El triunfo del Rechazo en el plebiscito no termina de ser evaluado. Lo será, quien sabe, en cincuenta años más. Pero hay algunas cosas claras, como, por ejemplo, que este ha sido un triunfo de la democracia.
Nunca sabremos si este resultado habrá sido el mejor para Chile. Ahora se correrán los riesgos inherentes a esta posibilidad. ¿Y si en un próximo plebiscito vuelve a ganar el Rechazo? Nadie puede excluirlo. También la opción del Apruebo implicaba peligros. Una de las razones de los electores para votar así y no asá fue ponderar las peligros en pro y contra.
Ganó la democracia, ¿ganará? Hay que hacerle ganar. El Servel cumplió con lo suyo. Los políticos y la ciudadanía lo mismo. Pero la democracia es frágil. Necesita ser cuidada. La democracia se ha fortalecido con su ejercicio. Pero también hay fuerzas subterráneas que la han vigorizado. No se ven pero operan. La democracia terminará de triunfar si predomina en los demócratas la buena voluntad de hacer propia una decisión colectiva mayoritaria. En la pasada elección se hizo visible una polarización, en realidad, superficial. Es cierto que hubo expresiones groseras e hirientes. Pero una inmensa cantidad de gente seguramente votó con humildad, sabiendo que lo hacía con un alto grado de incertidumbre.
Hoy bien pueden los “perdedores” hacer suyo el triunfo del Rechazo. Han de computarlo como un triunfo de la mejor alternativa, pues lo será si todos reman en la misma dirección, asumen los riesgos que se corren, sin arriar las propias banderas, tomando partido en el debate político que se viene con lealtad y espíritu constructivo. La democracia radica en última instancia en las y los demócratas. Estos ciudadanos surten las napas de la democracia con voluntad de diálogo y buena fe.
Por cierto, representantes del Rechazo pueden ahora pasar la aplanadora a sus adversarios como lo hicieron algunos de los constituyentes durante la Convención. Los grandes valores del Apruebo (reivindicación de los pueblos originarios, acceso igualitario de las mujeres a todos los ámbitos sociales, hacerse cargo de la catástrofe ecológica y medioambiental en curso, término de la insolidaridad neoliberal) pueden ser barridos de un solo escobazo. Pero esta no es manera de asumir los hondos malestares de la revuelta de octubre del 2019. Los plebiscitos han debido encauzar la solución de inquietudes sociales muy profundas. Es ilusorio ciertamente pensar que su canalización dependa solo de un texto constitucional. Una nueva Constitución ayudará. Pero aquello de que se trata es de remover los obstáculos que impiden la viabilidad pacífica del país.
Al tiempo del referéndum hubo fanáticos, trolls, fabricantes de fake news, hackers, gente de mala clase en todas las clases sociales. Era comprensible que subieran los niveles de agitación. Había miedos. Los políticos de experiencia y expertos en otras áreas estaban divididos. Poquísima gente ha podido formarse una opinión tras leer un texto altamente complejo como es una Constitución. La gran mayoría votó a “ojo de pollo”. ¿Fue inclinada por los medios generadores de opinión pública, las industrias de información defensoras de un régimen amenazado? Seguramente la gente se asustó con la beligerancia de las barras bravas del período convencional y dijo “no, algo así, no”. Prevaleció el sentido común, sentido que se practica con la información disponible, sea verdadera, sea falsa.
De aquí en adelante queda que los perdedores se conviertan en ganadores y los ganadores no desprecien los motivos del Apruebo. La próxima vez debiera ganar el Apruebo. Otro Apruebo, uno que no sea simplemente suma de votos. Uno que vehicule la convivencia, surtiendo las raíces culturales de la democracia.
Miremos los acontecimientos desde el futuro. Imaginemos el mejor de los escenarios. La utopía es fundamental, mientras más lejos lancemos el anzuelo, más posibilidades tendremos de pescar. Está en curso nada menos que algo parecido al paso de la adolescencia a la adultez. Cada etapa de la vida tiene sus derechos. Puesto que las transiciones son imperiosas, que el país alcance la mayoría de edad es indispensable. Nadie puede desconocer la importancia de esto que nuestra civilización llama adolescencia. En la medida que la sobrevivencia de la especie se hizo más compleja, la humanidad necesitó inventar una etapa de formación extensa. Hubo otra etapa en que, por un rito de iniciación, se pasaba directamente de la niñez a la adultez. Hoy este tránsito es mucho más difícil. ¿No toma años a los jóvenes llegar a formar una familia? Este es tal vez el mayor ideal en la sociedad chilena actual. Las chilenas y los chilenos en su gran mayoría se hacen responsables de que su familia no zozobre a la primera de cambio. La adultez consiste en responder por sí y ante sí a los compromisos hechos propios. La persona adulta no puede aflojar ante las dificultades. Sabe que no debe desesperarse. Ha de aguantar el peso de cargar con otros, con los niños propios, con los ajenos, con sus progenitores, y, además, consigo misma. En esta estamos. Cito a Daniel Innerarity que describe una transformación en la democracia: “Como sociedades democráticas debemos discutir acerca de lo que sabemos, de lo que no sabemos y de todas las formas de saber incompleto a partir de las cuales hemos de tomar nuestras decisiones colectivas” (La sociedad del desconocimiento, Barcelona 2022). Se ha vuelto sumamente complejo gobernar en democracia. Pero corresponde hacerlo. La alternativa dictatorial no canaliza las demandas múltiples