Archive for 24 abril, 2014

La cruz de la educación católica

Educacion+CatolicaLa máxima de la educación católica hoy, es decir, en atención a los signos de los tiempos, es seleccionar a los excluidos.

¿Puede un colegio católico aspirar a un financiamiento estatal si quiere tener un proyecto educativo que le permita cumplir su misión evangelizadora? Sí, por qué no. Sería una barbaridad que el Estado se lo impidiera.La función estatal, en la sociedad contemporánea, es el servicio de los impulsos de vida personal y colectivos que enriquecen la convivencia. Por lo demás,  ¿qué Estado es neutro antropológica, cultural e ideológicamente hablando? Si hubiera de primar el Estado sobre los posibles los proyectos educativos de las tradiciones de humanidad de una sociedad, estaríamos en el estalinismo puro o algo parecido.Pero si del financiamiento estatal a un colegio católico se sigue un perjuicio de los colegios no-católicos más pobres; si el colegio católico, en este caso, al elegir a sus alumnos por el “plus” que ofrece en la competencia, descrema a los otros colegios de sus mejores alumnos, nadie puede objetar al Estado que impida esta crueldad. Sería una paradoja, por de pronto, que el Estado hiciera una “opción por los pobres” y no la Iglesia.

Otro asunto aún más complejo es la educación católica de las élites. ¿Cómo se justifica que haya colegios cristianos que arrastren los mejores profesores, se queden con las familias más afiatadas, ofrezcan contactos e influencias infalibles y con una enormidad de recursos, seleccionando y excluyendo alumnos bajo estos mismos respectos? Confieso que no sé cómo. Tengo la impresión que la necesidad de educar a las élites hace 100 años no es la misma que la de hoy.

Por lo mismo, celebro la iniciativa del  gobierno de terminar con los liceos de excelencia.  Es arriesgado que el Estado se inhiba de formar directamente una élite laica. El país debe muchísimo, por ejemplo, al Instituto Nacional. ¿Renunciar ahora a un colegio de selección como este, siendo que por tantos años la calidad de sus alumnos ha sido, además de un orgullo, una necesidad nacional? Cambian los tiempos, cambian las valoraciones.  Tengo la impresión de que el gobierno acierta al hacerlo.

Así las cosas, los católicos han de reconocer que no sería la primera vez que la secularidad les lleva la delantera. Si se trata de un crecimiento auténtico en humanidad, los católicos no debieran sentir vergüenza de aprender de los que no lo son. El Concilio Vaticano II así se los aconsejaría.

Si el Estado hace la apuesta por acabar con la selección/exclusión. ¿No debiera la educación católica hacer lo mismo? ¿No debiera hacerlo a fortiori? Me parece que la selección de los excluidos es el único norte posible para la educación católica. No creo que se la pueda exigir de un día para otro.Pero si no se avanza hacia allá, el cristianismo se hará insignificante.

Match point de la Iglesia chilena

Los actores de los últimos cuarenta años, personas o instituciones, deben mirar hacia el pasado si quieren participar con honestidad en futuro del país. La Iglesia Católica, habiendo sido protagonista de estas décadas, debe volver sobre los acontecimientos en que se vio involucrada estos años porque su misión le exige continuar contribuyendo a la construcción de Chile.

 Esto, sin embargo, no es fácil. La Iglesia durante el gobierno militar puso a los chilenos una vara muy alta de humanidad. Tan alta, que a ella misma le costaría sobrepasarla de nuevo. Debe reconocerse que a nadie se le puede exigir algo parecido a encarar al gobierno más cruel de la historia de Chile, amparar a sus víctimas y luchar por sus derechos fundamentales. Si algo se debe a la Iglesia en estos últimos cuarenta años, es haber ayudado a hacer a Chile un país más humano. No más católico, sí más humano.

El contexto ha cambiado. Se podrían decir tantas cosas. Me centro en una clave. Aquí y en otras partes del mundo, la Iglesia experimenta una grave crisis en su capacidad para trasmitir la fe. La cristiandad se acabó. La cultura predominante no es cristiana. En nuestro medio, la crisis del paradigma neoliberal en el plano educacional extrema las dificultades de traspasar a las siguientes generaciones la fe.  Se ha vuelto muy difícil que la Iglesia incida en la cultura como lo hizo esa generación de obispos y personas, católicas y no católicas que, con el Cardenal a la cabeza, instalaron en el disco duro de la chilenidad la parábola del “buen samaritano” (Lucas 10).

