso a los bienes” .

El Cristo del reino

– Aparecida promueve un “encuentro con Cristo”, a quien considera la vida plena y a quien identifica con el reino de Dios.
o En ambos casos la salvación se concentra en la persona de Jesús, Cristo e Hijo de Dios.
o En ambos casos, la centralidad de la persona de Jesús no anula, sino que exige explicitar las consecuencias interpersonales, sociales e históricas de la salvación cristiana.

– El Evangelio tiene un carácter fundamentalmente personal.
o En Cristo Dios se da en persona a todos los hombres y todos los pueblos.
o Él es el “Dios de rostro humano” .
o Esta Buena Nueva, por otra parte, responde a las necesidades más hondas de la humanidad.

– El carácter personal del reino de Dios, sin embargo, exige una mediación recíproca entre Jesús y el pobre. Para Aparecida en el rostro de Jesús descubrimos el rostro del pobre y en el rostro del pobre se nos manifiesta el rostro de Jesús.

– “Pobre” hoy en América Latina y el Caribe debiera ser un concepto análogo y no confuso. Aparecida misma ofrece un primer analogado en palabras estremecedoras: “ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social. Con ella queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos no son solamente ‘explotados’ sino ‘sobrantes y “desechables’”.

– De aquí que Aparecida renueve la opción por los pobres lo cual tiene enorme importancia. Decir que el Hijo de Dios se hizo hombre equivale a decir que “el Hijo de Dios se hizo pobre” . Cuarenta años después de Medellín, la V Conferencia asegura la índole cristológica de la opción por los pobres.

B. La Formación

– La sección clave está en el capítulo 6. Los números más importantes: 276-284.

1.- Claves

a) Cambios en el paradigma de la espiritualidad:
– Centralidad de Cristo: “Encuentro con Cristo”.
– De la imitación y de la santidad, al seguimiento.
– De la dirección espiritual al acompañamiento espiritual.

b) Respeto de la historicidad de las personas
– La conversión como un proceso de toda una vida (“camino largo”).
– La vocación como un llamado estrictamente “personal” de Dios (por el “nombre”).
– La necesidad de una pastoral diferenciada de acuerdo a la realidad de las edades y condición de las personas.
– Necesidad de formación permanente: a través de catequesis y sacramentos.

2.- Insistencias

a) Formación de discípulos y misioneros:
– ¿cómo se forma un misionero?
– ¿cómo se forma a un “formador” de misioneros (laico, religiosa, sacerdote)?
b) Necesidad absoluta de una comunidad: ¿qué comunidad es realmente “formadora”?

CELAM y la esperanza de un catolicismo latinoamericano

La realización de la V Conferencia del CELAM en Aparecida ha sido ocasión para reflexionar sobre el presente y el futuro del catolicismo latinoamericano.

Otra vez más la Iglesia en América Latina ha debido auscultar los “signos de los tiempos”. Los estudios de las ciencias sociales aportan conclusiones importantes. Pero solo una atención espiritual puede reconocer la acción del Espíritu en los acontecimientos de la época, sea porque en ellos el reino crece como la semilla de mostaza o es reprimido por las fuerzas del mal.

Los diagnósticos coinciden: el catolicismo se debilita. Lo detectaba el Documento de Participación preparatorio de la Conferencia y documentos regionales que reaccionaron a este. Lo subraya con fuerza la Síntesis que reúne el parecer de todas las iglesias. Benedicto XVI indica que es esta la “nueva situación” que la Conferencia debe encarar: “un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia Católica…”

La Iglesia atisba una posibilidad

El catolicismo se debilita. Pero no todos leen este hecho con los mismos ojos. La constatación de esta especie de fatiga, en principio amenazante para la cultura del continente y el futuro de la Iglesia Católica en el mundo, merece ser discernido. Si efectivamente Dios actúa en la historia, y Dios es trascendente al catolicismo, los cambios pueden abrir nuevas posibilidades, no debieran demonizarse a priori.

El fenómeno se inscribe en uno mayor, este es, la globalización. La interacción recíproca entre los más diversos modos de ser hombre, a una velocidad impresionante y a través de medios nunca imaginados sorprende, espanta y remueve los cimientos de la identidad colectiva y personal hasta lo más profundo. La pobreza y la injusticia endémicas de América Latina son barajadas en nuevos registros. La religiosidad experimenta mutaciones importantes. La Iglesia Católica evangeliza en un proceso de acelerada desevangelización: desinterés por los sacramentos (caen el bautismo y el matrimonio; la reconciliación tiende a desaparecer; no hay sacerdotes suficientes para celebrar la eucaristía;  el orden sacerdotal se mira con sospecha); secularismo, hedonismo, indiferentismo, proselitismo, de los que habla el Papa, erosionan el sustrato católico de la cultura; pérdida de autoridad de los pastores a causa de un clericalismo que no se soporta o de enseñanzas que son percibidas como irracionales; éxodo de fieles a iglesias pentecostales, absorción  de nuevas ideas religiosas y ambiente de “cisma emocional”.

Ello no obstante, la Iglesia atisba una oportunidad. Mejor dicho, un auténtico llamado del Señor a emprender con ahínco una tarea que, no siendo nueva, en los tiempos actuales cobra una importancia mayor. Esta es, la de volver a “encontrar” personalmente al Señor como el fundamento clave de la vida. Sin una profunda experiencia de Cristo el debilitamiento del catolicismo continuará su curso hasta perder todo vigor.

