Dentro algunos meses el país será gobernado por Boric o Kast. No hay otra alternativa. Siempre será posible votar blanco, nulo o no ir a votar. No faltarán argumentos respetables para sustentar estas posibilidades. Pero el votante, a propósito de la disyuntiva principal, favorecerá a uno o a otro.
La elección en curso es un asunto eminentemente ético. Pertenece al ámbito de la ética política. ¿Qué votar? ¿Qué debieran votar los católicos?
En razón de su credo, los católicos están obligados a argumentar su decisión a la luz de la fe de la Iglesia. Esto no significa que hayan de aplicar tal cual la enseñanza eclesial. Tampoco un papa tiene autoridad para decirle a un católico qué tiene que votar. Si lo hiciera, se extralimitaría en su función. De acuerdo al concilio Vaticano I, nadie puede invocar su fe para eximirse de pensar o saltarse el escrutinio de los demás. Esto se llama fideísmo. Es una herejía. El católico debe tener muy en cuenta las enseñanzas morales de su Iglesia, y oír al papa y a los obispos si estos decidieran dar una opinión política general, pero debe actuar con libertad y en conciencia. Su obligación primera es discernir y apostar por la mejor alternativa. Apostar, porque para los cristianos la historia está abierta. Nadie puede saber a priori qué será lo más conveniente. El voto libre y responsable conlleva siempre esta incógnita.
Ante la inminencia de la próxima elección presidencial, católicos y no católicos han de considerar en su decisión una serie de valores: importancia de la propiedad privada, el cuidado de los migrantes, la garantía de derechos sociales, la igual dignidad de la mujeres, el reconocimiento de las diferencias de género, la obligación de justicia para con los pueblos originarios, la preservación de la paz social, el pleno respeto de los derechos laborales, el cuidado de la casa común y de los otros seres vivos, y otros tantos valores. Pero ninguno de estos puede ser enarbolado como si fuera más importante que todos los demás. No debiera serlo la justa distribución de las aguas o de las viviendas. Tampoco la protección de vida desde la concepción hasta la muerte. Porque estos, aun siendo valores de primerísima importancia, han de ser salvaguardados políticamente, es decir, de acuerdo a la democracia; conforme a la constitución y las leyes que el candidato ganador tendrá por cargo servir.
En definitiva el voto político responsable para quienes son católicos y los demás tiene dos caras. Una es la viabilidad. ¿Qué candidato ofrece al país mejores posibilidades de acabar su período sin desmoronarse? Aunque sea por instinto, los electores han de hipotizar un éxito gubernativo de mediano plazo en base a una evaluación de pros o contras. Y, la otra, la vigilancia del bien común. Pues, en lo que estamos, hay una sola opción inmoral. A saber, votar por privilegios personales, por intereses colectivos restringidos o de religión.
Pero para que el católico actúe como cristiano, debe introducir en su juicio una diferencia. Ha de considerar en primer lugar a aquellos que Jesús llamaba “los últimos”: los enfermos, los sedientos, los desnudos, los encarcelados, las mujeres, quienes entonces eran despreciados y marginados. Hoy diríamos las personas que sufren porque para ellas no alcanza o no se reconoce su dignidad. Solo con una opción por los pobres el voto cumple con el deber del bien común y de hacer viable al próximo gobierno.