¿Qué está ocurriendo con la educación católica? Este es el punto decisivo. El match point. ¿Qué enseñará la Iglesia sobre la persona humana? ¿Qué tipo de educación católica transmitirá la fe en la Encarnación de Dios en Jesús en una cultura que, en unos aspectos, involuciona en humanidad y, en otros aspectos, le lleva a la Iglesia la delantera? Enseñar que Jesús “es Dios” y olvidar que Dios “es Jesús”, que Cristo es la medida de la salvación del hombre y que esta, en términos contemporáneos, se mide en humanización, da motivos para pensar que el cristianismo es irrelevante. Un cristianismo que pone lo esencial en el más allá no merece autoridad en el más acá.

El Cristo que la educación católica ha de transmitir, por otra parte, tampoco es cualquiera. Es el que fue (hace dos mil años) y el que es (los últimos cuarenta años). El que siguieron los pobres de Galilea y el que fue crucificado bajo Augusto Pinochet. Es el Cristo que hoy está elevando la humanidad a su cota más alta, sea a través de una nueva evangelización sea a través de la lucha secular de cualquier ser humano por un mundo compartido. Es hoy que la educación católica tiene que hacer una memoria passionis. ¿Se enseñará a los niños quién fue Raúl Silva Henríquez? ¿Se contará que fue pionero de la reforma agraria y años después fundador de la Vicaría de la Solidaridad? ¿Qué dirán los textos de historia sobre la Vicaría? Lo primero que habría que hacer es llevar a los secundarios a visitar el Museo de la Memoria.

Hoy, además, cuando la emergencia de una clase de jóvenes se levanta contra la injusticia educacional estructural del país, los colegios y universidades católicas debieran revisar los perfiles de egreso de sus alumnos. No pueden desentenderse de lo que está ocurriendo. La Iglesia tiene numerosos colegios y escuelas que educan a los más pobres. La mayoría de estos acogen niños de las clases medias-bajas. La Iglesia tiene universidades que hacen un verdadero esfuerzo por formar generaciones con sentido de bien común. Las mejores no se ubican en “la cota mil”. Están en San Joaquín o en la Alameda. Pero hace cuarenta años hubo intentos de educación católica mucho más integradora. Los curas del Saint George quebraron la viga maestra de la educación de la elite: formar a los mejores para que algún día edifiquen un país mejor.

El contexto ha cambiado. Hoy no se puede dar educación buena para ricos y educación mala para pobres. La Iglesia Católica, ante el desafío de formación de la elite, se encuentra en una disyuntiva: seleccionar a los mejores para hacer una país mejor o integrar a niños de diversos orígenes (sociales, culturales y religiosos) para conseguir una sociedad integrada. La selección excluye necesariamente. El país del 2011 ha tomado conciencia de que seleccionar es excluir. La integración, en cambio, puede ser conflictiva. Pero si no se la intenta en el aula y tempranamente, la segregación actual incuba violencia social y quién sabe si otros “golpes”.

La evangelización se encuentra en un punto crítico. Ya no se trata de hacer de Chile un país católico (el mismo Padre Hurtado habría cambiado su manera de pensar). Una educación cristiana renovada podría incluir una visita el Museo de la Memoria. Y, acto seguido, hacer ver a los estudiantes la película Machuca.

La cruz del problema de la educación católica es defender la posibilidad de levantar escuelas y colegios con proyectos educativos propios, sin que la calidad de estos colegios, por razón de competencia, perjudique la educación de los más pobres o de quienes no han de ser los seleccionados en tales instituciones. Selección es exclusión. Al Estado le corresponde impedir que esto ocurre. No impedir el pluralismo de proyectos educativos. Sería una barbaridad. Pero no puede financiar, por via indirecta, la exclusión. Debe, por el contrario, elevar, en cuanto pueda, el financiamiento de una educación de calidad para todos por parejo. E incluso, hacer una discriminación positiva en favor de los excluidos. La Iglesia no debiera querer más que esto mismo. Sería paradojal que fuera el Estado, y no ella, la que hiciera la «opción por los pobres».

Los últimos cuarenta años son una reserva extraordinaria de sentido para la Iglesia Católica chilena. Volver la mirada hacia atrás, hacer memoria de la pasión de las víctimas del pasado, volver a sentir su dolor, sentir hoy la demanda estudiantil y las quejas contra la sociedad mercantilista, y seleccionar a los excluidos, le da sentido a la misión de la Iglesia: orientación y razón de ser para el futuro. Los católicos se juegan el partido. Match point.

