Evasión: No todos son sinvergüenzas

TransanDicen: el 30 % de las personas no pagan en el Transantiago. Digo: el 70 % sí paga. Siete de diez santiaguinos se miran al espejo cada mañana, se lavan la cara y piensan qué harán para educar a sus hijos el resto de años que le quedan de vida.

Mucha gente carga su tarjeta BIP y la usa. Los he visto. He visto jóvenes con pelos de varios colores y ancianas que jamás se teñirían las canas que, sin aspavientos ni lloriqueos, aguantan los medios de locomoción que el país se esfuerza por mejorar. Las incomodidades, los largos tiempos que les toman los desplazamientos de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, se suman a otros problemas que les impone la vida, pero jamás dirían: “los políticos, la presidenta, los empresarios, todos roban, nadie me alegue si también yo aprovecho lo que el país me debe”. Los frescos son los menos. Muchos no necesitan que los estén vigilando para asumir solidariamente los sacrificios que necesita un país para ser decente.

Chile ha mejorado. Recuerdo haber visto niños rotosos, a pies pelados, colgados de los cables de los troles. Iban jugando, como si no les importara su miseria. A los gobiernos de derecha y de izquierda, a pesar de sus enormes carencias, sí les importó. Hoy estos niños no se ven más. Hoy hay niños en hogares del SENAME en condiciones de abandono y maltrato indecibles. Pero puedo apostar que a futuro las muertes de niños que estamos lamentando, no volverán a ocurrir. Los medios de comunicación y los políticos de oposición han puesto el grito en el cielo, y el gobierno se hará cargo de cumplir con su tarea. Sueño con que un día estos niños voten en las elecciones. Me gustaría que se sientan orgullosos de su ciudadanía y la ejerzan.

El país ha evolucionado. Es cierto que los chilenos estamos pasando por un período de intensa desolación. La ciudadanía está hasta la tusa de ser engañada por las grandes tiendas, la educación es mala, los universitarios se quejan con razón, las pensiones son misérrimas, el centro de la capital está todo grafiteado… Mucha gente está decepcionada. No sabe en quién confiar. Pero debemos ser justos. Hay progresos. Hace setenta años era normal pegarle a la mujer, agarrar a peñascazos a los homosexuales, engañar a los tribunales para poder divorciarse. Hace cincuenta años nadie había escuchado hablar de derechos humanos, pero en la actualidad muy pocos estarían de acuerdo con que hubiera cinco lugares de tortura funcionando al mismo tiempo en Santiago.

Estamos deprimidos, sí, inseguros. Pero nada nos impide progresar.

¿Llegaremos a ser un país culto? En el extranjero todavía piensan algunos que somos ladrones. Pero muchos más admiran nuestra recuperación de la democracia. Creo que si la educación escolar y universitaria supera sus problemas, y los adultos dan buenos ejemplos a sus hijos, el país llegará a ser más culto de lo que es. La cultura es una batalla. Salgo los domingos a la Alameda y encuentro los paraderos destruidos, las murallas orinadas, botellas de cerveza quebradas en la mitad de la calle. Y, sin embargo, a la misma hora, hay funcionarios municipales haciendo aseo. He visto negritos y negritas barriendo. Limpiando. Ellos trabajan para hacer más hermosa la ciudad. Un día los haitianos, estoy seguro, nos contagiarán su orgullo de ser el primer país en haber vencido la esclavitud.

Hubo un tiempo en que Chile era infinitamente más pobre de lo que es. Comíamos pan con margarita, y basta. Por la ciudad circulaban micros de todos colores, que en realidad eran camiones disfrazados de locomoción colectiva. Y, esto no obstante, sus pasajeros pagaban por igual. Hoy los abuelos pueden contar a sus nietos que esos años, aunque colgados de las pisaderas, se las arreglaban para pagar su pasaje y el resto de los pasajeros se preocupaban de hacerles llegar el boleto y el vuelto.

Hemos perdido el 30 % de los ciudadanos. No sirve desesperar. Los recuperaremos.

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