Sínodo sobre la familia: ¿Un nuevo Pentecostés?

Familia 2La Iglesia vive un momento crucial bajo varios respectos. El Papa Francisco sabe que uno de estos concierne a la concepción cristiana de la familia y de la sexualidad. Resulta, por tanto, relevante conocer las respuestas públicas de algunas iglesias locales, redactadas bajo la responsabilidad de sus conferencias episcopales, a las 39 preguntas que el Papa ha planteado al Pueblo de Dios en estas materias, en orden a preparar el Sínodo extraordinario (2014) y el ordinario (2015) sobre estos temas. Así hemos conocido los documentos de las iglesias de Alemania, Japón, Austria, Suiza, Bélgica y Francia, y algunas otras declaraciones o informaciones fragmentarias. ¿Qué conclusiones es posible obtener de estas primeras, pocas, pero importantes iglesias?

Antes que nada, es indispensable tener en cuenta el acto inédito del Papa: el obispo de Roma convoca a la Iglesia a ejercer el sensus fidelium. El “sentido de la fe de los fieles” tiene una valencia teológica de primer orden, pues junto con la Palabra de Dios, la tradición, la liturgia y otros “lugares teológicos” más, es reconocido como fuente de conocimiento de Dios y de su voluntad. El dogma católico cuenta con que la infalibilidad en materia de fe reside en el Pueblo de Dios (fieles y pastores incluidos), aun cuando la explicitación de lo creído corresponde al Magisterio. En este sentido, el Papa, al pedir a la Iglesia respuesta a estas 39 preguntas, ejerce su responsabilidad pastoral universal buscando chequear si la doctrina es recibida (aceptada y practicada); y, segundo, indaga si el Espíritu no estará conduciendo a una reinterpretación o explicitación nueva del Amor de Dios en el plano de la sexualidad humana, a través de la práctica creyente de los bautizados.

Pues bien, si las respuestas de las demás iglesias son parecidas a estas que he revisado, los obispos del Sínodo de octubre de este año 2014 serán fuertemente impresionados y tendrán que ver manera de hacer ajustes en la doctrina u ofrecer criterios nuevos para su interpretación. El obispo de Manila recientemente ha dicho estar “choqueado… porque en casi todas partes del mundo, los cuestionarios han indicado que la enseñanza de la Iglesia a propósito de la vida de familia, no es claramente comprendida por la gente”.

La conclusión que emerge de un modo contundente de la lectura de las respuestas señaladas es la siguiente: lo que la Iglesia enseña, no es lo que la Iglesia practica. No en el sentido de que los católicos vivan inmoralmente. El problema es la enorme distancia entre lo que el Pueblo de Dios cree que debe ser la moral sexual católica y la enseñanza oficial de la Iglesia. Por ejemplo, según la iglesia francesa: “Un gran número de respuestas manifiesta el abismo existente entre la enseñanza de la Iglesia y la elección de las parejas que se declaran católicas”. En el informe de la iglesia belga se lee: “La distancia creciente entre la familia, en todas las formas en que las que la conocemos hoy día, y la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia, constituye, según la encuesta, la principal preocupación de los que la responden”. Y, en el de la alemana: “Las respuestas llegadas de las diócesis permiten entrever cuán grande es la distancia entre los bautizados y la doctrina oficial…”. En las respuestas de los otros cuestionarios se advierte esto mismo.

Son muchos los aspectos en los cuales las respuestas reflejan esta inconsistencia. Tres temas captan la atención por las coincidencias. Uno, atañe a la paternidad responsable. Los católicos, en su inmensa mayoría, no siguen la Humanae vitae a propósito de su prohibición de la contracepción artificial. La redacción de los franceses es neta: “Una amplia mayoría de respuestas indica que la encíclica Humanae vitae (1968) condujo a muchas parejas a romper con la doctrina de la Iglesia. La insistencia de la Iglesia en este punto les parece incomprensible”. Los alemanes añaden que, en su iglesia, “una minoría inferior al 3% se empeña en favor de métodos anticonceptivos ‘naturales’ y los practica por convicción personal, a menudo también por motivos de salud”.