 

El Papa de overol

Papa imágenesOverolMe imagino al Papa Francisco de overol. Esta Semana Santa o la próxima, me gustaría ver al Vicario de Cristo cargar la cruz con overol, la vestimenta de los obreros y de los municipales que durante la noche se llevan la basura de nuestras casas. ¿Es mucho pedir?

Sé que Francisco me entiende.  Sé que todavía no puede hacerlo. Lo entiendo.

Lo que este Papa ha puesto en juego es el significado del cristianismo. Él ha dado potentes señales en favor del Jesús humilde que opta por los que la sociedad de hace 2000 años y de todos los tiempos, desprecia. Si Francisco de Asís reformó la Iglesia recordándole a ella misma el nacimiento de Jesús en un pesebre, el obispo de Roma que ha adoptado su nombre está haciendo exactamente lo mismo. El cristianismo, especialmente la versión principesca de la Iglesia tan bien ilustrada por la Basílica de San Pedro, se va haciendo insignificante. Por esto Francisco Papa no quiso habitar las dependencias lujosas de esas edificaciones y se fue a vivir a la casa de Santa Marta, con más personas y más modestamente. No quiso dormir aislado del mundo y suntuosamente. No solo porque le daba depresión hacerlo. Sobre todo, porque él sabe que el anti-signo de un Papa rico se ha vuelto insoportable.

Sé que me entiende. Otros no me entienden. Es comprensible. Creer en el crucificado ha sido durante dos milenios una especie de contrasentido.

Esta Semana Santa o la próxima, me gustaría ver al Papa Francisco recordándonos al Cristo que saca la basura del mundo como un obrero municipal que carga sobre sus hombros sacos plásticos de porquería. Así entenderíamos mejor esa convicción teológica tan profunda de San Pablo que reza: “Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8, 9). Se dice que se ha visto al pontífice sacar los desperdicios de la casa de Santa Marta. ¿Será verdad? Calza con él.

Voy todavía más lejos. Quisiera ver que para la próxima Navidad el obispo de Roma instale en medio de la Plaza de San Pedro una mediagua y comience a vivir en ella. Al trasfondo de la cual, las columnas de Bernini producirían un inequívoco contraste. De esta manera todos entenderían que la Iglesia de Cristo es “la Iglesia de los pobres” (Juan XXIII, Oscar Romero, Manuel Larraín). Una mediagua, en ese contexto, despertaría en nosotros el interés por saber dónde vive un hombre de overol. Probablemente llegaríamos a entender que la sociedad lo ha puesto a sacar basura porque su casa,  al igual que tantas en cualquiera ciudad latinoamericana, no tiene número. Si se incendia, nadie más que ese hombre sabrá que existió. Una vivienda como esta es tan indeterminada como la existencia de su dueño: a él se lo integra cuando conviene; pero si se sabe que su mediagua no tiene número puede perder el trabajo. A un hombre así se lo aprovecha y se lo desecha. Un Papa con overol, viviendo en una mediagua en medio de la Plaza de San Pedro sería más eficaz que los meritorios esfuerzos por la paz del cuerpo diplomático vaticano; más aún, quién sabe, que la educación católica de las élites de América latina. Cuando Jesús murió en la cruz se rasgó el velo del Templo. Los primeros cristianos lo recordaron con eucaristías celebradas en casas comunes y corrientes. Terminaron creyendo en un hombre conflictivo e irreverente.

Sé que el Papa Francisco me entiende. Otros no. No faltará quien vaya a acusarme.

Semana Santa: si el Papa todavía no puede realizar un gesto semejante, no excusa a los cristianos de significar al Dios que opta por los pobres porque conoce la pobreza en primera persona.

Noé

aaa Noeaaa Noe 2Preciosa película. Teológicamente, impecable

Ha podido ser difícil el cometido. El film cumple con creces la tarea de transmitirnos una de las grandes epopeyas de la humanidad. Lo hace con grandeza.

