Entrevista a Benedicto XVI

El Papa, humildemente, entra en conversación con quien quiera saber cómo ve él el mundo actual, la Iglesia y, sobre todo, reclame de ella una explicación de algunos de los  innumerables temas que inquietan hoy a los cristianos, especialmente si uno de estos son los escándalos destapados el año 2010. La entrevista dada al periodista alemán Peter Seewald indica que Benedicto XVI quiere comunicarse a través de un diálogo. Él, que contra viento y marea sostiene que el hombre es “capaz de la verdad” y se esfuerza por mostrar la racionalidad de la fe y de la moral católica, se expone a las preguntas agudas que muchos hacen a la Iglesia, fundamenta, provoca a sus interlocutores, reconoce los errores propios y las miserias de la Iglesia. Benedicto XVI lamentaría que las palabras de esta entrevista fueran tenidas por infalibles: es una humildad que debe tener presente el lector de este libro.

El Papa tiene una visión muy amplia de la situación de la Iglesia. Nos  sorprenderá saber que la Iglesia en otras partes está viva, que crece y que en ella las vocaciones sacerdotales aumentan. Pero tampoco nos debe pasar por alto que el cristianismo europeo se hunde en una profunda crisis. La distancia entre la fe cristiana y la cultura secularista crece cada día más. La Iglesia allí es incomprendida. Dice: “Ciertamente estoy también decepcionado. Decepcionado sobre todo de que en el mundo occidental exista ese disgusto con la Iglesia, de que la secularidad siga haciéndose autónoma, de que se desarrollen formas en las que los hombres son apartados cada vez más de la fe, de que la tendencia general de nuestro tiempo siga siendo opuesta a la Iglesia”. Benedicto XVI no ve que el cristianismo se oponga por principio a la modernidad, pues los mejores valores de esta tienen su raíz en la misma fe cristiana. Es necesario, sin embargo, juzgar y discernir. La modernidad del progreso ilimitado, sostenido por un desarrollo desenfrenado de las ciencias, y el cultivo de una libertad conducente a un relativismo que socava los fundamentos de la vida y de la conciencia, constituyen un desafío muy complejo para la fe.

Seewald pone los temas que más inquietan a los fieles católicos. Casi ninguno queda fuera: homosexualidad, negación de la comunión a los divorciados, negación de la ordenación sacerdotal a las mujeres, crisis del celibato, crisis del matrimonio, Humanae vitae, liturgia, avances y retrocesos en el ecumenismo y en las relaciones con el Islam, Iglesia popular o de minorías.

La prensa mundial ha resaltado que el Papa afirma que en algunos casos el uso del preservativo puede ser un primer paso en el camino de la responsabilidad moral. Lo que para muchos es obvio, no lo ha sido para la postura oficial. Benedicto XVI interpreta las palabras que él mismo usó en África, a propósito del uso del preservativo para frenar el sida. Entonces  reaccionó casi molesto cuando se le dijo que la Iglesia se desentendía del problema, desconociéndose que nadie más que la Iglesia ha atendido a las personas que padecen la enfermedad. Lo que no se ha comprendido es que el Papa reacciona en contra de la banalización de la sexualidad. La alta dignidad de la sexualidad humana lo hace declarar que “deben darse más cosas” que el preservativo para atacar este mal: “Eso solo no resuelve la cuestión”. En este sentido, siempre debe primar la responsabilidad con los demás, criterio último de la moralidad y “primer paso en el camino hacia una sexualidad más humana”. En realidad, nada nuevo en la moral católica tradicional, pero importante de recordar cuando parece habérselo olvidado.

De todo lo conversado, conmueve cómo el Papa Benedicto ha sufrido con los escándalos sexuales del clero y con la suerte de las víctimas: “Lo importante es, en primer lugar, cuidar de las víctimas y hacer todo lo posible por ayudarles y por estar a su lado con ánimo de contribuir a su sanación”. Sufre con el daño hecho: “Todo esto ha sido para nosotros un shock y a mí sigue conmoviéndome hoy como ayer hasta lo más hondo”. El Cardenal Ratzinger, en su momento, no pudo hacer más para terminar con abusos tan estremecedores. Hoy se sabe que casos como el de Marcial Maciel fueron encubiertos por altas autoridades eclesiásticas. En esta sección de la entrevista, cuando el Papa abre el corazón y habla de lo que más le duele, lo demás adquiere un lugar secundario. Benedicto XVI se ha empeñado en llegar a la verdad y a la justicia sin contemplaciones, y en prevenir que estos abusos no se repitan.

No obstante, el Papa llama a no perderse. La Iglesia puede parecer miserable, pero es hermosa y necesaria. El reconocimiento de sus males se convierte en el principio de su grandeza y, en tiempos de turbulencia, la gente necesita una autoridad espiritual y moral, y nadie mejor que ella puede ofrecerla.

La salida de todos los males que aquejan al mundo y a la Iglesia es Dios. Esta es la esperanza que atraviesa de principio a fin la conversación con Seewald. Esperanza en Dios, en que la humanidad crea en Dios y solo en Dios. Sin Dios, según el Papa, no parece que haya futuro histórico alguno: “Se podrían enumerar muchos problemas que existen en la actualidad y que se preciso resolver, pero todos ellos solo se pueden resolver si se pone a Dios en el centro, si Dios resulta de nuevo visible en el mundo”.

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