y los nuevos derechos que reclama una ciudadanía ansiosa de mayor humanidad. Las dictaduras tratan a los ciudadanos como infantes. El totalitarismo resuelve todo con la censura y la policía. El plebiscito del domingo es una buena señal. Por de pronto, la democracia se fortalece con su ejercicio. La clase política repara sus pecados habiendo creado las condiciones para encauzar las demandas de justicia, de igualdad y de diversidad. Los constituyentes hicieron la pega a pesar de sí mismos. Pero es también una buena señal porque, aun en un ambiente enrarecido por el griterío y las mentiras de lado y lado, la gente más sensata constata que hay buenas razones para votar el Apruebo o el Rechazo. La ciudadanía oye argumentos de la gente mejor preparada y más experimentada, y no sabe bien a quién hacer caso. Por lo mismo, no cae en la tentación de maldecir la postura contraria. Respetar al prójimo es el resumen de la adultez. Hoy es menester tomar decisiones políticas sin tener el conocimiento suficiente, cargando conscientemente con el riesgo de equivocarse y respetando a quienes tienen una posición política distinta. Pasamos por un gran momento. Esperamos que al día siguiente haya cambio de camisetas. Sería penoso que ganen las barras bravas. El país ha de seguir practicando la democracia. Urge pasar de una forma de democracia a otra. La primera fue buena, ¡costó tanto recuperarla! La segunda se abre paso con una clase política que debe aprovechar la garra de los jóvenes, tolerarles algunos arañazos y cortarles las uñas de vez en cuando. Salvo algunos despliegues de inmadurez de mal pronóstico, la sensatez está primando. La democracia incluyente e igualitaria que el país va forjando dependerá de la maduración de los jóvenes y de unos adultos que deben llegar a entender que nace algo nuevo.
Dudo que en el plebiscito alguien vote con el puro cerebro. Las razones con que se sustente una de las dos opciones radican en el pathos de cada persona. Las ideas alojan en aquel lugar del corazón donde se toman las decisiones. Pensamos con el estómago y la garganta. La palabra motivo conjuga bien ideas y emociones. ¿Qué motivos se tienen para votar esto o aquello? Han de primar las argumentaciones, pues con ellas se expresa de un modo inteligible el punto de vista propio. Pero este está condicionado emocionalmente, a veces para bien y otras para mal. Sea lo que sea, si queremos construir o reconstruir algo juntos como país, la em-pathía con los motivos de quienes votarán distinto de nosotros es fundamental. El país se quebró. Solo podremos repararlo entre todos.
Votar Apruebo o Rechazo depende de buenas razones. Cada cual habrá debido informarse, leer el texto propuesto hasta donde pueda entenderlo, oír el parecer de los expertos, pero también tendrá que examinar interiormente qué lo motiva a votar esto o lo otro y, además, adivinar los sentimientos ajenos. ¿Se puede hacer? Este es un ejercicio espiritual en sentido estricto. Puesto que todo ser humano se halla bajo el influjo del Espíritu –lo creo yo como cristiano–, está capacitado para hacer este ejercicio, sea cristiano, no cristiano o agnóstico.
En consecuencia, propongo que antes de meter el voto en la urna se haga el ejercicio de adentrarse en el pathos. Allí adentro es posible intuir las motivaciones ajenas. ¿Qué duele a otras personas? ¿Cuáles son los miedos de las que piensan distinto? ¿Qué esperan los contradictores? Uno puede cuestionar sus ideas, desbaratarlas, es menester hacerlo porque lo que le conviene al país en última instancia depende de diálogos, de discusiones y de negociaciones. Pero, si las ideas se rebaten, los dolores se comparten. ¿Y si en este ejercicio empático nos convertimos al voto ajeno? Es un riesgo muy noble.
Pido que se aplique a mí mismo este predicamento. Votaré Apruebo. Si gana el Rechazo, espero que los vencedores consideren mis motivaciones y preocupaciones. Estimo preocupante que el país se eternice buscando la fórmula para elaborar un nuevo texto. Lo veo como una pesadilla. Quiero que el país haga el ajuste moral, cultural y constitucional que necesita. Puede perderse una buena oportunidad. Me duele que el movimiento de reivindicación de las mujeres quede a medio camino. Estoy convencido de que muchos de quienes votarán Rechazo tampoco quieren algo así, pero de hecho puede ocurrir. También muchos de ellos pueden lamentar que los pueblos originarios continúen ocupando un lugar secundario en la sociedad. Pero se arriesga perder la posibilidad de curar una vulneración centenaria. Será triste que no se afirme constitucionalmente el reconocimiento de que hay varias maneras de ser familia. Estoy seguro de que la mayoría de los que voten Rechazo piensa igual que yo. Son, en fin, tantos los derechos sociales que habrán podido asegurarse aunque sea, mientras no haya recursos, solo en el papel.
Es sorprendente que en esta disyuntiva electoral haya tantas buenas razones de lado y lado para votar diversamente. Esta situación debiera facilitar la convergencia después del 4 de septiembre. Por algo el 80% votó por una nueva Constitución. La polarización es circunstancial.
Por esto mismo las heridas son de evitar. Las campañas son legítimas, pero no las mentiras ni el odio. Toma demasiado tiempo volver a unir luego a las familias y al país. Se miente para engañar. El odio incapacita para levantar un techo que nos cobije a todos. Los gestos grotescos y malquerencias predominantes durante los trabajos de la Convención son un ejemplo de lo que debe terminar ahora mismo.
