Archive for Columnas

¿Hacia un cristianismo kármico?

La Encuesta Bicentenario de la P. Universidad Católica de Chile (2022) arroja un resultado nuevo. No es novedoso en relación a los años anteriores el desplome en el número de las personas que dicen pertenecer a la Iglesia Católica. Pero sí lo es en el caso de los jóvenes. De estos, solo el 36 % dicen ser católicos. En cambio, sube vertiginosamente entre ellos la creencia en el karma.

¿Qué es el karma? El concepto parece ser mucho más interesante de lo que pueda pensarse. Es más rico que la noción de karma que maneja la Encuesta. Aquel 36 % correspondería a quienes piensan que “las personas pagan en una vida lo que hicieron en otra”. Hay, según parece, otros modos de entender el karma, no ya como algo que pagar o un castigo que sufrir.

Según Inteligencia artificial –recurso en el que todavía no podemos confiar porque en algunas materias se equivoca- el karma es una creencia más profunda: “El karma es un término que proviene del hinduismo y el budismo y se refiere a la creencia en que las acciones de una persona en el pasado afectan su presente y futuro. Según esta creencia, cada acción tiene una consecuencia, y esas consecuencias pueden manifestarse en la vida presente o futura de una persona”. Le hice otras preguntas. Respuestas: no siempre el karma está asociado a la creencia en encarnaciones, no es una doctrina insolidaria con los pobres sino que demanda hacerse cargo de ellos, es una filosofía que fomenta la compasión. “Según esta creencia, una persona puede estar experimentando pobreza en su vida actual debido a acciones negativas en su vida pasada o presente, como la negligencia de sus responsabilidades o la falta de compasión y generosidad hacia los demás”. El karma es, sobre todo, una motivación para ser responsables de sí mismos y de los demás.

En una cultura cristiana como se supone que es la nuestra, el karma debiera considerarse afín al cristianismo. Tanto que es posible pensar en un “cristianismo kármico”. ¿Cómo se entiende algo así?

Parto de un dato fundamental para los cristianos(as). Según el Nuevo Testamento, el Hijo de Dios “se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8, 6). Es decir, hay aquí un área de convergencia entre el cristianismo y la idea del karma (hinduismo y budismo). En el cristianismo la identificación de Dios con los pobres es muy profunda. Los últimos papas, en continuidad con la Tradición de la Iglesia, enseñan que es inherente al cristianismo la opción preferencial por los pobres (Benedicto XVI en Aparecida, 2007). No se puede ser cristianos(as) sin optar por ellos. Los pobres son personas valiosas en sí mismas. No debieran ser tratados como objetos de caridad, como instrumentos a través de los cuales se pudiera obtener la santidad.

La búsqueda de la salvación consistente en hacer de los demás un medio para complacer a Dios, no tiene nada de cristiano. El amor auténticamente cristiano considera que los otros(as) son fines y no medios. El otro(a) es Cristo. Esta idea tan poderosa también está en el judaísmo: en los demás puede verse al Mesías. En estas religiones nadie “se salva” solo, por decirlo así. El individualismo es nefasto. Pero esto es en la teoría, porque tanto en el cristianismo como en cualquier creencia se dan prácticas y configuraciones religiosas patológicas. Es herético que un cristiano vea en un pobre a un culpable. Antes bien, un cristiano tendría que sospechar que en una persona deforme, un cesante, un curadito botado por la calle y cualquier persona que sufre, es inocente. Y, en última instancia, no le toca a él(ella) juzgar a los demás, sino amarlos. Entonces, si las religiones coinciden en que Dios es amor (1 Jn 4, 8), comparten lo fundamental. Las diferencias entre ellas son secundarias.

Tratándose de creencias y religiones que nos hablan del misterio de la vida, de aquello que ha podido haber antes del nacimiento y después de la muerte, es preciso ser muy humildes y tolerantes. Tomo las palabras de uno de los grandes sabios judíos del siglo XX, Abraham Joshua Heschel: “La religión es un medio, no el fin y se convierte en idolatría si se la considera un fin en sí misma. Por sobre toda creatura está el Creado y Señor de la historia, aquel que todo lo trasciende. Equiparar la religión a Dios es idolatría” (en el artículo: “Ninguna religión es una isla”).

Conclusión: ¿pudiera darse un cristianismo kármico? No, si la creencia en el karma se entiende como una especie de maldición o castigo del que hay que liberarse. Sí, si el karma lleva a las personas a amarse unas a otras, a formar comunidades en vez de agrupaciones cerradas y a construir sociedades justas.

¿Dónde está Matapacos?

