
Supe del caso de un “regalo eterno”. Se trataba de un frasco de miel de la zona del Maule. Había sido confeccionado por una cooperativa agrícola creada en los tiempos de la Reforma agraria. Vendían allí otros productos: quesos de distinto tipo, quesillos frescos, panes, jugos, frutos secos e higos.
La historia es esta: la jefa de la cooperativa regaló un frasco de miel a un amigo, el amigo regaló el regalo a su abuela, la abuela a su nieto, el nieto a un compañero de curso, el compañero de curso a su papá que era un narcotraficante y este a un capo mafioso que, a su vez, lo envolvió en un papel color paquete de vela y lo envió en pago de un favor a aquel mismo amigo que, meses atrás, lo había recibido de la jefa de la cooperativa. Este no tuvo idea del circuito del obsequio, pero recordó a su amiga y se alegró otra vez más. El mismo frasco lo hizo feliz en dos oportunidades. Fue tal su entusiasmo que le mandó la miel a uno de sus trabajadores que se había ido a vivir a un pueblo del norte en no quedaban espinos ni flores.
La jefa de la cooperativa nunca se imaginó el itinerario eterno de uno de sus productos. De haberlo sabido, habría perdonado a su amigo por no quedarse con la miel. Tampoco las abejas supieron que habían hecho felices a tantas personas.
Jesús miraba en el templo cómo todos echaban dinero en las arcas (Marcos 12, 41-44). Los ricos echaban mucho, pero de lo que les sobraba; los pobres echaban poco, pero de lo que les faltaba. Jesús observó cómo una viuda famélica echaba dos moneditas de cobre que eran las únicas que le quedaba para vivir. El Maestro empezó a fantasear. Quiso creer que la mujer había querido empatar con Dios. De Dios la viuda había recibido la vida; ella habría deseado corresponderle de la misma manera. Pasando y pasando. “Amor con amor se paga”, enseñaba el Arcipreste de Hita.
Algunos al ver la escena imaginaron que la viuda había abandonado el templo muy triste de haberlo perdido todo. Jesús, en cambio, adivinó su enorme alegría.
La verdadera alegría es eterna. Es imbatible. Se alimenta de la gratuidad. Funciona con regalos caros y baratos, da lo mismo. Vistas las cosas desde la eternidad, los bienes materiales son importantes cuando se comparten. No importa que algunos de estos se vendan. Interesa mucho, en cambio, que, aun teniendo precio, faciliten la donación gratuita de las personas.
Jesús dio su vida con la misma idea que tuvo la viuda al echar su moneda en la alcancía del templo. Hizo exactamente lo mismo que esta mujer. Su generosidad fue extrema. Él pudo comprender a la mujer porque su programa de gobierno, el Reino de Dios, debía ser una buena noticia para los pobres. Más aún, para quienes no tenían cómo corresponder un regalo más que consigo mismos. Estos, según Jesús, son los verdaderos “pobres de espíritu” a los cuales él llamó felices (Mt 5,3).
El que queda atrapado en la lógica de las Bienaventuranzas vive de la alegría para siempre.