Quienes votaremos Apruebo queremos que la siguiente etapa de la gesta constitucional en la que estamos concluya pronto, y se abra una nueva etapa de correcciones del texto aprobado. Existe el peligro de que nuevamente el país se nos escape de las manos. Preocupa y apena que el proyecto acabe en el papelero. El país puede quedar a la deriva.
Según el Papa Francisco “el abuso contra las religiosas es un problema serio. No solo el abuso sexual, también el abuso de poder y el abuso de conciencia. Tenemos que combatir esto”(1). ¿Qué significa “combatir esto”? Algo hace presentir que, cuando las religiosas tomen conciencia y luchen contra los abusos que las afectan explotará otra bomba al interior de la Iglesia. De momento, que estos abusos “no (salgan) a la luz con más frecuencia se debe a la dificultad para reconocer situaciones de este tipo cuando se está imbuido en ellas. A la falta de perspectiva que implica esta ausencia de distancia se le suma la normalización de estos comportamientos, los diversos grados de abuso –que solo implican un delito cuando llegan a niveles extremos– y un concepto rancio de lealtad institucional que interpreta cualquier crítica a la institución como una rebelión contra ella”(2). La Vida Religiosa femenina padece de abusos de poder de parte del estamento eclesiástico. Recuerdo que años atrás llegó un nuevo obispo a una diócesis del sur de Chile. Dijo: “Es mejor un mal cura a una buena monja”. Puso al cura. Las religiosas tuvieron que irse. Los demás podemos suponer qué ocurrió con aquella comunidad de base. En la Iglesia todas las decisiones importantes las toma la jerarquía, pero también en la pastoral ordinaria los curas tienen la última palabra. Según M. Rosaura González Casas, “se trata de un estilo de gobierno únicamente de hombres, que es radicado en una estrategia de gestión presente al interior del sistema eclesial. Es un estilo sistémico y nace de aquella noción de cierto ‘elitismo’ de parte de quien gobierna, que supone una superioridad derivada del vínculo con la sacralidad. Esto implica que el sacerdote, por el puro hecho de haber sido ordenado, posee una autoridad que viene ‘de lo alto’ y que, por tanto, es un ‘poder sacro’”(3). Pero los abusos de poder también se dan en las mismas congregaciones femeninas y al interior de las comunidades. Las constituciones pueden favorecerlos. ¿Deben obedecer las religiosas a sus superioras como si estas ocuparan el lugar de Cristo o de Dios? Hay mujeres consagradas con un enorme poder. Se ha dado el caso de algunas superioras generales que no ceden el cargo o llegan a cambiar las reglas. A veces las superioras son mujeres maltratadoras. Tienen “un estilo de liderazgo marcadamente narcisista y paranoico dentro de la comunidad” (4). María Paz Ávalos afirma: “En instituciones religiosas femeninas podemos encontrar en los relatos de personas que se han sentido violentadas, un ejercicio arbitrario del poder que se ejerce en nombre de la autoridad, un poder coercitivo que limita las posibilidades de realización personal dentro de la vida institucional. También se ejerce poder manipulando afectivamente y pidiendo lealtades ciegas. Los abusos suelen estar teñidos de afecto y seducción” (5). En el extremo de las posibilidades, alguna de ellas constituye una auténtica secta (6). Los abusos sexuales de parte de los clérigos es un fenómeno bastante más extenso de lo imaginado. Un estudio realizado por la Universidad de Saint Louis en 1996 a petición de varias congregaciones concluyó que el 25% de las religiosas en EE. UU. habían sido víctimas de abuso sexual (7). Es posible pensar que estos abusos sean difíciles de conocer por una serie de factores. Da vergüenza que se sepa que se ha sido abusada. Dirán: “lo provocó”. Si el “provocador” tiene un vínculo de poder con la congregación, esta puede minimizar la gravedad del asunto o negarlo. También puede quitársele el favor a la religiosa. No creérsele e incluso endosarle la culpa. Los abusos sexuales van desde la palabra en el oído a la violación (8). No faltan casos de sacerdotes que han sabido enredar a la persona con motivaciones espirituales, convirtiéndolas en cómplices de sus actos y terminar por confesarlas. Los daños producidos pueden ser brutales y durar toda la vida e, incluso, inducir al suicidio. Contra los más diversos tipos de abusos siempre es posible levantar cautelas, realizar reparaciones y aplicar sanciones a las personas culpables. Pero aquello que hoy mismo debe ser corregido son las condiciones estructurales que hacen vulnerable a la Vida Religiosa femenina. En su caso el