Viene al caso recordar en estas circunstancias a Matapacos, al perro Matapacos. Hoy el país solidariza con Carabineros. Son ya demasiados los asesinados y heridos.
Conviene hacer primero una distinción. No son los mismos los delincuentes que matan policías que las personas que se enfrentaron con los guardianes del orden público con ocasión de la revuelta social del 18-O. En este caso hubo personas inocentes que se defendían legítimamente de los uniformados. Se trataba de batallas con caídos de lado y lado. Hubo también gente que provocó derechamente y agredió a la fuerza pública. Algunos lo hicieron porque estaban convencidos de la bondad de la violencia como instrumento político y otros por puro divertimento. Se dio el caso, en fin, de bandidos que se aprovecharon de las circunstancias, que crearon caos, que destruyeron y saquearon. Por entonces, unos policías fueron víctimas del ejercicio de su profesión. Otros, en cambio, violaron los derechos humanos.
Matapacos es el ícono del odio. Matapacos se hizo famoso por corretear los carros lanzagua, sumirse en el humo de las lacrimógenas y atacar a carabineros durante los días de las movilizaciones estudiantiles del año 2011 azuzado por manifestantes y, después, su imagen resurgió en las protestas que siguieron al estallido social. Lo conocí. Lo vi dando vueltas por la Alameda con su pañuelo rojo al cuello. Pero Matapacos no fue la única expresión de odio contra la policía. Fui testigo del siguiente episodio. Por la misma avenida iba un padre con su hijo de unos diez años de la mano. Al ver el papá a un grupo de carabineros en la vía de enfrente, dijo al niño: “Sácales la madre”. Otro ejemplo: en una de las murallas del barrio alguien escribió “mata tu paco interior”.
El odio es un sentimiento explicable. Como las demás emociones, no se puede evitar. Puede incluso constituir una enfermedad crónica. Pero, si tuviera cura, sería necesario sanarlo porque hace mal adentro de las personas y daña a las de afuera. Cuando no tiene sanación es imposible hacer nada, salvo cuando induce a daños notables en una sociedad. La ley no puede extirparlo. Pero, así como en algunos casos la ley lo considera una atenuante en la aplicación de una sanción penal, en otros debe castigarlo sin más.
Esto, sin embargo, no basta.
Nuestra sociedad se ha acostumbrado a faltarles el respeto a las instituciones y sus autoridades. Los medios a veces dan demasiada cámara a personajes virulentos que desprestigian a los parlamentarios. ¿No debieran los mismos afectados reaccionar con vigor en defensa de su investidura?
Así no podemos seguir.
La sociedad en su conjunto, en vez de reaccionar de un modo iracundo contra la delincuencia organizada, en vez de culpar a los inmigrantes porque parece que un extranjero disparó en la cara a un carabinero, debe actuar fría y racionalmente, con determinación pero sin perder la cabeza. Una sociedad civilizada genera recursos racionales para contrarrestar la violencia. La ley autoriza al Estado a ejercer la fuerza contra la fuerza. La misma ley controla su uso indiscriminado.
¿Qué más? La educación tiene una oportunidad única precisamente hoy para educar los sentimientos. ¿O no se educan? Los padres, madres y apoderados han de modelar el corazón de sus hijos(as) con sus propios mejores sentimientos. Es posible enseñarles a distinguir sus emociones de sus pensamientos. Las reglas de conducta con las demás personas son fundamentales.
Lo mismo la escuela. Los(as) profesores(as) son decisivos(as) en educar a relacionarse con los(as) compañeros(as) de curso. Una sociedad cautiva de malos sentimientos sucumbe. No sucumbe aquella en que los servidores públicos y las instituciones se respetan y se hacen respetar.

La Iglesia necesita cambios mayores (II)


¿Quién tiene la culpa del colapso de la Iglesia Católica en Chile? Los obispos y los curas en alguna medida. Los padres, madres y apoderados en alguna medida. Los y las catequistas en alguna medida. Pero estos evangelizadores, bajo otro respecto, son inocentes. Culpables en parte y en parte inocentes.

En buena parte del Occidente tradicionalmente cristiano, sea católico sea protestante, la caída en la pertenencia religiosa se acelera. Las personas abandonan sus iglesias y comunidades. ¿Hasta dónde llegarán estos abandonos? ¿Cuántos seguirán aun adhiriendo a sus agrupaciones religiosas? Vayamos más lejos: bien parece que en los mismos pueblos indígenas tradicionales tiene lugar una erosión en sus culturas y espiritualidades.

Este desgaste muchas veces deja espacio a deshumanizaciones escalofriantes. Se disipan las creencias, pero las personas terminan creyendo en novedades peligrosas o acaban siendo devoradas por el individualismo. En materia de fe no hay espacios vacíos. Si no se cree en esto, se creerá en aquello.

El fenómeno que nos afecta se llama secularización. La cultura predominante no necesita de religiones para que las personas cambien significativamente sus vidas. También tiene lugar una situación de aculturación: los supuestos culturales que hacían inteligible el cristianismo se evaporan. El caso es que la versión católica actual del cristianismo se ha vuelto tan anacrónica como las máquinas de escribir, las locomotoras a carbón, los sombreros Coco Chanel o los libros en papiros. El catolicismo se ha ido convirtiendo poco a poco en algo ajeno a los tiempos, antiguo e incluso esotérico. Freak.

