Ha sido bochornoso el desarrollo del Te Deum evangélico. No ha de ocurrir algo parecido en el Te Deum católico el 18 de septiembre.
¿Cuál es finalidad de un Te Deum? Si un Te Deum admite objetivos extras al de “dar gracias a Dios” por una patria compartida entre muchos y diversos, corre un riesgo mortal.
La semejanza entre el Te Deum evangélico y el católico está en que, además de servir a la alabanza de Dios, fungen de tribuna para recomendaciones o críticas políticas. ¿Está dispuesta la autoridad política a seguir oyendo estos discursos? No sabemos. Pero sí podemos suponer que los políticos asisten o no asisten a la ceremonia religiosa con un ojo puesto en las próximas elecciones y el otro en el fin de semana largo. Esto no excluye que los mismos políticos se interesen por lo que buenamente tenga el obispo o el pastor que decirles, aunque se trate de una crítica.
Las iglesias tienen que evaluar cómo seguir. Lo ocurrido en la Alameda con Jotabeche posiblemente marque un antes y un después. Lo ocurrido en la Plaza de Armas los últimos años, la disminución de asistencia de invitados, puede ser señal de una baja de interés.
Desde 1811 el Te Deum es un acto político-religioso. En él están presentes todas las instituciones del país. Pero, ¿basta con que sea tradicional para que siga(n) realizándose? Otra pregunta: ¿qué obligación tiene el Estado de Chile de hacer participar en un Te Deum a sus representantes? Por otra parte, si se trata de una celebración política-religiosa ella se presta, por ejemplo, para una utilización política partidista de campaña, como parece haber sucedido en el templo protestante.
Entiendo que una democracia moderna debiera auspiciar y ser garante de la diversidad ideológica, cultural y religiosa. Estas le dan vigor a una sociedad, sentido de la vida, altísimos valores. La custodia de esta diversidad debiera ser una tarea principal del Estado. La laicidad del Estado no debiera defenderse de, ni tampoco menoscabar a las versiones de humanidad de la sociedad, sino custodiarlas. Esto mismo, sí, le obliga a no privilegiar a ninguna sobre las demás. El Estado debe ser neutral, pero no neutro: debe velar para que haya respecto y justicia en la importancia que merecen los credos, y no prestarse para discriminaciones odiosas.
Tampoco veo problema en que las iglesias y religiones manifiesten sus posturas humanísticas y políticas en el foro público, y que el Estado deba escucharlas aunque le sean críticas. Pero si le son adversas a sus representantes en un Te Deum, entre cuatro paredes y en nombre de Dios, las iglesias arriesgan tener que rellenar las bancas con invitados cualesquiera que van pasando por la calle. Esta ceremonia no es la instancia de expresiones políticas sin posibilidad de réplica.
Tal como se están dando las cosas, ambos Te Deum tendrán que revisar su modalidad futura. Los tiempos han cambiado. Los católicos bien saben que, para ser fieles a la Tradición, deben modificar las tradiciones. Chile no es más un país católico, es cosa de ver las estadísticas, y no parece necesario que vuelva a serlo. Poco queda de la cristiandad, laus Deo. No hace muchos años los evangélicos crearon su propio Te Deum. ¿Por qué debían ser siempre visitas en la casa de la iglesia predominante? En la actualidad el Te Deum católico ha asumido la abigarrada diversidad étnica y espiritual del país: mapuches, judíos, musulmanes, protestantes, ortodoxos… La pluralidad que se expresa en la catedral es de una enorme hermosura. Pero esto no basta. Todavía la Iglesia católica hace de anfitriona y a muchos comienza a molestar verse mirados de arriba abajo y obligados a escuchar un sermón.
Lo más tradicional del Te Deum es dar gracias a Dios por la patria. Cuando la patria ha llegado a constituirse en virtud de las más diversas tradiciones, la fidelidad al Te Deum demanda repensar su(s) realización(es).
Para cumplir con el fin de estas ceremonias, para que los Te Deum no tengan fin, algo tiene que terminar. Quizás sea bueno que haya uno solo, lo más plural posible y en el que ningún credo parezca simbólicamente más importante.