abuso es completamente distinto al que ocurre con otro tipo de personas (niños, gente débil de carácter o varones). En la Vida Religiosa femenina se multiplican y se entreveran las dependencias. Por el mero hecho de ser mujeres muchas dependen de los varones (padecen un tipo de machismo); dependen sacramentalmente de los ministros ordenados (si no cuentan con cura, por ejemplo, no tienen misa; u, otro ejemplo, deben abrir su corazón a un confesor hombre y, como si fuera poco, verse obligada una comunidad entera a confesarse con el mismo sacerdote); dependen económicamente de la diócesis o del párroco (y, en algunos casos, cuando la pobreza de las religiosas es extrema, puede llegarse a servilismos indignos); dependen apostólica y pastoralmente (pues la última palabra en la materia la tienen los sacerdotes); dependen doctrinalmente (porque no tienen ninguna participación epistémica en la elaboración de las enseñanzas de la Iglesia); dependen espiritualmente (cuando son dirigidas por los presbíteros); dependen intelectualmente (ya que se da por sentado que no necesitan saber teología como los presbíteros); y, por todo lo anterior, suelen depender psíquica, afectiva y a veces sentimentalmente de los sacerdotes con consecuencias deshumanizadoras. Estas dependencias generan un mundo, una galaxia llena de estrellas y también de gases tóxicos que hacen que los clérigos y el mismo laicado minusvaloren a veces a las religiosas. Su propia Iglesia las mira como eclesiásticas de “segunda”. Se ríen de ellas. La Vida Religiosa femenina realiza una obra evangelizadora extraordinaria pero casi nadie sabe las condiciones indignas en las que esta entrega muchas veces se cumple. En suma, la Vida Religiosa al interior de la Iglesia constituye una especie de edificio antiguo que, a Dios gracias, comienza a agrietarse (9). La Iglesia, y la Vida Religiosa femenina muy particularmente, demandan hoy una desacralización de los presbíteros. La versión sacerdotal, sacral, del presbiterado –versión antiquísima del mismo que se acentuó en el segundo milenio- no resiste más. Constituye un anti testimonio. El “macho” que concentra en sí mismo el poder que devenga el sacrificio de Cristo, es una persona peligrosa. Su prestancia numinosa, su representación del poder absoluto, su pretendida perfección y pureza, predomina sobre las mujeres, tenidas por impuras por naturaleza (10), y sobre las religiosas en particular. La liberación de las consagradas es onerosa. Requiere un “combate” y coraje a personas que muchas veces deben librarlo solas. Los precios que deben pagar son muy altos (12). Es muy triste, por último, que todas estas variadas formas de abuso, esta cultura clericalizada invisibilice el bien extraordinario que las religiosas hacen en la Iglesia. No todas las religiosas y comunidades están enfermas por la opresión. Es de justicia decir que, no obstante lo anterior, hay entre ellas mucho amor y colaboración en la misión de Jesús. Son las religiosas quienes mejor han entendido qué significa la opción por los pobres en América Latina y el Caribe (Gustavo Gutiérrez).
NOTAS
1Papa Francisco, a la Unión Internacional de Superioras Generales: https://www.vatican.va/content/francesco/es/events/event.dir.html/content/vaticanevents/es/2019/5/10/uisg.html, a partir del minuto 14 (Consultado 29/07/2022). 2 Ianire Angulo, «La presencia innombrada. Abuso de poder en la Vida Consagrada», Teología y Vida 62, n.o 3 (2021): 357-88. 365. 3 María Rosaura Gónzalez Casas, «La crepe che stanno minando l’edificio. Possibili risposte formative per svilupare un nuovo modo di essere Chiesa», en Per una cultura della cura e della protezione (Milano: Paoline, 2022). 140-79. 141. 4 Anna Deodato, Vorrei risorgere dalle mie ferite. Donne consacrate e abusi sessuali (Bologna: Dehoniane, 2016). 115. 5 Carolina del Río M. (ed.), Vergüenza. Abusos en la Iglesia católica (Santiago: Universidad Alberto Hurtado, 2020). 34. 6 C. del Río, Vergüenza, 125-126. 7 Cf. Camila Bustamante Soto, Siervas. El historial de abuso de las monjas sodalicias (Santiago: Planeta, 2022). 8 Chibnall, J.T. – Wolf, A., Dukro, P., «A National Survey of the Sexual Trauma Experiences of Catholic Nuns», Review of religious research, 40, 2 (1998) 143-167. 9 Documental “Las monjas esclavas”: https://mail.google.com/mail/u/0/?tab=rm&ogbl#search/mrosaura.gonzalez%40stjteresianas.org/FMfcgzGpGwptKCwbfrvtxdVrgckmHBSD?projector=1 (Visto 22/07/2022). 10 Cf. R. González Casas, «La crepe che stanno minando l’edificio… ». 140. 11 R. González Casas, 144. 146. 12 I. Angulo, «La presencia innombrada…». 361.
