Archive for 21 agosto, 2010

La catolicidad del 13

¿Qué será de la línea editorial del canal católico de Chile? Inevitablemente, tras su venta, otra vez la contribución cultural del canal entrará en conflicto con los intereses económicos en juego. La tensión es antigua y no se la podrá superar. Pero la búsqueda de rentabilidad económica que sustentará la nueva operación de este medio, bien debiera admitir la libertad de prensa. En algún caso, ésta será materia de ley. La Iglesia, propietaria del 33%, tendrá que juzgar más allá de lo que diga la ley, si, en razón de esta misma libertad de prensa, vende o no su parte so pena de comenzar a ganar dinero a costa de su misión.

En medio de esta tensión el canal tendrá que definir su identidad católica. La cultura chilena ha recibido una impronta católica neta. El 13 ha sido la televisión de la Universidad Católica. ¿Cambiará de nombre el canal? No es este un asunto menor, pero la cuestión de fondo importa más. Veo dos posibilidades: una, que se excluya de la línea editorial toda referencia a la misión evangelizadora de la Iglesia y, por tanto, ninguna autoridad eclesial podrá exigir su cumplimiento; otra, que se incluya, y en este caso, tendrá que resolverse qué papel jugará en él la jerarquía eclesial.

En este último caso, aun cuando la Iglesia se abstenga de incidir directamente en las decisiones del canal, y si “lo católico” pudiera tener algún significado real (y no meramente publicitario) en la línea editorial, el nuevo 13 tendrá que aclarar su comprensión de la presencia de la Iglesia en la cultura contemporánea. Mi deseo es que no coopere con la involución eclesial que progresivamente va dando la espalda al Concilio Vaticano II, sino que, haciendo la contra a esta tendencia, contribuya decididamente con la puesta en práctica de uno de los concilios más extraordinarios de la historia de la Iglesia.

Si algún lugar pudiera tener “lo católico” en el nuevo 13, desearía que:

(1) Ayude a los católicos a entender que Dios no los ama a ellos más que a los demás, que Cristo murió por todos y que todos, en consecuencia, pueden acceder a eso que los cristianos llamamos “salvación”. Este supuesto teológico constituye la condición básica del pluralismo y de la elaboración de una verdad que nadie posee, sino que es fruto de una búsqueda honesta, de una crítica y de un diálogo. Tanta importancia tiene esta conclusión conciliar que de ella depende nada menos que la razón misma de ser de la Iglesia.

(2) Que extraiga del acervo de humanidad del cristianismo la dignidad inalienable de la persona humana. Por esta vía el canal ofrecerá a su audiencia “libertad” y “comunidad”. Hoy nuestra cultura está cargada del lado de la libertad, lo cual debe considerarse un progreso en humanidad. Pero, como reverso de la moneda, el individualismo que acompaña a la libertad como a su sombra, socava las comunidades que acogen a las personas, acompañan a los abandonados, incluyen a los estigmatizados y contribuyen decisivamente a la felicidad de la gente. Nuestro país necesita canales televisivos que salvaguarden la libertad y el valor de la conciencia y que, al mismo tiempo, combatan todo tipo de exclusiones; canales que aporten contenidos éticos pero que, sobre todo, que enseñen a discernir, a elegir y a optar en bien propio, pero también de los otros.

(3) Que, por último, el nuevo 13 ayude a la Iglesia a continuar nutriendo la cultura del país tal como lo ha hecho hace bastante más de doscientos años. A este fin, me gustaría, lo digo abiertamente, un canal que ayudara a la Iglesia a dar cumplimiento al Vaticano II. Creo que solo bajo esta inspiración la Iglesia será un aporte real al bien común en Chile. Conforme al concilio, quiero un canal que nos ayude a los católicos a entender que en Chile hay otras tradiciones religiosas, étnicas y filosóficas que enriquecen la patria, y encauce la contribución que estas deseen hacer; que muestre en las pantallas la dignidad de los rostros de los que no tienen rostro y sea voz de los que no tienen voz; que nos enseñe a todos que los medios de comunicación no son un mero instrumento de evangelización o de proselitismo, sino el nuevo espacio en el que la humanidad conversa consigo misma, discute, se equivoca y entiende el punto de vista de los que no creen ni piensan lo mismo, lo cual, sin duda, expresa exactamente lo mejor del Evangelio.