Este es el diagnóstico y, sobretodo, la propuesta del documento Síntesis de las opiniones de todas las iglesias: “La alternativa crucial es ésta: o nuestra tradición católica y nuestras opciones personales por el Señor arraigan más profundamente en el corazón de las personas y de los pueblos latinoamericanos como acontecimiento fundante, como encuentro vivificante y transformador con Cristo, y se manifiesta como novedad de vida en todas las dimensiones de la existencia personal y la convivencia social, o corre el riesgo de seguir dilapidándose, empobreciéndose y diluyéndose en vastos sectores de la población, lo que sería una pérdida dramática para el bien de nuestros pueblos y para toda la catolicidad” (nº 15).

Años atrás Karl Rahner, teólogo importante del Concilio Vaticano II, había afirmado: “el cristiano del siglo XXI será místico o no será cristiano”. Lo que ha valido para el catolicismo ilustrado occidental, vale también para nuestro continente. La tradición cultural cristiana que ha marcado a fuego nuestra identidad, no basta a sujetos que creen poder elegirlo todo. Si estos no eligen a Jesús como el único Señor al que vale la pena consagrarle la vida, difícilmente aceptarán que la Iglesia los elija a ellos como discípulos de Cristo y encauce sus vidas para lograrlo.

Este es precisamente el desafío ulterior. No basta decir que la evangelización depende exclusivamente del “encuentro” con Cristo. Es posible que a futuro se pierda la posibilidad de una experiencia de Dios en Cristo si no se realizan ajustes eclesiales mayores. Dicho de otra forma, sin cambios la transmisión de la fe a la siguiente generación y la proclamación misionera de Jesucristo a los que nunca han creído en él, es impensable.

Término de una etapa y comienzo de otra

En nuestros países la presencia de la Iglesia Católica tanto en la plaza pública como en el inconciente colectivo, es poderosa y benigna. La Iglesia inspira en los latinoamericanos la esperanza que los anima, sus mejores deseos, actitudes y actos. Con su predicación de Jesucristo y del reino de Dios ella puebla el imaginario de su autocomprensión con la Buena Nueva del amor incondicional de Dios, que se traduce en una honda convicción de la realidad del perdón y en una indicación certera acerca del valor absoluto de toda persona humana. A través del bautismo ella nos recibe en la comunidad que es principio de hermandad entre todos los seres humanos y de triunfo sobre el pecado y la muerte.

Es difícil pensar que quinientos años de presencia de la Iglesia en este continente puedan borrarse de un día para otro, cediendo el espacio a otra u otras tradiciones culturales seculares o religiosas. Su oferta de sentido es enorme. Y, sin embargo, los católicos no pueden cruzarse de brazos confiados en la inercia. La historia se gana día a día. Si la historia no progresa en la línea  del reino de Dios, involuciona.

Por tanto, la atención a los “signos de los tiempos” en la que se haya la Iglesia en Aparecida, constituye una oportunidad muy favorable para preguntarle al Señor qué Iglesia facilitará, encausará y custodiará mejor aquel “encuentro” con Cristo del que depende el futuro cristiano de América Latina.

A este efecto ofrezco algunos tipos de Iglesia –puede haber muchas otras maneras de plantear el asunto-, que fungen como modelos posibles de la experiencia comunitaria de Dios en Cristo. Imagino cuatro. Pero me quedo con el último. Los cuatro expresan un valor irrenunciable, es decir, un aspecto del catolicismo que debiera hallarse también en los otros. Pero, si se trata de encaminar la experiencia de Cristo por la senda de Jesús, me quedo con el modelo de “la Iglesia de los pobres”.

Iglesia “ejemplar”

Muchos desean que la Iglesia del futuro sea “ejemplar”. Hoy por hoy llamarse católico es simplemente insignificante. Es absurdo que se dé por católicos a los que solo aparecen así en las cifras de un censo u otras estadísticas. La Iglesia, se nos dice, debe recuperar su relevancia mediante un compromiso ejemplar de sus miembros: “pocos, pero buenos”. La dificultad de esta alternativa estriba en su tendencia sectaria o farisaica. A menudo los “buenos”, ya lo advirtió Jesús, desprecian a los demás. En realidad, desprecian el mundo que, sin embargo, llevan dentro de sí. Este paradigma eclesial enarbola el valor de la coherencia sin la cual no hay cristianismo posible. Pero arrastra a la Iglesia a aquella forma de religiosidad hipócrita que asesinó a Jesús.

Iglesia “plural”

Otros tienen razón al no alarmarse ante los cambios y esperar que la Iglesia continúe siendo “plural”, y se respeten en ella diversas versiones de cristianismo. Esta postura es sabia. Ella marca la diferencia con las sectas que restringen la verdad católica a su propia versión, excluyendo a las demás y prohibiendo todo tipo de búsquedas. De acuerdo a este paradigma la Iglesia debiera seguir siendo “católica”, universal y tolerante. Pero este modo de entender las cosas conduce precisamente a la insignificancia que amenaza al catolicismo latinoamericano. Una tolerancia a ultranza refleja en realidad un desinterés muy profundo por el modo de creer de los demás. Y, si se trata de superarla, los intentos sincréticos que dotan a la religiosidad popular de un acervo formidable de imaginación, son erráticos. Un cristianismo carente de una conducción eclesial hacia una dirección determinada, tiene mal pronóstico.

