
Tengo delante de mí una botella de brandy. Está vacía. La encontré en una bodega. Es de una marca llamada Carlos I. Dicen que es lo mejor en España.
Me acordé de Jesús: lo criticaban, decían de él que era comilón y borracho porque se juntaba y comía con personas de mala fama (Mt 11, 18-19). Los fariseos, en cambio, comían entre ellos; se creían mejores que los demás, pero seguramente se habrían tomado un vasito de brandy, como cualquiera de nosotros querría hacerlo.
La botella que tengo delante la recogí porque me pareció muy linda. Tiene un buen corcho, la etiqueta es elegante, con letras doradas, y su forma es preciosa.
Me pregunto quién la habrá diseñado. Tiene que haber sido un artista, porque si este es un brandy de gran calidad, los dueños de la empresa habrán contratado a un verdadero profesional. No cualquiera es capaz de diseñar una botella con estas líneas, estas curvas, esta forma. Es una botella firme, gruesa; si se cae al suelo, es probable que no se rompa. Dependerá, ciertamente, de la altura. Me imagino que el diseñador, además de haber ganado dinero por su trabajo, tuvo en mente hacer algo estéticamente valioso. Para hacer algo hermoso se requiere amor, y el amor es casi seguro que fue más importante para este artista que lo que pudo ganar diseñándola. Es probable que ambas cosas hayan sido importantes para él, porque un trabajador depende de su trabajo. Pero esto no es lo único importante. Y quién sabe si, aun teniendo medios económicos, la habría hecho gratis.
Los fariseos fueron criticados por Jesús en la parábola del fariseo y el publicano porque no soportaban su gratuidad (Lucas 18, 9-14). Ellos mantenían una relación comercial con Dios: pensaban que si observaban las normas de la ley, Dios los recompensaría. Tenían una religión de cumplimientos: “Dios me da, yo le doy; yo le doy, Dios me da”. El modo de Jesús de observar la Ley era totalmente contrario a este. Él estaba convencido de la gratuidad del amor de Dios, y por eso podía juntarse con todo tipo de personas. No excluía a nadie. No tenía necesidad de sentirse superior a los demás. Creía que toda persona era digna del amor de Dios por el mero hecho de ser criatura suya.
Voy a guardar esta botella. Me recordará a su autor. ¿Se habrá inspirado en la gratuidad de Jesús? En todo caso, este artista me ayudará a comprender el Evangelio. En vez de botarla al basurero, incluso si se tratara de separarla del resto de la basura y ponerla entre los vidrios, será mejor conservarla, porque su pura belleza mejorará mi oficina.