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Expedición teológica del Teniente Bello

Los pájaros no construyeron pirámides ni rascacielos. Los hombres no se contentaron con tener como las aves dos ojos, dos oídos, corazón, patas y buche para qué decir, estómago y gusto por las frutas y los granos. Volaron. Imitaron a los cóndores. Estaba dentro de las posibilidades. ¿Hay acaso algo más humano que explorar los senderos conocidos y desbrozar los por conocer?

 Pájaros y hombres, semejantes y tan distintos. Hay homínidos que trabajan como chercanes y otros flojos como mirlos. Hay treiles, garzas, cisnes y flamencos dignos y elegantes como los eritreos. En alguna época muy cercana en la historia de un cosmos viejo en trece mil setecientos billones de años, fuimos agua y calor, cromosoma, célula, ameba, quién sabe qué. Ellos y nosotros quisimos ser pez y pescador. Y nos dio por volar, cuando ni siquiera plumas teníamos. Las aves lo pudieron primero, pero ni ellas ni nosotros hemos sido infalibles.

 Aún se recuerda que a inicios del XX, tal vez antes, no sé, hubo una gran mortandad de pájaros en Valparaíso, cuando el puerto daba gloria al pacífico sur. ¿Auguraban los pelícanos ciegos de hambre, muertos bajo las ruedas de los vehículos, el fracaso venidero de la ciudad? De muy lejos habían seguido un cardumen de peces cuyo rastro por alguna razón extraviaron. Se despistaron, enceguecieron de desnutrición, perdieron el vuelo y la vida. Murieron miles.

 Pero la pérdida del pájaro no es comparable con la pérdida del hombre. Los pájaros se pierden porque fueron dotados de radares que pueden fallar, de apetito exacto, pero no la posibilidad de renunciar a su vocación. Es cierto que hubo aves que exploraron más allá de su especie. El ornitorrinco todavía busca su identidad. Pero en su caso la aventura es pura adaptación, estrategia genética. Y los seres humanos, distintos, no son sólo estrategia, sino algo más. En la lucha generalizada y cruel por la sobre vivencia, los hombres ganan siempre. Sólo pierden la guerra contra sí mismos.

 Y la perdieron. Dios, el primer pajarero, compartió con Adán y Eva su oficio de ornitólogo. El Señor les dijo que mandaran a las aves del cielo, y lo hicieron. Les dio poder para darles un nombre, y lo hicieron. La humanidad heredó de Dios su capacidad mítica de crear con la palabra, llamando las cosas por su parentesco recíproco, jugando con los parecidos, bromeando con las comparaciones, riéndose de la cara de pato de algún cuñado.

 La humanidad perdió la guerra contra sí misma cuando emprendió el vuelo para llegar a ser Dios y dejar de ser hombre. Quiso asegurar la posesión de la verdad y se eximió encontrarla. Habiendo podido ser hombre y Dios a la vez, creyó el hombre en Dios para liberarse del nómade que camina a tientas, probando, equivocándose. Esta fue su perdición. El error no estuvo en querer volar, menos en soñar con las nubes. Bastaba ser humanos, profundamente humanos, nada más. Porque es divino volar y no hay que dejar de ser hombres para hacerlo. Pues el Creador quiso que empolláramos todas las posibilidades, menos una: la de copiar a los pájaros, jactándose de ángeles, para asegurarse y dominar a sus hermanos de travesía.

 Alejandro Bello voló, porque hacía millones de años que quería volar. La generación de Bello, Avalos, Godoy, Pérez Lavín, por los años de la mortandad de Valparaíso, cumplió el anhelo primordial de la especie. Intrépidos todos. Amaron el aire y al aire libre. ¡Altazores!  Estremecieron las galerías. Sacaron gritos a las doncellas. Ocuparon la página primera de los periódicos. Allanaron el camino a Aracena y a Saint-Exupery. Rehabilitaron a Leonardo. Desenmascararon a los mediocres. Atizaron la rabia de los que esperaron y esperaron el momento oportuno para minimizar sus hazañas.

 Porque fueron aves entre las aves, esa generación de voladores bautizó la máquina de “avión”. Fueron un escuadrón providencial de hombres aviones, de verdaderas aves humanas con alas de cartón, motores a ruido y ganas, muchas ganas de la aventura más soñada por siglos: mirar la tierra desde el cielo.

 ¿Fue Bello un pecador? Como todos. ¿Fue un pajarón? No ha faltado el frívolo que lo ha pensado. Chilenos y chilenas que nada saben del amor al riesgo, han creído que sí y así lo han enseñado a los más pequeños: “más perdido que el Teniente Bello”. Como si Alejandro se hubiera perdido accidentalmente. Se ríen de él. Pontifican contra los aventureros. El compatriota medio se ha burlado de Bello. Ha hecho de su recuerdo una caricatura para atacar a los ilusos. El terrícola asustado llama accidente al acto heroico, celebra al héroe cuando el héroe ya no lo llama a saltar al abordaje. Lo envidia porque el hombre, el verdadero hombre, el primer aviador, le abrió los cielos y no le perdonará nunca este exabrupto de hombría. Los connacionales han usado al Teniente Bello para atacar con su mención al despistado común y corriente. Con un chiste han mochado la punta de lanza de la antropogénesis.

 Bello no fue ningún despistado. Su muerte no fue un infortunio. Murió como los conquistadores tras la Ciudad de los Césares. Murió porque amó la vida. Murió como Mery antes que él y Menadier y Ponce después de él. Murieron porque le pareció bello volar. Volaron para hacer más hermosa la vida. Para vergüenza de los paisanos que pronto los olvidaron, que hoy vuelan con un whisky en la mano y se preguntan: “¿existió el Teniente Bello?”.

 Pero, ¿murió? Una anciana de negro vio ver caer su avión en las inmediaciones de Llo-lleo. ¿Lo vio? A ella no la vieron nunca más. ¿Una noticia inventada para vender más diarios? No consta que Alejandro Bello haya muerto. Su compañero de vuelo, el Teniente Ponce, desde otro avión y antes de aterrizar en los potreros de Buin, lo vio despedirse de él con un gesto cariñoso y perderse luego entre las nubes. Esta fue la última información que tenemos.

 Debemos reconocerlo. El caso del Teniente Bello es enigmático. Su pérdida, un misterio. Se puede pensar lo que se quiera, casi todo, de su destino y de sus intenciones. El aviador fue una rara avis. Porfiado como poquísimos, quiso cumplir la tarea de llegar a Cartagena y volver a Lo Espejo en 48 horas, cuando las señales climáticas eran adversas. Pocos años después el místico Cortínez, engañando al mando y con diarios en el pecho para aguantar el frío, cruzó de ida y vuelta la cordillera. Bello perteneció a esta raza de insolentes, siempre rara, que obedece a su vocación. Los más siguen la moda. Él, ellos, no. Alejandro entró en los nubarrones como un principiante, obedeciendo a su sola pasión.

 Hay pérdidas y pérdidas. Nadie quiere perderse porque sí. El adelantado desea algo, sigue su instinto a ciegas, quiere incluso el riesgo a secas, pero no se pierde por perderse. Nada hay peor, en cambio, que negar la propia perdición, jurar que se está en la verdad, imperar la propia óptica a los demás o quemar en la hoguera a los que, con su ejemplo de búsqueda, pudieran extraviar a los niños. Entre la Inquisición y los niños no hay entendimiento ni lo habrá nunca. Los infantes exploran, juegan, ensayan, mienten, porque aman solo la verdad.

