Renuncia de Benedicto XVI: agradecimientos y cambios pendientes

El Papa Benedicto XVI ha anunciado que renuncia a su cargo. La noticia ha sido sorprendente. Me detengo en tres asuntos: la declaración; los méritos de su mandato; los cambios pendientes.

 Primero: la declaración. En ella se expresan con una franqueza conmovedora los mejores valores humanos y espirituales del Papa Ratzinger. Estremece oír a un hombre declarar sus límites. Esto, que pudiera ser impúdico, constituye en este caso un acto de suma responsabilidad. “Ya no tengo fuerzas…”, dice. “He de reconocer mi incapacidad para…”. Quien reconoce que le falta salud, fuerzas físicas y espirituales es un hombre que ocupa uno de los cargos más importantes del mundo. En virtud de su asidua conversación con Dios, estima que el destino de la Iglesia requiere un cambio mayor.

 Estamos ante un acto de suprema responsabilidad. Por cierto, como él mismo Papa sostiene, es una decisión libre. Libre e impredecible. Hasta hoy ha sido predecible el agotamiento de una institución que, en palabras del Cardenal Martini, está atrasada “doscientos años”. Hoy, el Papa Ratzinger, con este acto de libertad, da una señal en contrario.

 Segundo: los católicos agradecen al Papa el gobierno de la Iglesia. Cualquiera puede imaginar las enormes exigencias de un cargo como este. Benedicto XVI ha sido Papa en tiempos extremadamente difíciles para hacer avanzar una religión que tiene dos mil años de historia.

 Es necesario agradecerle, además, su enseñanza. Me detengo en la encíclica Caritas in Veritate, por su enorme actualidad. Para Benedicto XVI el auténtico desarrollo de los pueblos depende de una caridad de alcance social y universal, una caridad que opera a través de la justicia y de la búsqueda del bien común. El centra su atención en la economía: “La actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política. Por tanto, se debe tener presente que separar la gestión económica, a la que correspondería únicamente producir riqueza, de la acción política, que tendría el papel de conseguir la justicia mediante la redistribución, es causa de graves desequilibrios”(36). El Papa, en este mismo documento, revaloriza la política y al Estado; promueve la reforma de la ONU y pide “gobernar la economía mundial” mediante una “Autoridad política mundial…(67).

 Debe agradecerse al Papa Benedicto, en fin, el coraje que ha tenido para asomarse a la vergonzosa realidad de los escándalos sexuales del clero y a los intentos jerárquicos por ocultarlos. En una entrevista dada hace dos años, afirma: “Lo importante es, en primer lugar, cuidar de las víctimas y hacer todo lo posible por ayudarles y por estar a su lado con ánimo de contribuir a su sanación”. El Papa sufre con el daño hecho: “Todo esto ha sido para nosotros un shock y a mí sigue conmoviéndome hoy como ayer hasta lo más hondo”. El Cardenal Ratzinger, en su momento, no pudo hacer más para terminar con abusos tan estremecedores. Ocupaba entonces un cargo dependiente. Hoy se sabe que casos impresionantes como el de Marcial Maciel fueron encubiertos por altas autoridades eclesiásticas. El Cardenal Ratzinger, una vez convertido en Benedicto XVI, enfrentó este y numerosos otros casos. En toda la Iglesia se han visto los cambios: sanciones a los culpables, asistencia y reparación para las víctimas, nuevos cuidados para la selección del clero y redacción de protocolos de procedimiento de prevención y de sanción.

Tercero: los cambios por delante. ¿Qué viene? La elección de un nuevo Papa. ¿Qué tendrá que hacer y cómo? No nos corresponde decirlo. Tampoco tendríamos cómo saberlo. Sin embargo, hay algunos asuntos que reclaman revisiones y modificaciones por doquier. Por razón de brevedad simplemente los enuncio:

 * El Vaticano II abrió la posibilidad de un catolicismo de “varias iglesias”. En el  Concilio pudieron participar obispos representantes de las culturas más diversas. Hoy está pendiente el surgimiento o el fortalecimiento de iglesias inculturadas locales. En nuestra propia América Latina ha despuntado la posibilidad de una iglesia adulta: hemos mantenido la convicción de que Dios opta por los pobres y hemos comenzado a desarrollar una teología propia. Pero falta mayor confianza en el episcopado continental.

* Bien debiera revisarse a fondo la situación de la mujer en la Iglesia y darle un espacio en el gobierno al más alto nivel. ¿Cómo puede ser que las mujeres no participen en ninguna de las decisiones importantes que toma la jerarquía eclesiástica?

* La enseñanza moral sexual requiere de ajustes. No puede ser normal que la inmensa mayoría de los católicos no la comprenda.

 * ¿Se podrá revisar la práctica de excluir de la comunión eucarística a los separados vueltos a casar? Las voces que lo piden se hacen sentir en todas partes. Incluso el Cardenal Martini, ex papabile y recientemente muerto ha dicho: “Hay que darle la vuelta a la pregunta de si los divorciados pueden tomar la Comunión”.

* La Iglesia aún debe llegar a ser la Iglesia de los pobres. Estos debieran ser cada día más protagonistas en la gestión de sus comunidades y voces autorizadas en la comprensión de qué significa que un Pobre haya resucitado.

La extraordinaria libertad de Benedicto XVI para renunciar a su cargo constituye un precedente que debe ser continuado. ¿No debiera estipularse una edad tope de gobierno?

Este gesto del Papa, sobre todo, augura un tiempo en que, con una libertad semejante, la Iglesia se atreva a hacer los cambios que, a través de los católicos, Dios le está pidiendo.

 

Comments are closed.