¿Hubo  diluvio o no? ¿No es este otro invento más de la biblia? Hace poco se nos ha dicho que el relato de Adán y Eva es simplemente un  relato ficticio, un mito, desmentido por los millones de años del ser humano sobre el planeta. ¿Quién habría podido estar allí para contarlo? Ni el relato de la creación ni este del diluvio universal han tenido otro propósito que explicar, simbólicamente, el origen del mal. Este es el asunto con Noé, y los demás asuntos conexos: la bondad de Dios, la paciencia de Dios, las consecuencias del pecado, el amor, la esperanza y la libertad humana.

La película cumple una función ecológica. En el relato originario no la tenía, obvio. La biblia, cuando no se lee en relación a un contexto –en este caso el nuestro: un planeta en peligro-, se vuelve irrelevante. El pecado de la humanidad ha devastado la tierra. Noé entiende que Dios castigará a la humanidad haciéndola desaparecer. El hecho del diluvio confirma lo que ha podido ser solo un delirio del patriarca. Las fuerzas del mal resisten. Las fuerzas del bien cooperan con Noé.  Las fuerzas del mal quieren seguir predominando con violencia. Las fuerzas de bien resisten a la violencia con violencia. El cuadro épico general es apocalíptico. Y cuando todo parece decidirse  mediante el castigo de Dios a la humanidad –la cual ha debido ser destruida y extinguida-, Dios, pero a través del juego de las libertades humanas, apuesta por la vida, por un nuevo comienzo, por la descendencia de Noé.

La vida prevalece. La vida, insinuada de diversas maneras como un brote germinal inmarcesible, termina predominando porque el amor es imbatible; porque el amor de Dios por la humanidad es más fuerte que su ira contra su desobediencia. Dios que puede destruirlo todo, en Noé, “es vencido” por su propio amor a su creación. En Dios la piedad es más grande. Pero todo pasa por Noé. Pues el Dios de la película es mudo. No interfiere. Deja hacer. Late, pero respeta el quehacer histórico  de las personas. Deja que la brutalidad, en su expresión bíblica característica, lleve las cosas al límite: el pecado mata; el desastre y la muerte pueden perfectamente ser interpretados como castigo de un Dios al cual no le da lo mismo el bien o el mal. Pero Dios derrota al heraldo de su venganza. La vida inerme de las mellizas que continuarán la descendencia del patriarca, le estremece.

Noé no puede acabar con ellas. El amor rompe su coraza mental de fanático religioso y le obliga a tomar una decisión. En el momento crucial Dios no se impone. Lo deja todo en manos de quien, en el instante de la prueba, debe discernir y discierne bien, pues entiende que Dios no puede negarse a sí mismo. La violencia y el fracaso de la humanidad jamás tendrán la última palabra. Dios vence con Noè, cuenta con él. Pero Dios vence sobre Noé: en el corazón del patriarca palpita la intención más honda del Creador.

Gran película. Esto sin contar la enorme ternura de varios personajes y otros numerosos logros.

Universidades de «instinto» cristiano

UAHSé que suena rara la expresión. Adelanto dos sinónimos: universidades de intuición cristiana; universidades anónimamente cristianas. Esto es, universidades en las cuales las personas, pudiendo no ser católicas ni cristianas, aun como agnósticas, ateas o pertenecientes a otros credos, atinan sin embargo con lo que los cristianos debieran reconocer como suyo y fundamental. ¿Por qué elucidar un concepto aparentemente tan rebuscado? Muy simple: para distinguir a estas de aquellas en las que la denominación “católica”, “pontificia” o “cristiana” explícita sirve a otros intereses, distintos del que la Iglesia espera que cumplan, y para que estas puedan orientarse en la consecución de su misión. Pues ocurre que a veces la adscripción religiosa en algunas universidades las perjudica y les impide alcanzar la verdad, objetivo de toda universidad.

Distingo la universidad de “instinto” cristiano respecto de las universidades explícitamente cristianas. En estas puede darse que la confesionalidad se considere lo principal. Cuando esto ocurre, no ser católico o cristiano puede tolerarse bien o mal. Pero incluso allí donde se lo tolera con gran simpatía, el hecho de que la identidad universitaria estribe en la pertenencia al credo cristiano, se termina discriminando entre universitarios (alumnos y profesores) de primera y de segunda. Esto sucede, por ejemplo,cuando en paridad de condiciones académicas una universidad católica contrata a un católico; excluido el caso en que ser católico sea un requisito decisivo, por ejemplo, cuando se trata de contratar a un profesor de teología.

