Gastón Soublette murió de pena

Tuve la suerte de conocer a Gastón Soublette cuando tenía apenas catorce años. Fue mi madre quien me llevó a una charla suya sobre Gandhi. A esa edad, la impresión que me dejó fue tan fuerte que hasta hoy la conservo con nitidez. No solo hablaba de Gandhi; en su modo de hablar, en su presencia misma, lo encarnaba. En él vi reunidas tres cualidades difíciles de hallar en una sola persona: era un hombre culto, un hombre sabio y, sobre todo, un hombre bueno.

Cinco años más tarde, a mis diecinueve, lo volví a encontrar en los patios del Campus Oriente de la Universidad Católica. Iba y venía con su poncho. Su melena. Siempre conversando. Y luego, cuando me desempeñé como profesor de la universidad, solíamos almorzar juntos con los colegas. Fue un hombre de gran sencillez. Entre los que estábamos, era uno más, aunque su aporte era único. Era fácil de querer.

Gastón Soublette ha sido, sin lugar a duda, un adelantado en nuestro medio. Se anticipó a nuestro tiempo. Vislumbró lo que vendría. En medio de una sociedad cada vez más individualista y desconectada de sus fuentes espirituales, Soublette, desde hace décadas, insistía —con perseverancia profética— en la necesidad de una comunión espiritual entre religiones y culturas. Su conocimiento profundo y decantado de las tradiciones religiosas de la humanidad, de la calidad espiritual del pueblo mapuche, lo condujo a amar la diversidad y a apostar por la unidad de los seres humanos.

Así, el sabio del Campus Oriente se convirtió en heraldo de la paz. Su figura fue reconciliadora. Nos advertía de que el mundo había entrado en una megacrisis. Su visión de la crisis de Occidente era la de un cristiano.

Admiró hondamente a Jesús. En él veía al arquetipo de la humanidad. Su lectura de Jesús no fue académica ni técnica, sino espiritual. El profesor sabía que el lenguaje de Dios es, ante todo, poético. Por eso, el Cristo que nos deja en sus libros no es el de los tratados teológicos, sino el de un hombre iluminado por Dios, que rompe con las normas impuestas por el miedo; el nazareno que desbarata las imágenes falsas de Dios e inicia en el misterio de un Reino que crece silenciosamente, como una semilla.

Soublette no se impone, sugiere. No adoctrina, propone. Sus escritos son para meditar más que para devorarlos. Salen de adentro, de su mente y corazón, y quieren llegar a ese mismo nivel al lector. Tampoco la suya es una propuesta intimista. Gastón comulgaba interiormente con la humanidad y el cosmos. El profesor, el sabio, el adelantado, el artista, el profeta será recordado por la necesidad que tendremos de él.

Se ha dicho que murió de viejo. No lo creo. Pienso que de pena. Falleció en estos precisos años en que volvieron las guerras y la paz se ve gravemente comprometida. Nuestro maestro no pudo soportar más tantas amenazas, mentiras, matonajes, muertes, egoísmos y violencia contra pueblos pequeños o inocentes.

Que su ausencia nos siga iluminando.

Comments are closed.