 El niño Jesús se perdió en el Templo. Buscaba a Dios. Lo encontró. Por tres días sus padres no supieron dónde estaba. ¿Sabía Jesús mismo dónde estaba? ¿Le importó un bledo que María y José estuvieran preocupados con su pérdida? Su incorregible costumbre de no tener por divino algo que no fuera auténticamente humano, le costó a la larga la vida. En el Templo Jesús se supo hijo de un Dios que llamó Padre, porque lo autorizó a perderse. Los sacerdotes castigaron su blasfemia.  La religión no soportó tanta libertad. Multiplicando las cautelas, con una pena ejemplarizadora, las autoridades religiosas prohibieron su arrojo, su coraje, su fe.

 Se perdió Jesús. La mística es cosa de experiencia, de soledad. Y el día menos pensado, ¡de traición y de abandono! La falsa mística ofrece entusiasmo, revelaciones secretas, conocimientos difíciles. No soporta la ignorancia del que se sabe en camino. Para proteger a Dios, apaga la ignorancia del hombre de fe.

 La desaparición del Teniente no fue un accidente, está claro. Tampoco la de un suicida. Alejandro amó el cielo, lo buscó, lo tocó con sus manos. ¿Desilusionado fue a buscarlo más allá? ¿Aún busca un cielo que no es como lo imaginó? Las coordenadas han cambiado. Si él anda perdido, probablemente mucho más perdidos estamos nosotros, aves migratorias, que año a año volvemos a la rutina y al mismo rito gracias a un piloto automático.

 Las coordenadas cambiaron. Lo anunció Copérnico. Lo probó Galileo. Alejandro Bello, el Teniente, se adentró en un cielo que hace rato ya no era el cielo de Jesús y de Pilatos. Por entonces la cosmología enseñaba que la tierra era un disco plano sobre los mares, sostenido sobre columnas, cubierto por una bóveda celeste de la que llovían las aguas, poblada de estrellas que, como el sol y la luna, giraban en torno suyo. Generaciones y generaciones en el error, Jesús incluido. Todos perdidos.

 Copérnico no solo anunció que la tierra giraba alrededor del sol. Nos quitó la más querida metáfora para hablar de Dios: el cielo. Todavía el Barroco pudo encantarnos con una bóveda poblada de santos, sibilas, animales, ángeles y demonios. La religión cambia de a poco. Las iglesias jesuitas hicieron gala de un exceso de colorido que representaba la alegría de la salvación, pero que ya nada tenía que ver con la nueva concepción del mundo. Costó caer en la cuenta de la revolución cosmológica. ¿La tierra se mueve? ¿No el sol? La institución eclesiástica arrinconó a Galileo. “E pur si muove”, insistió el científico. La tierra se comprende desde lo alto, cierto. Pero los cielos no estarían ya arriba sin estar además abajo.

 ¿Y si el Teniente perseveró en la búsqueda del cielo? ¿Si desconcertado voló aun más arriba? ¿Si aún vuela hacia la luna para ver el mundo al revés? Tozudo como era, ¿no andará todavía tras la manera de volver a hablar de Dios con sentido?  Si hubiera que descartarlo, la tarea estaría incumplida. Quién habría podido sospechar que el cielo, esta camarita de oxígeno que nos envuelve y protege en la inmensidad sideral de miles de galaxias, de millones de soles…,  ya no sirve como metáfora teológica. ¿Quién puede hoy verdaderamente rezar “Padre nuestro que estás en el cielo”? Demasiado poco para Dios. ¿“… que estuviste en el cielo”? ¡Absurdo! No sería posible orar así. Las distancias se han vuelto inimaginables, qué velocidades… En este inmenso universo solo el que indaga y se pierde, no está completamente perdido.

 ¿Qué es creer? ¿Qué no creer? Si la Hipótesis Bello es correcta, si el Teniente anda en búsqueda de una nueva metáfora para hablar del paraíso, la fe consiste en creer que Dios es su copiloto. El Señor lo mantendrá en su expedición. Esta es la fe de Abraham, el nómade, que creyó en la promesa de una tierra y perseveró tras ella. Esta, la fe que Jesús reclamó a los descendientes de Abraham, ya que no cae a tierra ni un solo pajarito si el Padre de los Cielos no lo permite.

 Y también lo contrario: no podemos creer en Dios hasta que Alejandro no aparezca. Dios es una conjetura hasta que no vuelva el Teniente. Los aventureros creen en Bello, veneran su avión de papel y esperan abrazar un día al aviador perdido. Mientras Alejandro Bello Silva no aterrice en Lo Espejo, será vano creer en Dios y no también en el Teniente. Alejandro no aparecerá por cuenta propia. Tampoco Jesús volverá solo. Esta es nuestra esperanza. Nadie puede decir que cree en la parusía si no cree en el retorno del Teniente Bello. Todo está pendiente.

 Jorge Costadoat

Mucho más que un "cuento"

Hércules González González, obrero de la construcción, fue detenido por sospecha cuando circulaba ya tarde en pleno barrio alto de Santiago. Ese invierno lo penetraba todo. Los policías lo condujeron a la comisaría y de allí, al día siguiente, a un juzgado de menor cuantía. El juez, viendo que se trataba de un hombre bueno, que nada malo habría hecho, lo dejó ir sin problemas. Pero, antes de soltarlo, se encargó de precisar un asunto:

            – “¿De dónde sacó Usted que lo recogió el Padre Hurtado?”

            El pobre hombre infló el pecho de orgullo y contó su historia:

            – “Nunca tuve papá ni mamá. Lo primero que recuerdo de mi vida son las fogatas bajo los puentes. El Padre Hurtado me sacó de allí y me llevó al Hogar”.

            – “Perdóneme, Señor González, pero una cosa es que Usted haya dormido una o muchas veces en el Hogar de Cristo y otra que haya conocido al Padre Hurtado en persona…”

            – “No, no. El ‘patroncito’ me sacó de allí, lo recuerdo muy bien. Yo era niño. Primera vez que dormí en una cama. El ‘patroncito’ me quería mucho. Al principio yo era lobo y me resistía. Pero al final, me ‘aguaché’. La ‘tías’ dicen que yo mismo le pedía a los Carabineros que me trajeran en la ‘cuca’ al Hogar”.

            – “Oiga, don Hércules, déjese de cosas: ¡hay que decir la verdad en la vida…!”

            – “¡Le digo la verdad! Todavía quedan ‘tías’ en el Hogar que se acuerdan de mí. Ellas le pueden contar cómo fue. Siendo muy pequeño, la ‘mami’ María -María González era su nombre-, ella me contaba todas las noches cómo el mismo padre, con lluvia y todo, me traía en brazos. Al principio me traía a la fuerza, arrastrándome. Las señoras amigas suyas me arropaban y me daban de comer. Yo no pertenecía a nadie…

            – “Eso es lo que sucede: es un cuento de la ‘mami’. Esta historia que Usted repite no es verdadera. Cuando se es niño, uno cree cualquier cosa.

