Por fin nuevo Papa, un Papa latinoamericano. ¿Habrá cambios en el gobierno de la Iglesia Católica?

Los cardenales han elegido Papa a Jorge Mario Bergoglio. El hecho es significativo no porque sea jesuita o argentino, aunque esperamos que estos dos aspectos sean una contribución. Es significativo y puede ser decisivo que sea el primer Papa no europeo y que haya querido llamarse Francisco. ¿Será para la Iglesia de América Latina una confirmación su  «opción por los pobres»? Lo espero. Para que algo así suceda, la Iglesia tendrá que avanzar en dos asuntos de gobierno.

 Ya los años de la realización del Concilio Vaticano II se planteó la necesidad de reformar la Curia romana. Pablo VI se reservó esta tarea. Juan Pablo II pidió a los obispos ideas para ejecutarla. Lamentablemente Benedicto XVI tuvo que gastar buena parte de sus fuerzas físicas y espirituales en lidiar con los problemas de gobierno que le dejó la larga agonía de su predecesor y la reforma inacabada de la Curia. No se entiende cómo en nuestro medio haya personas que se empeñen en negar estos problemas. No hace mucho, el Cardenal Walter Kasper, había comentado que en Roma no había gobierno. El Cardenal Martini, poco antes de morir, recomendaba a Benedicto: “Aconsejo al Papa y los Obispos a buscar a doce personas ‘de fuera’ para ocupar los lugares de dirección. Hombres que estén cerca de los más pobres, que estén rodeados de jóvenes y que experimenten cosas nuevas”. 

 Ciertamente se necesita un Papa que haga cambios profundos en el gobierno de la Iglesia. Benedicto XVI, con su renuncia, ha creado una situación muy favorable. Quizás por primera vez en la historia de la Iglesia un Papa podrá requerir a un emérito toda la información necesaria para introducir reformas de gobierno estructurales. Estoy convencido de que Benedicto será discreto y no querrá continuar gobernando en las sombras. Su permanencia dentro de las murallas vaticanas –riesgosa bajo este respecto- le hará disponible, con su experiencia e información, a las consultas del nuevo Papa.

 El otro gran asunto, todavía más complejo y, por cierto, más importante, es que las iglesias regionales y locales puedan  desarrollarse con autonomía y creatividad. La tensión principal que atraviesa a la Iglesia actual es la de convertirse en una Iglesia inculturada en las más distintas culturas. Pensemos en conferencias episcopales nacionales y regionales con atribuciones para elegir obispos por sí mismas, para crear nuevas formas litúrgicas y para actualizar asuntos de doctrina en materias morales, dogmáticas y jurídicas. Un cambio de tal envergadura tiene sustento teológico: si Dios se relaciona personalmente con cada ser humano, ¿es necesario hacerse europeo para ser cristiano? No lo es. En la Antigüedad hubo un cristianismo policéntrico. En algún momento se dieron cinco patriarcados: Roma, Alejandría, Antioquía, Constantinopla y Jerusalén ¿No sería posible en nuestra época, por lo mismo, algo así como una pluralidad de iglesias: un patriarcado de Africa francesa, de Africa inglesa, de Brasil, de América Latina, de Oceanía, de Filipinas, de Europa… Podrían ser doce. A Roma correspondería velar por la unidad y la comunión. Siempre ha sido esta su misión específica.

 Bien parece que la reforma de la Curia es la tarea inmediata. ¿Saldrá de esta reforma la posibilidad de contar con once curias más? ¿Doce, culturalmente distintas?

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