El texto constitucional en debate se refiere a la índole espiritual del ser humano: “El Estado reconoce la espiritualidad como elemento esencial del ser humano” (art. 67, 3). También en otros incisos alude al tema (1, 2, 4). Asimismo, valora las diversas cosmovisiones (arts. 11, 34, 65, 67). Tan importante afirmación pide decir algo sobre este reconocimiento, sobre su representación pública y, en el caso del cristianismo, sobre la innovación teológica que esto significa. El texto innova. Va mucho más allá de las constituciones del 25 y del 80. En estas, se reconocía a las religiones respeto y lugares para desarrollar sus actividades. ¿Era exigible a estas constituciones reconocer la naturaleza espiritual de los pueblos originarios? No, porque la toma de conciencia histórica es progresiva. En Chile esta conciencia ha crecido con la lucha del pueblo mapuche y el descubrimiento de los derechos humanos. En la actualidad se levanta una demanda de justicia de pueblos víctimas de un tipo de cristianismo colonizador que no vio en la espiritualidad indígena más que paganismo. La Constitución de 2022 hace suya esta demanda. El reconocimiento político de la espiritualidad de todos los pueblos constituye tal vez el logro cultural más grande en quinientos años de historia. La eventual nueva Constitución destapa, además, el asunto de la representación social y política del pluralismo espiritual. El texto reconoce variados espacios para que las chilenas y los chilenos, y pueblos, puedan expresar aquello que seguramente es lo más valioso de sus vidas. La más visible representación, hasta hoy, la ha tenido la Iglesia católica y, en las últimas décadas, la Iglesia Metodista Pentecostal. Tenemos el caso de la Presidenta o el Presidente que asiste a los respectivos Te Deum. El Te Deum católico ha hecho grandes progresos al constituirse en un factor de comunión de las diversas religiones y espiritualidades. En la celebración del 18 de septiembre lucen los pueblos indígenas. Aun así, queda planteada la pregunta por el anfitrión. ¿Debe hacerse en la catedral de Santiago? El Estado es laico. Ninguna creencia puede reclamar para sí la representación de todos los chilenos (art. 9: “El Estado es laico. En Chile se respeta y garantiza la libertad de religión y de creencias espirituales. Ninguna religión ni creencia es la oficial…”). Aún más, las iglesias cristianas chilenas, especialmente la católica, deberían hacer un mea culpa histórico. Están en deuda. Tendrían que declarar públicamente que en el país ha habido modos de evangelización que constituyen una vergüenza. El papa Francisco ha pedido perdón a los pueblos originarios de Canadá por “la destrucción cultural y la asimilación forzada”. En Chile el nombre de Cristo ha sido usado exactamente para lo mismo. Este atropello centenario debiera impulsar la creación de nuevos modos de representar el pluralismo espiritual. Los progresos teológicos cristianos del siglo XX favorecen algo así. Volvamos al caso del Te Deum, aunque pueden darse otros ejemplos como el de los capellanes. La celebración ecuménica, interreligiosa e intercultural del origen de la República de los últimos años apunta en la dirección correcta, pero no es suficiente. Se puede ir más lejos. La Iglesia católica abandonó hace rato el error de pensar que “fuera de la Iglesia no hay salvación” (extra Ecclesiam nula salus). En el Concilio Vaticano II la misma Iglesia concluyó que Dios conduce a todos los pueblos a su realización por caminos que ella puede desconocer (Gaudium et spes 22). Por esto, los cristianos deben ver en las religiones abrahámicas (islam y judaísmo), en las demás religiones y espiritualidades filosóficas, en las cosmovisiones de los pueblos originarios e incluso en los ateos (en la medida que ponen en práctica la caridad y buscan la justicia) la acción del Espíritu Santo. El Espíritu del Cristo resucitado, desde el día de Pentecostés en adelante, promueve la diversidad y la comunión. No debiera extrañar que la teología hoy subraye este modo de entender la espiritualidad humana. Cuando el texto constitucional afirma que el ser humano es esencialmente espiritual, los cristianos, desde su ángulo, deben entender que ellos tendrían que abandonar la idea de su superioridad religiosa, celebrar la diversidad de modos de encontrar a Dios y dialogar con los demás en favor de la unidad del país. Antes y después del plebiscito, las espiritualidades tienen y tendrán una misión de primera importancia.
Al momento de votar Apruebo o Rechazo, los miedos tendrán gran importancia.
Nuestras decisiones muchas veces son tomadas por miedo. Temerosos de la salud de la población, los gobiernos la han protegido con medidas sanitarias. Bien. Un amigo no se atrevió nunca a pedir matrimonio a su pareja y terminó perdiéndola. Mal. Los equipos que juegan a no perder, a que no les metan goles, no pueden aspirar a encabezar la tabla. Mal.
En los miedos habitan las razones con que se toman las decisiones. En cualquier persona sana, digo. Pues es patológico no tener temor a nada. ¿Y si viene el león?
También es patológico decidir de un modo meramente racional. Quien actúa sin empatía nunca entenderá que las motivaciones de los demás pueden ser razonables y, por ende, que urge presentirlas para conversar con ellos hasta concordar una convivencia pacífica. Hay actuaciones impulsadas exclusivamente por los traumas del pasado. Pesa, en el caso chileno, el quiebre del 11 de septiembre del setenta y tres. Es normal que pese. Pero su evocación no debiera nublar el juicio como para evitar de malas maneras otro desastre histórico.
Intuir las motivaciones políticas del prójimo es fundamental. Adivinarlas prepara el entendimiento con las otras personas. Pensar The day after al plebiscito de un modo empático, tendría que moderar la ansiedad sobre el futuro. Lo mismo, un ejercicio de introspección, analizar en nosotros la conjunción de emociones y razones ayudará a acertar. Partamos de la base de que nadie tiene un punto de vista absoluto, tampoco nosotros, como para saber exactamente lo que nos conviene como país. El fanático cree tenerlo. Las personas sensatas saben que su óptica es relativa. Juzgamos desde el lugar del mundo en que la vida nos puso. Las biografías son siempre fuentes únicas de conocimiento, y por lo mismo limitadas. Es básico entender, por esto, que al resto de los ciudadanos les pasa lo mismo. Y que sus miradas nos son indispensables. Ciertamente sus posturas son relativas, pero también ellos pueden tener alguna buena razón que hacer valer en una discusión política.
Las campañas ayudan a defender un punto de vista con entusiasmo. Las campañas del terror, en cambio, convierten el miedo en pánico, fanatizan y transforman a los adversarios en enemigos.