Ansias de una Iglesia que acompañe

Late en la emocionalidad de los católicos la urgencia de ajustes que revitalicen su pertenencia eclesial. Es patente un malestar por un desempeño pastoral que es percibido cada vez más alejado de la vida ordinaria de los fieles. Pero esta constatación puede impedirnos ver como germina la semilla de mostaza de la que nos habló Jesús. Se da entre los católicos un hondo deseo de una Iglesia que acompañe. Se dan, por cierto, experiencias de acompañamiento cercano, comprensivo, paciente, dialogante y efectivamente orientador. Germina y brota algo nuevo.

Apartando los escándalos por los abusos que nos estremecen, dejando por un momento de lado las lamentaciones habituales acerca de la Iglesia, debemos reconocer que todos por parejo, independientemente de las creencias propias, experimentamos transformaciones culturales gigantescas que no hemos podido integrar bien. Las mutaciones de la religiosidad son equivalentes a las del tiempo eje, esos siglos antes y después de Cristo en que surgieron las grandes religiones monoteístas. Hoy los creyentes buscan por su cuenta, quieren ser protagonistas de sus vidas, necesitan argumentos, consejos, compañía cálida y comprensiva para salir adelante, pero no quieren ser adoctrinados.

Hay desorientación sin duda, y no servirá cualquier enseñanza. No porque un aprendizaje haya sido útil en el pasado, lo será tal cual en el presente. Pero también se advierten señales de esperanza. Estamos en camino. Lo antiguo convive con lo nuevo, van juntos cristianos tradicionales y progresistas, y dentro de cada uno de ellos se dan procesos de cierre y de apertura. Una religión milenaria vivida por pueblos concretos toma tiempo en adaptarse a las épocas y en nutrir de humanidad las culturas. La Iglesia “acompañante” recibió un espaldarazo en el Vaticano II, hace 45 años. Es grande la tentación de volver a antes de uno de los concilios más innovadores de la historia de la Iglesia. No faltan los ejemplos lamentables de involución. Pero, paralelamente, se va fortaleciendo un catolicismo más humano, horizontal, integrador… una Iglesia que acompaña.

Vemos señales de esperanza. Menciono dos: en la espiritualidad y en la moral. Un avance considerable es el reemplazo de la “dirección” espiritual por el “acompañamiento”. En la dirección espiritual es el director quien desempeña un rol activo. El dirigido, en cambio, se comporta como un infante. Necesita que le digan qué hacer. La dependencia que se crea entre ellos dificulta al dirigido llegar a ser adulto en la fe y, en el peor de los casos, lo deja expuesto a los caprichos de su director. En el régimen del acompañamiento, por el contrario, el protagonista es el acompañado y el acompañante juega un rol auxiliar. Este debe capacitar a su acompañado para introducirse personalmente en el Misterio de un Dios que le hará cada vez más libre, más adulto y menos dependiente.

En el campo moral ocurre parecido. En materia de moral social la Iglesia enseña principios, pero deja espacio a la libertad. Esta manera de proponer la moral, desarrollada extraordinariamente por el catolicismo social desde León XIII hasta Benedicto XVI, ha hecho respetable al magisterio en esta área. En este campo se plantea a los católicos la antiquísima obligación de observar la norma mediante un cumplimiento en conciencia. En materia de moral sexual, en cambio, la mayoría de los fieles tiene la impresión de que el Magisterio impone ajustarse a lo establecido sin necesidad de discernir nada. Es señal de esperanza, por esto mismo, que muchos católicos se den hoy el trabajo de discernir las vías -tremendamente complejas- del mejor ejercicio de su sexualidad, en conciencia y con suma responsabilidad. Es muy prometedor que haya padres y madres, educadores, sacerdotes y religiosas que, para enseñar el bien y el mal, adiestren a los niños en el arte de tomar decisiones, les transmitan los criterios del Evangelio, de la tradición de la Iglesia, de la cultura a la que pertenecen y de las ciencias modernas, y sobre todo, que los acompañen en su aprendizaje, que no se escandalicen con sus caídas y que los animen a seguir probando sin temor a equivocarse.

Las ansias de cambio en la Iglesia son muchas y puede que tomen años en concretarse. Pero lo que ha comenzado, el acompañamiento, el caminar con, junto a quien de veras se quiere, es el horizonte que debe animar las transformaciones. Hay razones para la movilización. Y esperanza de cambios importantes.