Chile desde el exterior

Algunos europeos aún conservan de Chile la imagen de Allende, Neruda y del fracaso del proyecto popular. Otros piensan que mientras viva el General Pinochet no puede haber en el país un cambio verdadero. No faltan quienes, un poco más al día, destacan la prosperidad chilena en el contexto latinoamericano. Cinco meses en el viejo continente han sido para mí ocasión de recibir estas impresiones, pero también para afrontar la pregunta: ¿cómo está Chile ahora?

El amor a la patria, la comparación con otros momentos históricos y con otros países, me han movido a responder que «mejor». Pero la misma comparación, cara al futuro, sirve para reconocer problemas que, si no se abordan, nos pueden costar el alma.

No es cuestión de imitar cualquier costumbre extranjera. Pero si algo podemos aprender de los demás, entre otras cosas, es el tiempo que en algunas partes las personas dedican a la lectura y, en otras, a la conversación. Con el cultivo de estas habilidades del lenguaje se adquiere el peso de la propia humanidad. Conversando y leyendo, es que se labra una personalidad capaz de preguntarse lo que la masa no se pregunta: de dónde vengo y adónde voy. ¡Una personalidad libre de modas, libre para inventar caminos nuevos!

Si los chilenos redujéramos las largas jornadas laborales (a menudo mal trabajadas), si encendiéramos el televisor sólo para los programas mejores (ahorrándonos horas de propaganda y de farándula), dispondríamos de energía para leer y de oportunidades para conversar. Necesitamos invertir en ciencia y conciencia. A nuestras relaciones humanas les falta diálogo. Es un error pensar que el mero progreso material nos hará más humanos. El desarrollo material embrutece cuando carece de una orientación humanista. El auténtico progreso, por el contrario, depende de la cultura de un pueblo y consiste en ella.

Pero la lectura y la conversación no son suficiente. Necesitamos también la escritura. No basta contar con sofisticados ordenadores si jóvenes y viejos escriben con dos dedos, sin puntos ni comas. Es más, si otra vez los chilenos escribiéramos poesía -el género literario de nuestra espiritualidad colectiva-, le daríamos con ella un contenido culto y profundo a nuestra convivencia. La ignorancia, por el contrario, es caldo de cultivo del abuso de los poderosos sobre los débiles. Gracias al dominio del lenguaje en general, podríamos fortalecer la sociedad democrática y el modo de gobierno democrático que nos hizo famosos y por el cual mereceremos que los demás nuevamente nos respeten y recuerden.

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