Pero, ¿debe ser el cristianismo anacrónico por fuerza? Pienso que no. En las tradiciones culturales y religiosas centenarias o milenarias –pensemos en el hinduismo, budismo, sintoísmo, taoísmo, judaísmo, el Islam y culturas indígenas como las nuestras, mapuche o aimara- hay verdades muy profundas sobre el origen de la vida y del mal, sobre cómo vivir y qué esperar después de la muerte, que difícilmente pueden considerarse falsas. Aunque pasen los años, siempre tendrán algo muy importante que aportar.

Así, el cristianismo no es necesariamente anacrónico. Pueden subsistir versiones suyas que lo sean, es cierto. Pero es dable pensar que a futuro haya otras maneras de organizarse las iglesias, de replantearse sus creencias y de renovar sus símbolos, todo lo cual tendría que hacer atractivo a los contemporáneos el valor transcultural del amor que, para el cristianismo al menos, es decisivo. El amor es una exigencia antropológica universal. Si alguna cultura prescinde de él, ciertamente deshumaniza. El tradicionalismo es anacrónico, vive de reliquias, de fetiches; pero la Tradición de la Iglesia llega hasta hoy porque ha habido cristianos(as) que de un modo creativo han sabido probar su pertinencia histórica por dos mil años.

Por de pronto, el cristianismo no tiene el monopolio del amor –es cosa de revisar la historia, pues en nombre de Cristo se han cometido barbaridades- y tampoco tiene el monopolio del concepto del amor –pues otras tradiciones y culturas, incluida la cultura actual, han transmitido a las siguientes generaciones una sabiduría acerca de cómo se ama auténticamente. En el caso del cristianismo, la Iglesia Católica está en crisis porque sus modos de expresar y representar su fe en el Dios del amor (“Dios es amor”: 1 Jn 4, 8) no son acordes con los tiempos, no son comprensibles o se han revelado deshumanizantes. La viabilidad histórica de la Iglesia, pienso, depende de que haya cristianos(as) que, por decirlo así, reinterpreten en las claves culturales actuales las parábolas del Hijo pródigo (Lc 15, 11-32) y el Buen samaritano (Lc 10, 25-37). La primera habla de un padre que –como lo hace Dios- ama incondicionalmente a sus hijos. La segunda enseña que no se saca nada con declararse religioso si no se ama al prójimo. El amor desinteresado, libre, gratuito, radical, extremo como el de Jesús, en ambos casos, merece ser enseñado hasta el fin del mundo. Que haya evangelizadores que narren estos cuentos a los niños y niñas en el futuro, y sobre todo, que representen a aquel padre y a este samaritano con hechos más que con palabras, es fundamental.

¿Bastará con que la cultura actual consiga los mismos resultados con otros conceptos y prácticas?

Es un hecho que lo hace, aunque no de un modo suficiente. El cristianismo contribuye a esta tarea y, por lo mismo, su decadencia debe considerarse una pérdida para la humanidad. Los cuentos son buenos para que los niños y las niñas pequeñas concilien el sueño. Las parábolas de Jesús sirven tanto para soñar como para despertar.

La Iglesia necesita cambios mayores (I)

El cataclismo en la confianza de los fieles en los ministros consagrados a causa de sus abusos sexuales, de poder y de conciencia, y de su posterior encubrimiento, exige en la actualidad revisar los ámbitos del ejercicio del oficio del presbiterado. Se precisan conversiones de la mirada y del corazón. Pero sobre todo se requieren reformas de instituciones y de procedimientos. El sínodo convocado por el papa Francisco sobre la sinodalidad (que significa “caminar juntos”, de un modo más horizontal, si se quiere más democrático), será una ocasión para conversar sobre temas de gobierno y de doctrina. Me detendré solo en lo atingente al sacramento de la reconciliación. Es botón de muestra de la necesidad de cambios.

El Concilio Vaticano II (1962-1965) dio un giro empático al que fuera conocido como sacramento de la confesión. Hizo una reforma: le llamó “reconciliación”. Era necesario facilitar en el encuentro con Dios. Por cierto, en la celebración de este sacramento muchas personas han hallado consuelo, alivio, consejo, compañía y perdón. El cura es el psicólogo del pobre. A los cristianos/as nos viene bien que alguien, en nombre de la Iglesia, nos haga sentir personalmente la bondad de Dios.

