Mística del agua

La mística es aquella experiencia que une con Dios y, en virtud de Dios, con el cosmos. La falsa mística promueve una fuga mundi. Esta es al menos la visión judeo-cristiana de la totalidad. Al fin de la historia entraremos en la era mesiánica, en la paz definitiva, para los judíos. Para los cristianos, seremos recibidos en el reino del Mesías, en el tiempo de la recreación universal. ¿Y la mística secular? ¿Atea? La mística del agua puede acercar los distintos sistemas teológicos y filosóficos.

El desafío socioambiental, ecosocial o ecológico sin más, convoca a todas las tradiciones humanistas a salvar el planeta. Si el agua nos trajo a la vida, el día que se acabe no quedará ningún viviente. Si la temperatura media de la tierra sube en cinco grados, dicen, este será el día. ¿Cuál entonces sería hoy el problema? No lo será tanto el extinguirnos, lo cual será ciertamente penoso cuando toque, y tocará, sino aprender a vivir como si la muerte colectiva fuera imparitable.

Allá en California y por acá en la zona central de Chile estamos a un paso de secarnos. En Santiago, si no me equivoco, actualmente tenemos tres lluvias buenas en el año. ¿Qué pasaría si solo lloviera dos? ¿Y una? Algunos santiaguinos quieren quitarle el agua al Bío Bío: una carretera hídrica… Los santiaguinos quisieron intervenir el Baker en la Patagonia para electricidad. (Los patagones resistieron. No quisieron ser más simples colonos del fisco. La gesta del puente y las lacrimógenas los constituyó como pueblo). Las forestales, propiedad de los santiaguinos, han chupado las napas a los mapuche. El tema del agua es tema. Se acaba el agua, algo hay que hacer. ¿Qué?

Vuelvo al punto de partida. El desafío es místico. Se nos dirá que es ético. No, en primer lugar es místico. Lo veo así: lo que corresponde no es economizar el agua, cerrar las llaves, ducharse una vez a la semana, poner impuestos a los productores de paltas. A medidas como estas, que evidentemente parecen necesarias, hay que llegar haciendo un camino más largo.

El ser humano es un fin, no un medio. El agua es un medio, pero algo tiene de fin. Dejemos a los filósofos articular las diferencias y poner a la humanidad en el lugar que le corresponde. En el más fundamental de los planos la experiencia mística nos hará conocer nuestra unidad, a través del agua, con todos los seres vivos, comenzando por la autoconciencia de pertenecer al agua y pertenecer esta a nosotros. Co-pertenencia, co-cuidado, cooperación… Interdependencia, sostiene el budismo. Como dice el Dalai Lama, “para cuidar el medio ambiente debemos desarrollar la conciencia de la interdependencia que nos lleva a la responsabilidad personal”.

Somos agua que piensa, que ama, que odia. Así como los minerales combinan e intercambian moléculas y colores, el agua nos hace compartirnos entre los seres vivos. Un día es nube, otro apio o agüita perra. Más importante que usar el agua como un medio es gozarla como un fin, como si hubiéramos de amarnos de un modo acuático. No se necesita ser creyente para cumplir la misma tarea que tienen, por ejemplo, judíos y cristianos de amar el cosmos con si fuera creación de un dios. Sin amor al cosmos no se puede amar al Dios del judeo-cristianismo. Sin gozar con el agua, tampoco.

La mística, no la falsa mística, ata ética y estética, las unce al respeto y custodia de la vida. La experiencia de la belleza del agua tendría que motivar en nosotros ahorrarla e impedir su contaminación. La ética, a su vez, conduce a ver en el agua su belleza. La batalla de los ecologistas contra quienes derrochan el agua o la degradan ha abierto los ojos a nuestra generación para admirar su hermosura, la de los ríos y humedales. Mística, ética y estética se compenetran. No puede darse una sin la otra.

¿Falta algo? Una épica. Vengan a ayudarnos los filósofos y los teólogos. Tenemos la obra gruesa, dejemos a ellos las terminaciones. Necesitamos el relato que una estas tres dimensiones de la más fundamental de las experiencias humanas. De momento la principal tarea la tienen los padres, madres y apoderados, los educadores. Para enseñar, deben convertirse y hacerse bautizar en nombre de la armonía cósmica. La destrucción de los vínculos entre mística, ética y estética nos está matando antes de tiempo. A la humanidad, no a las piedras, se le encomiendan las mismas piedras y las aguas.

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