Las dos vergüenzas

Si nuestra madre subiera a la micro a vender: «gomitas de eucaliptus a cien, para la voz, para la tos». ¿Nos daría vergüenza o nos sentiríamos orgullosos de ella?

Que nos diera pena no debe ser lo mismo a que nos diera vergüenza. Si la necesidad ha sido real, educar a sus hijos, alimentarlos, triste sería que para conseguir el dinero necesario deba ella desatender a los niños y correr los peligros de la locomoción colectiva. Pena sí, vergüenza no. Pena sí, pero orgullo sobre todo. En un ambiente social en que la gente se avergüenza de los trabajos humildes, la lucha por la sobrevivencia de los pobres nos enseña cuáles son los verdaderos valores. Ejemplos de estos tenemos por miles.

Otro caso: si un pariente nuestro que fuera patrón o gerente, estableciera por sueldo a sus dependientes lo que paga el mercado, aún cuando las utilidades del negocio le permitieran pagarles bastante más, ¿nos daría vergüenza, lo festejaríamos o nos daría lo mismo? En un país en que los bajos sueldos se toleran fácilmente, la avaricia de este pariente nuestro a nadie llamaría la atención. Una sociedad que juega a su favor invierte la moralidad: honra al inescrupuloso y avergüenza al que reclama justicia. Pero no, no puede darnos lo mismo ni menos podríamos festejarlo. Dudo que haya un ejecutivo que se jacte de ganar 20, 30 ú 80 veces más que uno de los juniors de su empresa. Pero que por esta ganancia se lo estime y se lo envidie, justificándose como se lo hace tan enorme desigualdad, es vergonzoso. Lo justo es compartir los sacrificios, pero también los beneficios. Las indicaciones del mercado son útiles, pero no las únicas para determinar la justicia de un salario. ¿Qué están enseñando las universidades? ¿Han oído hablar alguna vez los estudiantes de economía del bien común?

Algo falla en nuestra sociedad. Las personas se avergüenzan de lo que debiera enorgullecerlas y se enorgullecen de lo que debiera avergonzarlas. Pero no hay que desalentarse. Se detectan también señales de esperanza. No faltan los empleadores que subordinan la necesidad de utilidad de la empresa al objetivo principal de la realización laboral de sus trabajadores. Varios son, por otra parte, los trabajadores que rebajan sus expectativas de sueldo para salvar la empresa. Para unos y otros, estos son motivos de un sano orgullo.

Si a la salida del Metro nos topamos con una madre, empleadora y empleada de sí misma vendiendo dulces, ¡comprémosle! Una «gomita de eucaliptus» nos puede enseñar la diferencia entre la verdadera y la falsa vergüenza.

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