He revisado la obra más conocida de Gerhard L. Müller, el nuevo Prefecto de la Congregación para la Fe, y nuevamente me sorprende su concepto tan positivo de la Teología de la liberación. Tal vez los teólogos latinoamericanos querrían que se destacaran otros aspectos. Pero sin duda admitirán la descripción que Müller hace de ella y celebrarán la enorme simpatía que le despierta.
Cito a G.L. Müller:
La teología de la liberación latinoamericana ha desarrollado una forma específicamente moderna de la soteriología. Se fundamenta en el hecho de que Dios ha creado a los hombres a su imagen y semejanza y de que su Hijo ha sido entregado a la muerte en favor de los hombres para que se pueda experimentar a Dios como salvación y como vida en todas Las dimensiones de la vida humana. La teología de la liberación critica todos los dualismos y destaca que Dios no espera al hombre más allá del cosmos ni se encuentra con él en una interioridad desligada de las realidades exteriores. Es, por el contrario, el Dios que ha creado al mundo y al hombre en su modo de realización espiritual-material. Se acerca al hombre en la unidad de la creación, de la historia y de la consumación esperada. En la soteriología se refleja la participación activa, cambiante y práctica, en las actividades liberadoras globales abiertas por Dios. La soteriología es, pues, también, y a la vez, soteriopraxis. El creyente participa, comprendiendo y actuando, en el proceso de cambio de la historia que Dios ha abierto en la actividad salvífica de Jesús.
La teología se desarrolla a través de un triple paso metodológico: en primer lugar, en la fe participa activamente el cristiano en la praxis divina de la liberación del hombre para salvaguardar su dignidad y su salvación; en el segundo paso, llega, a la luz del evangelio, a una reflexión crítica y racional de la praxis; y, finalmente, en el tercer paso, acomete la modificación críticamente meditada de la realidad empírica. Cambia la realidad experimental para orientarla en dirección a una liberación del hombre que le lleve hasta su propia libertad. Ésta sería, en efecto, la meta del reino de Dios en tierra. De aquí se sigue una opción en favor de Los pobres y de todas aquellas personas a quienes les ha sido arrebatada su dignidad humana. La actividad liberadora de Dios se propone, según esta teología, convertir al hombre en sujeto. El hombre no sería mero receptor pasivo de la liberación. Su dignidad personal consiste en haber sido llamado a colaborar en el proceso divino de la liberación. La Iglesia en su conjunto debe convertirse en portadora, señal e instrumento de un proceso universal de liberación que incluye a la humanidad entera. Este proceso tiene en la acción liberadora de Dios en Jesucristo su primer origen y su referencia definitiva.
Se interpretan como liberación las acciones salvíficas de Dios, tal como están testificadas, por ejemplo, en la experiencia del éxodo. Estas acciones liberadoras habrían alcanzado su punto culminante en la historia en el acto de la liberación de Cristo. Jesús habría muerto en la cruz para manifestar el amor de Dios liberador y transformador del mundo frente a la resistencia de los pecadores. A través de la muerte en cruz de Jesús, Dios ha cualificado al mundo como el campo en el que debe implantarse e imponerse la nueva creación. Por tanto, esta cruz sería la revelación escatológica de la opción de Dios por Los pobres. Dios se comprometería en favor de los oprimidos, para llevarlos a la libertad y para permitirles participar en el proceso de implantación de la salvación prometida a todos los hombres. En la resurrección de Jesús habría demostrado Dios qué es, propiamente hablando, la vida y cómo puede trasladarse la libertad a las situaciones existenciales reales y concretas mediante un poder-estar-ahí por y para los otros. Dios se mostraría así como el Padre de todos los hombres, como su hermano en Cristo y como su amigo en el Espíritu Santo.
Es perfectamente legítimo entender la teología de la liberación como la traslación, adecuada a una época, de la soteriología al horizonte de la historia de la libertad contemporánea. Empalma estrechamente con la nueva definición de la Iglesia -de base cristológica y soteriológica- como sacramento de la salvación del mundo y como señal e instrumento del reino de Dios, formulada por el concilio Vaticano en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium y en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes (cf. LG 1; GS 1, 10,22 et passim).
Cita de Gerhard Ludwig Müller, Dogmática. Teoría y práctica de la teología, Herder, Barcelona, 1998, 383-384.