Contre Contreras

Es de la “U”, pero no le niega la comunión a los colocolinos, y si se sirve un café, lo hace en un jarro de “la cato” para que todos entiendan, y a ninguno se le olvide, que él, Contre Contreras, ha sido hecho obispo del Cuarto Milenio para jugarse por toda su gente, aunque algunos sean “hijitos de su papá”.

Contre Contreras nació en la frontera de una nación hermana y enemiga. Fue bautizado en un remate. Se crió entre perros y gatos. Lustró zapatos ajenos. Los amigos del barrio lo apodaron “Contre”, por razones que nadie recuerda pero que todos discuten. Que se trataría de un diminutivo colegial de “Contreras”, insisten sus compañeros. Los que en la universidad además lo llamaron “Dialéctico”, aseguran que lo de “Contre” es una variante de “Contra” o la conversión de su apellido de la potencia al acto. Los que se estremecen al escucharlo afirman que lleva el mote porque cuando dice palabra la respalda con todo el corazón, y al pronunciarla se estremece “hasta el contre”. Hay también quienes penetrando su aura de guerrero, ven más allá, más lejos, el alma tierna de un niño que gusta la sopa de pollo que le ofrece la mamá, cuando le trae esa carnosidad hermética a la vista, blanda a los dientecillos de leche, que en el pollo la mamá tal vez no sepa para qué sirve, pero que es conocida como “contre” o “contrecito”.

Cuando por vez primera Contrecito oyó de Jesús, el hijo de la nazarena, reconoció de inmediato que él, y no otro, era el Mesías, ese signo de contradicción que había de venir al mundo para salvar la familia humana, indisponiendo a los hijos con sus padres y a los padres con sus hijos. ¡Ah, cómo le ardía el corazón, la cabeza…! De joven entendió todo al pie de la letra, habría tomado la espada, se creía cruzado, ¡fuego! Se habría arrancado los ojos, por serle ocasión de pecado. “El que quiera salvar su vida, la perderá. Pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Dejó las malas juntas y se metió al Seminario. Ordenado sacerdote, amortiguado por el roce pastoral e instruido en sus tiempos libres en la Teología de la Recontraliberación, Contre Contreras interiorizó todavía más la sentencia del Señor: “El que quiera salvar su Iglesia, la perderá. Pero el que pierda su Iglesia por mí y por el Evangelio, la salvará”. Dejó los modos marciales. Comprendió que el único Dios era también Dios de sus enemigos. Poco después, el Papa Juan 24 lo hizo obispo. Su lema episcopal rezaría: “Del lustrín a la mitra”.

Hoy, patuleco pero siempre firme, Contre Contreras, igual que el gaucho Martín Fierro, es “blando con los blandos y duro con los duros”. A nadie maldice, pero cuando bendice, bendice con la mano izquierda. No levanta la voz cuando exhorta a romper con las tradiciones inútiles, pero tampoco cuando enseña la severa ley de la Iglesia. Nada más grita cuando le humillan a uno de sus fieles, y grita todavía más fuerte cuando la víctima inocente no pertenece a su redil. Porque al obispo Contreras importa menos la doctrina que la unidad de la Iglesia, en su diócesis la colaboración entre los agentes pastorales de los más diversos pelajes tanto ha crecido, que los jesuitas han aprendido a escuchar consejos y los frailes de escoba enseñan en las universidades, las carmelitas han tomado la catequesis bautismal mientras las catecas les riegan las petunias en el convento. ¡Cuánto amor hay aquí! En la diócesis de Contre Contreras las diferencias son múltiples e increíbles, porque él ha llegado a ser, magnánimamente, la contradicción de la uniformidad y la personificación de todas las posibilidades.

Por esto lo quieren tanto. Y si a nadie permite que bese su anillo, los besos le sobran. Y si alguno le pide la Volkswagen para dar una vuelta a la manzana, le presta también la mitra. En la catedral, los niños juegan con su báculo mientras él regalonea a los teólogos.

 Pub: Jorge Costadoat  Cristo para el Cuarto Milenio. Siete cuentos contra veintiún artículos, San Pablo, Santiago, 2001.

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