Sin embargo, la confesión es un instrumento peligroso. Siempre lo fue, solo que en otros tiempos a nadie le llamaba la atención que lo fuera. Es un dato ampliamente conocido por presbíteros y fieles que mediante la confesión se cometen abusos de diversa gravedad. Más de alguien, en más de una ocasión ha tenido una pésima experiencia. No me refiero a los casos más preocupantes como el de la solicitación (petición sexual). Ellos/as han podido ir de un cura a otro, dependiendo de los pecados que este acostumbra absolver o de la misericordia que tenga, hasta dar con quien le convenga. Los sacerdotes, por nuestra parte, hemos tenido que reparar personas que algún cura diez, veinte o treinta años atrás maltrató con su dureza o alguna reprimenda.

Por otra parte, ¿no es vergonzoso que los curas “demos permiso” a los laicos/as para comulgar en misa, sea por la píldora, sea por una situación matrimonial especial? Y si la carencia de pudor fuera una falta, ¿cómo es posible que nosotros sacerdotes tengamos que asomarnos a lo más sagrado de un ser humano, su conciencia, en virtud de nuestra investidura sacerdotal y de algún tipo de presión sobre los penitentes?

Entonces, ¿cómo se puede evitar que estos hechos sigan ocurriendo? Se dirá que no habría que preocuparse tanto. La gente ya casi no se confiesa. Pues no, antes que algo así ocurra debe impedirse que haya personas que actualmente se sientan presionadas a confesarse. Debe indagarse cómo un modo de relación entre los ministros y los fieles trastorne su encuentro con Dios. Piénsese en la inquietud de alguien que teme ir a confesarse con un presbítero que puede ser un abusador. Y los niños, ¿deben confesarse?

El perdón es un aspecto clave en el cristianismo. La Iglesia también lo ofrece, por ejemplo, al menos en dos momentos de la Eucaristía. Las autoridades eclesiásticas cumplen bien su trabajo cuando exhortan a los y las católicas al arrepentimiento. Cuando buscan vías para una reconciliación social. Pero, ¿puede aún considerarse normal que una persona sea apremiada a revelar a otra su intimidad? ¿No es, en realidad, una barbaridad que se espere de un cristiano/a que abra su corazón a cualquiera? En la cultura actual la intimidad de las personas es un aspecto de su dignidad humana. La intimidad solo ha de compartirse con plena libertad. El problema no es que el sacramento haya vulnerado personas; tampoco que haya personas más vulnerables que otras. El sacramento en sí mismo es vulnerante. Es una herramienta que de suyo vulnera personas que por alguna razón creen que deben contar sus pecados.

Probablemente el Sínodo convocado por el Papa Francisco llegue a ser el acto eclesial más importante desde la celebración del Concilio Vaticano II hace sesenta años. ¿Qué es esperable de una reunión episcopal tan trascendente? La superación de las asimetrías como esta del sacramento de la reconciliación, la nula participación de las mujeres en el mando y la elaboración de la doctrina, la falta absoluta de rendición de cuentas de los obispos y de los presbíteros a los laicos/as, constituye una exigencia de primer orden. El Sínodo un puede acabar en un documento hermoso, lleno de buenas intenciones. La Iglesia Católica necesita cambios grandes. La Iglesia Católica en el Occidente tradicionalmente cristiano ha entrado en una etapa de decadencia gravísima. ¿No es ya demasiado tarde para una recuperación? No lo sé.

Diez años de un papa muy particular

Se cumplen diez años del pontificado de Francisco. ¿Qué es de recordar? El actual papa ha dado pie a muchas críticas. Ha promovido cambios, cambios mayores, muy necesarios. Pero a veces lo ha hecho sin suficiente cuidado. Su estilo cautiva a los periodistas atentos a respuestas de titulares hechas en el avión de regreso de sus visitas a diversos países. Este modo de desenvolverse tan libre ha generado libertad en la Iglesia. Pero su exceso de confianza en sí mismo más de una vez le ha costado caro.

Los chilenos hemos quedado con un saber amargo de su gestión. El caso del nombramiento del obispo Barros en Osorno fue resistido legítimamente por los laicos/as. Después, haber llamado a la Conferencia episcopal chilena a Roma para pedirles la renuncia a los obispos y devolverlos desautorizados fue humillante. El escándalo por los abusos sexuales, de conciencia y de poder del clero, y su posterior encubrimiento ha sido enorme, pero el modo de solucionar el problema ha podido ser menos espectacular.

Esto no obstante, los mismos católicos/as chilenos debemos celebrar la decidida opción por los pobres de Francisco. Él ha sido el mejor representante de esta opción en América Latina y el Caribe, el continente que la forjó. Desde el día uno socavó con su sencillez el estilo rebuscado del estamento eclesiástico, criticó abiertamente la riqueza de algunos prelados y ha tratado de acortar la distancia del clero y el Pueblo de Dios en su conjunto. “Cuánto querría una Iglesia pobre y para los pobres”. Francisco ha recordado a los cristianos/as que es Dios quien opta por los pobres. El papa “franciscano” –jesuita de origen, pero simbólicamente franciscano- ha hecho gestos maravillosos de amor a los excluidos, los descartados y los más humildes. Menciono uno solo: instaló duchas en el Vaticano para los sin techo de Roma.

