EcoCristianismo: Las semillas que somos

En la parábola del sembrador, Jesús nos dice que un grano de trigo que cae en tierra puede llegar a producir cien, sesenta o treinta veces más (Mateo 13,8). ¿Cien, sesenta y treinta granos más? No, porque de cada semilla nace una planta, y cada planta puede producir entre 5 y 15 espigas, y, como sabemos, cada espiga puede contener unos 50 granos. Todo sumado, dadas las mejores condiciones, una semilla puede dar origen a unos 200 o 300 granos.

Otro ejemplo de exuberancia: una palmera datilera, a lo largo de su vida, puede producir 7.000 kilos de dátiles, o lo que es equivalente, unos 500.000 dátiles.

Y un ser humano, ¿cuánto puede producir? Importa menos que calculemos su productividad en gametos o hijos criados. También es poco relevante si es capaz de producir 1 dólar al día o 1 millón. Más interesante es reflexionar sobre cuánto puede amar. No existe instrumento para medir el amor. La mejor imagen, sin embargo, es la de un niño que abre los brazos lo más que puede para decirle a su madre cuánto la quiere. Este gesto, dado que el ser humano es más humano cuando ama, vale más que horas y horas de trabajo o que el sueldo más alto del planeta.

Dice la Biblia que “la tierra está llena del amor del Señor” (Sal 33, 5). ¿De qué está hablando? Los brazos no se pueden abrir tanto, pero la imaginación nos permite creer que, si respiramos amor además de oxígeno o toxinas de distinto tipo, y si somos seres capaces de sintetizar amor y exhalarlo a la atmósfera, entonces también somos capaces de vivificar el planeta. ¿Cuánto amor recibimos y cuánto damos?

El amor es un material espiritual. Se recibe y se da espiritualmente, es decir, de un modo libre y creativo. Ya podrán discutir los filósofos si los animales tienen alma o no, y si pueden amar. Parece que sí. Lo que importa, de momento, es que no hay nada más humano que amar, y quien ama engendra infinitamente más de lo que ha podido recibir cuando es amado.

“El sembrador salió a sembrar”, dice Jesús, tirando semillas por todos lados, como diciendo: “La que agarra, agarra”. Pero, ¿a qué apunta Jesús con todo esto? A que él habla y espera que sus palabras sean escuchadas. Quien las oye, dará mucho fruto.

Si Jesús es la Palabra del Padre, si Jesús es el amor de Dios por su creación, quien escucha esta palabra y vive de ella, amará sin medida. Así, amando, hará girar la tierra sobre su eje.

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