            – “Pero, ¿cómo va a ser un cuento? Si cuando voy a la tumba a darle gracias, mi padre insiste que él me recogió y que me quiere más que a nadie…”

            – “Mire su carnet, Señor González. Aquí dice claramente que Usted nació el ’56 y el Padre Hurtado murió el ’52. ¿Cómo lo pudo conocer? Imposible. Los papeles no mienten”.

            – “Si yo no tuviera a quien agradecerle no estaría vivo, señor juez. Los ‘carneces’ los llena cualquiera”.

            – “Es cierto que los errores son muy humanos. Pero las matemáticas no fallan. Dígame, Señor González, cuántos años tiene Usted”.

            Hércules se apuró en responder correctamente:

            – “¡39 años, Señor!”

            – “¿No ve mi amigo? Cuente Usted mismo. Estamos en el ’95. Quítele 39 y da 1956. Como lo voy a engañar, Señor González, el Padre Hurtado murió en 1952. Usted no pudo conocerlo”.

            Antes de abandonar el juzgado, el pobre hombre se doblegó ante la evidencia de las fechas. El juez le recomendó no creer nunca más en cuentos. Bajó Hércules las escalinatas del local con una  confusión brutal.

            Vagó por días, triste hasta las lágrimas. Frecuentó los puentes para domeñar el vértigo y acabar de una buena vez con el concho de ilusión que a estas alturas nada más dilataba su tragedia. Pero cuando estuvo a punto de encomendar su sino al demonio, unos mocosos desnutridos exigieron de su bondad un último gesto.

            Los chiquillos disputaban a palos y punzones un tarro de pegamento. Hércules sacó grandeza de su pena y descendió el Mapocho con autoridad:

            – “¡Qué sucede aquí!”, gritó.

            La pandilla se le alzó amenazante:

            – “¡Y a vos quien te llamó, viejo curado!”

            Hércules bajó el tono y, casi con ternura, puso a prueba uno de sus sueños:

            – “Soy el secretario del Padre Hurtado. Tengo un amigo en la Vega. Les cambio el pegamento por un plato caliente de guatitas con arroz”.

            Los niños comieron como nunca. No sabían qué era un secretario, pero habían oído del Padre Hurtado y estaban admirados que él mismo les hubiera mandado al Sr. González.

            Hércules González nunca más dudó de su origen ni de su vocación.

 Pub: Jorge Costadoat Cristo para el Cuarto Milenio. Siete cuentos contra veintiún artículos, San Pablo, Santiago, 2001.

El auge de Fénix y la caída de Fénix

Cuando Fénix fue llamado al  Ministerio de Educación, el gobierno creyó asegurada su reelección. La oposición, en cambio,  perdió toda ilusión de acceder al poder. Nada más faltaba al “país de las maravillas” un educador genial, un genio conductor del alma nacional.  Todo había sido hecho bien y, sin embargo, la nación carecía de encanto. Para algunos lo que de verdad había ocurrido era un “pacto con lucifer”, el ángel de la luz, de acuerdo al cual las convicciones éticas más fundamentales se transaban en los mismos términos que los zapatos y las lecherías en la bolsa de valores. Opinión esta que hacía aún más propicio el terreno para una gran propuesta educativa. Para moros y cristianos, Fénix era el ministro que extraería del carácter del pueblo la teoría de su propia cultura, los principios pedagógicos del cultivo de la propia identidad. Pero nadie sabía que Fénix era un educador nato, no un teórico.

Vocación y currículum

          Como toda vocación interesante, la de Fénix tuvo un origen triste y feliz a la vez. Su padre fue con él un pésimo preceptor. Su madre empeoró las cosas mimándolo en extremo. Los dos lo quisieron, pero mal. Lo educaron mal: que si no hay educación sin amor, la cosa no es amar sin más, sino amar correctamente.  Fénix se hizo a sí mismo, de la nada, del polvo de sus repetidos fracasos escolares. Porque un niño mal educado va de tumbo en tumbo. Fénix se hizo jugando, como  la cerámica en las manos de un alfarero, como la sociedad humana organizó el sexo y el afecto. Curioso. Hay personas que inventan el mundo, que no replican en sí mismos el orden dado, ni traspasan a la generación sucesiva los errores padecidos. ¡Hijos de su fantasía! Por su imaginación, Fénix fue libre. Con sus juegos liberó a sus propios críos y ahijados del miedo y del tedio. Jugando creó el mundo que desaparecería con él, porque sin él no habría valido la pena envidiar ni mejorar.

           Fénix llegó al cargo precedido por la fama de sus discípulos. Entre otros, destacaron Contre Contreras y Lito Ma Sama.  El obispo Contre Contreras sacó de Fénix  la manía de contradecir las dictaduras y de personificar todas las diferencias.  ¿De dónde, más que del ingenio de su maestro, aprendería Contre a aplaudir los goles del otro equipo y prestar a los niños la mitra y el báculo? El Presidente Lito Ma Sama tomó de él su afán por la reconciliación de las razas,  culturas y clases, además de su final estrambótico. Su ley de Matrimonios Mixtos que premiaba el cruce de chilenos y bolivianos, judíos y árabes, entre otras uniones posibles, y, por otra parte, penalizaba los matrimonios de ricos con ricos, de católicos con católicos, de carabineros con paquitas,  tuvo como antecedente remoto juegos inventados por Fénix  como Corazón de Melón,  la Banda está Borracha, los Sapitos Chicos y Topa,Topa Carnerito.

 Principales juegos

           Topa, Top  Carnerito fue de los infinitos juegos del educador el más tierno. Se aplicaba a párvulos de meses que ni hablaban ni se tenían en pie. Consistía simplemente en chocar con la frente la frente del infante una y otra vez, repitiendo la fórmula mágica: topa, topa carnerito. Fénix nunca supo que la santidad, la verdadera santidad, comienza y termina con el uso de los sentidos ni que los grandes místicos, y no sólo los locos, son tocados por Dios. Sin querer gestó en los pequeños la devoción y el coqueteo. Niños de 6 u 8 meses adivinaron por él que hay en la vida choques lúdicos de amor y de risa, y los anticipaban con sus cabecitas muy antes que con palabras.

       Upalalá, El Avión y  Camello Cochino, Camello Flojo reforzaban la confianza básica que todo niño necesita para crecer. Upalalá, decía Fénix, al arrojar al educando al cielo para recogerlo con gozo en los brazos. “¿Más?”, le preguntaba. Si el niño no quería más juego, ofrecía Fénix la posibilidad a sus hermanitos o primos, con la esperanza que el primero se animara de nuevo. También educaba al riesgo El Avión. El profesor tomaba las manos de sus discípulos y los hacía girar en torno suyo, suspendidos en el aire, zumbando, comunicándoles seguridad en esa particular situación de la vida en que no hacemos pie en parte alguna y dependemos de otro en todo. Camello cochino, Camello Flojo era más que subir  Alapa, más que sentarse orgulloso en los hombros del papá. Era andar sobre un camello en pleno desierto menéandose de lado a lado, a punto de caerse hacia atrás, hacia adelante, hacia cualquier lado y por cualquier parte del animal. Ningún niño que pasó por estos ejercicios se chupó el dedo en la escuela y los que entraron en la universidad no tuvieron nunca necesidad de copiar en las pruebas.

