Educación en cifras o para la solidaridad

Se ha hecho costumbre medir en cifras la calidad de escuelas, liceos y colegios. El SIMCE, la PSU… Las revistas publican los resultados y destacan a los mejores. Pero, ¿qué decir de las escuelitas públicas que ocupan los últimos lugares?

¡Cuidado con las cifras! Ningún mecanismo puede ser más engañoso que medir la calidad de la educación en números. ¿Hay algún instrumento que pueda contarnos con cuánta alegría un niño de la peor escuela del país juntó la P con la A para decir «papá»? ¿Hay alguna estadística que pueda registrar que en esa escuela la profesora gastó parte de su sueldo para comprarle lápices a sus alumnos? Si se trata de educar, es mucho más importante el amor en enseñar y en aprender que sacarse un «siete» o prestigiar al establecimiento por el promedio en la PSU. Por encima de todo, la educación debiera formar personas capaces de aprender de la vida,  gente creíble que cumpla su palabra, hombres y mujeres que piensen en los demás antes que en sí mismos.

Son preocupantes, por el contrario, las profundas distorsiones que la medición de la educación en números puede acarrear. ¿A qué costos los establecimientos escolares de más altos puntajes alcanzan estos resultados? Probablemente en estos casos el conjunto de factores favorables termina minimizando estos costos. Pero si de estos colegios saliera gente que sólo piensa sacar ventaja de sus contactos y acumular privilegios, sujetos indiferentes a la suerte de las escuelas públicas, ¿qué tipo de educación han recibido?

La obsesión por las cifras lleva a los profesores a inflar las notas. A los apoderados, a cambiar afecto por rendimientos. A los alumnos, a copiar en las pruebas. Y a los establecimientos, a deshacerse de los «niños problema». Los números llaman a los números… ¿No es ésta acaso una de las principales causas de la corrupción que estos días comienza a tantearnos?

No se trata de mistificar la mediocridad de la enseñanza. Pero si nos acostumbramos a medir los objetivos de la educación en cifras, los resultados serán individuos esclavos del qué dirán, del precio de lo que la propaganda manda consumir… Sujetos que valen por su renta, que cesantes pareciera que no valen nada.

¡Personas libres es lo que se necesita! Libres de los cálculos, capaces de amar y de perder. Celebremos, por esto, la mejoría de puntajes, pero especialmente de aquella escuela donde los niños aprenden porque juegan y juegan en equipo para inventar un país solidario.

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