Iglesia que acompaña

Para los tiempos que corren, cuando la humanidad acelera su curso al ritmo que le impone la técnica; cuando el deterioro ecológico pone un signo de interrogación a la existencia de la vida sobre el planeta; cuando la concentración mundial de la riqueza tiene en vilo a poblaciones enteras amenazadas con la pura migración de la inversión, una Iglesia que “acompaña” será el consuelo más tierno que Dios pueda ofrecernos. No sabemos bien hacia dónde vamos, qué está ocurriendo. En este contexto una Iglesia que ofrece respuestas que sirvieron en otra época, constituye otro factor más de desorientación. Un tal Iglesia traiciona su vocación a la verdad. En cambio, una Iglesia “compañera” del hombre en tiempos difíciles, que no tiene recetas, pero que sabe estar y quedarse junto a nosotros cuando la vida se hace difícil, es lo que más necesitamos. La Iglesia acompaña cuando vive de su fe: la fe de los fieles y la fe de los pastores. Nunca hemos necesitados más pastores con fe, es decir, que en vez de miedo y falsas seguridades, contagien fe a los fieles y vivan ellos mismos de la fe que los fieles tienen para vivir y para explorar nuevas posibilidades. Y, sin embargo, una Iglesia que “acompaña” tampoco parece ser el mejor de los paradigmas. Se necesita un grado aún mayor de compromiso y de orientación.

La Iglesia de los pobres

Cada uno se sube a la Iglesia por el lado que más le acomoda. Esto es legítimo y realista. El paradigma que a mi juicio debiera orientar el encuentro con Cristo en el presente y futuro de América Latina debiera ser el de “la Iglesia de los pobres”[1]. La indicación la tomaron Medellín y Puebla del Concilio Vaticano II. La intuición, sin embargo, es anterior. Era la de Hurtado: “la Iglesia es Iglesia de pobres”[2]. La hago también mía, pero no por capricho. Ella sintoniza con el reino de Dios proclamado por Jesús.

El paradigma de “la Iglesia de los pobres” como orientación fundamental del catolicismo latinoamericano futuro, incorpora el reclamo limpio de los otros paradigmas posibles, pero tiene más fuerza que estos porque nos hallamos en un continente pobre y porque la Encarnación que acaba en la cruz se comprende y se vive mejor en solidaridad con los pobres.

Entiendo que esta “Iglesia de los pobres” operará una transformación del catolicismo latinoamericano, cuando predominen en ella las tres realizaciones siguientes.

a) Una nueva lectura de la Palabra de Dios. Hasta hace muy poco ha primado en la Iglesia la lectura de la Palabra de Dios desde una situación vital determinada. Desde Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, en cambio, lo que se lee es la vida de las personas y la historia actual del continente a la luz de la Palabra de Dios. Dicho esquemáticamente: antes se leía el texto (la Palabra) en un contexto (vida e historia en un tiempo y lugar particular); hoy ha comenzado a leerse el contexto (la vida y la historia en la cual Dios actúa y expresa su voluntad) a la luz del texto (la Palabra).

Pues bien, aquella Iglesia de los pobres, visible en las comunidades eclesiales de base, se gloría de haber entregado la Biblia al pueblo pobre. Con la Palabra de Dios en sus manos los pobres han entendido por qué el reino de Dios es para ellos y, sobre todo, han comprendido más profundamente la acción de Dios en sus vidas y el deber de hacer su voluntad en la lucha cotidiana.

Una inversión metodológica de esta magnitud, traerá consecuencias eclesiales incalculables. Ella tiene virtualmente la fuerza de transformar la liturgia, la espiritualidad y la moral católica. Un ejemplo: imaginar la transformación del planteamiento actual de la moral sexual desde la perspectiva de aquellos que de hecho no están en condiciones de los cumplimientos mínimos, equivale a un replanteo radical la enseñanza tradicional. La nueva lectura de la Palabra de Dios ha hecho aún más claro que si el cristianismo no es para los pobres, no es para nadie.

b) La adopción del mundo de los pobres como un nuevo frente misionero.  No es evidente que ella misma tenga fuerza misionera para anunciar a Jesucristo en otros continentes. La Iglesia Católica latinoamericana se beneficiado por siglos del servicio de misioneros extranjeros. Queda incluso el recuerdo de una evangelización forzada.

Y bien, aquello que en la tradición de la Iglesia latinoamericana queda como aprendizaje,  sirve a ella misma para denunciar a los responsables de la explotación y de la exclusión de pueblos enteros, y sobre todo para anunciar a Jesucristo a los más pobres sean o no sean bautizados. El servicio a los pobres, a ese mundo amplio y planetario que no acaba nunca, sacará a la Iglesia de la obsesión por el número de católicos y le devolverá su misión exacta: la de anunciar el Evangelio a “los otros” antes que a “los mismos”. A ella los pobres le recordarán que la vida no se gana si no se pierde. Al ponerse de su parte en contra de quienes se aprovechan de ellos, la Iglesia será perseguida y difamada como se lo profetizó Jesús, para darle una señal de su propio camino.

c) La comunión fraterna entre los fieles y los pastores en virtud del bautismo. La estructuración jerárquica de la Iglesia constituye una expresión de su “apostolicidad”, pero esta pudiera expresarse mejor en una organización eclesial más fiel al misterio del bautismo que hace a todos los cristianos sacerdotes, profetas y reyes. Es patente en la Iglesia latinoamericana el predominio que tiene el sacerdocio ministerial sobre el sacerdocio real de los fieles, en perjuicio de la enseñanza el Concilio Vaticano II y con graves consecuencias para las comunidades eclesiales de base. El Concilio recuerda que el único sacerdote es Cristo y que la razón de ser del sacerdocio ministerial es actualizar el sacerdocio común de los fieles. Si en la Iglesia se reconoce a los pobres su derecho sacramental de ser sujetos capaces de evangelizar a los demás y no solo objeto de enseñanza y caridad, con su puro protagonismo despejarán a los demás cristianos su ubicación fraternal en la Iglesia y esta, más fraterna que antes, dará testimonio de Jesús en contra de las sociedades piramidales que oprimen a los contemporáneos.

