Archive for 24 enero, 2014

Chile, Perú, el fallo de la Haya, oportunidad de fraternidad

El inminente fallo de la Haya obliga a poner las cosas en orden. Es una oportunidad para distinguir lo principal de lo secundario en las relaciones de Chile y Perú. En mi opinión, en estas relaciones la fraternidad entre los pueblos constituye un fin; y someterse a un juicio internacional y acatar su resultado, es un medio. Un medio, sin embargo, de máxima importancia. Sin él la fraternidad se arruina. Pero un medio, no un fin, lo que debiera ayudar a no perder la perspectiva.

¿Qué es fraternidad entre los pueblos? El concepto se aplica de un modo análogo. Hermanos son quienes comparten un padre y/o una madre. ¿Qué compartimos los países latinoamericanos? “Algo” que se asemeja a un origen y a una formación común y compleja. ¿Qué? Una historia pre-colombina; un lengua que  fue sintetizada aquí y allá con acentos e influjos  originales; una organización política colonial extensa en el tiempo; unos procesos de independización asistidos entre los vecinos; unos intercambios culturales y un amor entre pueblos vecinos; una fe religiosa que hasta hoy, para muchos, les hace reconocerse hijos de Dios y de la Virgen. En suma, bien  puede hablarse de una profunda hermandad chileno-peruana.

La analogía también sirve si consideramos que las discordias y tragedias entre los hermanos son fenómenos tan antiguos como la humanidad. La historia bíblica ofrece varios casos. El peor de todos es el de Caín y Abel. Las guerras entre Chile y Perú han sido fratricidas. Odiosas, injustas, incomprensibles para tantos inocentes, como lo son las peleas entre hermanos. Han dejado cicatrices, igual como ocurre en las familias. Y, como sucede también en estas, la violencia ejercida o padecida entre nuestros países no logra, empero, cancelar el vínculo y la vocación a vivir en justicia y paz.

Estas guerras no fueron causadas por los pueblos pobres de aquí y de allá. Por lo menos de este lado de la línea de la Concordia, ellas fueron llevadas por la oligarquía nacional. Esta enroló al roto y al indígena en las tropas y le infundió entusiasmo por la patria; hasta que el conflicto acabó y ella se quedó con el botín tras licenciar a los soldados para que volvieran a su miseria.

¿Le interesa la patria a las pesqueras de hoy? ¿Les interesa más a las oligarquías chilenas que a las peruanas? ¿Anteponen las grandes empresas del pescado la fraternidad a los límites marítimos o todo lo contrario? También cabe recordar que la Independencia americana rompió con el monopolio comercial de España, que enriqueció a la Corona a costa de las colonias. Los criollos, por su parte, no fueron mejor que los españoles. En Chile la elite, sirviéndose del Estado, emprendió una guerra genocida contra el pueblo mapuche. 

La fraternidad es el fin. Estos días conviene no olvidarlo. Es exactamente lo que debe ser recordado y avivado. ¿Por qué no alegrarse de lo que ocurrirá dentro de poco? Este es un momento privilegiado para considerar que  la tierra es para la humanidad. La tierra nos pertenece a todos. Los mares, los llanos y las montañas deben ser devueltos a sus verdaderos dueños. Esto es lo que está realmente en juego.  Al más alto nivel de las relaciones de Chile y Perú está por darse otra vez más lo que debiera predominar para siempre: el amor al vecino, el deseo que le toque lo que le corresponda, que se cumpla el derecho aunque nos duela, y todo esto porque, si efectivamente se da, augura  una convivencia feliz, amén del término de recelos y resentimientos históricos.

La claridad en el fin no excusa del recurso a los medios. El irenismo es una tentación que debe ser rechazada. Los medios son la diplomacia, las fronteras, la información de los ciudadanos a través de los instrumentos de comunicación social y la observancia del derecho internacional. También las policías y los ejércitos han de poder controlar los eventuales arrebatos bélicos.  Sería imposible ejercer la fraternidad sin todos estos medios. Debe ser subrayado que los chilenos tenemos una tradición juridicista que, en estas circunstancias, bien vale apreciar. La postura chilena ha apostado a la argumentación jurídica y a poner la confianza en el tribunal. Esto y aquello ha inhibido a los últimos gobiernos de conseguir un fallo favorable mediante presiones directas o indirectas sobre los jueces. ¿No se debió hacer más lobby? ¿Faltó ganarse a la opinión pública internacional? Ha habido algunos reclamos de este tipo. La predominancia del derecho, someterse estrictamente a sus fallos, a mi parecer, constituye un medio, no un fin, pero un medio sin el cual la fraternidad con nuestros vecinos se precariza.

