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Debate epistolar Hernán Corral – Jorge Costadoat

Amoris laetitia6 de mayo de 2016

Sr. Director

Hernán Corral en su columna “Amoris laetitia y divorciados en nueva unión”, recoge de un modo benigno la disposición de este documento del Papa Francisco hacia los divorciados vueltos a casar, pero en su argumentación termina por negar que se ha abierto la posibilidad de que estos puedan comulgar en la Eucaristía. Me extraña esta interpretación de la Exhortación apostólica.

La clave de lectura de Amoris laetitia es la misericordia con que Jesús acogió a todos, pobres y pecadores. El mismo Jesús, repite el Papa insistentemente, se enfrentó con quienes restringían el acceso al amor de Dios con innumerables prescripciones legales.

¿Podrán los divorciados vueltos a casar recibir la comunión? Hoy algunos comulgan considerando tal vez que la enseñanza oficial es incompatible con el Evangelio y a la moción interior del Espíritu Santo. Esto es delicado. La institución eclesiástica no puede desentenderse si existe una norma y los fieles no la cumplen. Amoris laetitia es un gran documento precisamente porque ha procurado resolver esta incomprensión enorme entre muchos católicos y sus autoridades.

Los grandes criterios para que los divorciados puedan comulgar son tres (AL 291-312). Las autoridades eclesiásticas deben procurar “integrar” a la comunidad eclesial a todos sin exclusión. Segundo, esta integración ha de evaluarse caso a caso mediante un “acompañamiento” con un sacerdote. Tercero, este acompañamiento debiera ayudar a los fieles a tomar una decisión discernida en “conciencia”. Estos criterios suponen un principio básico que está muy bien fundamentado por el Papa: la norma general permanece, pero ella no puede tener en cuenta todos los casos particulares y por tanto tales casos deben ser seriamente discernidos.

El prudente discernimiento permite determinar cuándo puede recibirse la comunión en los casos de los que sin culpa fracasaron en su primer matrimonio y han logrado levantar una nueva familia que merece ser protegida y alentada, pero también puede valer para los que con culpa lo hicieron fracasar. En ambos casos la institución eclesiástica podrá ayudar a las personas a hacer un proceso de sanación, de arrepentimiento, de reconciliación y de aprendizaje.
Jorge Costadoat S.J.
7 de mayo de 2016

Señor Director:

Agradezco el comentario de Jorge Costadoat, S.J., a mi columna sobre la exhortación apostólica Amoris laetitia, en la que el Papa Francisco llama a promover una mayor acogida en la Iglesia a los bautizados que han sufrido una ruptura matrimonial, se han divorciado y entrado en una nueva unión conforme a la ley civil. Me parece que estamos de acuerdo en que el documento pone el acento en la misericordia y en la necesidad de ayudar a estas personas mediante un acompañamiento espiritual que les permita discernir cómo participar en la vida de la Iglesia.

La discrepancia es que según el padre Costadoat ese itinerario tiene como objetivo permitir a dichas personas acceder a la comunión sin mayores exigencias, mientras que por mi parte sostengo que la admisión a dicho sacramento solo será lícita en los casos señalados por el magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI, fundamentalmente cuando los miembros de la nueva unión se comprometen a guardar continencia sexual.

Nada en el texto de la Amoris laetitia da pie para pensar que el Santo Padre haya querido revocar esa norma. En este sentido, es iluminador lo declarado hace unos pocos días en Madrid por el cardenal Gerhard Müller, Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en el sentido de que si bien el Papa ha querido una mayor integración de los divorciados vueltos a casar, la eucaristía solo se les puede dispensar en los casos señalados por la Familiaris consortio de Juan Pablo II. Esto no hacer perder sentido al llamado del Papa, «ya que hay otras formas -teológicamente válidas y legítimas- de participar en la vida de la Iglesia» y «la comunión con Dios y la Iglesia no solo está constituida por la recepción oral de la Eucaristía».

Hernán Corral
8 de mayo de 2016

Sr. Director,

Con Hernán Corral tenemos interpretaciones divergentes de Amoris laetitia. A propósito de la posibilidad de que los católicos divorciados vueltos a casar comulguen en misa, mi opinión es que el documento señala que la institución eclesiástica debe procurar “integrar” a todos a la comunidad eclesial. El documento afirma que estas personas –aunque se encuentren en una situación anómala desde un punto de vista objetivo- pueden encontrarse en gracia, y los sacerdotes que han de tratar con ellas, en vez hacerles sentir culpables, podrían ayudarles con los sacramentos (AL, nota 351). De regreso de Lesbos se preguntó a Francisco por esta posibilidad. Su respuesta fue: “podría decir sí, y punto”. Y remitió a la explicación mayor dada por el Cardenal Schönborn.

