Tras una primera lectura de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco, comparto algunas impresiones. Son impresiones. No ofrezco un resumen. Se trata de las resonancias que causan en mí algunos asuntos centrales del documento. Ecos que a mí y a mi modo me hacen pensar. El ámbito de libertad creado en esta Primavera eclesial hace posible compartir ideas e impresiones sin temor a equivocarse. Hay aire para la espontaneidad.
+ El Papa Francisco pone a la Iglesia “en salida”. Le exige una conversión personal y una revisión estructural, en vista de la misión de anunciar el Evangelio. La misión cobra una importancia decisiva. De la “salida” depende el futuro. Se trata de llegar a todos. No hay, sin embargo, señas de ajustes doctrinales. ¿Son estos necesarios para cumplir la misión? No se abordan a fondo los temas ruidosos. Talvez no sea el momento de echarles de menos. Ya volverán…
+ A la vez, la Iglesia “en salida” es la que “se abre” sin miedo a todos sin excepción. La apertura es la condición de la salida; el modo de llegar a todos, es procurando que en la Iglesia cualquiera encuentre un lugar. En ella cada cual debiera sentirse “en su casa”. Aquí y allá el Papa lamenta una Iglesia encerrada, vuelta sobre sí misma, poseedora absoluta de la verdad. Francisco parece pensar que “se llega” a todos cuando “se recibe” a todos. El planteamiento es más pastoral que doctrinal.
+ El Papa transmite una convicción: el Evangelio experimentado personalmente es causa de un gozo que debiera impulsar su anuncio. La Exhortación rezuma alegría, deseos de ser cristianos… En una palabra: entusiasmo. Queda atrás, y a veces se critica, un estilo de ser Iglesia temeroso, funcionario, falto de fe. Francisco critica el clericalismo. Sacude al predicador flojo, que se extiende en el púlpito como si tuviera algo que decir y que ya nadie soporta. Le da consejos de homilética. Ataca el pragmatismo eclesiástico que ha terminado por espantar a tanta gente. Todo depende, en última instancia, de una experiencia de encuentro con Cristo. Cristo es el Evangelio. Un Evangelio que debiera impactar todos los ámbitos de la vida personal y social, y transformarlos.
+ De principio a fin los pobres son los principales protagonistas del Evangelio y de la Iglesia. Esto es, al menos, lo que Francisco desea. Una “Iglesia pobre y para los pobres”. Ellos tienen un conocimiento de Dios que debiera incidir en la Iglesia en su conjunto. La opción de Dios por los pobres, y la correspondiente opción de los cristianos por ellos, es ratificada innumerables veces. Se presagia un cristianismo “al revés”. ¿Será posible algún día? Talvez alguna vez la organización eclesiástica, la moral, la liturgia y el derecho canónico arraiguen en la experiencia espiritual de los pobres. Esta es ya opinión mía. La Exhortación no va tan lejos.
+ La Iglesia debe llegar a los más diversos pobres, y en particular al pobre en cuanto “pueblo”. Es esta una convicción propia del mejor catolicismo social argentino. Bergoglio depende y es testigo del amor del sacerdote por la gente de los barrios de la periferia del Gran Buenos Aires. El evangelizador debiera ser alguien que comparta la vida de las personas comunes y corrientes; uno que se considere a sí mismo parte de un mundo de personas que tienen sueños comunes y luchan sufridamente por alcanzarlos. La noción de “pueblo” resuena de distintas maneras en América Latina. En otros catolicismos del mundo el término probablemente no dirá nada. Como nos ha sucedido tantas veces a los sudamericanos, cuando los pontífices europeos nos hablan de crisis que no son nuestras crisis.
+ Llama mucho la atención que el Papa cite a las conferencias episcopales de todas las partes del mundo. Talvez este sea la novedad mayor del documento. El Papa no se cita a él mismo nunca, como ocurría en los discursos del Invierno eclesial. Da la palabra a los católicos de todos los continentes. ¡Los toma en cuenta! Desea descentralizar el gobierno de la Iglesia. Abre la posibilidad del catolicismo policéntrico deseado por las iglesias no-europeas, augurado y auspiciado por Karl Rahner. ¿Llegará a ser la Iglesia, por fin, culturalmente universal? ¿Vendrán los cambios estructurales que harán posible este desplazamiento? Los latinoamericanos los queremos. Tal vez mucho más los asiáticos, los africanos y los pueblos de Oceanía.
+ La necesidad de la Iglesia hoy es enorme. Los pobres más que nadie necesitan que, en un contexto de individualismo egoísta y estructurado económicamente, la Iglesia se ponga de su parte. No pueden seguir siendo excluidos. El destino universal de los bienes y la búsqueda del bien común, debieran a ser los grandes principios organizadores de la sociedad. De esto depende el efectivo respecto de la dignidad de todos. Por cierto, Francisco anima a los católicos a reconocer que en la actualidad la Iglesia es solidaria. Lo es de tantas maneras. Pero pide más. Exhorta a descubrir en el cristianismo una religión esencialmente fraternal. En este contexto la Iglesia debiera aportar modos comunitarios de existencia.
+ Francisco habla claro, es directo, hasta confrontacional. No quiere herir a nadie. Pero no tiene tiempo que perder. Dice lo suyo. Lo dice sin ánimo de ser infalible. El asunto no es primariamente la verdad, sino la realidad del prójimo, comenzando por los últimos. Por lo mismo, como ya venimos viendo desde hace un tiempo, él mismo se expone a la opinión de los demás. Pareciera no temer la crítica. Cree en el diálogo. Si alguien lo rebatiera no cometería pecado. Pero encontraría a alguien que le interesa la verdad de veras. La verdad que equivale a la “realidad” de la vida de las personas.
+ Cambió el interlocutor. El Papa Francisco no habla al filósofo, al agnóstico, al católico ilustrado, al obispo que tiene que controlar a su grey con la teología. El nuevo interlocutor es el evangelizador, los intelectuales “de a pie”, la gente común y corriente, el sacerdote desencantado o en crisis que necesitaba que alguien creyera en él y le sacara trote.
Estas son mis impresiones. Son estrictamente personales. Son algunas. Basta por ahora. No se puede dar fácilmente razón de un texto tan rico.