
Esto fue en el año 2002. Visitaba la toma de Peñalolén con la intención de que la comunidad cristiana me aceptara como cura. Una familia me hizo entrar a su casa: una mediagua. Eran cartoneros; se ganaban la vida recogiendo cartones que acarreaban en un triciclo. Rastreaban en los basureros, buscando algo que luego pudieran vender. La dueña de casa me mostró, con enorme orgullo, lo más importante que tenía: una Virgen de greda, o algún material similar, de color terracota. Estaba feliz.
Nunca había visto una Virgen así. Era preciosa. Salía totalmente de los cánones porque, ¿cómo decirlo?, era gordita, o más bien gruesa. Tenía una corona en la cabeza también muy especial: grande, enorme. Me dieron ganas de comprarle la Virgen, pero no habría tenido suficiente dinero para hacer una transacción justa. Sin embargo, me abstuve de hacerle una propuesta de esta naturaleza porque habría sido humillarla, incluso corromperla. Sentí vértigo de haberlo pensado. Ella estaba mimetizada con su Virgen; comprársela habría sido como pasarle por encima con un camión de basura.
A la Virgen la Iglesia la llama la Inmaculada, la Purísima. Su día es el 8 de diciembre, y no puede ser otro. Supe de una comunidad cristiana que se rebeló cuando los párrocos adelantaron la celebración un día. ¿A alguien se le ocurriría cambiar el día de la Navidad? Es el cumpleaños de su madre. Su día es el 8. Es feriado. Los peregrinos atiborran los santuarios, visitan a la Virgen para pedirle y agradecerle. Ella no tiene mácula, es sin mancha. Mácula significa mancha, impureza, suciedad, basura. La mujer cartonera la había rescatado de la basura para venerarla en su casa como lo más importante de su vida.
Lo que no se dice normalmente es que lo más santo de la Inmaculada es su honda humanidad. Conocemos quién fue la Virgen gracias a Jesús, y a la vez conocemos a Jesús gracias a su madre. Lo que distingue la divinidad de Jesús es su profunda humanidad. No son tanto sus milagros y las cosas portentosas que hacía, sino su amor a los pobres, a los enfermos, a los despreciados y a los que no tenían con qué comprar una gallina para ofrecerla en sacrificio en el Templo. Jesús ponía la mirada en quienes vivían al día, como los jornaleros, los afuerinos, los trabajadores independientes. Hoy se fijaría en las personas que tienen un cartoncito, lo sacaron con esfuerzo, con ilusión, pero nadie los considera. Pondría sus ojos en los esfuerzos de los pequeños por sacar adelante a sus familias. La santidad de Jesús consistió en su empatía.
La humanidad de Jesús es la prueba de su divinidad. Por años he enseñado cristología. Esta es la conclusión a la que he llegado acerca de la identidad del Hijo de Dios. Su divinidad nadie ha podido verla en vivo y en directo. Solo conocimos a Jesús de Nazaret.
La fiesta de la Inmaculada, María, la mujer sin mancha, es espejo de la fiesta de la Encarnación. La Virgen fue simplemente humana. No fue divina, sí humana, criatura de Dios e hija suya. En ella, cree la Iglesia, no hay pecado porque participa anticipadamente de la humanidad extraordinaria de su hijo Jesús. Donde hay solo amor, el pecado no tiene lugar. El caso es que Jesús fue profundamente humano debido a su madre. Y María también lo fue a causa de su hijo. Esto lo saben muy bien las mamás: ellas crecen en humanidad gracias a sus hijos; los hijos llegan a ser hombres y mujeres íntegros cuando han tenido madres con la fe de María.
También recuerdo que, años atrás, debió ser más o menos en 1998, conocí a una mujer mayor que me contó que no había tenido mamá, no había conocido a su madre. Para ella, la Virgen había sido su mamá. Me lo decía con un entusiasmo parecido al de la señora cartonera que me presentó la imagen de María. En el mundo hay miles, millones de personas que quieren ser mejores acogiéndose a la Virgen.
Habría sido un error tremendo comprarle la Virgen a la señora cartonera. Vivía en medio de la basura. Probablemente pensaba que la imagen era lo único puro en su casa. Tal vez creía que ella y los suyos también eran basura. Pero si la Inmaculada irradiaba amor por los pobres en aquella vivienda, a sus integrantes no les habría faltado el ánimo para salir nuevamente con su triciclo, de noche, buscando cualquier cosa que al día siguiente pudieran vender para comer.
Haber intentado comprarle la Virgen a esta humilde mujer habría sido un horrible pecado.