El legado del Padre Hurtado

El legado de cristianismo del P. Hurtado es enorme. ¿Qué nos enseñaría hoy?

Hace tanto y tan poco, el Padre Hurtado estuvo entre nosotros y se fue. Nació hace más de cien años, murió hace más de cincuenta. Aunque la mayoría de nosotros no lo conoció, aún lo sentimos cerca.

He escuchado decir que en el Hogar se respira su presencia. He sabido de auxiliares y personal de servicio que atienden a los pobres como Cristo mismo lo haría. Se comenta que en ningún otro lugar los enfermos son tratados con tanto respeto y cariño. ¿No es esta la mano del Padre Hurtado?

He preguntado a los mayores por qué murió tan joven. Después de la larga formación del jesuita, recién a los treinta y cinco comenzó a trabajar. Sus años de servicio sacerdotal fueron apenas dieciséis. ¿Cómo hizo tanto en tan poco tiempo? Me dicen que esos escasos años los trabajó a toda máquina. Educador de jóvenes, predicador de ejercicios espirituales, sacerdote a tiempo completo, apóstol de la justicia social, promotor del sindicalismo, intelectual atento a los signos de su tiempo, gran lector y escritor a toda carrera, entre varias otras cosas más… ¡Reventó! ¿No pudo tomarse las cosas con calma? Parece que no. Parece que hay hombres tan poseídos de Dios que no se reservan nada para sí mismos, se dan hasta que mueren. En un siglo en que la miseria de Chile alcanzó cotas intolerables, un santo no podía esperar. Como si así, llevándoselo joven, Dios dejara bien claro que ama a los pobres y se impacienta con su miseria.

¿Qué nos dejó? ¿Cuál es su legado?  El Hogar de Cristo destaca en todo el país. ¡Cuántos chilenos han recibido del Hogar asilo, sanación, promoción y sobre todo dignidad! ¿Cómo habría sido nuestra historia sin este esfuerzo enorme de caridad? Más de 600.000 socios colaboradores cuyo aporte sustenta millones de atenciones anuales… un techo, unas sábanas limpias, un plato de sopa caliente en invierno, una mano cariñosa. La revista Mensaje continúa el propósito del Padre Hurtado de entrar en el debate cultural contemporáneo, de formar a los católicos y de luchar contra la injusticia, causa última de la pobreza. Otras obras desaparecieron, como la Acción Sindical Chilena. ¡Cómo lamentaría el Padre Hurtado la indefensión en que se encuentran hoy los trabajadores chilenos! Desapareció la Acción Católica, que él lanzó a las nubes, pero otros voluntariados, tantos, se nutren de su espíritu: En todo amar y servir, Un techo para Chile. Ultimamente la Universidad Alberto Hurtado, que obtuvo su autonomía justo el día que celebrábamos su cumpleaños, el 22 de enero, como obra póstuma suya se empeña en pensar un país más justo y forma alumnos con espíritu de servicio.

Pero no se puede pensar en las obras, sin pensar en las personas. Alberto Hurtado marcó a una generación entera de laicos. Unos todavía viven. Otros ya murieron. Ellos, santos seguramente varios, hicieron contacto con Dios mediante el “patroncito” y Dios les cambió la vida: los mandó a vivir modestamente, a instalarse en una población para servir a los pobres, a entrar de lleno en la política, a admitir en su familia a niños recogidos o a luchar por sacar adelante una toma de terreno. ¡Un laicado extraordinario dispuesto a “dar hasta que duela”!

También hay que nombrar a una generación completa de jesuitas, entre varios otros sacerdotes y religiosas que le deben su vocación. Jóvenes que fueron los privilegiados de su tiempo, dejaron todo por seguir a Jesucristo. Convencido del sacerdocio, el Padre Hurtado promovió las vocaciones sacerdotales. No se quedó en la lamentela típica por la falta de vocaciones sino que, habiendo experimentado él mismo que gana la vida el que la da generosamente, entusiasmó a muchos a dar el salto mortal. El Padre Hurtado ha sido un auténtico fundador de la Compañía de Jesús en Chile, por el camino que le abrió y los numerosos jóvenes que, tras sus pasos, se hicieron jesuitas.

El legado del Padre Hurtado es visible en obras y personas, pero es todavía más profundo. La herencia dejada es sobre todo espiritual. Alberto Hurtado nos dejó a Jesucristo. Abrió a Chile la mente para entender que el Dios de Jesús es amor. Este jesuita fue, como Ignacio de Loyola, un “contemplativo en la acción”, un hombre capaz de mirar su época con los ojos de la fe y descubrir en los acontecimientos históricos la llamada de Dios a “poner el amor en acciones más que en palabras”. Enseñanza poderosa que nos debiera ayudar a romper con una religiosidad limitada a los sacramentos y a la capilla, para abrir el alma a los hombres y mujeres de nuestro tiempo y acogerlos, consolarlos, animarlos y entusiasmarlos a creer y a trabajar por un mundo mejor. Sin Jesucristo nada del Padre Hurtado habría sido posible. Jesús dedicado por completo a la llegada del Reino de Dios, explica el despliegue de toda la energía de nuestro santo. Este Jesús fue, en la intimidad, la compañía última que lo animó a seguir adelante ante las adversidades e incomprensiones.

