Hércules González González, obrero de la construcción, fue detenido por sospecha cuando circulaba ya tarde en pleno barrio alto de Santiago. Ese invierno lo penetraba todo. Los policías lo condujeron a la comisaría y de allí, al día siguiente, a un juzgado de menor cuantía. El juez, viendo que se trataba de un hombre bueno, que nada malo habría hecho, lo dejó ir sin problemas. Pero, antes de soltarlo, se encargó de precisar un asunto:
– “¿De dónde sacó Usted que lo recogió el Padre Hurtado?”
El pobre hombre infló el pecho de orgullo y contó su historia:
– “Nunca tuve papá ni mamá. Lo primero que recuerdo de mi vida son las fogatas bajo los puentes. El Padre Hurtado me sacó de allí y me llevó al Hogar”.
– “Perdóneme, Señor González, pero una cosa es que Usted haya dormido una o muchas veces en el Hogar de Cristo y otra que haya conocido al Padre Hurtado en persona…”
– “No, no. El ‘patroncito’ me sacó de allí, lo recuerdo muy bien. Yo era niño. Primera vez que dormí en una cama. El ‘patroncito’ me quería mucho. Al principio yo era lobo y me resistía. Pero al final, me ‘aguaché’. La ‘tías’ dicen que yo mismo le pedía a los Carabineros que me trajeran en la ‘cuca’ al Hogar”.
– “Oiga, don Hércules, déjese de cosas: ¡hay que decir la verdad en la vida…!”
– “¡Le digo la verdad! Todavía quedan ‘tías’ en el Hogar que se acuerdan de mí. Ellas le pueden contar cómo fue. Siendo muy pequeño, la ‘mami’ María -María González era su nombre-, ella me contaba todas las noches cómo el mismo padre, con lluvia y todo, me traía en brazos. Al principio me traía a la fuerza, arrastrándome. Las señoras amigas suyas me arropaban y me daban de comer. Yo no pertenecía a nadie…
– “Eso es lo que sucede: es un cuento de la ‘mami’. Esta historia que Usted repite no es verdadera. Cuando se es niño, uno cree cualquier cosa.
– “Pero, ¿cómo va a ser un cuento? Si cuando voy a la tumba a darle gracias, mi padre insiste que él me recogió y que me quiere más que a nadie…”
– “Mire su carnet, Señor González. Aquí dice claramente que Usted nació el ’56 y el Padre Hurtado murió el ’52. ¿Cómo lo pudo conocer? Imposible. Los papeles no mienten”.
– “Si yo no tuviera a quien agradecerle no estaría vivo, señor juez. Los ‘carneces’ los llena cualquiera”.
– “Es cierto que los errores son muy humanos. Pero las matemáticas no fallan. Dígame, Señor González, cuántos años tiene Usted”.
Hércules se apuró en responder correctamente:
– “¡39 años, Señor!”
– “¿No ve mi amigo? Cuente Usted mismo. Estamos en el ’95. Quítele 39 y da 1956. Como lo voy a engañar, Señor González, el Padre Hurtado murió en 1952. Usted no pudo conocerlo”.
Antes de abandonar el juzgado, el pobre hombre se doblegó ante la evidencia de las fechas. El juez le recomendó no creer nunca más en cuentos. Bajó Hércules las escalinatas del local con una confusión brutal.
Vagó por días, triste hasta las lágrimas. Frecuentó los puentes para domeñar el vértigo y acabar de una buena vez con el concho de ilusión que a estas alturas nada más dilataba su tragedia. Pero cuando estuvo a punto de encomendar su sino al demonio, unos mocosos desnutridos exigieron de su bondad un último gesto.
Los chiquillos disputaban a palos y punzones un tarro de pegamento. Hércules sacó grandeza de su pena y descendió el Mapocho con autoridad:
– “¡Qué sucede aquí!”, gritó.
La pandilla se le alzó amenazante:
– “¡Y a vos quien te llamó, viejo curado!”
Hércules bajó el tono y, casi con ternura, puso a prueba uno de sus sueños:
– “Soy el secretario del Padre Hurtado. Tengo un amigo en la Vega. Les cambio el pegamento por un plato caliente de guatitas con arroz”.
Los niños comieron como nunca. No sabían qué era un secretario, pero habían oído del Padre Hurtado y estaban admirados que él mismo les hubiera mandado al Sr. González.
Hércules González nunca más dudó de su origen ni de su vocación.
Pub: Jorge Costadoat Cristo para el Cuarto Milenio. Siete cuentos contra veintiún artículos, San Pablo, Santiago, 2001.