El Papa latinoamericano ha clamado por el fin de la guerra rusa contra ucrania y por una solución a la muertes de miles de africanos que ahogados en el Mediterráneo. Evangelii gaudium, Fratelli tutti y Laudato si’ han sido documentos que reponen a la Iglesia en la senda del Evangelio que Jesús anunció a los enfermos/as, despreciados y marginados. Laudato si’ debe considerarse la encíclica social más importante desde Rerum novarun (1891). Con ella el Papa hace un llamado de atención sin precedentes para salvar el planeta Tierra. Francisco exhorta a oír “el grito de los pobres y el grito de la tierra”.

Otro asunto de importancia mayor ha sido su intento por hacer una reforma en la Curia romana. Esta es hueso duro de roer. Pero Francisco no se impacienta. Desde el comienzo de su pontificado no quiso ocupar espacios sino “iniciar procesos”. No ha pretendido ganar más poder o cerrar los temas, sino generar cambios en el largo plazo. Ha obrado con sabiduría. Una Iglesia antigua dos mil años de antigüedad no puede renovarse de un día para otro. Los sectores ultraconservadores le han hecho la guerra. En estos momentos impulsa una reunión episcopal internacional sobre el tema de la sinodalidad (es decir, el “caminar justos”, de un modo más horizontal, más democrático). ¿Cuál será el resultado? Unos esperan mucho. Otros, algo. No falta quien no espera nada. Según algunos la Iglesia ha perdido toda capacidad de reforma. Una Iglesia milenaria y que se incultura en tan diversas continentes y países, en tiempos de transformaciones gigantescas, tiene problemas para conservar su unidad.

En temas de género la inculturación del Evangelio avanza muy tímidamente. ¿Cómo ha podido abrirse la posibilidad de bendiciones a las parejas homosexuales y, al mismo tiempo, calmar a los africanos que no quieren oír hablar del tema? “Quién soy yo para juzgar a los gay”. El papa no fue más lejos. Apenas pudo en Amoris laetitia conseguir que se diera la comunión a los separados y vueltos a casar. Las palabras e iniciativas de Francisco para dar participación de las mujeres en la Iglesia han sido más bien simbólicas. Algunas puertas les han abierto. Pero continúa su exclusión. El caso es que hoy, bajo muchos respectos, la cultura evangeliza a la Iglesia mucho más que lo que esta evangeliza la cultura.

¿Cuánto queda a su pontificado? Unos anuncian su próxima renuncia. Él, en cambio, no da señales de querer renunciar. Avanza en silla de ruedas como si nada.

Obsolescencia del sacramento de la reconciliación

El cataclismo en la confianza de los fieles en los ministros consagrados a causa de sus abusos sexuales, de poder y de conciencia, y de su posterior encubrimiento, exige en la actualidad revisar los ámbitos del ejercicio del oficio del presbiterado. Las y los católicos con razón están airados. Se precisan conversiones de la mirada y del corazón. Pero sobre todo se requieren reformas de instituciones y de procedimientos.

Esto se aplica al sacramento de la reconciliación. La confesión es un instrumento peligroso. Siempre lo fue, solo que en otros tiempos a nadie le llamaba la atención que lo fuera. En la actualidad, especialmente cuando la Iglesia quiere avanzar en sinodalidad, se hace necesario evaluar el ejercicio de este sacramento; pero, sobre todo, es preciso revisar este instrumento en sí mismo.

Es un dato ampliamente conocido por presbíteros y fieles que mediante la confesión se cometen abusos de diversa gravedad. Lo saben las/los laicos. Más de uno, en más de una ocasión ha tenido una pésima experiencia. No me refiero a los casos más preocupantes como el de la solicitación (petición sexual). Ellas/os han podido ir de un cura a otro, dependiendo de los pecados que este acostumbra absolver o de la misericordia que tenga, hasta dar con quien le convenga. Es lo que han debido hacer muchas mujeres a causa de la píldora. Los sacerdotes, por nuestra parte, hemos tenido que reparar personas que algún cura diez, veinte o treinta años atrás maltrató con su dureza o alguna reprimenda. O “dar permisos” para que las personas comulguen en misa.

¿Cómo se puede evitar que estos hechos puedan seguir ocurriendo? Se dirá que no habría que preocuparse tanto. La gente ya casi no se confiesa. Pero, ¿habrá que dejar caer simplemente el sacramento por inútil? Antes que algo así ocurra, debe evitarse que haya personas que actualmente se sientan obligadas a confesarse. Debe indagarse cómo un modo de relación entre los ministros y los fieles impide su encuentro con Dios, lo daña incluso, en vez de facilitarlo. ¿Cómo pudiera instar en la actualidad a las laicas/os a confesarse un presbítero que puede ser un abusador? ¿Quién puede pedir a una niña/o que se confiese antes de su primera comunión?