Hay otras universidades cristianas,  católicas o pontificias en las que la confesionalidad no es fundamental. En ellas no cabe discriminación en virtud del credo. En cambio, lo principal es el diálogo del cristianismo con la secularidad en el momento histórico correspondiente. En este caso, el Evangelio es exigido a dar razón de su capacidad de transformación creativa y liberadora de la humanidad en todos los planos; esto debe ocurrir, sin embargo, mediante un recurso explícito al factor cristiano. Los no cristianos en estas universidades tienen la misma legitimidad de título que cualquiera. Pero, es indispensable que en ellas haya efectivamente cristianos y que dialoguen con todos en vista de una inculturación de la fe. Si no los hay, no hay diálogo, no se cumple su misión. ¿Cuántos debiera haber? Bastaría uno. Si no lo hubiera, tales universidades tendrían que cerrar. No se justificaría su existencia.

Las universidades de “instinto” cristiano se justifican por una conclusión teológica del Concilio Vaticano II (1962-1965): la salvación ocurrida en Cristo ha alcanzado a todos los seres humanos y está actuante en cada persona, independientemente de que crea en Dios o no crea, de que crea esto o aquello. Dios,  podría decirse, se las arregla para llevar a la plenitud a la humanidad (personal y socialmente considerada) por caminos que la Iglesia católica y los cristianos pueden desconocer (Gaudium et spes 22). Es más, puede ser que incluso los ateos le lleven la delantera a los católicos pues, como el mismo Concilio afirma, lo decisivo en la historia humana es la caridad (Lumen gentium14). Debe entonces considerarse que una universidad es cristiana, en lo más profundo de su concepto, cuando tiene un sentido público, a saber, cuando busca la verdad, la justicia y la reconciliación social independientemente de la identidad religiosa, filosófica o cultural de sus miembros. Una universidad cristiana puede ser privada, pero si no tiene vocación de bien común, si no mira al conjunto de la comunidad nacional ni se abre a la universalidad de la verdad, también debiera cerrar. Por el contrario, puede haber universidades que sin ser confesionalmente cristianas, los cristianos deberían poder reconocer como “cristianas”; como universidades de “instinto cristiano”.

Si es así, se dirá, no tiene sentido que haya universidades confesionales. Es esta una paradoja típicamente cristiana, difícil de resolver. Ocurre que en este plano se replica la curiosidad del cristianismo como religión de la secularidad; pues para este credo Dios se encarna y solo se deja reconocer en un ser humano común. Todo el simbolismo, la metáfora y la representación que asemejan al cristianismo con otras religiones, está al servicio de hacer que el ser humano sea más humano, ya que la trascendencia que invoca no es alienante sino radicalmente histórica. El cristianismo postula una salvación “de” el mundo en un sentido, pero no en otro. No pretende un escape “de” el mundo. Trata, en cambio, de la salvación “de” el mundo en cuanto mundo. En el plano universitario, el cristianismo debiera poder ser radicalmente secular; pues su pretensión de eternidad es la elevación del hombre. Sin embargo, a veces se yerra el tiro. Sucede que la cuestión religiosa, si se confunden los planos, hace cortocircuito.Por de pronto, las pastorales universitarias son realmente tales cuando la piedad religiosa que cultivan favorece el compromiso de las personas (profesores y alumnos) con la humanidad sin más.

Lo que aquí quiero subrayar es que, respecto del cultivo de la ciencia orientada al servicio de la humanidad, la confesionalidad religiosa tiene una importancia subordinada. En las católicas y en aquellas de inspiración cristiana, el “instinto” de Cristo, el Cristo que transforma y dirige interiormente la historia a mayores cotas de humanidad, es lo único decisivo. Tanto, que si esto no se diera en ellas no serían tales: ni católicas ni cristianas. Pues el Cristo que actúa secularmente, con independencia de religiones, filosofías y culturas, aunque siempre a través de alguna de estas mediaciones, constituye la razón de ser de estas universidades.

Concluyo: creo que hay universidades o universitarios con “instinto cristiano”, caracterizados por su pathos de humanidad –por su apasionamiento por el hombre y su padecer con el ser humano-, que atinan con Cristo incluso sin saberlo. A este nivel de realidad, el “instinto” de Cristo salvaguarda incluso a las universidades confesionalmente cristianas de su posible corrupción. Y tan importante es, que debiera quedar por escrito en sus declaraciones de misión y verificarse jurídicamente en sus reglamentos, de modo que el recurso explícito a la fe esté al servicio de un mundo más integrado y jamás sea causa de discriminación.