No soy neutro. Mi opinión, basada evidentemente en mi propia vida, es que se hace necesario correr riesgos. En la actual situación hago fe en el elan de las generaciones más jóvenes, y apuesto por cambios profundos. Sintonizo con la larga historia de colectivos humanos oprimidos; los pueblos originarios y las mujeres. Hago mías las diferencias de género y que se reconozcan varias maneras de ser familia. Lamentaría que perdiéramos la oportunidad de acabar con estas discriminaciones. ¿Puedo dar por supuesto que los jóvenes, en tiempos de individualismo, serán solidarios con los excluidos? Ojalá que lo sean.
Audentes fortuna iuvat: a los audaces les ayuda la fortuna, decían los antiguos. Sería penoso que se apoderara de mi generación el miedo a dar un paso en falso. Nosotros los mayores nos volvemos con los años más conservadores. Podemos, por lo mismo, cerrarle el futuro a los que vienen detrás en nombre de nuestras experiencias. Si nuestras y nuestros jóvenes aun careciendo de experiencia se lanzan a la piscina sin más, que ellos mismos nos ayuden a completar nuestros serios discernimientos con algo de arrojo. “Que se vayan los viejos y que venga juventud limpia y fuerte, con los ojos iluminados de entusiasmo y de esperanza”, proclamaba Huidobro en su Balance patriótico. Será bueno que pasemos las riendas a la juventud y galopemos mejor al anca.
Vistas las cosas desde el futuro, vamos haciendo lo que hay que hacer. Estalló el país. Los políticos crearon una vía democrática para salvarlo. Se votó una Convención Constitucional que hizo el trabajo de acuerdo a las reglas que se le impusieron. Redactaron un texto y lo entregaron al Presidente. ¿Qué queda? El plebiscito de salida. Hasta aquí el país ha hecho una performance democrática impresionante. No se puede decir que estamos “como la mona”.
Hay que tener en cuenta, sí, que el texto de la futura Constitución es un medio y que la convivencia es un fin. El dato es que la convivencia nacional entró en crisis por al menos dos razones. Una, injusticias en muchos ámbitos. Dos, la emergencia de sujetos colectivos que han tomado conciencia de su dignidad y la harán prevalecer contra viento y marea. Es la hora de la diferencia. La igualdad conseguida por la fuerza de los poderes económicos (ejemplo: neoliberalismo), políticos (ejemplo: la Constitución del 80), culturales (ejemplo: machismo y colonialismo) y religiosos (la prevalencia de una religión sobre la espiritualidad de los pueblos originarios), no da para más. Ha sido una igualdad abstracta, uniformadora. Se requiere reconfigurar aquello que nos iguala. Necesitamos una unidad que integre a los diferentes. Una refundación, reconstrucción o como quiera llamársela.
No estamos “como la mona”. Es este un momento extraordinariamente importante. Hasta hermoso. Requiere, de todos, que saquen del alma lo mejor para hacer un espacio digno y justo a los excluidos.
Tenemos por delante otros pasos democráticos. Del plebiscito saldrá un Apruebo o un Rechazo. Las posiciones más sensatas saben que, a partir de entonces, comienza otra etapa que aún exigirá mucho trabajo. Necesitamos un texto constitucional e innumerables textos legales que consigan el fin buscado: la unidad que nos haga reconocernos en la mirada de los otros como un solo pueblo.
La viruela del mono hay que evitarla a toda costa. Uno de sus síntomas es un alza súbita de la temperatura a más de 38,5. No sé de alguien que quiera que suba la fiebre en el país, entremos en trance, veamos a los otros como enemigos y los borremos del mapa. Nadie lo quiere, pero somos monos, y los monos son porfiados. Si no enfriamos la cabeza y la levantamos, volveremos a la selva. Si no invocamos el amor político que tenemos en el corazón para hacerles un espacio a los demás, podemos entrar en la espiral de violencia. Hay que frenar en seco el curso al desastre. Andan monos con gillette aullando, cuidado. Tienen cara de mono. No hay cómo perderse.
Nuevamente nos convoca la democracia. Nunca debimos perderla. La mejor forma de fortalecerla es practicándola. Sabemos sus reglas, pero se trata de un sistema político que funciona cuando es aceitado permanentemente con buena voluntad. Es un medio pero también un fin, porque consiste en un modo de convivencia que supone que nos pertenecemos unos a otros. La convivencia respetuosa, empática, justa, es madre e hija de la democracia. Necesitamos poner atención. No podemos seguirles el juego a las campañas. Más que arengas, son precisos argumentos.
Todos saben qué es la Convención. Qué son los papers, lo saben solo los académicos. Son las publicaciones en revistas científicas nacionales e internacionales. Sostengo que la Convención pudiera dar al menos algunas orientaciones gruesas para el desarrollo de ciencia. En todo caso, alguna ley sobre esta materia debiera proteger a las universidades de la jibarización científica en que las ha metido la actividad comercial.
Publica o muere
La exigencia a la academia de estándares científicos internacionales ha sido muy positiva. El intercambio de conocimientos es enorme. Los especialistas controlan el valer de las publicaciones mediante sistemas sofisticados de evaluación independiente. Este sistema ha demandado a los universitarios correr. Trotar no basta. Menos grasa, más músculos. Nadie hoy tiene asegurada la cátedra. En este siglo se hace ciencia así y no asá. Pero esta apretura tiene también efectos perniciosos. Puede agotar la imaginación de los académicos y distraer a la ciencia.