           La Arañita Dormilona preparaba con sus cosquillas a la vida marital. La  Carrera de Caballos estimulaba la velocidad y los deseos de apostar la vida. El Spit Fire B evocaba el justo título de la guerra aérea contra el nazismo. La Gallina con los Pollos infundía en los pequeños la impresión de protección. La famosa Escondida recibía nuevas reglas y nuevo nombre: Culpa mía no será, porque Fénix hacía suyos los dichos de los niños y les daba legitimidad, aunque no atinaran de lleno con el quid del asunto.

           Fénix inició a sus alumnos en la victoria y el fracaso.  Les hizo probar como nadie el terror y su exorcismo. Les hizo gustar la vida, la libertad, la diversión, precaviéndolos contra el placer sin sacrificio y el triunfalismo. El Lobo Pastor, El Mejor Hombre del Mundo,  La Terrible Osa, La Revolución, El señor Americano, El Perro y el Gigante Fombalt, fueron estímulos precisos del pavor y de la dicha.. El más representativo de estos  juegos fue El Triunfo del Monstruo y la Derrota del Monstruo. En un primer momento predominaba el Monstruo. Los niños arrancaban a perderse. Se subían a los árboles, se metían debajo de las camas, aterrados. Ululando, con los brazos en alto y  paso cansino,  el Monstruo iba lento pero siempre llegaba a estrangular a los pergenios. Por último, las fuerzas del Monstruo decaían. Entonces llegaba la hora de los niños. Se abalanzaban sobre él, lo golpeaban y desquitaban contra él todo el miedo acumulado. Si se trataba  de educar a uno en particular, Fénix se transformaba en Goldfinger, personaje que infundía un pánico agudo, seco,  que hacía orinarse a los hijos de los vecinos ignorantes del terror sacro. Cuando se trataba de un niño que merecía un trato especial,  Fénix le inventaba un pseudónimo y un juego para él solo, como el caso de “Patancito” perseguido por El Pate Palo y el Mauricio. El Pate Palo era el mismo Monstruo, pero cojo. El Mauricio nunca nadie supo quién era, pero su inminente aparición le daba a la historia un toque de misterio escalofriante.

 Caída de Fénix

           Los primeros cuatro años de  Fénix como Ministro de Educación fueron estupendos. ¡Cuánto entusiasmo fue capaz de insuflar a una dependencia pública acoquinada por la ingratitud ciudadana! La ficción se apoderó de las aulas, remeció incluso a padres y apoderados. Los niños, por fin, fueron protagonistas de su propia formación, y no más receptáculos de cifras y  reproches.  La nación fue admirada, más que por sus pillerías, por su inventiva, por su estilo gentil, incluso por una renovado estilo en el ámbito diplomático. Además de sus hijos, también otros niños creyeron que Fénix era  El Mejor Hombre del Mundo.

        El quinto año, empero, todo se vino abajo. El país no fue capaz, carecía de mecanismos jurídicos para acoger la creatividad desencadenada por Fénix. La imaginación desenfrenada, las libertades propiciadas, las iniciativas produjeron más problemas que soluciones. Los acontecimientos no se habrían precipitado, sin embargo, si el mismo Fénix no se hubiera extralimitado en sus funciones. En un exceso de celo público, promovió leyes que introducían juegos como La Revolución en los seminarios, y La Gallina con los Pollos en el Ejército. Luego, pero ya con retardo,  procuró atajar el desmadre nuevamente con el único recurso que tenía: el juego. De vuelta de vacaciones,  aplicó en la oficina la estrategia del Triunfo del Monstruo. Se rieron de él, como en otro tiempo los niños que le perdían el respeto. Dando crédito a la gravedad de la emergencia, se presentó al Consejo de Ministros como Goldfinger. Tampoco este impacto de crueldad fría y certera dio su resultado. El desprestigio de Fénix colmó toda tolerancia cuando se supo que la Ministro de Economía jugaba a Topa, Topa Carnerito con el Presidente de la Corte Mayor de Justicia.

           Fénix fue depuesto y denigrado. No fue la piedad, sino la prevención de turbulencias estudiantiles lo que movió a las autoridades a otorgarle una pensión modesta pero digna. El país recuperó la rutina. Los negocios prosperaron a cotas inigualadas. En las iglesias la risa fue perseguida hasta el castigo y al catecismo se agregó un nuevo pecado: las cosquillas. La sequía acabó con los glaciares del entorno. De Fénix no se supo más. Pero su bondad pervive al rescoldo de su leyenda y de tanto en tanto humea nuevas encarnaciones.

 

 Pub: Jorge Costadoat Cristo para el Cuarto Milenio. Siete cuentos contra veintiún artículos, San Pablo, Santiago, 2001.

La ley de matrimonios mixtos de Lito Ma Sama

La última ley de Lito Ma Sama fue la de los matrimonios mixtos. Su gobierno duró poco

 La ley constó de dos partes y escasos artículos. El primero bonificaba los matrimonios entre chilenos y bolivianos con un suculento asado de llamo, bien regado, en cualquiera de los respectivos países. Un beneficio similar se otorgaba a las mezclas de mujeres chilenas con hombres peruanos y de mujeres argentinas con hombres chilenos.

            El segundo fomentaba las alianzas de colonias rivales. Las de judíos y árabes serían las mejor recompensadas con una significativa exención de impuestos.

             El tercero concedía un derecho vitalicio para asistir a los estadios, además de banderines, “sánguches de potito” y poleras a las parejas formadas por hinchas de clubes antagónicos.

            En la segunda parte y en artículo único, la ley penalizaba algunos matrimonios homogéneos: ricos con ricos, católicos con católicos, carabineros con paquitas, negros con negros y blancos con blancos. Por ejemplo, los matrimonios entre ricos se castigaban con expropiaciones y los matrimonios entre católicos incurrían en excomunión.

             Los matrimonios aumentaron en proporciones alarmantes. Contra las más sesudas suposiciones, la expectativa de desposar una pareja de otro color resultó excitante. No faltaron los criollos que se circuncidaron con la esperanza de acariciar una árabe. Las solteras se mantuvieron en celo ininterrumpido. Los divorciados mejoraron su expectativa de una segunda oportunidad. Los hijos mayores de los fanáticos de la “U” y del Colo-Colo nacieron con “garras azules”. Todos los demás salieron “cruzados”.

            En poco tiempo, la mutación social siguió todos los cursos posibles. El financiamiento de los incentivos matrimoniales y la aceleración de la economía, hicieron que la inflación se disparara por encima de todos los pronósticos. Ante acosos externos, los matrimonios estables se consolidaron aún más, aunque para lograrlo algunas esposas impusieron toque de queda a sus maridos. Aumentaron los homicidios por celos. Los traficantes de armas cayeron en bancarrota. Los más altos grados militares de la nación se acuartelaron hasta que decidieron, no sin disenso, licenciar las tropas. La República argentina cerró su frontera. Habiéndose enterado del propósito del Congreso peruano de redactar una ley similar a la de Lito Ma Sama, el presidente del Brasil clausuró las aduanas limítrofes con el país incásico. Confundidos, unos predicadores evangélicos anunciaron la inminencia de la venida del Señor, mientras otros profetizaron su retardo.

            A poco andar fraguó la conspiración. La aristocracia menguante se volcó en favor del primer mandatario y unió su sangre con la de los fabricantes de camas y somieres, enriquecidos de la noche a la mañana. Pero la burguesía ascendente avivó la envidia de la “tercera edad” y embolismó a los políticos con el himno nacional. Feministas de pelo en pecho, la cadena de peluquerías uni-sex y los viejos cracks del nazismo autóctono, asumieron los gastos de la operación. Agotados de correr de aquí para allá, incapaces de entender tanta novedad y habiendo descuidado sus propias familias, los periodistas optaron por la tradición y sumaron sus letras al colapso de Lito.