Si este primer tema ha dejado de ser exasperante, siendo hasta desconocido por los jóvenes, no así la exclusión de los sacramentos de las personas divorciadas y vueltas a casar. La prohibición eclesiástica es causa de un enorme sufrimiento para quienes se sienten excluidos, cuando no constituye de suyo un escándalo a la luz de la misericordia evangélica. Los alemanes afectados consideran que “la exclusión de los sacramentos como consecuencia de un nuevo matrimonio”, constituye una “discriminación injustificada y cruel”. Ninguna de las modalidades pastorales creadas para asistir a estas personas puede cambiar “la impresión general de que la Iglesia tenga un actitud despiadada hacia los divorciados vueltos a casar”.

El tercer asunto importante en el cual también se manifiesta una enorme fisura, es en la valoración que los católicos tienen de otras formas de vivir la sexualidad fuera del matrimonio. La inmensa mayoría no ve ningún problema, muchas veces todo lo contrario, en las relaciones prematrimoniales y, aunque no en la misma proporción, está de acuerdo con las uniones o los matrimonios homosexuales.

Según los obispos irlandeses: “La enseñanza de la Iglesia en estas áreas sensibles a menudo es experimentada como no realista, compasiva o ayudadora. Algunos la ven como desconectada con la experiencia de la vida real, haciéndoles sentir culpables y excluidos”. Cuando aquellos tres asuntos han sido planteados de un modo tajante por la institución eclesiástica, la enseñanza oficial en materia de sexualidad y de familia se ha desacreditado en su conjunto.

La situación es crítica y dolorosa, porque aquello que en estas circunstancias se ha vuelto invivible, es el Evangelio. Este, por los cauces oficiales planteados, se ha vuelto impracticable e imposible de transmitir.

¿Cómo salir de esta situación? Las respuestas son parcas en ofrecer soluciones. Abundan en la descripción del problema, ofrecen remedios pastorales menores, pero no plantean cambios importantes. Con todo, es posible amarrar algunos cabos.

Por de pronto, un nuevo planteamiento doctrinal-pastoral tendría que tener muy en cuenta que los católicos son muy diversos culturalmente hablando. Vivir la sexualidad en Japón donde ellos son apenas el 0,35% de la población, donde casi no hay familias completamente cristianas, no es lo mismo que hacerlo en Bélgica o Austria, donde los católicos se han nutrido del cristianismo por siglos, pero donde las nuevas generaciones pueden considerarse postcristianas. ¿Qué decir de América Latina? No he sabido de iglesias que hayan hecho públicas sus respuestas. En Latinoamérica, por ejemplo, habría que tomar muy en cuenta cómo llega a formarse la familia popular.

Las respuestas a las 39 preguntas desembocan en una décima cuarta pregunta: ¿Elaborará la Iglesia del Papa Francisco un planteamiento doctrinal-pastoral de la sexualidad y afectividad humana más evangélico, es decir, con la capacidad de llevar la buena nueva de Jesús hasta el último de los seres humanos, epocal y contextualmente considerado? ¿Asumirá, en cualquier caso, la opción de Dios por los pobres y las víctimas de la sexualidad y de las familias?

El Papa Francisco ha puesto en juego su pontificado. Los temas que ha expuesto al sensus fidelium son muy serios. Sería innoble pensar que las suyas sean preguntas retóricas. Sería lamentable, por otra parte, que el Sínodo de 2015 ofrezca salidas pueriles a problemas sobre los cuales las generaciones de jóvenes y de personas mayores piensan lo mismo.

Los dos sínodos en curso tienen máxima importancia. Deseamos que sean réplicas del Vaticano II. La generación del Concilio tuvo su “Pentecostés”. La nuestra espera el suyo.

 

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