Lo más original de su espiritualidad fue su “mística social”. A muchos cuesta creer que él fuera un místico. La idea clásica del místico es la de hombres y mujeres que encuentran a Dios en la oración, y que en la oración tienen de Él experiencias extraordinarias, raras al común de los mortales. No consta que Alberto Hurtado haya tenido este tipo de experiencias, pero sí sabemos que él vio a Cristo en el pobre. De allí sus palabras: “El pobre es Cristo”. A la luz del mandato de Jesús de encontrarlo en los enfermos, los encarcelados y los pobres en general (Mt 25, 31-46), no hay duda que Alberto Hurtado fue un místico cristiano auténtico, un místico de la acción social. El mayor legado a nuestra generación es su amor al Cristo prójimo y al Cristo pobre.

Si el Padre Hurtado nos visitara hoy, ¿qué nos diría? Estoy seguro que nos hablaría de Dios: “Dios es lo único absoluto. Todo lo demás es secundario: lo primero es amar a Dios y hacer su voluntad”. Añadiría: “¿para qué se afanan tanto por asegurarse la vida? La vida es para regalarla. Se puede ser feliz con muy poco. Sean austeros. Lo único importante es hacer feliz a los demás”. Me lo imagino hoy día. Lo veo alegre, sonrisa de oreja a oreja, abrazando a sus amigos, recogiendo en sus brazos a los niños, admirándose de tantos servicios nuevos del Hogar: rehabilitación de drogadictos, viviendas, casas de acogida.

Le alegraría mucho saber que el Hogar es como la Iglesia en chico. “Qué hermoso”, diría, “que haya aquí tanta diversidad. Mayores y niños. Gente de los más diversos movimientos, también evangélicos y otros a los que les cuesta creer”. Con pudor habría visitado su propio santuario. Tal vez nos confesaría: “En un primer momento no estuve de acuerdo con que me hicieran un santuario. Pero, luego, al ver tanta gente que encuentra aquí al Señor y se vuelve más generosa, he venido yo mismo a atender a los peregrinos y paso horas escuchando y consolando”.

Lo imagino hablándole a los universitarios. Los llamaría al heroísmo y la santidad: “Este mundo tiene necesidad de gente joven que en vez de acumular privilegios y certificados de pureza, se lance a interrogar a Jesucristo: ‘qué quieres de mí, Señor’. Necesitamos universitarios que en vez de calcular con cuánto van a jubilar, se pregunten cómo servir más con sus propias carreras. Más que profesionales el país necesita hombres y mujeres que amen”.

A los ricos los animaría a leer el Evangelio sin defensas, exponiéndose a las duras palabras de Jesús contra ellos, que en realidad no son contra ellos, sino en su favor: “Hay más alegría en dar que en recibir, enseña Jesús. Felices los que empobrecen para enriquecer a los demás. El Reino también es para ustedes. No sean lesos. Crean en Dios, no se van a arrepentir. Den limosna, pero sobre todo paguen sueldos justos, porque los sueldos que asigna el mercado a los pobres o el sueldo mínimo legal son la fábrica más grande de pobreza y de deshumanización”.

A los pobres que bajan los brazos y no quieren vivir más, les recordaría que ellos son los privilegiados del Reino. A los que logran salir de la miseria, les advertiría: “No se conviertan en nuevos ricos, cuidado con la ambición, no olviden que han sido pobres, en la pobreza está la dignidad, la confianza hay que ponerla en Dios y no en el dinero”.

Si tuviera la oportunidad de hablar por Televisión, en cadena a todos el país, pienso que el Padre Hurtado diría: “Vienen tiempos de cambios grandes y rápidos. Habrá mucha incertidumbre. Los enormes descubrimientos de la ciencia, los fabulosos inventos de la técnica, no son garantía de nada. Hoy la ciencia y la técnica están a disposición de los mismos que concentran la riqueza y el poder en todo el mundo. El quinto más rico de la población mundial dispone del 80% de los recursos, mientras el quinto más pobre dispone de menos del 0,5 %. Ningún país del planeta es capaz de sustraerse a este movimiento. La pobreza crece, la libertad disminuye. ¡Pero no pierdan la esperanza! Jesús ha resucitado y lucha por dar a la historia el rumbo contrario”. En su época, como apóstol de la doctrina social de la Iglesia, el Padre Hurtado litigó contra el comunismo y el capitalismo, promoviendo un “orden social cristiano”. Ahora combatiría el neoliberalismo. Terminaría sus palabras inspirado en las enseñanzas de los obispos latinoamericanos de los últimos años: “Los tiempos se pondrán difíciles, pero no se desesperen. Miren a Cristo en el pobre. Si  Cristo anunció a ellos el Evangelio, ellos antes que cualquiera tienen algo que enseñarnos. No se puede dar a los pobres sin recibir de los pobres. Para que el mundo cambie, déjense evangelizar por los pobres”.

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