Temo que estos días muchos de nosotros, de tanto poner atención en un resultado de corto plazo, olvidemos la fraternidad que sabe a eternidad. En los últimos años se han dado en la frontera esfuerzos de integración territorial mediante el encuentro y la cooperación. La iglesia de la zona lidera encuentros llamados de tri-frontera (que incorpora a Bolivia). La hermandad chileno-peruana es una realidad practicada por muchos de nosotros que somos amigos, tíos, sobrinos, esposos o esposas de peruanos, colegas en la universidad, en la empresa constructora, socios en los negocios, padrinos o madrinas. ¿Cuántos niños chilenos han recibido de sus nanas peruanas más tiempo, atención, y a veces cariño, que de sus propios padres? Los peruanos son trabajadores. Han mejorado nuestro país. Hablan bien. ¿Por qué no comer con ellos, que cocinan de maravilla, y celebrar con un vino chileno?

El fallo de la Haya debiera ayudar a ambos países a organizar la tenencia de una tierra que debe ser compartida. Los verdaderos enemigos de Chile y Perú son el egoísmo, el individualismo y la ambición capitalista. Los amiga, en cambio, la observancia del derecho en cuanto medio y, en cuanto fin, la fe en una humanidad que se conjuga bien cuando se comparte al máximo.

Don Ricardo Ezzati, cardenal

El Papa Francisco hará cardenal a Ricardo Ezzati. Bergoglio fortifica su equipo. Hace entrar a la cancha a un obispo que conoce muy bien. Trabajaron codo a codo para sacar adelante el documento de la Conferencia de Aparecida (2007). Ahora lo harán al servicio de grandes cambios en la Iglesia. La crisis eclesiástica es de envergadura. Hay mucho que hacer.

El nuevo nombramiento, a pocas horas de sabido, ha provocado reacciones contrarias. No se pueden desoír fácilmente algunas quejas. Pero, ¿debe ser infalible don Ricardo Ezzati?  No, ciertamente no. Jorge Mario Bergoglio tampoco ha sido perfecto y, sin embargo, rema en la dirección correcta. El Papa Francisco hizo un largo  mea culpa de su autoritarismo de otros años. Silva Henríquez, otro salesiano, también tuvo límites, pudo equivocarse varias veces, pero acertó en lo decisivo. Bien vale recordar hoy su estatura profética.

Bergoglio, Ezzati y los demás obispos latinoamericanos, al tiempo de Aparecida, insistieron en “la opción por los pobres” de las conferencias de Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992). Reiteraron la convicción mística y teológica más importante de la Iglesia latinoamericana y, si las cosas siguen como van, el principio de transformación radical de la Iglesia universal. Un Papa llamado Francisco, comienza a rodearse de cardenales que le ayudarán en la tarea de hacer a la Iglesia “pobre y para los pobres”.  Esperamos que en la Iglesia los pobres lleguen a tener voz y sean protagonistas.

Me centro en lo principal: Francisco fue elegido para reformar la Curia. Pero salió con otra cosa. Está llevando la Iglesia a Galilea, a Nazaret, a Belén…  Quiere volver a los orígenes del cristianismo. No servirá de nada cambiar la Curia si no se atina con lo fundamental. Si la Curia romana no se convierte al Jesús pobre y humilde, morirá Bergoglio y la Iglesia volverá al oro, al oropel, a las liturgias cortesanas, a las palabras acaracoladas, etc., etc., a la fastuosidad frívola e intrascendente. La Iglesia de Aparecida lo tiene claro: no se puede ser cristiano si no se opta por los pobres.

¿Vienen los aires de cambio eclesial desde América Latina? ¿Vienen efectivamente desde la Finis Terrae, del Cono Sur del continente americano? Esta ya será una señal poderosa. Lo que está en juego es que la Iglesia latinoamericana deje de ser una Iglesia sometida a Roma. En la antigüedad la Iglesia católica fue bastante más democrática. Hubo cinco patriarcados. ¿No podría existir un patriarcado latinoamericano, libre y respetado, unido estrechamente al Patriarcado de Roma por amor y no por miedo? Esto sería “opción por los pobres” al más alto nivel.

A otro nivel, el más importante, la Iglesia debiera terminar con la verticalidad que la está matando. Debiera finalmente hacer caso al Concilio Vaticano II (1962-1965): los sacerdotes están al servicio de los bautizados, y no al revés. Ha sido muy difícil de entender que no es el orden jerárquico lo fundamental, sino la hermandad en virtud de Jesús en cuanto “Hijo”. Está pendiente que la Iglesia sea más democrática también a este nivel. Lo que falta es horizontalidad. Los católicos chilenos desean una institucionalidad eclesiástica disponible, a la mano, cercana, que acompañe, que esté cuando hay que estar. Que, sobre todo, aprenda de los excluidos: los marginados, los estigmatizados, los denigrados, los divorciados vueltos a casar, las segundas familias y cualquier discriminado por su origen social, su realidad social o su orientación sexual. Todas estas personas han aprendido algo importante de la vida que los pastores tienen que acoger. Es a este nivel que se juega en definitiva “la opción por los pobres”.