¿Qué debiera hacer un sacerdote al que se le acerca una persona pidiéndole participar plenamente en la Eucaristía? Por de pronto acogerla como si no dependiera de él darle permiso para comulgar. Esta decisión, en última instancia, debiera tomarla ella en conciencia. El sacerdote, por su parte, debiera acompañarla y cooperar a que asuma esta decisión tras un proceso de crecimiento humano y espiritual. Será muy importante ayudar a la persona a que tome conciencia de los errores que ha podido cometer en su primer matrimonio; a evaluar si puede recuperar aun su compromiso matrimonial anterior o si el nuevo compromiso es irreversible porque, por ejemplo, sería irresponsable volver atrás habiendo nuevos hijos que educar; a examinar si realmente quiere crecer en su pertenencia eclesial o simplemente desea recuperar un derecho perdido. Dependiendo el caso, el sacerdote pudiera también recomendarle que recurra a un psicólogo que le ayude a sanar las heridas de la destrucción de su primer matrimonio y a aprender de su experiencia para que su segunda familia sea más feliz que la anterior. Una vez que la persona haya podido atar los cabos que habían quedado sueltos de su ruptura y tenga un deseo suficientemente serio de vivir su nueva relación con fidelidad y de por vida, podrá pedir al sacerdote el sacramento de la reconciliación y, este, sin hacer de juez, tendrá que dárselo y de todo corazón.

Mientras la Conferencia Episcopal de Chile no nos dé a los sacerdotes orientaciones más precisas, esto es lo que pienso hacer yo. Me alegraría que otros sacerdotes hagan algo parecido.

Jorge Costadoat S.J.
9 de mayo de 2016
Señor Director:

Una precisión y una sugerencia agregaría para terminar mi participación en el diálogo con Jorge Costadoat, S.J., sobre si el documento del Papa Francisco autoriza a los sacerdotes a juzgar por sí mismos, y con prescindencia de los criterios afirmados claramente por el magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI, la admisión a la comunión de los divorciados en nueva unión.

La precisión se refiere a la respuesta del Papa a una pregunta periodística que Costadoat agrega a la nota 351 como apoyo a su interpretación. Efectivamente, el Papa respondió como él señala: “Podría decir que sí, y punto”; pero omite decir que la pregunta que mereció esa respuesta no fue si la Amoris laetitia permite a los divorciados acceder a la eucaristía, sino si el documento abre o no nuevas posibilidades concretas de integración de dichas personas en la vida de la Iglesia. Además, el Papa agregó inmediatamente: “Pero sería una respuesta muy simplificada”, y remitió a la presentación hecha por el cardenal Schönborn sobre el documento. En esta no hay ningún elemento que pueda servir para deducir que, dentro de esas nuevas posibilidades de integración, esté la recepción de la comunión fuera de los casos contemplados por el magisterio eclesiástico.

La sugerencia que me permito hacer fraternalmente al padre Costadoat es que, antes de proceder a aplicar su personal interpretación de la Amoris laetitia , y sin perjuicio de las directrices que pueda dar la Conferencia Episcopal, consulte el parecer de sus superiores y del obispo diocesano que corresponda.

Hernán Corral

 

10 de mayo

Sr. Director,

Como Hernán Corral yo desearía también con estas líneas terminar el debate haciendo dos precisiones.

La clave de interpretación de Amoris laetitia del Papa Francisco es la misericordia. A propósito de la posibilidad de comunión eucarística delos divorciados vueltos a casar, no se ha querido dar otra regla general porque las situaciones concretas pueden ser “innumerables” (AL 300). La Exhortación apostólica recomienda que los sacerdotes consideren que estas personas, aun cuando desde un punto de vista objetivo se encuentran en una situación sacramental anómala, subjetivamente pueden estar en gracia de Dios. Por otra parte, en cuanto a estos corresponde, no debieran acercarse a comulgar sin antes discernir en conciencia y dejarse acompañar por algún sacerdote. Lo que he querido ofrecer en mi carta anterior, son unos criterios y un itinerario que ayuden a que este proceso sea lo más serio posible. Algo parecido han sugerido los obispos alemanes.

Si alguien ha pensado que he criticado a nuestra conferencia chilena, puede ser que me haya expresado mal. He querido todo lo contrario. Laicos y sacerdotes tenemos que hacer confianza en nuestras autoridades eclesiásticas y esperar de ellas las orientaciones que nos faltan. Los sacerdotes, hasta ahora, hemos sufrido mucho negándole la absolución sacramental y la comunión a la gente que más ha necesitado comprensión, perdón y orientación para seguir creciendo humana y espiritualmente.

Jorge Costadoat S.J.