En las privadas, que es el terreno que mejor conozco, la competencia entre ellas es enorme. Algunas de estas quieren conseguir un lugar entre las 300 o 100 mejores universidades del mundo. Pero, ¿cómo podemos nosotros competir con las millonarias universidades norteamericanas si no estresando al máximo a nuestra gente, haciéndoles sacar papers como se hace poner huevos a las gallinas no-libres? Esta competencia se concretiza en los sistemas regulatorios y de acreditación que velan por la calidad de las universidades, pero que pueden también acabar con el ocio inherente a la actividad intelectual.
Para algunas personas la presión por publicar las angustia e incluso les induce a la corrupción. Se nos dice: “Es una pena: los papers son lo único que vale”. Pero existen otras habilidades intelectuales, la de los artículos es solo una… Se nos repite: “Es una pena: si no publica, se va”. Pero si a un académico las universidades extranjeras le piden una conferencia. Estas toman tiempo. ¿Y si otros científicos le invitan a formar parte de colectivos de cooperación en investigación? Publish o perish.
Además, los papers no son el único tipo de publicaciones que debieran valorarse. Un académico puede publicar un libro que recoge sus trabajos de una década, pero los libros, le dirán, si quiere usted llegar a ser titular, sirven poco o nada. Pues si algo verdaderamente sirve son los papers WOS, Scopus, Scielo… Tampoco valen los capítulos de libros que suelen ser solicitados a modo de contribución por organizadores de publicaciones. Es divertido constatar, por ejemplo, que mucha de la mejor teología de la liberación en América Latina y el Caribe se ha escrito en libros y revistas no indexadas. He aquí que los teólogos universitarios usamos esta producción y la citamos con fruición.
¿Debe la Convención hacerse cargo del perfil de científico y de ciencia de Chile? Esperamos que la futura constitución no baje a detalles. No puede tomar partido en el debate sobre la metodología de la comunidad científica internacional. Pero pudiera tal vez ayudar a precaver a las universidades de la alienación que se ha introducido en ellas. ¿De qué sirve pavonearse nuestros investigadores entre los nóbeles, etc., etc., si olvidan que por acá hay asuntos que urge abordar intelectualmente? Si un intelectual requiere ciencia, bien parece necesario que la actividad científica universitaria radique en el territorio y la época que hace pertinente su trabajo. La vida intelectual y la academia no son lo mismo aunque se parezcan, pues requieren tiempos, aptitudes y actitudes diferentes. La mente mira cerca, con lupa. El intelecto usa telescopio. ¿O se dirá que todo científico es un intelectual?
Cervantes en el prólogo de la historia de don Quijote critica la ciencia de su época. Advierte contra quienes recurren a famosos para hacer valer sus escritos: “no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos”. El caso no es el mismo del de nuestros tiempos. La ciencia hoy requiere de citas a pie de página precisamente porque es un arte humilde. Parte de la base de las deudas recíprocas en el mundo del saber entre los investigadores. Pero un mismo pecado asola a ambos modos de hacer ciencia, a la de 1605 y a la de 2022: la alienación.
¿Debe la Convención hacerse cargo de los papers? Por supuesto que no. Pero alguien debiera impedir que la competencia contra, en vez de la colaboración con, determine las condiciones en las que se hace ciencia en el país. Necesitamos superar la mayor oligofrenia de nuestra época.
El siglo XX ha sido el siglo de las víctimas. Los judíos conocieron el infierno del Holocausto. También se han dado genocidios en otras partes del mundo y otras formas de violencia no tan extremas. Lo que tiene lugar en Chile es una rebelión de las víctimas.
Las violaciones de los derechos humanos durante la dictadura nos abrieron los ojos. “No puede ser”. El despojo de los pueblos originarios de parte del Estado, de la oligarquía chilena y de las iglesias cristianas tampoco ha debido ser. La dominación centenaria, milenaria, de las mujeres termina tras años de luchas de los movimientos feministas. Los/as LGBTQIA+ insisten, ¡somos personas! Los abusados por el clero claman al cielo. La tierra se queja, gallinas, vacunos, también los ríos. ¿Tiene derechos? No los tienen, a crearlos entonces. Nuestra sociedad para llegar a ser tal ha sacrificado seres a destajo. “Piedra en la piedra, el hombre, la mujer, los niños, la flores, ¿dónde estuvieron?”.
La Convención es hoy el lugar de un reformateo del país que se haga cargo de la rebelión de las víctimas. Chile estalló. ¿Era necesaria la revuelta que destruyó las ciudades? ¿Necesaria? Era evitable, pero lamentablemente los dueños de la unidad no quisieron mantenerla por las buenas. Han debido ahora soportar la recuperación de la armonía social por las malas. (Atria tiene razón).
Por esto es tan difícil sacar adelante una nueva constitución. En un espacio cerrado, por un tiempo muy limitado, el país ensaya una configuración de la unidad que no solo integre las diferencias sino que haga justicia a las demandas de las víctimas. La tarea es titánica. Pues, como si fuera poco, la Convención tiene el viento en contra de gente poderosa que la rechazó desde la primera hora.
Pero la Convención, para sacar adelante una constitución decente, no debiera imponernos un texto por el mero hecho de querer acoger las demandas de las víctimas. El país no puede ser víctima de las víctimas. De víctimas iluminadas con el arder de sus víctimas. Es imperioso romper el circuito de los sacrificios humanos. Una constitución nunca dejará contentos a todos porque debe forjar las herramientas para solucionar los conflictos en vez de suprimirlos directamente. (La pretensión de legalizar constitucionalmente el aborto tiene aterradas a personas de izquierdas y de derechas).