            El gobierno de Lito Ma Sama duró poco. El Parlamento lo depuso. Ideas tenía muchas. Su ley de los matrimonios mixtos fue la primera y la última. Derogada la ley, el país volvió a la normalidad.

Pub: Jorge Costadoat Cristo para el Cuarto Milenio. Siete cuentos contra veintiún artículos, San Pablo, Santiago, 2001.

Aparición y renuncia de María Magdalena

Las últimas dos semanas, en las faldas de los Andes, se ha estado apareciendo Santa María Magdalena. Dicen. La afluencia de público crece. Las señales indican que puede tratarse efectivamente de una aparición. ¿Será cierto?

            Han registrado su voz: 

            – “Por años me han confundido con una prostituta y yo no he sido nunca prostituta. No tengo nada contra el gremio, pero si cada una carga con su pecado, ¿por qué tengo yo que cargar con semejante fama? Sepan Ustedes que Gregorio el Grande me confundió con la mujer pública de Magdala, siendo yo la discípula más cercana a Jesús, y por culpa del Papa una generación tras otra me ha venerado en todos las mancebías del planeta”.

             – “Dirán Ustedes: ‘Qué viene a aparecerse ésta ahora’. No quiero que se me interprete mal. Como a mi Señor, me duele que haya mujeres que tengan que ganarse la vida así. ¿No lo hacen por sus padres y sus hijos? Ellas merecen todo mi respeto. Pero, mi historia es muy distinta. Jesús echó de mí siete demonios que eran un cúmulo de enfermedades y no de pecados. Desde entonces, encantada de Jesús, lo seguí y lo auxilié, y tal como muchas otras mujeres me hice discípula suya. Mi honor mayor es haber sido la primera testigo de la resurrección. Por eso Tomás de Aquino me llamó ‘la apóstol de los apóstoles’. ¡Cómo no voy a querer más a los teólogos que a los papas!”

             – “¿Que por qué hablo ahora y no lo hice antes? ¡Si lo he hecho tantas veces…! Pero nadie cree en mis apariciones. Yo, discípula y apóstol, proclamo el Evangelio a los que se escandalizan de Jesús. Por esta razón es que hablo en épocas farisaicas como ésta, en que los dichos del día son contrarios de los de la noche. ¿Se ruborizan de mis palabras? ¿Pero a quién se pretende engañar? Aún más, ¿acaso ningún hombre, en ninguna ocasión, recibió de una buscona cariño verdadero? Peores que estas mujeres son los que hoy por doquier escalan posiciones o conservan sus puestos, al precio de su dignidad”.

             – “No, yo no soy una pecadora pública, aunque en el grupo de los discípulos había varias. Tantas, que a Jesús le consideraban amigo de publicanos, borrachos y prostitutas. No es que el Señor estuviera de acuerdo con la venta de sexo. Ya en el antiguo Israel Dios llamó a su pueblo ‘ramera’ para repudiar su infidelidad que, en su caso, era idolatría. Hoy también se prostituye el nombre de Dios cuando se lo usa para asegurarse el futuro, en vez de confiar en él y buscar su voluntad. ¡Uf!, cuán frecuente se manipula a Dios para que realice negocios, para mejorar el status o para purificar las conciencias de pecados que no son los verdaderos pecados. ¡Ay de los que tienen demasiado claro el camino! ¡Benditos los que buscan, porque encontrarán!”

             – “Así lo ha hecho la Iglesia, sus santos. A Ignacio de Loyola se le vio por las calzadas de Roma acarreando una mujerzuela a casa de una gran señora que le daría un oficio decente. San Ignacio, a imitación de santos anónimos, fundó una casa que ubicaba marido o colocaba en un convento a mujeres en peligro”.

             – “Este fue el amor de Jesús. Jesús envalentonó a esa pajarita de Magdala a invadir una casa ajena, para arrojarse y llorar sobre él, besarlo como nunca había besado a un hombre, acariciarle sus pies y ungírselos con perfume. Jesús, conmovido, la consoló de sus penas y pecados. Simón, dueño de casa y anfitrión del Señor, no entendió nada. Tenía las cosas muy claras, demasiado. También yo me aferré a Jesús y quise retenerlo resucitado, lo abracé, besé sus pies y lloré sobre ellos de pura alegría. ¿Cómo no estrecharlo con pasión, habiéndolo yo misma sepultado?”

             – “Vean que no tengo nada contra el gremio. Tampoco he venido a salvar mi imagen. Me he expresado mal: ¡disculpen! Pero la honestidad con mi historia y con ustedes mismas -dirigiéndose a las que escuchaban con mayor atención-, es saludable para todas. Vamos al grano. He venido a poner a su disposición mi oficio de ‘patrona’. ¿Cómo podría yo representarlas, interceder por ustedes, si yo misma no he experimentado en carne propia la vergüenza de la calle? Los negros tienen patronos negros, los ricos patronos ricos. Yo carezco de toda autoridad para representarlas. Pero, ya que he ejercido por tanto tiempo el cargo, habiendo sido también yo amiga de Jesús, con humildad me ofrezco como su “patrona adoptiva”. ¿Les parece? Un oficio ajeno se hace con cariño. ¿Podría ser su ‘patrona’, al menos mientras encuentren otra mejor?

             Esto es todo lo que la grabadora de un curioso devoto pudo registrar, hasta que se le agotaron las pilas. Las alocuciones se han repetido, prácticamente en los mismos términos. Pero no todos las creen verdaderas. ¿Serán ciertas? Los teólogos son escépticos. Los evangélicos no quieren oír hablar de apariciones. El sindicato se ha serenado y aceptaría una “patrona interina”. Los pastores, que tienen un corazón grande, están inclinados a aprobar algunas rarezas que filtren la ternura de Dios.

 Pub: Jorge Costadoat  Cristo para el Cuarto Milenio. Siete cuentos contra veintiún artículos, San Pablo, Santiago, 2001.

Contre Contreras

Es de la “U”, pero no le niega la comunión a los colocolinos, y si se sirve un café, lo hace en un jarro de “la cato” para que todos entiendan, y a ninguno se le olvide, que él, Contre Contreras, ha sido hecho obispo del Cuarto Milenio para jugarse por toda su gente, aunque algunos sean “hijitos de su papá”.

Contre Contreras nació en la frontera de una nación hermana y enemiga. Fue bautizado en un remate. Se crió entre perros y gatos. Lustró zapatos ajenos. Los amigos del barrio lo apodaron “Contre”, por razones que nadie recuerda pero que todos discuten. Que se trataría de un diminutivo colegial de “Contreras”, insisten sus compañeros. Los que en la universidad además lo llamaron “Dialéctico”, aseguran que lo de “Contre” es una variante de “Contra” o la conversión de su apellido de la potencia al acto. Los que se estremecen al escucharlo afirman que lleva el mote porque cuando dice palabra la respalda con todo el corazón, y al pronunciarla se estremece “hasta el contre”. Hay también quienes penetrando su aura de guerrero, ven más allá, más lejos, el alma tierna de un niño que gusta la sopa de pollo que le ofrece la mamá, cuando le trae esa carnosidad hermética a la vista, blanda a los dientecillos de leche, que en el pollo la mamá tal vez no sepa para qué sirve, pero que es conocida como “contre” o “contrecito”.