El perdón es un aspecto clave en el cristianismo. Pero la Iglesia no tiene una única manera de ofrecerlo. Por ejemplo, en la misma eucaristía hay por lo menos dos momentos de perdón, al comienzo de la misa y cuando los participantes se dan la paz. Las autoridades eclesiásticas cumplen bien su trabajo cuando exhortan a los y las católicas a pedirse perdón; o cuando llaman a una sociedad a reconciliarse. Pero, ¿puede aún considerarse normal que se exija a una persona revelar a otra su intimidad? ¿A una persona conocida o desconocida? ¿No es, en realidad, una barbaridad que se espere de una cristiana/o que abra su corazón a cualquiera? Esto fue normal años atrás. Hoy, no. En la cultura actual la intimidad de las personas es un aspecto de su dignidad humana. La intimidad solo ha de compartirse con plena libertad. Podrá decirse que en esta época se acude voluntariamente a psicólogos a quienes las personas les cuentan todo. Pero la naturaleza de la obligatoriedad en ambas instancias es muy distinta.

¿Y si la confesión fuera absolutamente voluntaria? En este caso la Iglesia tendría que justificar cómo autoriza la existencia de un instrumento religioso, como es el sacramento de la reconciliación, a sabiendas de los riesgos mencionados. En el mejor de los casos, ella tendría que capacitar a los ministros con conocimientos psicológicos y teológicos, además de establecer controles a esta actividad como sucede con el ejercicio de otras profesiones.

El proceso sinodal en curso exige superar las asimetrías eclesiásticas que impiden la eclesialidad como la que tiene en lugar en la confesión, originada a su vez por el sacramento del orden que ubica a los ministros en un grado jerárquico superior. La triada de los sacramentos de la eucaristía, la reconciliación y del orden suele hacer de corral dentro del cual se menoscaba la libertad de los hijos e hijas de Dios. Su libertad, y su dignidad. Ha de recordarse, en cambio, que en la intimidad pidió Dios a María ser la madre de Jesús. Lo hizo sabiendo que su respuesta podía haber sido negativa. La libertad es uno de los nombres del cristianismo (Gál 5, 1).

Es preocupante lo que ocurre en la Iglesia a propósito del sacramento de la reconciliación. Este es un aspecto, un asunto o una dimensión de un distanciamiento muy profundo entre las prácticas sacramentales y la emergencia cultural de nuevos valores. Mucha gente hoy espera de su Iglesia instrumentos que le ayuden a desarrollar un cristianismo vivo. No están dispuestas/os a que su fe en Cristo pase obligatoriamente por un “hombre sagrado”, se llame sacerdote, cura u obispo. La “sacerdotalización” de la Iglesia, en muchas partes, llega a su fin. El sacramento de la reconciliación no cumple con los estándares de humanidad de la época.