En fin…

 

“La Iglesia de los pobres” es una Iglesia ejemplar porque la perfección cristiana no consiste en no cometer errores, sino en ser misericordiosos como el Padre lo es con pobres y pecadores. Por esta misma razón ella es plural, amplia, “católica” para admitir en su seno varias modalidades de cristianismo. Y porque en ella los pequeños y los despreciados, los enfermos y los tratados por culpables siendo inocentes, indican a la Iglesia Católica precisamente quién deben ser los primeros en ser acompañados. Varios paradigmas eclesiológicos pueden ser elucidados para la orientación del cristianismo latinoamericano. El de la “Iglesia de los pobres”, me parece, es el más cristiano porque es el más radical y el más hermoso.

Jorge Costadoat S.J.

Publicado en Mensaje nº 559 (2007) 19-22.


[1] El uso del término “pobre” es analógico. Hay muchas maneras de ser pobre: carecer de pan, de ropa o de techo. Pero el más pobre de los pobres –y estos merecen una atención preferencial- son los que carecen al mismo tiempo de pan, de ropa y de techo.

[2] Para Alberto Hurtado la Iglesia le pertenece a los pobres porque los pobres han sido los primeros en entrar en ella. Los pobres abren a los ricos un lugar en la Iglesia: “la Iglesia es Iglesia de pobres y en sus comienzos los ricos al ser recibidos en ella se despojaban de sus bienes y los ponían a los pies de los Apóstoles para entrar en la Iglesia de los pobres…”. Es “el Verbo hecho carne humilde (que) quiere una Iglesia que se caracterice por la pobreza y la humildad” (s57y13a).

La determinación misionera de Aparecida

Aparecida ha sido un acontecimiento eclesial. Disponemos de un Documento conclusivo. Pero Aparecida fue también un encuentro de la Iglesia latinoamericana representada por sus obispos y en colaboración con sacerdotes, diáconos, religiosos, expertos e invitados ecuménicos.

No es intención aquí dar cuenta cabal de lo ocurrido. Tocamos un solo punto, un solo tema, porque la V Conferencia ha querido darle importancia: Aparecida llama a la Iglesia de América Latina y del Caribe a misionar. Benedicto XVI, en la carta que autoriza la publicación del Documento final, respalda esta motivación de la Conferencia: “ha sido para motivo de alegría conocer el deseo de realizar una Misión Continental que las Conferencias Episcopales y cada diócesis están llamadas a estudiar y llevar a cabo, convocando para ello a todas las fuerzas vivas, de modo que caminando desde Cristo se busque su rostro”.

Este artículo ofrece una reflexión que ayude a comprender esta intención misionera. Se lo hace acogiendo las sugerencias más ricas del Documento Conclusivo, teniendo en cuenta el contexto que reclama de la Iglesia una acción evangelizadora y las intuiciones de fondo de las últimas conferencias episcopales.

Necesidad de misionar

No es nuevo que la Iglesia quiera embarcarse en una tarea evangelizadora. Hay un impulso originario en el cristianismo por anunciar la salvación a todos los pueblos y a bautizarlos en el nombre del Dios trino.

En el presente concreto de América Latina, sin embargo, la necesidad urgente de misionar dice relación con una percepción de desgaste del catolicismo latinoamericano. La fe cristiana ha penetrado la cultura del continente. El cristianismo ofrece una religiosidad que alimenta la vida de nuestros pueblos. Los católicos siguen siendo una inmensa mayoría. Pero algo está cambiando. El Papa dijo al inicio de la Conferencia: “Se percibe (…) un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudoreligiosas” (nº 2).

Esta situación proviene de cambios avistados hace ya cuarenta años atrás por el Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes 4-10). Estos cambios se han agudizado. Aparecida sostiene que, en la sociedad del conocimiento, en tiempos de globalización, las personas necesitan mucho más información para funcionar, pero a la vez sufren la fragmentación de la información política, económica, científica, etc., resultándoles muy difícil unir tanta información y no frustrarse. El discernimiento de este signo de los tiempos se apoya firme en las ciencias sociales, pero no se reduce a ellas. El texto recuerda que Dios debe seguir constituyendo el fundamento de la unidad de la vida humana. Pero el problema es hoy aún mayor. En la medida que la transmisión de la fe de una generación a otra es alterada por estos fenómenos, el catolicismo latinoamericano tradicional ha comenzado a diluirse. Y, aunque el Documento no lo diga, las autoridades de la Iglesia en una sociedad pluralista y democrática no logran representar la unidad que, en nombre de Dios, están llamadas a fomentar. La misma institución eclesial tiende a ser desplazada de la arena pública. Sus noticias no son noticia. Una sociedad que funciona en otros registros parece no necesitar de una autoridad superior que la unifique.

Necesidad de un texto

Las noticias llegadas de Brasil nos hablaron de un clima espiritual de gran concordia, lo cual se debió, probablemente y entre otras cosas, al contacto con la feligresía sencilla reunida en el templo mariano y a la celebración cuidada de la Eucaristía.

