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Fe en un hombre crucificado

¿Por qué un teólogo pregunta a los filósofos?

Los cristianos creemos que Jesús resucitó. Pero esta afirmación sería completamente desorbitada o simplemente divertida, si no nos preguntáramos qué puede significar creer en un crucificado. Sería desorbitada, porque nos confronta con la necesidad de explicar en qué sentido un ser humano puede resucitar. Sería divertida, por ser fabulosa, como son las fábulas para niños.

 Pero podría tratarse de algo muy serio, en el caso que creer en un resucitado pudiera afectar y cambiar nuestra vida, la de los demás y la de la sociedad en su conjunto. Porque si se trata de “fe”, y no de un supuesto conocimiento, estamos hablando de una convicción personal que orienta o norma la vida. Y la vida, sabemos, puede hacerse en las direcciones más raras, para bien y para mal, propio y ajeno.

 Como teólogo pregunto a los filósofos, porque creo que Jesús, “el hombre crucificado”, representante de todos los “hombres crucificados”, es el Hijo del Creador del universo. Le pregunto en primer lugar al Creador del universo por qué lo crucificaron. El Creador me responde fundamentalmente a través de la praxis de los cristianos: la Iglesia cree en el crucificado y trata de practicar lo que él practicó. Los cristianos viven como si él hubiera triunfado, es decir, como si su praxis tuviera un valor eterno. Pero, en segundo lugar, el Creador también me responde por medio de los filósofos, porque la humanidad, en el sentido amplio del género humano histórico, no cree tan fácilmente que un crucificado sea para ella una “buena noticia”. El filósofo no menos que el teólogo, es guardián de la humanidad. El caso es que también el cristianismo merece ser vigilado. Una cosa es el Misterio de Cristo y otra su configuración histórica. Esta, a veces, ha andado muy lejos de Cristo. El cristianismo es una religión de difícil de comprender y de vivir. El mismo cuidado de la humanidad exige desentrañar su peculiaridad. Pues de lo contrario, nuestro amor por la cruz nos puede hacer mal. Los cristianos, de hecho, especialmente en el Occidente cristiano, hemos sido expansivos y, con la cruz en alto, hemos crucificado a muchos inocentes.

 Pregunto a los filósofos porque ellos, autorizados ante mí por la razón que el Creador les dio para pensar, y pensar a favor de todos los hombres sin exclusión, podrían controlar una posible orientación desorbitada o divertida de la fe en un Cristo resucitado. Controlarla, hasta donde sea posible hablar del acontecimiento mayor de la historia, el misterio pascual, cuyo significado último se revelará al fin de los tiempos. Pero, sobre todo, los filósofos pueden controlar una orientación ideológica, malsana y macabra del cristianismo. Pregunto a los filósofos porque ellos, autorizados ante mí por el Creador de la razón humana, no como creyentes, pueden tal vez decirnos qué no puede de ninguna manera significar que un hombre “resucite” o que un “crucificado” tenga un valor sagrado.

 Hago una distinción que no podemos pasar por alto. Lo más punzante no es qué pueda significar la muerte de un hombre. Este asunto ciertamente tiene valor tanto para los filósofos como para los teólogos. Se trata de una pregunta clave para cualquier antropología. Mi pregunta a los filósofos es por el significado de la crucifixión de un hombre, de un hombre como fue Jesús, lo cual implica la pregunta por la muerte de cualquier ser humano, pero va todavía más lejos, ya que en el caso de un crucificado hablamos de un hombre asesinado cruelmente por otros hombres. Esto agrega una nota de dramaticidad que obliga a pensar en un fracaso todavía mayor. La muerte es un fracaso, así parece, al menos en muchos casos. Pero la muerte por crucifixión tiene visos de tratarse del fracaso por excelencia, fracaso para asesinados y asesinos. Vistas las cosas desde la eternidad, la resurrección que esperan los creyentes no sería una especie de revivificación de un cadáver, si no de algo que tiene que ver con una persona determinada y un proyecto determinado, el reino de Dios, que es asesinada por personas que tuvieron motivaciones determinadas.

 Como teólogo necesito preguntar a los filósofos sobre la maldad. La fe sirve a los creyentes para afrontar la maldad, pero poco para explicarla. ¿Pueden los filósofos decirnos algo acerca de la maldad? Probablemente teólogos y filósofos encontremos dificultades muy semejantes para hablar de algo así. Desde el campo teológico alguien nos dirá que ella constituye un mal inescrutable. Una respuesta así, sin embargo, es insatisfactoria. Hay, por cierto, un mysterium iniquitatis, pero a veces deja huellas visibles. Creo y pienso, que debemos  seguir estas huellas. No hay que perder la esperanza de atacar las consecuencias en sus causas. En el siglo XX, por ejemplo, llegamos a saber que la pobreza no solo era un mal, sino también una maldad. Hasta ahora no faltarán quienes piensen que la pobreza sea una fatalidad, pero a partir del siglo pasado sabemos que ella se debe a una injusticia social. El teólogo, que lleva dentro de sí a un filósofo, debe preguntar acerca de la naturaleza de la maldad, y, en definitiva de la cruz, porque de lo contrario sería imposible entender de qué se trata eso que llamamos “salvación” y que, según creemos, comienza con la resurrección. El filósofo, el sociólogo, el psicólogo, los cientistas sociales en general, ayudan al teólogo a distinguir entre mal y maldad y, en la medida que lo hacen, lo capacitan para hablar de la “salvación” de un modo relevante. Si el teólogo, por su parte, no atiende estas voces peca contra su propio oficio. Su pecado sería algo así como creer en el Salvador, pero no en el Creador, el Dios que sustenta el esfuerzo de la razón y el desarrollo de las ciencias.

 El teólogo pregunta a los filósofos sobre el sentido de la cruz porque, en última instancia, necesita comprender la resurrección. La resurrección de Cristo revela el sentido de la historia. Esta misma resurrección los cristianos la comprobamos como real en nosotros mismos, toda vez que confesamos haber sido “salvados”. Nuestros hermanos evangélicos tienen mucho que enseñarnos a los católicos en esta materia. Tantos de ellos vivieron crucificados por esto o aquello, conocieron a Jesús, y el crucificado “los resucitó”. El teólogo pregunta al filósofo, en definitiva, por la resurrección. El filósofo puede precaver a los creyentes de discursos sobre el más allá que en vez de ayudarles a encontrar a Cristo en la cruz, solo sirven para “sacralizar” y “eternizar” el sufrimiento de las víctimas, o para vivir como virtud aquello que merece indignación y rebelión.

 Con la ayuda de su propia “razón” el teólogo debiera adentrarse en comprender la cruz, sin lo cual no podrá desarrollar discurso sensato alguno sobre la salvación. Con la ayuda de los filósofos, el teólogo puede sortear las innumerables maneras de engañarse a sí mismo, confundiendo opiniones y saberes piadosos, con los datos de la fe auténtica.

 Por estas razones yo como teólogo pregunto a los filósofos. Ya habrá ocasión para escuchar sus respuestas. Por ahora, queremos oír a los filósofos, así simplemente. ¿Cómo ven ustedes que haya gente que crea en un hombre crucificado? Les dejo la palabra.