Renuncia de Benedicto XVI: una decisión ejemplar

El impacto de la noticia de la renuncia del Papa nos puede hacer pasar por alto la alta calidad humana de los términos en que esta ha sido hecha. A continuación, sin ánimo de exhaustividad, detallo algunos aspectos de la decisión de Benedicto XVI.

 Una decisión tomada con conciencia

 El Papa decide renunciar porque Dios le ha pedido que renuncie. No parece que se lo haya dicho tal cual, sino que Benedicto lo ha oído en esa concavidad sagrada que todo ser humano tiene llamada conciencia en la cual solo caben dos: el Creador y su creatura. El hombre, en su máxima expresión, solo rinde cuentas a su conciencia. Esta no es un espejo de los propios deseos e intereses. Sino que, en la escucha del silencio absoluto, oye a Dios y no puede dejar de hacerle caso sin frustrar la propia razón de ser. La decisión del Papa no puede ser más libre, porque es la decisión de Dios.

 ¿No es esta una contradicción? Para nada. En la actuación del Papa se replica el misterio de la Encarnación. En Cristo el hombre nunca ha sido más hombre, porque en él Dios nunca ha sido más Amor (“Dios es amor”, 1 Jn 4, 8). En esta renuncia al ministerio de Pedro, la voluntad de Dios y la libertad de Benedicto coinciden. El Papa le ha consultado reiteradas veces. Según parece, Dios le ha confirmado su decisión; decisión que será tan suya como del mismo Benedicto. En este sentido el Papa no puede estar más lejos del “individualismo” contemporáneo. Su decisión es sumamente libre de todos los condicionamientos a su voluntad; de todo tipo de apegos al poder o a la fama; de querer, por ejemplo, que el futuro de la Iglesia pase por su personalidad. Si en la intimidad de la oración Dios le hubiera dicho “sigue, continúa”, probablemente él habría proseguido en el cargo. El mensaje trasmitido a los cardenales trasunta una disponibilidad total a la voluntad de Dios, así como la realización de la libertad de Benedicto.

 Llama la atención en el mensaje que la decisión es libre y en conciencia. Benedicto es insistente. Quiere que quede muy en claro. Nadie lo presiona. Nada. Ni los otros ni sus propias pulsiones: miedos, intereses creados, etc. Repite: “Después de haber examinado reiteradamente mi conciencia…”; “he llegado a la certeza…”; “soy muy conciente de…”; “siendo muy conciente de la seriedad…”; “con plena libertad…”. Conclusión: “renuncio”.

 ¿Es acaso el recurso a la conciencia un privilegio papal? Por supuesto que no. El Papa, probablemente sin quererlo directamente, está dando un ejemplo de cristianismo. Todo cristiano, en las circunstancias cruciales de la vida, es decir, cuando no hay recetas para seguir adelante; cuando las leyes morales resultan estrechas e inhumanas; cuando da vértigo equivocarse, debe seguir su conciencia. Este es su privilegio y su deber. Su honor. Su dignidad.

 Rendición de cuentas a una institucionalidad

 Sin perjuicio de lo anterior, Benedicto XVI sabe perfectamente que su decisión debe ser comunicada y encausada en una institucionalidad que él no ha inventado para llegar al poder ni para conservarlo. Su decisión, tomada en conciencia, es comunicada a quienes se harán cargo de ella porque ellos, bajo otro respecto, están por encima de él. Los cardenales lo han elegido. Ellos tendrán que elegir otro Papa. Los cardenales no le pueden impedir que renuncie. Ellos también están obligados a acatar la voluntad de Dios que en estos momentos pasa por la conciencia de Benedicto. Pero no podrían permitir que Benedicto los sobrepase autoritariamente con esta y otras decisiones. Ellos no son “hotelería” vaticana dispuesta a escenificar las “performances” del Pontífice. Ambos, ellos y el Papa, cada cual en lo suyo, nos representan a todos los católicos. Ambos están al servicio de una Iglesia cuya institucionalidad debiera ser intolerante con los abusos del poder. En este caso, Benedicto humildemente, y a la vez con enorme dignidad, rinde cuenta de su acto a quienes él debe respecto y sometimiento.

 El Papa Benedicto es consciente de que su cargo es un servicio a una institución que no se identifica con su persona, sino que es el Cuerpo de Cristo. La Iglesia toda es la esposa de un Cristo que se entregó por entero al advenimiento del Reino de Dios. El Papa y los cardenales son servidores del Siervo de Dios. Es así que Benedicto agradece a los cardenales el amor y la ayuda. Pide perdón, ¿a Dios o a ellos? ¿Ambos? Su gobierno es un “ministerio”. Su vida es un “ministerio”. La prueba de la sinceridad de sus palabras es que terminado el cargo no dejará de servir. Él no ha servido para gobernar. Él ha gobernado para servir. Su intención última es esta. Así lo dice: “Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria”.

 Por otra parte, como otra prueba de la rendición de cuentas del Papa, es la argumentación misma de su decisión. Su decisión no es un capricho. El se ve obligado a fundamentar cuidadosamente la razonabilidad de su acto. Benedicto explica con suma seriedad por qué el buen gobierno de la Iglesia hoy requiere de un cambio al más alto nivel.