Una experiencia así de rica no puede pasar inadvertida. En Aparecida primó el espíritu de comunión de una Iglesia que goza con verse reunida, rezando y bien dispuesta a anunciar a Jesucristo. En Aparecida la Iglesia recuperó algo de la identidad latinoamericana que, desde los tiempos de Helder Camara y Monseñor Larraín a nuestros días, ha debido conquistar paso a paso.

La Conferencia se realizó ensombrecida por Santo Domingo. En la IV Conferencia la interferencia del Vaticano fue traumática. El Documento que sintetizó los resultados de las conferencias locales llegó a poner entre paréntesis su “recepción”, es decir, la acogida que el pueblo de Dios hace de un concilio o de una doctrina. Aparecida no podía transformarse en otro Santo Domingo. Queda la impresión, por ello, que el resultado de la Conferencia tiene mucho que ver con la reconquista del derecho a una Iglesia latinoamericana.

La redacción del Documento fue una opción. Pudo no habérselo escrito. Pudo haber bastado el Documento recién señalado, que había dejado una muy buena impresión. Pero se prefirió escribir un texto nuevo. El texto impulsa a una misión. Y, tal vez sin quererlo la Conferencia expresamente, la unidad, la comunión y la intención ecuménica de la Iglesia vivida en Aparecida, no solo es necesaria para misionar sino que por sí misma, en tiempos de individualismo, fragmentación y exclusión social, tiene fuerza misionera.

Una misión posible

Aparecida nos manda a misionar. El texto fue aprobado de un modo prácticamente unánime. El Espíritu sopla en esta dirección. Debemos plantearnos seriamente cómo nos convertiremos en misioneros. Si Dios ha hablado, la Iglesia latinoamericana entera tendrá que renunciar a su complacencia, revisar las modalidades pastorales que impiden la acogida del Evangelio y crear otras nuevas que lo hagan posible.

El encuentro con Cristo

La convicción básica de la Conferencia es que no se puede ser misionero si no se es discípulo y, por otra parte, que ningún discípulo puede eximirse de la misión, porque el mandato de anunciar a Jesucristo a todas las naciones está inscrito en su bautismo (Mt 28, 19).

La novedad de este planteamiento estriba en que, en las actuales circunstancias, el discípulo-misionero o el misionero-discípulo, no podrá ser tal si no tiene “un encuentro personal y comunitario con Jesucristo” (DA 11). El catolicismo se erosiona día a día, sin una auténtica experiencia de Dios en Cristo. Esta convicción estaba ya presente en los documentos anteriores. En el Documento Conclusivo se nos dice: “No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados” (12). Sin un encuentro vivificante con Cristo, la fe cristiana “corre el riesgo de seguir erosionándose y diluyéndose de manera creciente en diversos sectores de la población” (13).

La expresión “encuentro” para referirse a la experiencia espiritual es especialmente rica. El encuentro con Dios en uno como nosotros, el hombre Jesús y nuestro hermano, en quien se generan relaciones comunitarias simétricas y fraternas, constituye un modo muy feliz de hablar de la experiencia cristiana de Dios.

La experiencia de Dios como “encuentro” con Cristo tiene un anclaje antropológico que orienta aún mejor lo que Aparecida nos pide. Podemos decir que “encuentro” alude a lo que puede ocurrir entre dos personas. Así de simple y hermoso. Así de complejo y peligroso. Cuando el encuentro es tal que ambas personas se constituyen una a partir de la otra, se abre naturalmente a la amistad de terceras personas, constituye una comunidad y permite reconocer la comunidad que, tal vez imperceptiblemente, sostenía y posibilitaba estas relaciones.

El Documento indica dónde podremos encontrar a Cristo. En la escucha de la Palabra, en la participación en la Eucaristía, en María, en los santos, en la religiosidad popular… Todo queda supeditado, sin embargo, a un encuentro que, para ser cristiano, debe ser insustituiblemente personal. Puede faltar quien anuncie la Palabra, puede faltar quien celebre la Eucaristía, pero no puede faltar el encuentro con el prójimo. La Palabra y la Eucaristía apuntan a un encuentro de los hombres en Cristo. La lectura de la Palabra tiene una fuerza misionera extraordinaria. En torno a ella se han creado comunidades cristianas de todo tipo, en diversos sectores sociales, cuyo centro lo constituye el compartir las personas su vida. También la Eucaristía tiene una razón de ser misionera. En ella se da por excelencia la vida compartida entre hermanos en Cristo y con Cristo, que los reúne en un mismo Padre en virtud del Espíritu de amor y de comunión universal.

Pero el sello misionero último del encuentro con Cristo lo pone el encuentro con el hombre despojado y abandonado en el camino. El Buen Samaritano es el misionero cristiano (cf. Lc 10, 29-37). Pues ocurre que, de hecho, la escucha de la Palabra y con mayor razón la participación en la Eucaristía no están a la mano de tantos bautizados latinoamericanos. La Iglesia no tiene capacidad pastoral para atender tantas necesidades. Y, por otra parte, ella queda atrapada en las decisiones que ha tomado para custodiar ese encuentro con Cristo. La misa incluye y excluye. La indicación de Aparecida de encontrar el rostro de Cristo en el rostro del pobre, libera a la Eucaristía de convertirse en una reunión de privilegiados. El amor a los pobres salva a la Iglesia de sus propios límites y la encamina a su misión universal.