La rebelión de las víctimas, mereciendo el máximo respeto, no debiera convertirse en la tiranía de las víctimas. Las víctimas merecen un cuidado fino, amoroso, mejorador. Deben ser sanadas mediante la recuperación de su dignidad atropellada. Han de ser precavidas de una re victimización, situaciones que activan el trauma de haber sido violentadas o violadas, de volver a sufrir lo sufrido. Pero este proceso debe ser animado por la posibilidad de una reconciliación entre opresores y abusadores en esta vida o en la otra.
Nuestra sociedad, además de una nueva constitución necesita una reconciliación y una rearticulación de su unidad a partir de víctimas que, a la vez, no conviertan a los demás en víctimas suyas. No porque las victimas hayan ganado un espacio adentro de la Convención van a tener razón en todo. Escuchen a los de fuera y venzan con argumentos.
(Semana Santa: se crucificó a un rebelde. Jesús fue el abogado de los últimos y, al mismo tiempo, el juez de la reconciliación entre dañados y dañinos. Los cristianos tienen por misión hacer de cristos y cristas que construyan la unidad que el país, hasta ahora, ha conseguido con sangre inocente).
El Estado debe ser neutral, y para indicarlo se hace uso del adjetivo laico. Pero hay dos maneras de entender esta laicidad, dos maneras complementarias. Si el mozo pregunta “agua mineral con gas o sin gas”, al Estado le corresponde decir “con gas y sin gas”. “¿Cómo?”, dice el mozo confundido. Lo explico.
Sin gas. La neutralidad del Estado moderno es un valor que hay que custodiar a brazo partido. La modernidad nos ha dejado mecanismos formales de organización de la sociedad como la democracia, la custodia de los derechos civiles y humanos, y la defensa de libertad. El Estado chileno, como cualquier otro Estado que haya asumido la modernidad como una tradición humanizadora, no se puede identificar con la Iglesia Católica ni ninguna otra religión o etnia. No puede ser confesional y, por lo mismo, tampoco antirreligioso. No le corresponde declararse ateo y, por idéntica razón, denominarse católico.
Cuando esto último ha ocurrido los no católicos han padecido las consecuencias. La imposición del cristianismo en el territorio tuvo consecuencias devastadoras para los pueblos originarios. Pero los mismos católicos han sido perjudicados por un Estado no neutral, pusilánime a algunos poderes fácticos de la Iglesia Católica. También los cristianos en general han necesitado de un Estado que los proteja contra el estamento eclesiástico, cuando este ha presionado a parlamentarios o funcionarios públicos. Podrían darse varios ejemplos en los campos de la moral de la vida, de la familia y de la sexualidad. El Estado no puede ser el brazo secular de un credo. Otro ejemplo: al Esto no le corresponde enarbolar la bandera antifeminista, como lo hace en Afganistán, ni la del feminismo.
(La presión de una ministra al gobierno para que se retractara del nombramiento de Felipe Berríos en un organismo que se hiciera cargo de la dramática situación de los campamentos por ser él un sacerdote católico, es un buen ejemplo de un modo erróneo de entender la laicidad).
Pues la laicidad, como el agua, puede tener más de una virtud. Aunque el Estado no debiera identificarse fanáticamente con el feminismo, debe defender las luchas de las mujeres por su dignidad contra quienes eventualmente quisieran cancelarlas y, además, dar curso y promover sus valores. Debe hacerlo porque el feminismo beneficia a la sociedad en su conjunto, a las mujeres y a los hombres también. ¿Cómo pudiera no ponerse al servicio de la salud y el desarrollo de los ciudadanos concretos? El Estado está obligado a ser neutral, pero las personas no son neutras.
Al igual que el agua mineral con gas, las personas tienen valores y antivalores. Poseen raigambres, costumbres, ideas, relatos que no por enfatizar un aspecto deben ser descartados. Son judíos, cristianos, budistas, además de cultores de las artes o deportistas, domadores de caballos, buzos, andinistas, bañistas, nudistas… El Estado debe reconocer lo que merece ser custodiado o propiciado de cada movimiento, tradición o iniciativa. La laicidad antirreligiosa del siglo XIX es anacrónica, y puede ser incluso talibánica. La postmodenidad, ahora en el siglo XXI, valora la pluralidad de modos de ser humanos. Lo aclara un filósofo liberal y agnóstico como Jünger Habermas en el plano religioso: «el universalismo igualitario del que proceden las ideas de libertad y convivencia solidaria… de los derechos humanos y de la democracia, es un heredero directo de la ética judía de la justicia y de la ética cristiana del amor».
Agua mineral con y sin gas. Estado laico sí, pero gasificado por las religiones, las costumbres regionales, las lenguas nativas, las luchas obreras y ecologistas y cualquier otro valor cultural antiguo o nuevo que necesite protección o pueda ser intercambiado. La laicidad debe invocarse con las cartas sobre la mesa. Ha de reconocer que entre sus raíces se halla el judeo-cristianismo como una contribución indispensable. ¿De dónde sacó la laicidad su dedicación a la salvaguarda de la dignidad humana? ¿De dónde su solicitud por la justicia? Las sacó de una humanidad de carne y hueso, de los negros y de las mujeres que lucharon por su liberación.
“Oiga, garzón, tráigame una botella de agua con gas y otra sin gas”.