Cuando por vez primera Contrecito oyó de Jesús, el hijo de la nazarena, reconoció de inmediato que él, y no otro, era el Mesías, ese signo de contradicción que había de venir al mundo para salvar la familia humana, indisponiendo a los hijos con sus padres y a los padres con sus hijos. ¡Ah, cómo le ardía el corazón, la cabeza…! De joven entendió todo al pie de la letra, habría tomado la espada, se creía cruzado, ¡fuego! Se habría arrancado los ojos, por serle ocasión de pecado. “El que quiera salvar su vida, la perderá. Pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Dejó las malas juntas y se metió al Seminario. Ordenado sacerdote, amortiguado por el roce pastoral e instruido en sus tiempos libres en la Teología de la Recontraliberación, Contre Contreras interiorizó todavía más la sentencia del Señor: “El que quiera salvar su Iglesia, la perderá. Pero el que pierda su Iglesia por mí y por el Evangelio, la salvará”. Dejó los modos marciales. Comprendió que el único Dios era también Dios de sus enemigos. Poco después, el Papa Juan 24 lo hizo obispo. Su lema episcopal rezaría: “Del lustrín a la mitra”.

Hoy, patuleco pero siempre firme, Contre Contreras, igual que el gaucho Martín Fierro, es “blando con los blandos y duro con los duros”. A nadie maldice, pero cuando bendice, bendice con la mano izquierda. No levanta la voz cuando exhorta a romper con las tradiciones inútiles, pero tampoco cuando enseña la severa ley de la Iglesia. Nada más grita cuando le humillan a uno de sus fieles, y grita todavía más fuerte cuando la víctima inocente no pertenece a su redil. Porque al obispo Contreras importa menos la doctrina que la unidad de la Iglesia, en su diócesis la colaboración entre los agentes pastorales de los más diversos pelajes tanto ha crecido, que los jesuitas han aprendido a escuchar consejos y los frailes de escoba enseñan en las universidades, las carmelitas han tomado la catequesis bautismal mientras las catecas les riegan las petunias en el convento. ¡Cuánto amor hay aquí! En la diócesis de Contre Contreras las diferencias son múltiples e increíbles, porque él ha llegado a ser, magnánimamente, la contradicción de la uniformidad y la personificación de todas las posibilidades.

Por esto lo quieren tanto. Y si a nadie permite que bese su anillo, los besos le sobran. Y si alguno le pide la Volkswagen para dar una vuelta a la manzana, le presta también la mitra. En la catedral, los niños juegan con su báculo mientras él regalonea a los teólogos.

 Pub: Jorge Costadoat  Cristo para el Cuarto Milenio. Siete cuentos contra veintiún artículos, San Pablo, Santiago, 2001.

De la zancadilla del Viejo Pascuero al Amigo Secreto

Le quebró los dientes. De una sola zancadilla, el Viejo Pascuero terminó una discusión con el Amigo Secreto. ¡Quién dijo que el Viejo Pascuero no existe! Justo a la entrada de la iglesia de Santa Inés, en la misma Piazza Navona donde la semana pasada se agarró a chopazos con otro Viejo Pascuero, otra vez Santa Claus ha recurrido a la violencia para defender su trabajo. Y dicen que no existe, ¡si hay tantos!

            Tantos y ninguno: todos iguales, la pura división de lo mismo. En otros tiempos, era raro encontrárselo. Había que asomarse al balcón, buscarlo entre las estrellas, las chimeneas, seguro que pronto pasaría.… “¿Cuántos perros tiene el Viejo Pascuero?”, pregunta un niño en el microbus. Y se ríe. El escepticismo cala en la infancia. Al niño le importa un rábano que sean siete o dos, perros o bueyes. Ironiza de nuevo: “¿cuántos perros tiene el Viejo Pascuero?”. Los pasajeros también ríen. A todos da lo mismo el número, los ciervos, la nieve… “¿Cuántos perros tiene el Viejo Pascuero?” Las carcajadas estremecen la locomoción colectiva. Santa Claus está desprestigiado. Ultimamente un nuevo enemigo mina su fama, el Amigo Secreto.

            Con el Viejo Pascuero, todos están obligados a regalar a todos. Los regalos deben ser caros, lo más posible. En cambio, el Amigo Secreto subvierte estos principios: “Cada uno hace un regalo y cada uno recibe un regalo”. Se hace el sorteo, al que le toca le toca… Así, cada cual puede comprar con más atención, con más tiempo para buscar y más dinero. Además, siempre existe la alternativa de poner un “techo” de precio a los regalos que se harán entre los participantes. La entrega del presente, la rotura de la incógnita, incluso si no se trata de alguien íntimo, es eléctrica, inevitablemente más personal, ¡siempre peligrosa! Toda persona es un misterio, antes que una obligación. El Amigo Secreto juega con fibras psicológicas, aun eróticas. Penetra en la familia. El Viejo Pascuero rechina los dientes.

            – “Estás perdido, Viejo Pascuero”, respondió el Amigo Secreto a un primer insulto. Poco a poco se juntó gente en rededor. “Prometes y no cumples. Cumples, a los niños ricos y a las tiendas, ¡títere! A los pobres, ¡los más!, entusiasmas y engañas. Viejo falso: tienes la barba falsa, usas ropa falsa, prometes, pero como carretonero. Lo único cierto es tu panza, ¡guatón mentiroso!”.

            – “¿Acaso das tú la cara?”, replicó el Pascuero. “¡Tú sí que eres pura máscara! Haces como si te dieras a conocer, pero tu secreto es tu tacañería. ¿Ahorrativo? ¡No, avaro! Que así es más democrático, más justo… Na’ que ver. Lo único que te interesa es cumplir y salir del paso. ¡Socialista pa’ la foto! Tus amigos chillan si alguien arroja arroz a los novios (‘habiendo tanto pobre’), pero ¡cómo se banquetean! ¿Por qué no dejas que la gente regale a quien quiera y haga las fiestas que se le antoje?”.

            El Amigo Secreto volvió al ataque: “Tus carcajadas pervierten la Navidad: ‘Pascua feliz para todos’. Sustituyes a Jesús por la obligación de hacer regalos a diestra y siniestra. ¡Delpilfarros…!”.

            – “¿Qué sabes tú de Jesús?”, la fundamentación religiosa acalora a los contrincantes, al Pascuero más que al otro. “Te dices ‘amigo de los pobres’, como Jesús. Pero de los pobres que se desclasaron y surgieron quitándole el saludo a los vecinos. Entre ti y las transnacionales del juguete no hay sombra de diferencia”.

            – “¡Tú eres el favorito de esas transnacionales, guatón ateo!”, replicó por última vez el Amigo Secreto.

            Y esa fue, por cierto, la última vez que habló por una semana. Con una zancadilla, el Viejo Pascuero lo hizo aterrizar de dientes.

            La confusión de los niños fue grande. Que el Viejo Pascuero, el Amigo Secreto, Los Reyes Magos, Jesús en el umbral de Belén… Si los papás no entienden nada de nada, ¿qué entenderán sus hijos?