Encuentro con el pobre

Aparecida ha querido “ratificar y potenciar” (396) la opción preferencial por los pobres. Los pobres de hoy son sobre todo aquellos que “no son solamente explotados sino sobrantes y desechables” (65). La V Conferencia confirma la índole cristológica de la opción por los pobres. En tres oportunidades el Documento detalla in extenso cuáles son hoy los rostros latinoamericanos que merecen una atención especial (cf., 65, 402, 407-430). Estos son los rostros de Cristo. Un cristiano no puede eludirlos. Afirma el texto: “El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo. De la contemplación de su rostro sufriente en ellos y del encuentro con Él en los afligidos y marginados, cuya inmensa dignidad Él mismo nos revela, surge nuestra opción por ellos” (257). Los pobres remiten a Cristo,  porque es Cristo que se identifica con ellos: “todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo” (393).

Según Aparecida hay muchas maneras de ser pobre en América Latina. Se podría pensar que el concepto mismo de pobre ha sido descrito hasta desvirtuárselo. Pero no. La importancia dada a los innumerables rostros de pobres corre en paralelo a la convicción de Aparecida –presente de punta a cabo en el Documento- acerca del carácter “no-optable” de la “opción”. No hay cristianismo que pueda esquivar la mirada del Cristo pobre porque es precisamente esta la primera mirada que debiera captar nuestra atención.

La V Conferencia nos lleva aún más lejos. Citando al Papa, nos recuerda que hay otra pobreza, la peor de todas, la de no reconocer la condición antropológica básica de todo ser humano ante el misterio de Dios y de su amor, que “es lo único que verdaderamente salva y libera” (405). Es pobreza no reconocer nuestra pobreza. Reconocerla, en cambio, constituye la condición sine qua non de relaciones humanas fundadas en un Dios que ama a todos sin exclusión. El encuentro con el pobre anticipa y esclarece un encuentro entre personas independientemente su origen y condición. Tiene de suyo, por tanto, un alcance universal.

La pregunta misionera es entonces cómo anunciar al pobre el Evangelio de la vida. Pero, hay una pregunta anterior. Es esta: ¿cómo dejar que el pobre nos mire y nos diga que Dios no quiere su sufrimiento? Sólo puede haber misión cristiana allí donde las personas que se encuentran se enriquecen mediante un empobrecimiento recíproco. Aún más, la misión cristiana se constituye en misión universal cuando consiste en encuentros con aquellos que evitamos encontrar, con esos rostros y esas miradas que han sido eludidos porque habría sido demasiado oneroso hacerse cargo de ellas. Esta misión tiene sentido, en definitiva, porque hay un mundo de víctimas que necesitan que se les anuncie el Evangelio. Víctimas inocentes que, por otra parte, comprenden mejor el Evangelio y son sus primeros misioneros. Para Aparecida los pobres son sujetos, son protagonistas, son capaces de evangelizarnos (cf., 398).

¿Cómo hacer…?

 El Documento puede ser releído preguntándose cómo es efectivamente posible aquel encuentro personal y comunitario con Cristo. Por lo mismo correspondería preguntarse: ¿cómo se forman misioneros, cristianos en general, seminaristas, religiosas capaces de encontrarse con los demás?  ¿Cómo se aprende a mirar a los que en la sociedad o en la misma Iglesia son mal mirados? ¿Qué tipo de comunidades facilitan encontrarse unos con otros?

Convendría tener en cuenta que allí donde la Iglesia promueva y favorezca encuentros con Cristo pobre, será de veras misionera porque, en tiempos de desintegración social y soledad, responderá a la mayor de las necesidades con comunidades solidarias y fraternas.

Muchas otras cosas se pueden decir de Aparecida. Si se lee su Documento en la perspectiva de su intención misionera, tendrá que reconocerse que mantener invariada la opción preferencial por los pobres por cuarenta años, desde Medellín hasta ahora, probablemente constituya a futuro la causa más importante de que América Latina continúe siendo cristiana. 

El Cristo de Aparecida

La V Conferencia episcopal de Aparecida, Brasil, promueve un “encuentro con Cristo” como experiencia de Dios decisiva para el futuro de la Iglesia Católica en el continente. El Documento final no tiene por objeto ofrecer la cristología que tal experiencia requeriría, pero hay en él con concepto implícito de Cristo que conviene elucidar. ¿De qué Cristo se trata?

El DA aviva la vocación misionera de la Iglesia para recuperarse de la erosión del catolicismo latinoamericano, pero sobre todo porque ve comprometida la cultura del continente. Propone “recomenzar desde Cristo” (DA 12, 41, 549) como condición indispensable de un cristianismo de fuertes raíces, capaz de encarar los nuevos tiempos y de evangelizarlos.

Encuentro con Cristo

Para el DA la experiencia espiritual del mismo Jesús constituye una pista clave para la espiritualidad cristiana. Esta, a semejanza de la de Jesús, debiera consistir en una dedicación completa al reino de Dios, en oración y discernimiento de la voluntad del Padre (DA 149). En nuestro caso el Padre debiera tener la iniciativa del encuentro con Cristo y el Espíritu tendría que revelarnos a Jesús como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6).

El “encuentro con Cristo” que Aparecida propicia se inspira en el encuentro que tuvieron los primeros discípulos con él. Estos llegaron a ser misioneros, en primer lugar, gracias a “la llamada” del maestro (DA 129-135). La pastoral debiera, en consecuencia, ayudar a las personas a descubrir el llamado que Jesús les hace a participar de algún modo en su misión. Para esto, debiera favorecer una experiencia personal e íntima de Jesucristo, un conocimiento de primer grado del Señor, que desencadene la fe de los llamados como ocurrió con Pedro y los demás discípulos y discípulas. Si alguien pudiera temer que la atracción de Jesús tuvo la fuerza de imponerse a la libertad de los suyos, el DA ofrece a los nuevos discípulos el antídoto: Cristo, el Señor, genera en sus discípulos relaciones horizontales de fraternidad y de amistad (DA 132).

