En la muralla del supermercado de la esquina de mi casa que la turba destruyó y saqueó el jueves pasado, encontré un rayado: KE ARDA TODO. Me inquietó. Me dio rabia. ¡Qué culpa tiene el dueño del local! Pero esta frase me recordó también las palabras insolentes de Jesús contra el Templo de Jerusalén: NO QUEDARÁ PIEDRA SOBRE PIEDRA. Ira santa. En otro momento sacaría a latigazos a los mercaderes. El Templo era la gran institución religiosa y económica de entonces.
La rabia es una emoción humana positiva. La rabia es el rudimento de la venganza y de la justicia. Entre aquella y esta, nuestra civilización ha optado por la justicia. Pero esta sin la rabia, sin la indignación contra lo que no puede ser, no tendría de qué alimentarse. La rabia debe considerarse un dispositivo emocional básico que puede fundamentar relaciones personales y sociales sanas, cuando es convertida en energía de reconstrucción y de reconciliación. La rabia reciclada como indignación podemos considerarla una virtud.
Indignación contra una sociedad que lo aplasta, sintió tal vez el muchacho que rayó la muralla y también fue indignación la que sentí yo contra él y contra los demás que casi incendian el edificio que a 50 metros de allí aloja a familias y ancianos, y contra los otros que arrancaron de cuajo los semáforos de Cienfuegos con Alameda. No estoy exagerando. Se estuvo a punto de una tragedia mayor que todos los lamentables hechos de violencia juntos desde que se hizo costumbre aprovechar las movilizaciones estudiantiles para destruir la ciudad.
Este episodio es un botón de muestra de los sentimientos que predominan en Chile hoy. Rabia, molestia, desilusión, ánimo de venganza y ganas de “Ke arda todo”. Los motivos sobran. No hace mucho las farmacias se habían coludido para saquear a los enfermos. Ahora la clase política entera ha sorteado la ley. La clase empresarial se ha arreglado con los políticos y los especuladores financieros, a río revuelvo, continúan extrayendo de la economía el doble de ganancias que la actividad productiva. El neo-liberalismo ha convertido a los ciudadanos en individuos y a estos en consumidores compulsivos y necesariamente frustrados. La clase eclesiástica, en fin, no logra sacar de Osorno a un obispo nombrado por un Papa informado entre gallos y medianoche. La gente está dolida y amargada.
En la misma muralla del supermercado había otro grafiti: “A SAKEAR TODO”. ¿Saqueo por saqueo? No puedo estar de acuerdo. Comprendo que queramos “Ke arda todo”, porque hay razones para enfurecerse contra la sociedad en su conjunto. Pero el saqueo de un supermercado o de la tienda de celulares de Entel, y otras “aprovechadas” del género son deshonestas y deben ser castigadas. Uno es el indignado, otro el pillo. En las actuales circunstancias tendrían que ser reconocidos unos y otros. El lumpen, los nuevos cuescos-cabreras ignaros de los costos sociales de su frivolidad y de su ostentación, el operador, el traficante de favores y el facturador de boletas truchas, no son lo mismo que la ciudadanía cansada de ser burlada y que no sabe a quién creerle. Nadie explica. Se escamotea la verdad. Entre los universitarios hay de todo: movilizaciones y quejas legítimas, protestas contra la violencia banal, pero también falta de lealtad a la palabra del día anterior, infantilismo y paros por si acaso. Pasamos por un momento de gran malestar.
¿Qué quiso decir Jesús con su afrenta al Templo de Jerusalén? Difícil saberlo. Una interpretación que tomara en cuenta la enseñanza de la iglesia primitiva en su conjunto, excluiría la vía del: “A sakearlo todo”. El Templo fue finalmente destruido por los romanos el año ’70. La de Jesús debe entenderse más bien como una advertencia contra el establishment religioso: se convertía el Sanedrín al Dios de la misericordia o el desastre sería inevitable.
¿Qué haremos? Pienso que será muy importante tomar en serio la indignación de la ciudadanía. Esta es fuerza de cambio. Pero las emociones no bastan. “Hay que abrir”, diría un médico. Otra vez necesitamos verdad y justicia. Unos culpables tendrán que convertirse, otros recibir la pena que establece la ley. Con los saqueadores, los incendiarios y violentos habrá que ser inclementes.
Será por otra parte muy importante contar con los que son inocentes y tienen mayor capacidad para ayudar. Las generalizaciones retardan las soluciones. Por cierto, todos “los vivos” generalizan para naturalizar su conducta. Hay gente honesta, independiente y preparada que será clave para organizar la salida. Y lo que siempre ayuda mucho es no impacientarse. No perder de vista el largo plazo, ¡pero apurarse!
El problema lo tenemos todos. Todos tendremos que cooperar, cambiar en lo que corresponda y ser indulgentes con los arrepentidos, aunque sin perjuicio de la institucionalidad.