 

Pub: Jorge Costadoat Cristo para el Cuarto Milenio. Siete cuentos contra veintiún artículos, San Pablo, Santiago, 2001.

De regalo de Pascua, un sacerdote

Sucedió la Pascua recién pasada. Un niño de siete años pidió de regalo un traje y utensilios de sacerdote. Su papá quiso complacerlo. Recorrió todas las jugueterías y no encontró nada. Quién se extraña: cualquier padre normal anda en busca de disfraces militares, médicos o espaciales. Acudió a las tiendas de artículos religiosos, y nada. Cuando explicó su intención, lo miraron con recelo. Le pidieron el carnet. ¿Por qué? No le interesó averiguarlo, siguió buscando sin éxito, hasta que decidió él mismo fabricar el regalo.

            Pidió a una costurera que le hiciera un alba, un cíngulo y una estola. La misma costurera le cosió un corporal y dos purificadores. El padre continuó su empeño: compró una copa metálica que podría hacer de cáliz y un platillo como patena. Compró también un cuaderno de tapa dura que adornó con una cruz, y las figuras del buey, el león, el águila y el ángel. En su interior y a su modo, transcribió la misa entera. Como si estas cosas no bastaran, el padre inventó para su hijo un juego de salón parecido al Metrópolis o a las carreras de caballos. Trabajó con amor y cuidado, tratando de inculcar en su hijo el amor por el sacerdocio.

            El día de Navidad todos tuvieron su regalo. Pedrito fue el primero en abrir el suyo. Se puso el alba y la estola, y bendijo al papá, la mamá, a hermanos, primos y tíos. La estola era bordada en colores vivos. Su padre le pasó el cáliz y le explicó que debía jugar con él con sumo respeto. Como hostia bastaría pan corriente. Pero habría que comérselo todo, y no dejarlo endurecer ni extraviar.

            El padre ansioso tomó el juego en sus manos y explicó sus reglas. Consistía en un circuito largo y sinuoso, que representaba el prolongado camino a la santidad sacerdotal. El circuito incluía dos partes: la primera, dedicada a la preparación al sacerdocio y, la segunda, al ejercicio del sacerdocio. Para alcanzar la ordenación sacerdotal, había que responder a las siguientes tarjetas, dependiendo de la suerte de los dados: 

            * Un sacerdote es un profesor que enseña porque escucha: Verdadero o Falso.

            * Un sacerdote es una mamá con una fantasía gigante para contar cuentos y para responder a todo tipo de preguntas: V o F.

            * Un sacerdote es un mendigo contradictorio, que debe pedir limosnas para los pobres y rechazar favores de los que recortan a los pobres su salario: V o F.

            * Un sacerdote es un vigía que debe estar alerta para ser interrumpido en cualquier momento del día y de la noche, por una mujer machucada por su marido o un marido traicionado por su esposa que se siente solo y necesita que lo abracen fuerte para seguir respirando: V o F.

            * Un sacerdote es un temerario que no lo detiene la noche ni la enfermedad; que pasa los puentes a oscuras y cruza los callejones peor afamados; que le sonríe al obispo porque lo quiere y no porque tema perder la parroquia que tiene a su cargo: V o F.

            * Un sacerdote es un papá que se deja pasar algunos penales para enseñar a los niños a jugar a la pelota: V o F.

            En la parte segunda, el jugador que hubiere recibido la estola del sacerdote, debía avanzar hasta la meta de la santidad sorteando un sinfín de dificultades. Si los dados le fueren adversos, podría caer en un espacio malhadado. En él se leería, por ejemplo:

* SACERDOTE RETA A LOS QUE SE CONFIESAN: VUELVE AL PUNTO DE PARTIDA.

* SACERDOTE BUSCA EN LAS CARTERAS DE LAS SEÑORAS, ENTRE LOS COLORETES Y LAS ESCOBILLAS, FRASCOS, PASTILLAS…: LOS DEMÁS SACERDOTES LE TIRAN LAS OREJAS.

* SACERDOTE INSCRITO EN PARTIDO POLÍTICO: AUNQUE ALEGUE QUE SE TRATA DE UN PARTIDO INSTRUMENTAL, PIERDE UNA JUGADA.

* De todas, la sentencia más drástica sería la siguiente: SACERDOTE TRANSFORMA EL EVANGELIO EN UNA LEY: ¡PIERDE EL JUEGO! SE LE RETIRAN LOS DADOS Y LA FICHA.

            Pero sólo algunos espacios connotaban una censura. Caer en otros constituiría el deseo de todo sacerdote-jugador. Por ejemplo:

* SACERDOTE MÁS HUMANO QUE DIVINO: AVANZA CINCO ESPACIOS.

* SACERDOTE LLORA CON LAS PELÍCULAS ROMÁNTICAS: JUEGA DOS VECES.

* SACERDOTE HACE SUYA TODA LA DESGRACIA DE SU GENTE, COME MAL, DUERME PEOR, PERO DE ÉL NADA MÁS SALEN PALABRAS DE ALIENTO: ¡AVANCE HASTA LA META!

            En el cuaderno decorado con los símbolos de los evangelistas, donde venía incluido el Orden de la Misa, el papá a su manera le escribió un canon que decía:

            «Tomen y coman todos de él,  porque este pan es más que pan:  soy Yo mismo hecho pan,  alimento de alegría para todos los que sufren y vienen a mí.  Pan mío y vida mía, para que nadie olvide  que mientras haya hambre en el mundo, el hambriento Soy Yo».

             Las demás prescripciones eucarísticas subrayaban la importancia de acoger a los fieles y dar espacio a sus vidas en la liturgia. Tanta importancia adquiría la participación comunitaria, que los signos de solidaridad y reconciliación harían pensar más en una fiesta que en una ceremonia protocolar.

            Pedrito estaba radiante. Varias instrucciones del juego no las entendía, pero se las haría explicar. El papá estaba igual de contento o más. Sin embargo, un tío observaba esta situación rígido como si se hubiera tragado un plumero. Conteniendo los nervios, categórico en sus ideas, sentenció:

 – “¡Simulación!”

 – “¿Cómo?”, dijo el papá.

 – “La Iglesia prohíbe la simulación”. El tío sacó de un bolsillo el Código de Derecho Canónico y leyó a los presentes: ‘Quien simula la administración de un sacramento, debe ser castigado con una pena justa’ (1379). Recordó a los presentes algo que todos ignoraban, menos él: que el Código castiga a los que juegan a ser sacerdotes, diciendo misas o perdonando pecados.

          El papá tomó el Código, leyó los artículos pertinentes y de un tirón arrancó las páginas que trataban del asunto. Quién sabe si para camuflar su arrebato, posiblemente ni él sabría decirlo, hizo chayas del papel y las arrojó como nieve sobre el árbol de Pascua. El episodio fue incómodo para los mayores, indiferente a los niños concentrados en los juguetes.

           Esa noche el tío canonista fingió estar enfermo del estómago y no probó bocado. Serio como siempre, urdía el modo de denunciar a su cuñado y suspender la catequesis de primera comunión a su hijo. Avinagrado, el padre comió con desgano.

            El niño, en cambio, se comió toda la comida y rápido, ¡ilusionado! Que lo más importante esa noche, ¿sólo esa noche?, era ser sacerdote.

Pub: Jorge Costadoat, Cristo para el Cuarto Milenio. Siete cuentos contra veintiún artículos, San Pablo, Santiago, 2001.