La Virgen de los detenidos-desaparecidos

Se culpa al Ministerio de las Culturas de patrocinar la exhibición de una imagen de María que la humilla gravemente. Es verdaderamente chocante. Según Mauricio Toro Goya, el autor, no se trata de la Virgen, sino de una santa que él inventó y que no tiene nada que ver con la Iglesia católica.
Para quienes no hemos visitado la exposición en el Museo de La Serena, y solo nos hemos informado por El Mercurio, se trata de la Virgen. Es cosa de ver la foto. La explicación del autor no es clara. Se entiende la indignación de la presidencia de la Cofradía Nacional del Carmen. Dice Mauricio Toro que la venda de los ojos de la santa alude “falta de justicia” para con los detenidos desaparecidos. Lo que no se entiende es si la santa es ciega a los problemas de justicia o es la representante de las personas que buscaron justicia y no la hallaron. Otra información importante. En su manto aparecen las fotos de personas que aún son buscadas. ¿Ratifica este dato que la santa clama por justicia para las víctimas?
Pido a los fieles católicos un momento de atención.
La interpretación de una expresión artística es compleja. Se puede dar incluso un conflicto de interpretaciones. Una puede ser la intención del autor. En este caso la explicación dada por Toro. Vemos que es poco clara. Otro momento de la interpretación corresponde a la de la imagen misma. ¿Hasta dónde da para que unos digan esto o aquello de ella? Un obispo cree que se representa a María como indiferente a los crímenes de la dictadura. Pero también las madres y esposas de los detenidos desaparecidos podrían decir que ella es su diputada: con los ojos vendados la Virgen no logra encontrar a sus hijos. ¿O alguien puede excluir que estas madres hayan rezado a María más de una vez para recuperar a sus seres queridos?
Como es de ver, la interpretación no es fácil por el contexto en que se realiza la exposición. Estamos en Chile. Si fuera en un museo de Pekín nadie se quejaría. En Chile con la Virgen no se juega. Pero, por otra parte, María misma ha sido asociada por los chilenos con actos o gestas violentas. A ella el país le debe la Independencia. En la batalla de Maipú murieron unos 1.500 soldados de la Corona española. ¿Deben adjudicarse a la Virgen estas bajas? O’Higgins hizo un voto. La Virgen, según la patria, cumplió. Allí está el Templo.
Hace algunos años se dio el caso de las Apariciones de la Virgen de Villa Alemana. El obispado de Valparaíso ordenó al padre Jaime Fernández Montero que hiciera una investigación. La conclusión del sacerdote, expresada a El Mercurio de la región, fue esta: “El Gobierno (militar) armó todo esto, porque los obispos habían comenzado a reclamar por los atentados contra de los derechos humanos, como torturas y desapariciones”.
Años después, el 7 de septiembre de 1987, el general Pinochet dijo: “La Virgen me salvó”. El atentado en su contra falló. El proyectil lanzado contra la ventana del vehículo no explotó. Quedó el vidrio astillado. En este vieron algunos a María. Augusto Pinochet y muchos de sus simpatizantes atribuyeron a ella el milagro. Horas después del atentado, en la madrugada del día 8, el gobierno asesinó a Felipe Rivera, Gastón Vidaurrázaga, Abraham Musklabit y José Carrasco.
En la iconografía cristiana numerosas veces se representa a la Virgen ejerciendo violencia contra Satanás. No contra una persona, sino contra el mal. María clava una lanza al demonio, lo decapita con una espada o le pega con un palo. Otras veces aparece pisándole la cabeza a una serpiente. Este también es un ícono violento, también se ejecuta contra el Demonio. Nadie puede decir que con estas imágenes los pintores y escultores hayan avalado la violencia.
El criterio bíblico para llegar a esta conclusión es fundamental. En el Nuevo Testamento, la Virgen engrandece a Dios. Durante su visita a Isabel, la madre del Bautista, proclama: “Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava (…). Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 46-55). Póngase atención: la Virgen toma partido en favor de las víctimas de la violencia de los poderosos. Debe recordarse también que ella nunca abandonó a Jesús, su hijo ajusticiado injustamente. Stabat Mater al pie de la cruz.
Un tercer momento de la interpretación de una expresión artística corresponde a la intención del intérprete, en este caso yo: ¿qué pretendo con esta columna? Solicito que la imagen de la Virgen sea llevada al Museo de la Memoria. Désele un lugar de honor. De lo contrario la meterán en una bodega. Si llegara a ser el caso, le pido al bodeguero que imprima esta columna, la doble en dos, la meta en una manga del vestido de María y le diga que se la dedico. Dígale así. Ella me conoce.

Ensayos de Micro-Teología para Santiago del Nuevo Evo

¿Los últimos treinta años? No, los últimos cincuenta

Los últimos treinta años (más o menos) se comprenden mejor dentro de los últimos cincuenta. Es decir, desde que perdimos la democracia hasta ahora que hacemos esfuerzos por sacar al país adelante por una vía democrática. El intento (sumando y restando) está siendo exitoso. En cien años más, probablemente, afinaremos nuestras explicaciones históricas.

El golpe acabó con la democracia. Por supuesto que su comprensión exige remontarse más atrás de 1973. Se trata del desgarro de la convivencia entre los chilenos más grave en casi quinientos años. Suspendamos la búsqueda de sus causas por el momento. Concentrémonos, en cambio, en valorar el lugar de llegada. A esta altura puede decirse que en 2023, desde un punto de vista político, está por ser superada aquella crisis, y también esta otra del 2019 que tiene mucho de hija suya, todo de un modo democrático.

Pero hay razones para preocuparse. Miremos el problema en el contexto geopolítico. ¿Qué se ve? Tal vez el modelo de las democracias occidentales a China le sea como una piedra en el zapato. ¿Pudiera quizás sacársela? En el continente americano los ciudadanos han elegido a Trump y a Bolsonaro e, independientemente de estos peligrosos personajes, otras democracias de nuestra región están en vilo. Human Rights Watch llama la atención sobre un deterioro de las democracias latinoamericanas en 2022.

Sin duda, los gobiernos del resto del mundo experimentan las presiones que nos apremian a nosotros. Pensemos solo en la globalización que aprieta cada vez más la convivencia entre las naciones; en la incidencia de la corrupción y el narcotráfico que nos están comiendo de a poco; en los movimientos migratorios, en los desplazamientos internos y en los refugiados políticos, problemas que no se solucionan por la fuerza; en reivindicaciones culturales muy justas, como las del feminismo; en la crisis ecológica y socioambiental.

Estos fenómenos afectan a las naciones por parejo. Además, hay algunos asuntos que complican a Chile en particular. Nombro dos –son varios más–. Una, la desigualdad económica y la segregación social. Otra, el trance constitucional en el que estamos. No quisiéramos que en el próximo plebiscito gane de nuevo el Rechazo. La frustración sería gigante. No habremos podido cambiar la Constitución del 80 que tiene al país atascado.