En segundo lugar, el “encuentro con Cristo” se traduce en “una respuesta” de seguimiento de Cristo. Al igual que los primeros discípulos, los cristianos responden a Cristo por amor, libremente, yendo tras él en pobreza y encarando con él la muerte. No se puede ser discípulos sin ser misioneros, ni ser misioneros sin ser discípulos. El DA, repetidas veces, establece un vínculo indisociable entre ambas dimensiones del ser cristiano. El encuentro auténtico con Jesucristo alimenta estas dos dimensiones de un seguimiento que, en la vida de las personas y de acuerdo a su condición, ha de tener un comienzo, un desarrollo y una meta. El desafío, por tanto, es diseñar una pastoral que facilite un crecimiento y una fidelidad progresiva de las personas a su vocación, y no más una que reclame de ellas una perfección inmediata y abstracta (DA 276-285).

Corresponde hacer aquí una breve digresión. En una lectura atenta de los documentos de estas conferencias episcopales, llama la atención cómo a lo largo de los años las categorías de la experiencia espiritual cristiana mutan de la santidad y la perfección, al encuentro y al seguimiento de Cristo. En este caso prima la disponibilidad a una voluntad de Dios que debe ser buscada a lo largo de una historia de vida y que se oriente a un futuro conocido solo en la esperanza, que sea sustentado por la fe y anticipado por el amor. En correspondencia a este cambio de categorías, también es notaria la importancia que ha adquirido el “acompañamiento” de personas y comunidades, en vez de la dirección espiritual o el gobierno jerárquico. Toda vez que la relación se da en términos de “acompañamiento”, el protagonista del seguimiento de Cristo es el acompañado.

De aquí que la pastoral deba esperar de los discípulos de Cristo que comuniquen una experiencia más que una teología o pautas ideales de conducta cristiana. Dicho en otros términos, la misión debe preferentemente contagiar a Cristo “persona a persona” (DA 550).

Cristo, vida plena

El Cristo de Aparecida es vida divina para la vida humana. En el título de la Conferencia se ha querido indicar que la verdadera vida depende de una experiencia de un Cristo vivo (“Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida”).

Aparecida se orienta por las palabras del Papa cuando este afirma: “Es necesario que los cristianos experimenten que no siguen a un personaje de la historia pasada, sino a Cristo vivo, presente en el hoy y el ahora de sus vidas. Él es el Viviente que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta, entrando en nuestras casas y permaneciendo en ellas, alimentándonos con el Pan que da la vida” (Discurso Inaugural, 4).

Cristo hace vivir porque es ejemplo perfecto de cómo se vive la vida. Pero, más importante aún, porque él es la vida divina, la vida de amor trinitario comunicada humanamente a nosotros (DA 193). La persona de Jesús en sí misma es una buena noticia de vida: él ha inaugurado el reino de vida ofrecido a toda suerte de personas, especialmente a los más pobres, mediante su praxis compasiva. El bautismo y la eucaristía nos permiten acceder de un modo privilegiado a Jesús. A través de estos sacramentos se consigue una vida más fraternal.

El DA establece una relación integrada y equilibrada entre la vida eterna que Jesús es y la vida terrestre con todas sus vicisitudes y dimensiones. Esta vida eterna no se verifica solo en el futuro y menos en desprecio de nuestra vida ordinaria y limitada en el tiempo y el espacio. Jesucristo es ya hoy salvador de todo lo humano. El lleva a plenitud lo creado, liberándonos de las condiciones inhumanas de vida (DA 358).

El Cristo del reino

La salvación cristiana tiene un carácter esencialmente personal. Dios, por cierto, se nos ofrece en bienes de diversa naturaleza: tierra, hijos, salud, trabajo, educación, etc. Pero, en definitiva, Dios se nos da Él mismo en persona, en la persona de Jesús (DA 243, 244, 136).

A ratos el DA deja la impresión de que el “encuentro con Cristo”, con su persona, absorbiera el Reino que inauguró Jesús de Nazaret. En este sentido se cumpliría aquella antigua queja que reza: “Jesús anunció el reino y la Iglesia anunció a Jesús”. Esta es, por cierto, una verdad a medias. Pero, aún cuando el énfasis de la salvación sea puesto en la persona del Hijo de Dios, el DA asegura que en virtud de esta condición Jesús es principio de fraternidad entre todos los hombres y mujeres, y entre todos los pueblos.

La verdad sea dicha,  el DA destaca in recto la importancia del Reino de Dios. En el capítulo octavo conecta estrechamente el Reino con los pobres, gracias al vínculo inseparable entre estos y Cristo. Se afirma: “Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo” (DA 393). En línea con esto mismo, tal vez lo más novedoso de la cristología de la Aparecida consista en la compresión de la revelación del Hijo. Esta, en América Latina, exige ver a los pobres en el rostro de Cristo (DA 32) y ver a Cristo en el rostro de los pobres (DA 407-430).

Por esta razón la opción por los pobres recibe una confirmación sin par. La asegura el Papa en su discurso inaugural: “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9)” (Discurso Inaugural, 3). El DA sostiene: “Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo” (DA 392). No se puede ser cristianos sin optar por los pobres. A cuarenta años de Medellín, después que Puebla y Santo Domingo reiteran su importancia, se puede decir que esta conclusión teológica ha sido confirmada como una moción cierta del Espíritu.

