El catolicismo social del Padre Hurtado: una lectura desde el presente

Chile lo ha reconocido como un santo y también como modelo de chileno. Porque él pensó el país desde la fe y el compromiso cristiano, su figura se eleva por encima del pensamiento de su época. Sin embargo, se hace necesario insertar sus ideas y su acción en el contexto del cual formaron parte otros católicos de su generación que lucharon por la justicia social. Han cambiado las circunstancias, pero su apelación evangélica conserva intacto su valor.

El casi medio siglo transcurrido desde que convocó a comprometerse con la pobreza material de quienes quedaban al margen de la industrialización y el desarrollo, ha sido testigo de la aparición de un nuevo Chile. El enfrentamiento ideológico de los años de la post-guerra, la penetración del socialismo y el comunismo, la ruptura cultural que posicionó a los jóvenes en situación de cambiar desde las estructuras universitarias a la misma familia, y, finalmente la dictadura militar que no solo terminó con la confianza democrática sino también impuso formas de desarrollo donde el mercado reemplazó a las antiguas certezas, son algunos de los desafíos a los cuales el catolicismo tuvo que enfrentarse. Nuevos «pobres» se agregaron: los marginados, las víctimas de la violencia social, las víctimas de la violación de los derechos humanos y del giro económico que daba el país, los excluidos del consumo y de la cultura del éxito. Indirectamente también se hicieron «pobres» los drogadictos de drogas y de cosas.

Catolicismo social

La inserción de Chile en un mundo globalizado, donde la diversidad se impone incluyendo actores, culturas y situaciones sobre las cuales probablemente el Padre Hurtado nunca tuvo que pensar, ha creado nuevas formas de marginación. En consecuencia, en las proximidades del Bicentenario de la república, se impone repensar el catolicismo social e intentar comprenderlo en el nuevo contexto cultural chileno. Aunque Chile aún sea mayoritariamente católico, los bautizados han ido distanciándose crecientemente de las normas y recomendaciones eclesiásticas. Vale la pena preguntarse con el Padre Hurtado: ¿es Chile un país católico? Pero, ¿tiene sentido hoy hablar del «destino universal de los bienes»? ¿Es válido reclamar contra la burguesía como lo hizo Hurtado?

En 1891 el Papa León XIII promulgó la encíclica Rerum Novarum, documento clásico del Magisterio eclesiástico sobre temas sociales. Haciéndose eco de un amplio y significativo movimiento ya extendido por varios países de Europa durante el siglo XIX, el Papa asumió la dramática «cuestión social». Junto con una profunda preocupación pastoral por la difícil situación de los trabajadores, la naciente doctrina social de la Iglesia reflejaba también una toma de conciencia acerca de las consecuencias que estaban teniendo para la Iglesia y para la fe de los proletarios la acción concientizadora de los representantes del socialismo y comunismo.

Hacia l930, quienes dentro del Partido Conservador chileno propiciaron el compromiso activo del Estado con la justicia social y que se organizarían más tarde políticamente en torno a la Falange, entraron en abierto conflicto con las posturas más tradicionalistas que continuaban confiando la solución a iniciativas privadas. Esta juventud católica, miembros de la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos, ANEC, que dirigía Oscar Larson, integró también la Liga Social del Padre Fernando Vives. El resultado fue una ruptura de la cual se desprendieron varias corrientes, unas más políticas, otras más sociales, unas vinculadas a orientaciones ideológicas y otras a prácticas solidarias y a diversos tipos de asociaciones.

Entre éstas, el corporativismo católico, con un discurso antioligárquico y profundamente crítico del orden liberal, fue muy influyente en las décadas del 30 y 40, apoyado en la encíclica Quadragessimo Anno de l931.

El corporativismo perdió vigencia en la segunda mitad del siglo XX, a causa del éxito de la democracia liberal. No obstante, elementos socialcristianos corporativistas pervivieron incluso en la Democracia Cristiana de los años 60. Las posturas políticas asumidas por estos sectores del Catolicismo Social que exigían medidas redistributivas que permitieran mejorar la situación de los más pobres ocasionaron más de una crisis al interior de la sociedad chilena católica.

El legado del Padre Hurtado

¿Qué queda hoy del padre Hurtado y de esa generación de «católicos sociales»? Queda la porfía de la Iglesia en la opción por los pobres. Desde la Conferencia de Medellín (1968) hasta la de Aparecida (2007), los obispos han insistido en que no se puede ser cristiano sin optar por los preferidos de Dios. Los documentos afirman que en el rostro del pobre encontramos a Cristo y en el rostro de Cristo, el de los pobres. ¿Qué pobre? Como nos recuerda la última Conferencia, hoy el pobre es el excluido: el sobrante y el desechable (DA 65). El documento llama por ello a contrarrestar los aspectos más negativos de la globalización, la miseria que se recicla en todas partes del mundo y que asume diversos rostros: de ávidos de consumo, de reconocimiento, de evasión y de poder. También de respeto, de participación, y de oportunidades. ¡Carentes en tantos sentido!

Del Catolicismo Social de Hurtado todavía queda mucho. No sabemos exactamente si la apuesta del santo chileno por cambios sociales estructurales -apuesta que los obispos latinoamericanos y Benedicto XVI han renovado en Aparecida (Brasil, 2007)-, será capaz de enderezar la historia. En lo inmediato, persisten varios signos de esperanza, provenientes especialmente de católicos comprometidos con el servicio social y político como mandato cristiano. De este modo, el catolicismo refuerza la solidaridad que se nutre de la lucha por la justicia, de la compasión (pasión con el pobre) y de la misericordia (acción por el pobre) que inspiran a los cristianos desde los orígenes de la Iglesia.

«El pobre es Cristo». Esta convicción es el legado de Alberto Hurtado. Este legado tiene tres expresiones. Primero, el Catolicismo Social de Hurtado da por supuesto que la sociedad es reformable por sujetos que se empeñan en su trasformación; en otras palabras, que ningún orden social se impone a la libertad humana como un hecho necesario, natural o fatal. Queda, en segundo lugar, la reivindicación católica de «lo social», de la solidaridad en el Cuerpo de Cristo, frente al individualismo, particularmente el individualismo capitalista, que devora a nuestros contemporáneos. Y, por último, queda la práctica de un discernimiento de los «signos de los tiempos» que ha obligado a la Iglesia a dialogar con la modernidad para evangelizar a las nuevas generaciones.

Hoy, cuando se habla de «ocaso de las ideologías» y se incentiva la autonomización de la sociedad civil organizada en torno a la eficiencia y la eficacia, y, en consecuencia, a la despersonalización de la vida social, es difícil imaginar un campo de acción para el catolicismo social donde la persona se manifieste en plenitud. El desafío actual para el pensamiento social católico es posicionarse en el ámbito de la cultura, con un mensaje comunicacional que interpele a las preocupaciones contemporáneas de los fieles a través de un lenguaje donde la ortodoxia no parezca una admonición moral negativa sino un incentivo al uso de la libertad humana para discernir y actuar ante las diversas pobrezas de la modernidad. De esa manera podrá resistir y contra-restar al pesimismo que mueve a pensar que ni la política ni las acciones humanas pueden ya alterar el curso de la historia.

Liberado lo religioso de la hegemonía de unos pocos, liberado el catolicismo de ser justificación de determinadas tradiciones que se oponían a lo moderno, el cristianismo puede ser social, abierto a la diversidad y también plural. Este mismo fue el llamado del Concilio Vaticano II que hombres como Alberto Hurtado anticiparon, y que a los nuevos católicos corresponde continuar

Publicado con Ana María Stuven

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