La anunciada creación en la iglesia católica de un tipo de prelatura especial para acoger a cristianos anglicanos descontentos con su iglesia, tiene enorme importancia. Se rompe el anglicanismo, pero sobre todo se los recibe con respeto de muchas de sus tradiciones. Pasarán a ser católicos con sus obispos y sacerdotes casados, entre otras cosas. Lo que es de subrayar es que este acontecimiento representa un triunfo de la unidad de la Iglesia de Cristo, triunfo que no debido al trabajo ecuménico de años impulsado por el Concilio Vaticano II.
La unidad de la única Iglesia tiene un valor superior. El Concilio entiende que esta Iglesia “subsiste en la Iglesia católica”, pero que no se agota en ella (Lumen gentium 8). También las otras iglesias y comunidades cristianas forman parte de la Iglesia de Cristo. De la unidad de esta única Iglesia, de los progresos en comunión de los cristianos, depende el testimonio que estos pueden dar del amor de Dios por todos los hombres. Dios ama igualmente a protestantes y católicos, a coreanos, indios y congoleses. Si la Iglesia está dividida ella se convierte en principio de división de la humanidad. Si, por el contrario, afianza su unidad, ella es efectivamente sacramento de unión de los hombres entre sí. Esta fue la convicción del Concilio (Lumen gentium 1). De aquí que los cismas de la Reforma, junto con el de la iglesia ortodoxa siglos antes, deben ser vistos como los fracasos más grandes del cristianismo en su historia. El odio y la violencia que hicieron enormes daños, persisten hasta hoy como un trauma que opaca la misión de la Iglesia que Cristo encomendó a sus discípulos. Por esto, la recuperación de la unidad debe ser aplaudida por los cristianos cualquiera sea su iglesia. Celebrar lo acontecido como una derrota que los católicos infligen a los protestantes, se aleja en la dirección exactamente contraria a lo acontecido.
Lo ocurrido, el modo en que han sucedido las cosas, es fruto del trabajo ecuménico. Este paso ha sido acordado por las autoridades de ambas iglesias. Para muchos anglicanos será una transición dolorosa, pero los pastores han tenido cuidado de que no sea atarantada, odiosa, desgarradora. El tema se ha conversado entre el actual arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, representando a los anglicanos y Benedicto XVI, a los católicos. Habrá un respeto por el estilo y las costumbres anglicanas. Se creará la institucionalidad adecuada que las salvaguarde. Tal vez nunca en la historia religiosa de Occidente ha sucedido algo así. Por esta razón debe relevarse el esfuerzo del ecumenismo que anglicanos y católicos han mantenido por décadas.
No se puede pasar por alto, por otra parte, el cruce de posibilidades que abre este acontecimiento. Además de la recuperación de la unidad, quedan planteados los siguientes interrogantes: Lo anglicano relativiza lo católico: ¿se alzará, a la larga, el celibato sacerdotal?; ¿acaso los sacerdotes anglicanos casados, ahora católicos, no pasarán a ser “lo más normal”?; es probable que la sensibilidad común refuerza la idea de la “anormalidad” de los curas no casados. Pero también lo rigidiza o puede hacerlo: ¿se excluirá el sacerdocio femenino, razón de la ruptura anglicana?; ¿quedará la Iglesia católica definitivamente imposibilitada tocar el tema? La demanda por mujeres sacerdotes no es exclusiva de grupos feministas, sino un reclamo cultural incontrarrestable. Estamos ante asuntos disciplinares y teológicos complejos. Sería largo analizar todos los asuntos concernidos. Hemos de tener presente al menos dos cosas: la humanidad experimenta una auténtica revolución sexual que incluye una nueva valoración de la mujer; y, segundo, los sacerdotes, por una parte, no son ajenos a esta situación y, por otra, experimentan demandas pastorales extremas.
A este respecto, la misma paciencia del trabajo ecuménico debiera servir de aprendizaje. Hay cambios que hacer, quién lo duda. Pero los grandes cambios toman tiempo y hay que hacerlos con otros, ojalá con todos. El Concilio le ha dado a la Iglesia motivos y procedimientos. El lefebrismo rechazó el Concilio: se cerró al ecumenismo, al diálogo con la modernidad y las otras religiones. Anglicanos y católicos, en cambio, han querido recorrer el camino largo de la conversación, del discernimiento y del entendimiento. Para los católicos, en particular, la conducción de su iglesia merece un voto de confianza. Y Benedicto XVI, un especial reconocimiento.