Sacerdotes en política

La participación de los sacerdotes en política es un tema antiguo, pero siempre actual.

 En los tres primeros siglos del cristianismo, los cristianos padecieron la política. El Imperio romano los persiguió hasta el día que Constantino vio en el cristianismo una fuerza que podía usar en su favor. Desde el día que el Imperio favoreció a la Iglesia y la Iglesia favoreció al Imperio, fue el paganismo el que padeció la política.

También en la actualidad la religión es tentadora para los políticos y la política tentadora para los cristianos. En un país mayoritariamente cristiano, cualquier candidato político se cuida de no ofender a las iglesias e invoca para su causa al Papa, al Cardenal Silva o al Hogar de Cristo. ¿Mal hecho? Habrá que ver. Una cosa es la encarnación política de un valor evangélico y otra su manipulación pura y simple. Por otro lado, hay que distinguir la obligación de los cristianos de aterrizar el cristianismo en este mundo, del afán por imponer a los demás conclusiones religiosas obligatorias sólo para los católicos.

¿Y los sacerdotes qué? Esta es la pregunta. En el siglo pasado hubo en Chile sacerdotes parlamentarios. En este siglo al Padre Hurtado se lo criticó por no arrear la juventud al Partido Conservador. En los años ’70 fueron sacerdotes los que levantaron la causa de los “cristianos por el socialismo”. Y en nuestros días tampoco faltan ejemplos de esta laya.

Para responder a la pregunta, conviene considerar que la participación política se puede dar a dos niveles. Al más alto nivel, todo sacerdote tiene una obligación evangélica de preocuparse por el bien común. Si un sacerdote no lo hace, tendrá que rendir cuentas a Cristo de colusión tácita con los poderosos que poco quieren saber de bien común. Pero hay circunstancias históricas tan particularmente graves para un pueblo o la humanidad, que puede ser incluso un deber moral para un sacerdote participar incluso a los niveles más comprometidos en la actividad política. Se dice y se celebra que Juan Pablo II interviniera decisivamente para terminar con el comunismo europeo. Hay empero otras circunstancias históricas que aconsejan que los sacerdotes se abstengan de participar en política partidista, pues al comprometerse tan intensamente con un sector político se suele atentar contra otro valor tan importante que sin él, a la larga, no serían posibles ni el bien común ni el protagonismo ciudadano.

Me refiero a la libertad. Lo que algunos sacerdotes desgraciadamente olvidan, es el enorme peso que ellos tienen sobre la conciencia de las personas y, además, su grave responsabilidad de hacer crecer a las personas en libertad.  Pues bien, debiendo ellos educar la conciencia de los fieles en los valores fundamentales de la vida cívica, no debieran sacar en lugar de los laicos todas las consecuencias prácticas de su responsabilidad política, en parte, porque los laicos suelen saber mejor que ellos cómo son las cosas y, en parte, porque la conciencia sólo actúa como tal cuando se la deja funcionar en libertad.

Si alguna autoridad tiene el sacerdote, es para iluminar y liberar, jamás para dominar. En circunstancias históricas que favorecen el desarrollo de la conciencia de los ciudadanos, un sacerdote no debiera señalar a ningún candidato, a ningún partido, pero tampoco dictaminar a los parlamentarios qué deben o no legislar. Una cosa es advertir sobre los valores en juego en una contienda política, educar las conciencias. Otra, normalmente ilegítima, impedir que los ciudadanos decidan por sí mismos o hacerlo en su lugar.

Comments are closed.