 ¿Ha querido el Papa darnos un ejemplo de ejercicio cristiano del poder? Tal vez sí. Pero seguramente esta no es la intención primera. Estamos ante un ejercicio del poder que de hecho, talvez sin quererlo, trasunta una comprensión cristiana de las instituciones humanas. Nadie puede, en cristiano, pretender un poder absoluto. El poder es servicio del que se da cuenta a Dios y a los hombres. Solo en estos términos quien detente el poder cuenta con autoridad para ejercerlo. Quien no, se expone al desacato y a la rebelión.

 Gobierno espiritual

 En la decisión de Benedicto XVI hay una sabia relación práctica de fe y razón. El gobernante no se deja seducir por la tentación carismática. El Papa sabe, por cierto, que ha sido dotado del Espíritu a través de una consagración para un cargo de una institución que no puede ser juzgada por meros criterios mundanos. Pero, si las instituciones meramente mundanas a estas alturas de la historia impiden que una autoridad se eternice en el cargo con perjuicio del servicio que debe prestar, la Iglesia, precisamente porque está obligada a articular fe y razón (Concilio Vaticano I), debe operar con sensatez. Benedicto, enfermo y sin fuerzas, actúa con la razonabilidad de un cristiano que cree que la fe en el Creador le exige actuar conforme a razón que Él le ha dado para usarla sin miedo a equivocarse.

 ¿Constituye su renuncia una abdicación de la cruz? Para Juan Pablo II lo habría sido. No nos toca juzgarlo. Si en conciencia, como pensamos, Dios le ha pedido algo así como: “sigue hasta el final porque esta será la manera en la cual tú debes participar en el misterio pascual”, bien ha hecho en llegar hasta el final como llegó. Desecho. Sin decidir, sin gobernar. Quedando el mando de la Iglesia entregado a otras personas. Juan Pablo II pudo haberse equivocado en su discernimiento. Los papas también se equivocan. Pero tampoco podemos excluir que Dios, que supera con mucho nuestros planes, le haya pedido no renunciar.

 El caso es que Benedicto, nos consta, sí ha querido obedecer a su conciencia y en ella Dios le ha pedido lo contrario. Probablemente le ha dicho: “para gobernar la Iglesia se necesitan actos y palabras, oración y sufrimiento. Tú has sufrido. Seguirás sufriendo. Seguirás sufriendo por la Iglesia, no solo por el deterioro de tu salud. No te relevo de continuar sirviendo a la Iglesia. Retírate, pero sigue rezando, sufriendo, pensando…Hazlo hasta que puedas. Pero la Iglesia necesita ser gobernada con la cruz y la razón. No solo con la cruz. En este momento histórico, en tú caso, que irás perdiendo poco a poco la mente, creo que es razonable que haya otro Papa. Renuncia”.

 No podemos juzgar interioridades. Pero, a mi parecer, en este punto, Benedicto XVI ha sido superior a Juan Pablo II. Juan Pablo II identificó su cruz con la cruz de Cristo, dejando entregada la Iglesia al desorden, a los pillos y a las luchas por el poder; en suma, a la irracionalidad. Benedicto XVI, por el contrario, ha visto que la misión de la Iglesia no es otra que la misión de Cristo, el Siervo que ha proclamado la llegada de un reino cuya razonabilidad es la del amor, y no la del sacrificio por el sacrificio. El amor, que suele ser arduo, que no opera más que a través del discernimiento y el control de las fuerzas. El Papa Benedicto, talvez sin quererlo, simplemente practicándolo, nos ha recordado que el amor y la razón van de la mano.

 Esta es mi opinión. Personalmente me inclino por Benedicto. Me es convincente su manera de tomar decisiones y la decisión tomada. Sin embargo, me veo obligado a ir aun más lejos. Si, como Benedicto, le doy suma importancia al respeto de la conciencia de las personas, no puedo excluir que otras personas, con otros esquemas mentales, con otras culturas y en otras circunstancias, lleguen a decisiones diferentes. Lo decía más arriba. Nadie puede impedir que Dios pida acciones distintas a personas distintas. A decir verdad, creo las respuestas al querer de Dios han de ser siempre únicas. Supongo que, mientras más difíciles, serán más originales, porque la originalidad del cristianismo es expresión de la originalidad de la relación que cada creatura tiene con su Creador.

 En suma, celebro la decisión de Benedicto y el modo suyo de tomar decisiones en conciencia. Creo que el Pueblo de Dios anhela que la Iglesia establezca o sugiera los vínculos entre el amor y la razón. Por todas partes detecto el deseo de una Iglesia acogedora y acompañante; que no imponga, sino que ayude a las personas a decidir sobre sus vidas.

 Por lo mismo, me parece sumamente rica la comparación entre los dos papas. ¿Por qué excluir que ambos hayan actuado bien? Independientemente de los resultados efectivos, toda persona que actúa con libertad responsable, esto es, con una libertad que “responde” a la propia conciencia, actúa correctamente

 Este campo de posibilidades augura un hermoso futuro para los católicos. Celebro, una vez más, la decisión de Benedicto. El no se dejó llevar por un precedente de 600 años. Lo rompió. Nos sorprendió a todos. Los actos verdaderamente libres son sorprendentes. Aplaudo su libertad y su seriedad. La Iglesia espera de sus pastores, en este momento de profunda crisis, gestos y decisiones de gran responsabilidad.

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