“En Latinoamérica reina la desigualdad”, es el título de un artículo de un matutino en sus páginas interiores. En base a un estudio del Banco Mundial, se afirma algo aún más preciso: “Latinoamérica es la zona de mayor desigualdad en el mundo”. Se ofrecen cifras. Se sugieren al voleo algunas explicaciones. Lo que no dice el artículo -no le toca decirlo, lo digo yo-, es que América Latina es también la región más cristiana del mundo. Europa ha preferido llamarse “postcristiana”.
Si viniera una delegación de marcianos a la tierra podría buscar la correlación entre estos dos datos: el espacio geográfico donde hay más injusticia es aquel que los terrícolas llaman “cristiano”. Uno de los marcianos podría decir: “Nada que ver. Que Latinoamérica sea el continente más injusto puede deberse a otros factores. Por lo demás, no sabemos si el cristianismo deba incidir o no en la política y la economía”. Algunos terrícolas le encontrarían razón. No faltaría incluso el cristiano que piense que el cristianismo es irrelevante para la configuración de un mundo más justo. Otro de los marcianos podría contradecirlo: “No estoy de acuerdo. No se puede descartar que Cristo sea un monstruo que quiera apoderarse del universo y que haya comenzado por reinar en América Latina”. ¿Qué le responderíamos?
Los marcianos son muy lógicos. Es fácil pitar a los terrícolas, pero a los marcianos no. Si respondemos que Cristo no es un monstruo sino todo lo contrario, que a él lo crucificaron los monstruos y que los cristianos luchan contra los monstruos para que la tierra sea compartida entre todos los hombres, los marcianos no nos creerían. Probablemente dirían que los cristianos se dividen en engañadores y en engañados. Sospecharían que los engañadores, en nombre de su “dios crístico”, convencen a los demás del valor eterno del sacrificio y del progreso, y que los engañados les creen, haciendo de su miseria su virtud.
Podríamos, en cambio, ser sinceros. Sin escudarnos en la complejidad de factores que producen la desigualdad en América Latina, tendríamos que reconocer que los cristianos hemos sido incapaces de llevar a la práctica el mundo que Cristo soñó; que nosotros mismos hemos hecho de la fe cristiana una salsa barata para adobar todo tipo de platos; que algunos de los nuestros han desvirtuado absolutamente el Evangelio mediante una doble adoración de Dios y del dinero. En defensa de Cristo recordaríamos que, mientras unos acumulan lo que les sobra, los pobres comparten de lo que les falta.
Publicado en Jorge Costadoat Si tuviera que educar a un hijo… Ideas para transmitir la humanidad, Ediciones ignacianas, Santiago, 2004.