El ajuste constitucional que estamos haciendo, sin embargo, no es suficiente para fortalecer la democracia. Esta también tiene que ver con una cultura democrática. Si una nueva Constitución podrá ser un mejor macetero, es preciso además regar la planta. ¿Cómo?

Declaro mis intenciones: deseo que las nuevas generaciones aprendan a valorar la democracia. Esta es más que un modo de gobierno. Es la punta del iceberg de una versión de humanidad que honra la dignidad del ser humano. La cultura democrática, antes que un voto en la urna, es una especie de conversación entre personas que apuestan a que es posible discutir, alzar la voz a veces y a la larga llegar a acuerdos. Lo hemos visto estos últimos meses. Los políticos siguen logrando acuerdos democráticos.

Vuelvo al principio. No: los últimos treinta años son insuficientes para juzgar qué pasos políticos daremos. Prescindir de los años que llevaron a las fuerzas democráticas a recuperar la posibilidad de gobernar, es una actitud adolescente que puede costarle caro a la misma generación que hoy toma las decisiones. La adolescencia en sí es buena, es necesaria para afrontar el futuro con riesgo y garra. Pero por algo la vida tiene más etapas. Los mayores ven más lejos porque ven para atrás. Aunque, en estos momentos, pueden dejar caer a las generaciones más jóvenes, aceptando ofrecimientos de beneficios de corto plazo.

El futuro de la democracia en Chile requiere, en primer lugar, amor por un tipo de civilización. Y, segundo, que la experiencia y la inexperiencia hagan una alianza.

Si la paz fuera poca cosa no habría que tomarse en serio la Navidad

Noche de paz.

Si la paz fuera poca cosa no habría que tomarse tan en serio la Navidad. No hablo solo para los creyentes. Es posible ser cristianas o cristianos sin ser cristianos. ¿Me explico? Cristo pertenece a todos. Supongamos que los cristianos lo saben. Los que no, tal vez lo intuyan. La paz incluye, debiera ser de todos, cuidada en común.

El Anticristo, en cambio, trafica con la paz, la compra barata y la vende cara. Hace regalos falsos en Navidad. Tapa la realidad con cintas de colores. No piensa en quienes no le interesan: los ancianos, las personas solas o enfermas, personas que se contentarían solo con una llamada por celular.

Y bien, ¿dónde está ese Cristo que une y reconcilia? ¿Este que nos pertenece, aunque ninguno puede apropiárselo? Es alguien tan versátil como los tiempos que lo requieren. Cada época clama a su Cristo. La nuestra anhela certezas, compañía, ¡una tregua!

En este tiempo, y seguramente en cualquier otro, la Navidad puede ser una estrella en la oscuridad, una tabla tras el naufragio, un momento íntimo, un amigo, una risa porque sí, unos ojos, un poco de calor, una hija que crece, un guiño de consuelo, de perdón, otra oportunidad. Algo así necesita nuestra época, un momento, un rato. Conversar, aunque sea por un rato.

Están tan cansadas. Lo estamos.

Es cosa de mirar alrededor. Hacer propia la pasión de los de allí y allá. Empatizar con los cercanos primero. ¿Y si tal o cual quisiera subirnos sobre sus alas y llevarnos unos diez o veinte kilómetros en vez de caminarlos solos con los pies hinchados? ¿Qué es exactamente lo que más necesitamos? Requerimos algo en común. Como humanidad, como país, queremos algo que podamos conseguir juntos. Pero también hay necesidades familiares o personales, personalísimas, tan únicas que tal vez nadie podría comprenderlas. ¿Alguien supo qué significó para la madre y el padre de Jesús verse obligados a dejar su tierra para ser censados en Jerusalén? ¿O cómo fue que tomaron la decisión de refugiarse en Egipto hasta que muriera el tirano Herodes que quería matar al niño?

Las migraciones forzadas son un signo de este y de todos los tiempos, pero cada persona o familia obligada a migrar tiene algo tan único que contar, como esas penas que no podemos desahogar con nadie. Ellos, ellas, rezan para que sus hijos e hijas no sean despreciados si logran traspasar la frontera.
¿Y usted por quién reza? ¿Cuál es su tema?

También nosotros vamos en busca de una tierra prometida. Peregrinamos o huimos por fuerza. Los tiempos son turbulentos. No sabemos bien por dónde seguir. Que no nos falte una estrella que nos dé una pista. Un Cristo/Crista nos espera.

“Gloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a las mujeres y los hombres de buena voluntad”, dice el evangelista Lucas.

Pax Christi. Este es el día para desear la paz. Para hospedar en la casa a los que perdieron el sendero o sufrieron la pérdida de su esposa, de sus hijos o de sus padres. Es la noche para hacer las paces y dormir en paz.