A Aparecida, sin embargo, no le basta la mediación interpersonal entre Cristo y los pobres. Si hoy predomina la visión de la ciencias sociales de acuerdo a la cual la sociedad es irreformable (pues ella se constituye mediante la operación de subsistemas autorreferidos), si se considera que la pobreza de millones de seres humanos es una fatalidad, el DA sostiene que la pobreza es consecuencia de la injusticia. Aparecida encara el lado oscuro de la globalización y, no obstante tanto fracaso histórico, llama a cambios sociales estructurales (DA 358, 384).

En fin, la V Conferencia entiende que la opción por los pobres exige ante todo respeto por los pobres y por su lucha por superarse. Y, en continuidad con Puebla, recuerda la capacidad extraordinaria que tienen los pobres de evangelizar a la Iglesia. Dice el documento: “¡Cuántas veces los pobres y los que sufren realmente nos evangelizan!” (DA 257).

Un único salvador

Aparecida resalta, aunque no con la misma frecuencia con que lo hace sobre los aspectos anteriores, que Jesucristo es el único mediador de la salvación. El es el Liberador y el Salvador (DA 6). El problema cristológico más discutido en el resto de la catolicidad también es tema en América Latina. Habría sido extraño que en este continente la Iglesia no tuviera que encarar la enorme dificultad de dar razón de Jesucristo ante el pluralismo cultural y religioso.

Jesucristo es el salvador de todos los aspectos de la vida, del pecado y de la muerte; el único capaz de llevar a su plenitud a todas las criaturas (DA 356, DA 292).  Aparecida, sobre los pasos de Benedicto XVI, sostiene que él es el principio de conocimiento de la realidad y, por tanto, que quien conoce a Jesucristo puede comprender la realidad (DA 22).

Siendo así las cosas, el anuncio misionero de Jesucristo es una imperativo irrenunciable. Todos los pueblos debieran conocer a su Redentor. La misión debe realizarse con una doble actitud: con apertura a todas las culturas y religiones (ninguna de ellas carece de auténticos valores); y con valentía para enfrentar las resistencias a este anuncio (DA 377). La Conferencia de Santo Domingo, no obstante todo lo que se pueda decir de su realización, orientó la misión en la línea de la inculturación del Evangelio.

En Aparecida, sin embargo, se desdibuja algo tan importante como que el sujeto de la inculturación sea la Iglesia local. Esto es, que la Iglesia acoja el Evangelio en las categorías culturales del lugar geográfico o del pueblo determinado en los que ella se halla, en sus modos propios de convivencia y de celebración, en sus valores éticos, sus costumbres e instituciones.

Tarea pendiente

Con su propuesta de un “encuentro con Cristo” Aparecida sale al paso del debilitamiento del catolicismo latinoamericano. La V Conferencia acierta, de este modo, con uno de los signos de los tiempos más característicos, a saber, el de la religión por opción, por decisión personal, y no por mera recepción de una herencia de fe. Reenviar a la experiencia cristiana originaria, sin embargo, no es fácil.

La cultura occidental, al valorar en extremo la libertad individual, nos ha hecho más individualistas, menos dóciles a las exigencias comunitarias. Suele oírse en los ambientes cristianos “Cristo sí, la Iglesia no”. De aquí que, si en el futuro se hará difícil transmitir la fe en Cristo por la vía de la tradición, que se lo haga ahora por la vía de la decisión libre y subjetiva no puede ser suficiente. La experiencia religiosa, incluso la más intensa, mal canalizada puede conducir al intimismo, al sectarismo o al fanatismo.

La Iglesia Católica tiene un modo propio de estimular y custodiar la experiencia de Dios en Cristo que constituye la condición exacta de la preservación del cristianismo. Es plenamente consciente de que el encuentro con Cristo debe ser “personal y comunitario” (DA 11). En ella las comunidades, con sus autoridades a la cabeza, disciernen la autenticidad espiritual de las experiencias particulares de Dios. Pero es esta modalidad católica de la transmisión de Cristo la que requiere de un aggiornamento. Hoy parece tinaja trizada que no retiene ya el agua.

Cabe entonces preguntarse ¿será capaz la Iglesia latinoamericana de promover un encuentro eclesial con Cristo? A saber: ¿tendrá la creatividad para ofrecer a los latinoamericanos, especialmente a los pobres y los diversos, comunidades con tradición cultural propia y con autoridades verdaderamente representativas de la historia común que les da identidad? El DA recuerda a la Iglesia las vías comunitarias y sacramentales que encausan la experiencia espiritual personal. Pero su autocrítica en materias clave es insuficiente. No se ha revisado bastante el predominio del sacerdote en las comunidades cristianas. Hay también enseñanzas doctrinales que no son recibidas por la mayoría del Pueblo de Dios, si no fuertemente resistidas. Las modificaciones introducidas posteriormente al texto aprobado por la conferencia referente a las comunidades eclesiales de base, es imperioso recordarlo, han enervado a los mismos obispos participantes en Aparecida porque entorpecen justamente lo que se trata de conseguir.

Esta necesidad de fortalecer la índole comunitaria del encuentro con Cristo, debiera ser satisfecha a un nivel todavía más alto, este es, al nivel de importancia que el Concilio Vaticano II  le dio a la pluralidad de iglesias católicas locales. Para que haya experiencia personal de Cristo auténticamente católica necesitamos una Iglesia de veras latinoamericana. La comunión vivida en Aparecida, la diversidad de puntos de vista acogidos y la casi unánime aprobación de su texto, indican por dónde hay que seguir.