Auguramos a don Ricardo Ezzati lo mejor. El trabajo en curso es enorme. Hay que desmontar un modo de organización eclesiástica que no responde a las exigencias del Evangelio, porque no está a la altura de los tiempos.  Se hace necesario, por lo mismo, ponerse al día en los estándares de democracia de la época: participación en el gobierno, inclusión de la mujer, separación de funciones, transparencia en los procesos, justicia canónica para las víctimas de cualquier tipo de abusos y rendición de cuentas a todos los niveles.

Lo exigen los contemporáneos. Lo pide la Iglesia de los pobres a la que el futuro cardenal Ezzati y el Papa Francisco se deben.

Mucho más que un cuento

Hércules González González, obrero de la construcción, fue detenido por sospecha cuando circulaba ya tarde en pleno barrio alto de Santiago. Ese invierno lo penetraba todo. Los policías lo condujeron a la comisaría y de allí, al día siguiente, a un juzgado de menor cuantía. El juez, viendo que se trataba de un hombre bueno, que nada malo habría hecho, lo dejó ir sin problemas. Pero, antes de soltarlo, se encargó de precisar un asunto:

 – “¿De dónde sacó Usted que lo recogió el Padre Hurtado?”

El pobre hombre infló el pecho de orgullo y contó su historia:

– “Nunca tuve papá ni mamá. Lo primero que recuerdo de mi vida son las fogatas bajo los puentes. El Padre Hurtado me sacó de allí y me llevó al Hogar”.

– “Perdóneme, Señor González, pero una cosa es que Usted haya dormido una o muchas veces en el Hogar de Cristo y otra que haya conocido al Padre Hurtado en persona…”

– “No, no. El ‘patroncito’ me sacó de allí, lo recuerdo muy bien. Yo era niño. Primera vez que dormí en una cama. El ‘patroncito’ me quería mucho. Al principio yo era lobo y me resistía. Pero al final, me ‘aguaché’. La ‘tías’ dicen que yo mismo le pedía a los Carabineros que me trajeran en la ‘cuca’ al Hogar”.

– “Oiga, don Hércules, déjese de cosas: ¡hay que decir la verdad en la vida…!”

– “¡Le digo la verdad! Todavía quedan ‘tías’ en el Hogar que se acuerdan de mí. Ellas le pueden contar cómo fue. Siendo muy pequeño, la ‘mami’ María -María González era su nombre-, ella me contaba todas las noches cómo el mismo padre, con lluvia y todo, me traía en brazos. Al principio me traía a la fuerza, arrastrándome. Las señoras amigas suyas me arropaban y me daban de comer. Yo no pertenecía a nadie…

– “Eso es lo que sucede: es un cuento de la ‘mami’. Esta historia que Usted repite no es verdadera. Cuando se es niño, uno cree cualquier cosa.

– “Pero, ¿cómo va a ser un cuento? Si cuando voy a la tumba a darle gracias, mi padre insiste que él me recogió y que me quiere más que a nadie…”

– “Mire su carnet, Señor González. Aquí dice claramente que Usted nació el ’56 y el Padre Hurtado murió el ’52. ¿Cómo lo pudo conocer? Imposible. Los papeles no mienten”.      

– “Si yo no tuviera a quien agradecerle no estaría vivo, señor juez. Los ‘carneces’ los llena cualquiera”.

– “Es cierto que los errores son muy humanos. Pero las matemáticas no fallan. Dígame, Señor González, cuántos años tiene Usted”.

Hércules se apuró en responder correctamente:

– “¡39 años, Señor!”

– “¿No ve mi amigo? Cuente Usted mismo. Estamos en el ’95. Quítele 39 y da 1956. Como lo voy a engañar, Señor González, el Padre Hurtado murió en 1952. Usted no pudo conocerlo”.

Antes de abandonar el juzgado, el pobre hombre se doblegó ante la evidencia de las fechas. El juez le recomendó no creer nunca más en cuentos. Bajó Hércules las escalinatas del local con una  confusión brutal.

Vagó por días, triste hasta las lágrimas. Frecuentó los puentes para domeñar el vértigo y acabar de una buena vez con el concho de ilusión que a estas alturas nada más dilataba su tragedia. Pero cuando estuvo a punto de encomendar su sino al demonio, unos mocosos desnutridos exigieron de su bondad un último gesto.

Los chiquillos disputaban a palos y punzones un tarro de pegamento. Hércules sacó grandeza de su pena y descendió el Mapocho con autoridad:

– “¡Qué sucede aquí!”, gritó.

La pandilla se le alzó amenazante:

– “¡Y a vos quien te llamó, viejo curado!”

Hércules bajó el tono y, casi con ternura, puso a prueba uno de sus sueños:

– “Soy el secretario del Padre Hurtado. Tengo un amigo en la Vega. Les cambio el pegamento por un plato caliente de guatitas con arroz”.

Los niños comieron como nunca. No sabían qué era un secretario, pero habían oído del Padre Hurtado y estaban admirados que él mismo les hubiera mandado al Sr. González.

Hércules González nunca más dudó de su origen ni de su vocación.