La ley de matrimonios mixtos de Lito Ma Sama

La última ley de Lito Ma Sama fue la de los matrimonios mixtos. Su gobierno duró poco.

La ley constó de dos partes y escasos artículos. El primero bonificaba los matrimonios entre chilenos y bolivianos con un suculento asado de llamo, bien regado, en cualquiera de los respectivos países. Un beneficio similar se otorgaba a las mezclas de mujeres chilenas con hombres peruanos y de mujeres argentinas con hombres chilenos.

            El segundo fomentaba las alianzas de colonias rivales. Las de judíos y árabes serían las mejor recompensadas con una significativa exención de impuestos.

             El tercero concedía un derecho vitalicio para asistir a los estadios, además de banderines, “sánguches de potito” y poleras a las parejas formadas por hinchas de clubes antagónicos.

            En la segunda parte y en artículo único, la ley penalizaba algunos matrimonios homogéneos: ricos con ricos, católicos con católicos, carabineros con paquitas, negros con negros y blancos con blancos. Por ejemplo, los matrimonios entre ricos se castigaban con expropiaciones y los matrimonios entre católicos incurrían en excomunión.

             Los matrimonios aumentaron en proporciones alarmantes. Contra las más sesudas suposiciones, la expectativa de desposar una pareja de otro color resultó excitante. No faltaron los criollos que se circuncidaron con la esperanza de acariciar una árabe. Las solteras se mantuvieron en celo ininterrumpido. Los divorciados mejoraron su expectativa de una segunda oportunidad. Los hijos mayores de los fanáticos de la “U” y del Colo-Colo nacieron con “garras azules”. Todos los demás salieron “cruzados”.

            En poco tiempo, la mutación social siguió todos los cursos posibles. El financiamiento de los incentivos matrimoniales y la aceleración de la economía, hicieron que la inflación se disparara por encima de todos los pronósticos. Ante acosos externos, los matrimonios estables se consolidaron aún más, aunque para lograrlo algunas esposas impusieron toque de queda a sus maridos. Aumentaron los homicidios por celos. Los traficantes de armas cayeron en bancarrota. Los más altos grados militares de la nación se acuartelaron hasta que decidieron, no sin disenso, licenciar las tropas. La República argentina cerró su frontera. Habiéndose enterado del propósito del Congreso peruano de redactar una ley similar a la de Lito Ma Sama, el presidente del Brasil clausuró las aduanas limítrofes con el país incásico. Confundidos, unos predicadores evangélicos anunciaron la inminencia de la venida del Señor, mientras otros profetizaron su retardo.

            A poco andar fraguó la conspiración. La aristocracia menguante se volcó en favor del primer mandatario y unió su sangre con la de los fabricantes de camas y somieres, enriquecidos de la noche a la mañana. Pero la burguesía ascendente avivó la envidia de la “tercera edad” y embolismó a los políticos con el himno nacional. Feministas de pelo en pecho, la cadena de peluquerías uni-sex y los viejos cracks del nazismo autóctono, asumieron los gastos de la operación. Agotados de correr de aquí para allá, incapaces de entender tanta novedad y habiendo descuidado sus propias familias, los periodistas optaron por la tradición y sumaron sus letras al colapso de Lito.

            El gobierno de Lito Ma Sama duró poco. El Parlamento lo depuso. Ideas tenía muchas. Su ley de los matrimonios mixtos fue la primera y la última. Derogada la ley, el país volvió a la normalidad.

Contre Contreras

Es de la “U”, pero no le niega la comunión a los colocolinos, y si se sirve un café, lo hace en un jarro de “la cato” para que todos entiendan, y a ninguno se le olvide, que él, Contre Contreras, ha sido hecho obispo del Cuarto Milenio para jugarse por toda su gente, aunque algunos sean “hijitos de su papá”. 

Contre Contreras nació en la frontera de una nación hermana y enemiga. Fue bautizado en un remate. Se crió entre perros y gatos. Lustró zapatos ajenos. Los amigos del barrio lo apodaron “Contre”, por razones que nadie recuerda pero que todos discuten. Que se trataría de un diminutivo colegial de “Contreras”, insisten sus compañeros. Los que en la universidad además lo llamaron “Dialéctico”, aseguran que lo de “Contre” es una variante de “Contra” o la conversión de su apellido de la potencia al acto. Los que se estremecen al escucharlo afirman que lleva el mote porque cuando dice palabra la respalda con todo el corazón, y al pronunciarla se estremece “hasta el contre”. Hay también quienes penetrando su aura de guerrero, ven más allá, más lejos, el alma tierna de un niño que gusta la sopa de pollo que le ofrece la mamá, cuando le trae esa carnosidad hermética a la vista, blanda a los dientecillos de leche, que en el pollo la mamá tal vez no sepa para qué sirve, pero que es conocida como “contre” o “contrecito”.

                        Cuando por vez primera Contrecito oyó de Jesús, el hijo de la nazarena, reconoció de inmediato que él, y no otro, era el Mesías, ese signo de contradicción que había de venir al mundo para salvar la familia humana, indisponiendo a los hijos con sus padres y a los padres con sus hijos. ¡Ah, cómo le ardía el corazón, la cabeza…! De joven entendió todo al pie de la letra, habría tomado la espada, se creía cruzado, ¡fuego! Se habría arrancado los ojos, por serle ocasión de pecado. “El que quiera salvar su vida, la perderá. Pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Dejó las malas juntas y se metió al Seminario. Ordenado sacerdote, amortiguado por el roce pastoral e instruido en sus tiempos libres en la Teología de la Recontraliberación, Contre Contreras interiorizó todavía más la sentencia del Señor: “El que quiera salvar su Iglesia, la perderá. Pero el que pierda su Iglesia por mí y por el Evangelio, la salvará”. Dejó los modos marciales. Comprendió que el único Dios era también Dios de sus enemigos. Poco después, el Papa Juan 24 lo hizo obispo. Su lema episcopal rezaría: “Del lustrín a la mitra”.

                        Hoy, patuleco pero siempre firme, Contre Contreras, igual que el gaucho Martín Fierro, es “blando con los blandos y duro con los duros”. A nadie maldice, pero cuando bendice, bendice con la mano izquierda. No levanta la voz cuando exhorta a romper con las tradiciones inútiles, pero tampoco cuando enseña la severa ley de la Iglesia. Nada más grita cuando le humillan a uno de sus fieles, y grita todavía más fuerte cuando la víctima inocente no pertenece a su redil. Porque al obispo Contreras importa menos la doctrina que la unidad de la Iglesia, en su diócesis la colaboración entre los agentes pastorales de los más diversos pelajes tanto ha crecido, que los jesuitas han aprendido a escuchar consejos y los frailes de escoba enseñan en las universidades, las carmelitas han tomado la catequesis bautismal mientras las catecas les riegan las petunias en el convento. ¡Cuánto amor hay aquí! En la diócesis de Contre Contreras las diferencias son múltiples e increíbles, porque él ha llegado a ser, magnánimamente, la contradicción de la uniformidad y la personificación de todas las posibilidades.

                        Por esto lo quieren tanto. Y si a nadie permite que bese su anillo, los besos le sobran. Y si alguno le pide la Volkswagen para dar una vuelta a la manzana, le presta también la mitra. En la catedral, los niños juegan con su báculo mientras él regalonea a los teólogos.