El cristianismo hoy

Si es cierto un auge religioso mundial. Si es verdad, además, que con argumentación religiosa se defienden intereses económicos, políticos y culturales de grandes civilizaciones, que las mentalidades diversas chocan y que los conflictos se agudizan por la progresiva concentración de la riqueza. Entonces, no será extraño que vengan tiempos de fanatismo religioso de tipo cultural, revolucionario o terrorista.

¿Qué rol jugará el cristianismo en la actual encrucijada histórica? Imaginamos que, en razón de la deuda recíproca entre cristianismo y cultura occidental, el cristianismo se inclinará a favor de la causa de Occidente. Saldrá por cierto en legítima defensa de la libertad y dignidad personal, pues se trata de su fabulosa contribución a esta cultura y a la humanidad entera. Pero, ¿quién podría decir que el llamado de líderes occidentales a proteger los valores cristianos de su civilización no sea también un llamado a hacerlos prevalecer en el mundo entero? En la actual confrontación internacional, el cristianismo también se usa para reciclar los intereses mezquinos de Occidente en dos planos. En el personal, expresándose en piedad religiosa individualista, autosuficiente e indiferente a la justicia social. En el colectivo, asegurándose que la sociedad occidental es la mejor de todas.

Que el cristianismo haga el juego a Occidente, sin embargo, es comprensible, pero no obligatorio. Si históricamente se ha identificado con la cultura greco-romana en particular, teológicamente se identifica con todas las culturas sin agotarse en ninguna. El cristianismo tiene una vocación a la paz universal que lo capacita para urgir a las diversas personas y civilizaciones al diálogo. Se querrá usarlo para imponer los valores occidentales a los «bárbaros» y los «paganos», para conquistar a estos pueblos e incluso declararles la guerra, pero esperamos que suceda todo lo contrario, que la fe cristiana haga de bisagra y de puente entre las civilizaciones. Ésta es su auténtica tarea. ¿De qué depende que suceda?

El cristianismo debiera llevar a la práctica su fe en Dios: el Dios de los pobres y el salvador universal. La pobreza es hoy la más grande de las civilizaciones. El cristianismo, en la medida que recupere su carácter de religión de pobres, en tanto represente la fe de los pobres y su anhelo de justicia, ridiculizará la lucha por acreditarse como la mejor de las civilizaciones posibles y los renovados empeños por apoderarse del mundo. Pero, además, debiera traducir en conductas concretas de encuentro, respecto y reconciliación con musulmanes, budistas, judíos, no creyentes y otros, la convicción teológica mayor que sostiene que todos los seres humanos son criaturas de Dios y que por todos, sin excepción, dio Jesús su vida. Por esta misma razón, la humanidad es advertida en contra del narcisismo e la intolerancia de todas las religiones, incluida la cristiana, y en contra de cualquier civilización elitista e imperialista.

Si es cierto que Dios salva a unos y otros por vías que incluso la Iglesia desconoce, el cristianismo no se justifica, no tiene razón histórica de ser, más que evitando las guerras, promoviendo el amor, inventando la paz, con todo lo cual se anuncia que Dios se jugó por entero en ese hombre pobre y universal que, para crear una nueva convivencia humana, prefirió morir a matar.

Jorge Costadoat S.J. Si tuviera que educar a un hijo… Ideas para transmitir la humanidad, Santiago, 2004.

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